Contenciosos políticos: ¿verdugos de niños?

Rafael de Águila
23/7/2019

“Cedant arma togae”
Cicerón. Sobre los deberes, (1.22.77).

 

Esto no será un texto político. Será un texto humano. No será un discurso para tomar partido por unos u otros. Será una homilía. Una homilía por la vida. Los humanos hemos vivido inmersos en diferencias. Eso desde que aullábamos en mitad de la horda. Unos han pensado de una manera, otros se les han opuesto. Esa ha sido, hasta hoy, y de seguro continuará siendo, la historia de la Humanidad.

Ese conflicto, eterno, nos ha llenado de muertos. Cientos de millones de muertos. Tal vez miles de millones. Desde la horda, tal vez antes, ese momento en que surgieron las diferencias, esa puede ser la cifra. Una parte de ellos contendientes. Parte significativa, admitámoslo ―tristemente significativa― no lo han sido. Civiles. Inocentes. Seres ajenos a toda contienda, a toda diferencia. Mujeres. Ancianos. Niños. Sí, niños. Ellos, sobre todo ellos, han sufrido, han muerto. Millones de niños. Tal vez más. Así de alta puede ser la cifra: sonrisas quebradas, anhelos truncos, sarcófagos blancos.

De ellos quiero hablar. De niños que sufren. De niños en peligro de morir. Sin tomar partido. Sin declararme favorable a unos u otros. Sin denunciar a unos o a otros. Sin zaherir. Sin política. Solo homilía. Con la esperanza, además, de proponer algo. Algo útil, laudable, humano. Algo aceptable para todas las partes. Las partes en conflicto.

Logo del Hospital José Manuel de los Ríos. Fotos: Internet
 

Concretemos: el Hospital José Manuel de los Ríos es un centro de salud pública, se especializa en el área de Pediatría. Si el viajero arriba a Venezuela, si transita por su capital, Caracas, si visita la parroquia de San Bernardino y deambula por la Avenida Vollmer, arribará a ese centro de salud: el Hospital José Manuel de los Ríos. Se fundó el 2 de febrero de 1937. Recibió ese nombre en honor al Padre de la Pediatría venezolana. No olvidemos lo relativo a ese centro de salud. Dejémoslo por ahora. A él volveremos más adelante.

Aludamos, otra vez, a los conflictos. A las ideas opuestas. Al día de hoy unos y otros ―en Venezuela y fuera de Venezuela (venezolanos y no venezolanos)― detentan ideas opuestas. Ideas opuestas sobre Venezuela. Sobre su presente. Sobre su futuro. Ya las detentaban acerca de su pasado. Se contiende en ese país. Y se contiende acerca de él off shore. Unos y otros contienden… por Venezuela. Por las ideas que detentan acerca del pasado, el presente y, especialmente, el futuro de Venezuela. Y medran intereses. Sí, eso, me van a perdonar, eso no puedo dejar de decirlo: los humanos siempre cargamos a nuestras espaldas intereses. Los diferendos, los contenciosos, desde los aullidos de la horda, han tenido en ellos, en los intereses, precisamente en ellos, sus orígenes. Intereses opuestos. Ideas enfrentadas.

Hoy día tienen diferencias los venezolanos, diferencias en cuanto a intereses y diferencias en cuanto a ideas. Y las tienen unos y otros en el mundo, diferencias acerca de Venezuela, en cuanto al pasado, el presente y, especialmente, el futuro de Venezuela. Y están las ideas, opuestas las ideas, y están ellos, los intereses, no podemos obviarlos, contrapuestos los intereses. Todo ello detentado por Gobiernos. Países. Organizaciones. Partidos políticos. Opinión Pública. Una suerte de guerra proxy se ha orquestado alrededor de Venezuela. ¡Otra! No bastaba Siria. Hasta hoy ―fortuna mediante, fortuna que puede tristemente finiquitar― sin que asomen invasiones, bombardeos, misiles, matanzas.

