Convite al retorno: siempre un clásico

Maylan Álvarez
5/4/2021

(Después de los spoilers, usted tiene derecho a quejarse si no encuentra el camino a casa)

Confieso —quiera Dios que de confesiones literarias jamás deba desdecirme— que la poesía por estos días ha sido mi tabla bienhechora. Más que a estados globales en relación con los encierros de todos, mis tristezas van aparejadas a la pérdida. Cuerpo adentro, fragua en ritornelo. Porque confieso que no estoy regresando a mi casa lo suficiente. Que me faltan las palmas que odié, los gallos madrugadores que mandé a callar no pocas veces, ese olor a leche recién ordeñada en la cocina del hogar de todos los dueños de este apellido sin gracia que me sobrevivirá.

Estoy, como Ginsberg, en busca de un colérico pinchazo que no llega, que no acontecerá, que se vuelve en él un aullido de ciudad, un estupor levísimo en mí. (Luz cenital sobre el regazo, mientras malimagino un poema sobre mi pueblo natal).

 “La mujer desvalida que me habita a ratos, sonríe a medias y me recuerda que el cuerpo va a donde vaya la memoria”. Foto: Internet

La poesía de Caridad Atencio (La Habana, 1963), en mayúsculas, en negritas, con todas las fuentes tipográficas que puedan resaltar la poeta tremenda que siempre es, ha ayudado a levantar puentes entre lo que he sido y lo que necesariamente hoy debo ser. Lo que demandan de mí.

El camino a casa (Selvi Ediciones, 2020) es de esos libros donde nada se da gratis. El lector —léase yo— no la pasa bien, nada bien. Estremecimientos. A ratos uno cree que la lleva todas consigo, pero Atencio sorprende con una de esas “brutalidades” poéticas, no aptas para mojigatos, y solo queda el abrazo del verso, el sopor de lo que cuenta, más allá, la palabra conmovida. Su palabra presta a conmover ahí, en ese pedazo de piel, en el borde ingenuo de un parpadeo. La verdad que ella confiesa al oído, al margen de la página, sobresaliendo por lo incontenible, lo desbordante. Desafío, pluralidad, rabia. ¿Rabia? Rabia.

Es cierto que siempre pareciera alcanzarte, pero pretendes ante una poética semejante no dejar cabos sueltos, tomarlo todo para ti, creer que El camino a casa se ha escrito para que sea tu camino a casa; nuestro, nuestros caminos a casa, todos los caminos de todos a todas las casas.

Caridad Atencio, por estos días de dudas, de claustros, de pocas-cosas-que-te-hagan-sonreír, me ha devuelto a mí, que es devolverme un poquito a mi casa. Con ella he caminado hacia mis destierros mejores y me recuerda de continuo que “como estalla un cristal / la identidad te absorbe”.

Por momentos, solo por momentos, vuelvo a las confusiones —que no confesiones ahora— y me apoyo en mí, en los versos, que es apoyarme en la poesía de Caridad Atencio. La mujer desvalida que me habita a ratos, sonríe a medias y me recuerda que “el cuerpo va a donde vaya la memoria”.

Un libro de tormentos, de textos usurpados a la razón y la desdicha, callejones de palabras harto sinceras, demiurgos literarios, un vademécum de espontáneas sensaciones y no pocas alegorías a la vanidad que presupone vivir. Porque “la ignominia la bebemos como el agua”.