Crítica con guararey

Omar Valiño
7/10/2019
Foto: Granma
 

Hace poco hicimos en Guantánamo un Encuentro con la crítica que los anfitriones denominaron La escena, ¿tiene guararey?, porque cada cual nombra como quiere a este evento itinerante que se reparte, desde hace un lustro, por cuantos territorios del país decidan acogerlo de manera voluntaria.

No es nada nuevo. Continúa una tradición asentada en la teatrología cubana y quien suscribe decidió impulsarlo ante el fenecimiento de los pocos que sobrevivían a cargo de distintas instituciones. Su éxito o fracaso se ha medido por el reclamo, o no, de continuidad de los propios creadores y el apoyo de las instituciones.

Los deseos acumulados en Guantánamo de un tope que parecía no llegar, hasta por insólitos contratiempos, fructificaron en un diálogo excelente, organizado allá por la Uneac y el Consejo de Artes Escénicas con el respaldo del Centro Nacional de las Artes Escénicas (CNAE).

Los teatrólogos Roberto Gacio, Marilyn Garbey y yo, la periodista y crítica Maité Hernández-Lorenzo y el joven danzólogo Lázaro Benítez participamos de un programa intenso que desafió los días difíciles vividos por el país, como otro signo de valorización del arte y la cultura. Y legitimó la aportadora función de la crítica para la escena.

Válida la apuesta de circo y teatro en Carpandilla, pero todavía es endeble la estructura de Enredo de payasos, de Alexander Barbier, una historia de clowns con inserciones de números circenses.

¡Qué sueño! ¡Qué noche! ¡Qué verano!, puesta de Yosmel López, con un potente núcleo joven del Guiñol Guantánamo, debe encontrar una narrativa que transparente el universo de equívocos de Sueño de una noche de verano, de Shakespeare, y no oscurecerlo con un punto de partida que los desvía sin aportar.

CeroOnoser puede hallar mejor título y buscar signos que enriquezcan esta breve sonata titiritera sobre el miedo, a la memoria de Armando Morales, al articular pasajes de Kike Sánchez Vera y Roberto Espina, dirección de Emilio Vizcaíno también con el Guiñol.

Nenúfares en el techo del mundo, del Teatro Dramático y Amaranto Ramos, necesita un replanteo total para desempolvar esta pieza de Nicolás Dorr que obedeció a un impulso muy puntual de su autor.

Luna nueva, de La Barca, explora un gozne entre teatralidad y narración oral escénica que debe profundizar Ury Rodríguez en su propio camino. También La Barca presentó en proceso Poemas con niños, a partir de dos textos de Nicolás Guillén. Como está en pleno trabajo aún, puede soltar el exceso didáctico sin miramientos.

Un programa a cargo de las tres compañías de danza de la provincia destacó el lugar del territorio en el concierto nacional de ese arte. Elio O. Reina conduce a Danza Libre y rescata Mujer sin título, de Alfredo Velázquez. Ladislao Navarro cedió a las composiciones de sus discípulos la presentación de Danza Fragmentada, donde valió Entropía, de Felipe Adriano Catalá. Y el Ballet Folclórico Babul resulta siempre fiesta de identidad profunda y particular. De la mano de Ernesto Llewellyn lo reafirmó con Los árboles músicos en una travesía “al revés”, ahora desde el Caribe a los ancestros africanos.

Nos despedimos con la feliz sorpresa de Pan para la fe, de Teatro de la Totalidad, un núcleo en formación con base en el estímulo entre el actor Fermín Figueredo y el director Geordany Carcasés. Dará que hablar si persisten. Como toda la órbita escénica guantanamera este encuentro con la crítica aportó, de veras, su guararey.

 
Tomado de Granma