Hasta hoy. Aunque ya se ha dicho: todas las opciones están sobre la mesa. Y las opciones a las que se alude son precisamente esas: invasiones, bombardeos, misiles, matanzas. Digamos que urge sean los venezolanos, y solo los venezolanos, los que arriben a un acuerdo. Digamos solo eso. Nadie puede acusarme de politizar o ideologizar si solo sostengo eso. Si llamo a rogar para que verbo y acuerdo mediantes desparezca el contencioso. Se alcance la concordia. La armonía. “El respeto al derecho ajeno es la paz”, sostuvo Benito Juárez. Urge ese respeto en aras de arribar a ese acuerdo, concierto aceptable para todas las partes. Hablo de todas las partes. Las partes venezolanas, desde luego. Los extranjeros, todos los extranjeros, debemos respetar y aceptar lo que los venezolanos y solo los venezolanos acuerden. Todos debemos apoyar y propiciar ese objetivo. Y rezar, todos, ateos y devotos, para que ello se logre.

Pero…, mientras ello se logra, urge regresar otra vez, a lomo de estas letras, al José Manuel de los Ríos, ese centro de salud, ese hospital especializado en Pediatría. Y urge regresar a ese centro porque mientras el contencioso transcurre, y se enrumban los caminos ―o se desvían, los caminos suelen desviarse, ello tristemente también ocurre en todo empeño humano― en ese centro de salud 26 niños están en peligro. 26 niños sobre camitas. 26 niños pueden morir. Necesitan, para salvar la vida, un trasplante de médula ósea. Eso necesitan. De lo contrario, pueden morir. En el mes de mayo murieron 4 niños: Giovany Figuera (6 años), Robert Redondo (7 años), Yeidelberth Requena (8 años) y Erik Altuve (11 años). Sonrisas quebradas. Anhelos truncos. Sarcófagos blancos.

Protesta por falta de trasplantes y tratamientos médicos en Venezuela. 
 

Sucede que desde el año 2006 se enviaba a esos pacientes, niños con padecimientos oncológicos-hematológicos, infantes que demandaban para salvar la vida un trasplante de médula ósea, a hospitales italianos. Allí recibían tratamiento: trasplantes de médula ósea. Ello había que pagarlo, desde luego. En Cuba, si ello se necesita, no se paga. La salud pública, como se sabe, es absolutamente gratuita. En este caso la factura que posibilitaba ese tratamiento ―el trasplante de médula ósea― lo pagaba Petróleos de Venezuela (PDVSA), la empresa petrolera venezolana. Las cuentas a través de la cuales PDVSA facturaba esas operaciones se encuentran en Europa. Portugal, en el Novo Banco. El Novo Banco hacía las transferencias a la Asociación de Trasplante de Médula Ósea (ATMO), de Italia.

En Venezuela existen dos centros de salud, uno público, el otro privado, en los cuales se realizan trasplantes de médula ósea. Tales centros proceden en el caso que el paciente tenga en suerte algún familiar compatible. La estadística, muy dura la estadística, fría, sostiene que ello ocurre tan solo en el 25% de los casos. Es gélida e inmisericorde la estadística. Ahí están esos centros, la Ciudad Hospitalaria Dr. Enrique Tejera, en el estado Carabobo, y el Hospital Clínica Caracas. Otra alternativa la brinda la Fundación Simón Bolívar, de Citgo Petroleum Corporation, filial de PDVSA, en los Estados Unidos de Norteamérica. Todo ello teniendo en suerte donantes compatibles.

Los niños que esperan la vida ―o la muerte― en el Juan Manuel de los Ríos no tienen en suerte donantes compatibles. Mas… he ahí que la ATMO, en Italia, ¡no requiere donantes compatibles!, por fortuna. Hacen uso de una base de datos donantes compatibles, ubicada en la ciudad italiana de Génova, y todo ello a partir de un Registro Internacional de Donantes. ¡Internacional! Maravilloso eso. Muy laudable exista ese registro.

