Contrapunteos de los Lescay

José Ángel Téllez Villalón
24/7/2018

Llegué a la Plaza apretujado, entre el ir y venir a causa del espacio y el tiempo. Entre la despedida a mi vieja rumbo al Chago y el deseo de llegar temprano a una exposición a la que fortuitamente fui invitado por el artista. La demora angustiosa, densa y olorosa de un P12 me dejó a unos 100 metros de La Raspadura.

Cuando arribé a la sala transitoria del Memorial José Martí se habían agotado los catálogos. El lugar estaba colmado de amigos y admiradores de la obra de Alberto Lescay Merencio. Entre saludos mínimos le fui arriba a los cuadros. Ya había tenido un anticipo, pero no era igual, no hablaban de lo mismo ni con la misma intensidad impresos en un papel que colgados en la pared, custodiados por nuestros héroes.

 Foto: Cubarte
 

Comprendí entonces lo reduccionistas que somos al presentar a Lescay como el escultor de la majestuosa figura ecuestre de Antonio Maceo en la Plaza santiaguera; aun cuando tales méritos deberían bastar.  Lescay no es un escultor que pinta, ni un pintor que esculpe, aunque en sus pinturas se perciba cierta profundidad espacial y las texturas aruñen la bidimensionalidad de sus lienzos. Esa fue la impronta, la certeza más gruesa de mi primer Viaje perpetuo. Fui interrumpido, o más bien, enriquecido, por las palabras de presentación del intelectual Omar González .

Sabiamente el poeta, aunque ha venido bregando por más de 40 años con este poeta visual, emprendió el esbozo con un autorretrato escrito del artista y pinceladas sueltas sobre la exposición:

Nací el último día de Escorpión, a la mitad del siglo XX, en la punta de la loma de Martens cerca de Santiago de Cuba. Mi madre: espiritista cruzada, bordadora, modista, maraquera, fiestera, fiel esposa, buena amiga y mejor aún madre; hija de mambí, quien había raptado a mi abuela, desde las montañas oscuras de Baracoa. Mi padre: tresero, chofer, bailador y un infinito enamorado.

Así comienza a describirse el nieto de Jaime Merencio, un joven campesino del Oriente cubano, a quien una urgente convocatoria despertó cierta mañana de 1896: “Vamos a acabar con la esclavitud en Cuba, seremos mambises por la independencia”.

Más de un siglo después, la concomitancia de un viaje ocasional al Baracoa donde creció su abuelo y la solicitud de definir sus cincuenta años de vida profesional precipitó este asombroso descubrimiento en Lescay. Eje transversal de Viaje Perpetuo: toda su obra ha sido un ir hacia sus raíces, expresiones de su estirpe mambisa simbolizada en los dos machetes de combate de su abuelo. Con estos “artefactos”, pieza fundamental en la exposición, dormían Albertico y su abuela Elena en el cuarto del palenque. Ha contado Lescay que de niño relacionaba a su abuela con Mariana y a su abuelo Jaime con Antonio Maceo. Asegura haberse llevado los machetes cuando descubrió lo que significaban. Por eso, no es fortuita su presencia en el cartel que presenta la exposición y las resonancias establecidas entre la neofigurativa escultura “Retrato de mi abuelo” y el más realista busto de “Maceo”. O entre el de Mariana Grajales y la figura femenina de “Beso”, la cual evoca –a mi entender– a su abuela Elena coronando su cabecita mientras cabalgaba sobre sus muslos para luego entregarlo a la Patria con su “empínate”.

Foto: Internet
 

Sirvan estos vínculos para ilustrar otro de los contrapunteos de la presente muestra, más allá del nexo evidente entre las nueve pinturas de gran formato y las seis obras volumétricas. Por ejemplo: entre lo figurativo de esculturas como “Che” y “Pedro Sarrías”, con las abstractas pinturas “Mambí” y “Camino”. El creador contrasta o complementa sus impulsos expresionistas y líricos con la aplastante comunicabilidad de lo épico.

Este fundador de la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente y de la Brigada Hermanos Saíz ha sabido integrar –como pocos– la representación del hecho o del personaje histórico con la representación de lo inmanente, lo espiritual y emotivo, las energías productoras y condicionantes de esos actos heroicos.

¿Existirá acaso una mejor representación de una tempestuosa y arrolladora carga al machete que la esparcida con acrílico en su “Carga 1”? ¿O mejor textura para una madre ceiba que los surcos que arropan a la Mariana de Santa Ifigenia?

No habría oportunidad como esta para compartir su proyecto monumental para el más grande mambí del siglo XX, el “Monumento Prohibido”, prohibido por el propio Comandante en Jefe Fidel Castro, a quien también rinde homenaje la muestra.

Estaba en eso, en la pertinencia de conmemorar con esta exposición en tan simbólico lugar el aniversario 65 de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, así como los 50 años de vida profesional de este eterno aprendiz santiaguero, cuando decidí corresponder al performance sonoro de su hijo, con el cual se nos invitaba al pequeño teatro del Memorial.

Aquella mañana de finales de mayo, cuando el Presidente de la Fundación Caguayo para las Artes Monumentales y Aplicadas me presentó Viaje Perpetuo, me invitó a un concierto de su hijo en el teatro del Museo de Bellas Artes. En esa ocasión no pude entrar, para mi sorpresa muchos seguidores han venido cultivando la original propuesta musical de Albertico Lescay & Formas.

Escuchándolo me vino a la mente las revolucionarias propuestas de Síntesis varias décadas atrás. Aunque la de Albertico discurre sobre una atmósfera más jazzística, llamada Afro Nujazz. La espontaneidad concurrente al diálogo entre el líder y sus talentosos compañeros es fenomenal. Además, son más modernos tecnológicamente los instrumentos electrónicos, los cuales se empastan armoniosamente con los acústicos. Resulta impresionante la recreación del líder del quinteto de su voz sampleada en el teclado.

Sentí entonces que lo de esta noche era único, no saldría igual si tocaran para nosotros mañana. El cromatismo de timbres, síncopas y gestos devinieron flotantes; con tantos contrapunteos, equilibrios o contrapesos entre lo tradicional y sus más contemporáneas figuraciones sonoras, entre lo pautado y lo que se improvisa según los impulsos que los asaltan. Los de Formas se han entrenado para ello, para estos viajes perpetuos de continuidad y ruptura.

La velada fue llegando al clímax, con “Mariposita de primavera”, Alberto el padre tomó el guayo y su hermosa pareja tiró unos pasillos con Albertico. Hasta que apareció Raúl Torres con su emotiva “Cabalgando con Fidel”.

Entre aplausos recordé una nota de José Martí, que ahora releo y comparto: “En lo poético no es el entendimiento lo principal, ni la memoria, sino cierto estado de espíritu confuso y tempestuoso, en que la mente funciona de mero auxiliar, poniendo y quitando, hasta que queda en música, lo que viene de fuera de ella”.  

Por esos poéticos paisajes nos condujeron este viernes, 20 de julio, los resonantes contrapunteos de los Lescay…