Desde el 2006, cada año, entre sesenta y setenta venezolanos llegaron a Italia, acompañados por un familiar, llegaban para salvar la vida a partir de recibir el vivificante trasplante de médula ósea. Algunos años se realizaron ochenta trasplantes. Ochenta vidas salvadas. El costo es alto. Sí. No lo ocultemos. Se trata de un procedimiento en extremo complejo, largo, no exento de riesgos, de recidivas. El costo por paciente asciende a doscientos mil euros. Puede, incluso, de acuerdo al caso, digámoslo claramente, resultar superior. Y semejante cifra, aclaro, resulta promedio. Media aritmética. Cada tratamiento oscila entre diez meses y el año. Y como ya se dijo no está exento de riesgos. Riesgos altos. Seamos más específicos: no todos los tratamientos tienen el esperado y anhelado éxito. Angustiosamente el éxito no es absoluto. Poco existe absoluto en el planeta. Poco.

Hoy mismo, en varios hospitales italianos, luchan por la vida casi dos decenas de pacientes. Venezolanos todos ellos, la mitad niños y adolescentes, dos decenas de pacientes sujetos a trasplante de médula ósea. Cada paciente acompañado de un familiar. Como debe ser. Pero… sucede que la Asociación de Trasplante de Médula Ósea (ATMO), de Italia, ha quedado sin recursos. Cero. No tienen más dinero. Y sin dinero no hay trasplantes de médula ósea. Y sin trasplantes de médula ósea no hay vida. Hay muertes. Sonrisas quebradas, anhelos truncos, sarcófagos blancos. He ahí que en el 2018 se suspendió el contrato entre PDVSA y la ATMO, de Italia. Recuérdese: la empresa petrolera venezolana asume las facturas de ese tratamiento.

Las causas de la ruptura del contrato: deuda de más de diez millones de euros de PDVSA con la ATMO, de Italia. Y de esta última con los hospitales italianos. Para reiniciar el programa, programa que puede salvar la vida de los niños del Hospital Pediátrico José Manuel de los Ríos, ese sitio de la muy bella Caracas, ubicado allí, en la parroquia de San Bernardino, a un costado de la Avenida Vollmer, la única condición resulta el pago de la deuda. ¡Pagar! Parece simple. No es ello posible, sin embargo.

Sala del Hospital de Niños José Manuel de los Ríos. Foto: ABC de la Semana, Internet
 

Sucede que el Novo Banco, de Portugal, la entidad financiera que debe recibir los fondos desde PDVSA y proceder al pago del convenio, rechaza hoy día incurrir en las antes habituales transferencias bancarias. Es decir, las transferencias bancarias entre PDVSA y la ATMO, de Italia. La causa: la entidad financiera portuguesa considera saludable eludir las consecuencias que podrían llegar desde la violación de ciertas sanciones. Sanciones impuestas a Venezuela, sanciones que, concretamente, imposibilitan que el país suramericano, en este caso, PDVSA, realice operaciones en el sistema financiero internacional. En el caso que nos ocupa aludimos a las operaciones que pudieran salvar la vida de niños. Pacientes oncológicos. Al día de hoy 26 niños que aguardan sombríos y llenos de pavor, el pavor que llega desde la proximidad de la muerte, en el Hospital Pediátrico José Manuel de los Ríos.

Las dos partes en conflicto en Venezuela desean, y así lo han manifestado Legislativo y Ejecutivo, ambos, que el mencionado Banco portugués, el Novo Banco, alcance a realizar tales pagos. Los pagos de PDVSA a la ATMO, de Italia. Desean, y así lo han hecho saber ―quien esto escribe, tiene una posición, desde luego, mas no urge acá enarbolarla, no, acá el objetivo es otro, ya se dijo, no es este un texto político, no, para nada, se dijo sería un texto humano, no un discurso para tomar partido, no, se dijo sería una homilía, quien esto escribe por tanto no procederá a descalificar, desmentir o ningunear a unos u a otros―, han hecho saber, repito, públicamente, ambas partes en conflicto, que la transferencia debe y puede ejecutarse, sin que se apliquen sanciones, dado su carácter humanitario, hablamos, desde luego, de la transferencia a realizar por el Novo Banco portugués, ese que la entidad financiera lusitana se niega a realizar, dado el comprensible temor ante las potenciales represalias, transferencia que, de ejecutarse, podría salvar la vida a los infantes, esos pobres chicos aquejados de leucemia, esos 26 chicos en la sala de Hematología del Juan Manuel de los Ríos, ¡transferencias mágicas!, mágicas, sí, porque harían posible la vida de esos chicos.

El Banco lusitano, sin embargo, teme ser sancionado. En un contencioso en el cual las partes extranjeras involucradas, todas ellas, esas partes que sostienen ideas e intereses opuestos, ideas e intereses encontrados acerca del pasado, el presente y, muy especialmente, el futuro de Venezuela, se pronuncian cada día sobre el contencioso, a menudo varias veces por día, declaraciones que publicitan todos los medios de prensa del mundo, bien pudiera una de esas partes, en este caso la parte cuya sanción comprensiblemente teme el Banco portugués, hacer saber a la entidad financiera involucrada algo muy simple, algo que parece ser un deber ―inalienable― moral: hacer saber al Novo Banco que, atendiendo al carácter estrictamente humanitario de la transferencia, la operación financiera que se necesita, tales pagos, los de PDVSA a la ATMO, de Italia, no serán objeto de sanción alguna. Un mail. Un sms. Una llamada byphone de la autoridad debida y asunto resuelto. Open way. Avanti. Niños a los que se salva de la muerte. Y todos, sancionados y sancionadores, estoy seguro, muy felices por eso. Y muy felices los niños, y los padres de esos niños, desde luego.

Puede, si se desea, solicitarse a la entidad italiana auditar tales operaciones. Estoy seguro la sociedad italiana lo permitiría, ello facilitaría constatar no se utilizan esas operaciones para fines ajenos al muy humanitario objetivo. Han muerto ya seis niños. Seis. ¡Fallecerán otros, todos, si no se actúa! ¿Esperaremos a que los diarios del mundo sigan publicando los nombres y apellidos, y a un lado, adosado, como una daga, hiriente, como un puñal, las respectivas edades? Si permitimos que ello suceda, se me va a perdonar decirlo, sería inhumano. Aberrante. Inmoral. Bestial.

Un niño y un padre que sufren. Foto: EFE, Internet
 

La burocracia no puede asesinar niños. La política no puede asesinar niños. Todos, unos y otros, estaremos, estoy seguro, de acuerdo con ello. Mas… no es esa la única posible variante a aplicar. No. Para salvar la vida de esos niños pueden emplearse otras. Cuba, por ejemplo, lo ha hecho. Dinero no tiene Cuba. Pero tiene Cuba hospitales. Y médicos, altamente especializados. Dinero, pena no puede dar decirlo, no tiene Cuba. No. Eso no. Pero aun sin tener dinero Cuba ha anunciado tratará a cuatro niños. Cuatro de los que hoy gimen sobre sus camitas, esperanzados ahora los ojos, en la Sala de Hematología del Hospital caraqueño Juan Manuel de los Ríos. Recuérdese: al día de hoy sobre esas camitas aguardan la vida ―o la muerte― 26 niños. Son muchos. Pocos para todo el dinero que hay en el mundo. En el Novo Bank. En ese banco lusitano que tramita una cuenta de PDVSA. Cuenta que salvaría la vida de esos niños si al Banco lusitano, caso ejecutar las transferencias bancarias pertinentes con ese único fin, se le eximiera de sanciones. Estoy seguro que la entidad portuguesa tampoco se opondría a que se auditaran tales operaciones. Es poco el dinero que se necesita, poco para todos los hospitales que existen en el mundo. Cuba, país subdesarrollado, en mitad de un momento muy difícil, ha anunciado trasportará a la Isla cuatro de esos infantes. Intentará salvarles la vida.

Empleará para ello el tratamiento indicado: trasplantes de medula ósea. Y he aquí la segunda propuesta: bien podrían otros países incurrir en algo similar. Olvidar ideas e intereses opuestos. Echarlas a un lado. Proceder, en concreto, a asumir el tratamiento de un grupo de niños, cada país un grupo de niños, esos que hoy esperan la muerte en el Juan Manuel de los Ríos, cada país trasladando un grupo de infantes a centros médicos especializados más allá de las costas de Venezuela. Hacerlo en función de aplicar el debido tratamiento. Eso bien pudieran hacerlo, por ejemplo, la Unión Europea, EE.UU., China, Rusia, Canadá. Podrían proponerse salvar a los niños de la Sala de Hematología del Hospital Pediátrico de Caracas, ese que responde al nombre de Juan Manuel de los Ríos, ese centro hospitalario ubicado en la parroquia de San Bernardino, allí, a un costado de la Avenida Vollmer. Si se olvidan intereses no afines e ideas opuestas, si se relega por un instante toda doctrina acerca del pasado, el presente y, especialmente, el futuro de Venezuela, pues entre todos, buena voluntad mediante, todos a una, podemos salvar a esos niños. Sería ese un primer paso, sí, un paradigma, un ejemplo, una acción humanitaria y laudable, que las partes, todas las partes off shore, pudieran brindar al mundo. Todo ello mientras los venezolanos, esos que hoy en el interior de Venezuela contienden, luchan por alcanzar ―felizmente― algún acuerdo, el mutuamente aceptable para todas las partes.

El dolor por la muerte de los niños. Foto: Lapatilla, Internet
 

Ahí están las propuestas. Son dos. Una simple. Otra algo más compleja. Ambas, sin embargo, realizables. Permítase al Banco lusitano transferir los fondos necesarios sin que se apliquen sanciones. En caso de que ello resultara imposible, engorroso ―el autor, lego en materia financiera, no alcanza ignorancia mediante a visualizar lo sea― súmense entonces países del mundo, bien pueden ser los mencionados, tal vez otros, súmense a tan humano y loable empeño: salvar a esos niños. Son 26. Para todo el dinero del mundo son pocos. 26 niños que hoy esperan sobre sus camitas, ojos tristes y lágrimas corriendo sobre mejillas, allí, en el Hospital Pediátrico Juan Manuel de los Ríos, parroquia de San Bernardino, en Caracas. Esperan la muerte. No les dejemos morir. Seamos valientes. No seamos codiciosos. No quedemos solo en palabras, intereses e ideas opuestas. Tengamos limpia el alma. No empleemos este tema, sagrado como es, para acusarnos a la luz de políticos enconos. No permitamos que también tengan ellos, los niños que hoy esperan sobre esas camitas, las sonrisas quebradas, los anhelos truncos, y los sarcófagos blancos. No permitamos sean en breve nombres y cifras ―friísimas como dagas― sobre los diarios del mundo. No lo permitamos, por Dios. “Quién mató al Comendador?”, se preguntó cierta vez un escritor, eso para responderse: “Fuenteovejuna, señor”. Remedemos ese diálogo, preguntémonos: ¿Quién salvó a estos niños? Y hagámoslo para responder, todos a una: ¡el mundo, señor! Al menos por un día, por una vez, por algo tan puro como la vida de 26 niños, hagamos brillar el interés de todos y fulgurar la idea común. Que el interés de todos y la idea común sea salvar la vida de estos niños. No puede ser tan difícil, digo yo.