Críticas al crítico

Maikel José Rodríguez Calviño
13/6/2019
Foto: Arte por excelencias
 

En fecha reciente, durante una de las actividades de la XIII Bienal, tuve la posibilidad de interactuar con un joven artista, bastante reconocido dentro del panorama visual cubano actual.

―¿Tú no hablas de exposiciones en el televisor? ―me preguntó, arrugando el ceño.

―Sí ―respondí―, hago comentarios sobre artes visuales en el Noticiero Cultural.

―Entonces, fuiste tú el que habló de Líneas Dis-continuas, la muestra que estuvo en Galería Habana.

Hice un veloz recuento mental y asentí nuevamente.

―Pues no hablaste de mi obra ―concluyó el joven con un tono que no pude definir: o bien estaba molesto, o bien me “regañaba” por el imperdonable olvido.

Yo no pude hacer menos que sonreír. Luego busqué la versión Word del comentario en cuestión y comprobé que, en efecto, no había mencionado ni al creador ni a la obra. ¿Por qué? Sencillamente, no la vi. Estaba emplazada en un sitio extragalerístico y la pasé por alto. Error mío. Aunque, ahora que lo pienso, tampoco hubiera hablado de ella.

El desliz me llevó a meditar sobre una verdad de Perogrullo: al valorar una muestra, el crítico no está obligado a mencionar todas las obras incluidas en ella. Seleccionar determinadas piezas para analizarlas o comentarlas presupone un ejercicio de selección (entiéndase, un proceso crítico) donde no prima la simpatía del comentarista, sino la calidad estética de las obras. Escoger implica legitimar, jerarquizar, destacar la propuesta por sus valores intrínsecos, y en todo ejercicio curatorial siempre habrá piezas mejores y más atractivas que otras, más elegibles, más “redondas”.

El “desenchufe” se produce al considerar infalible el trabajo de un crítico, sin tener en cuenta que los integrantes de tan polémica especie somos seres humanos obcecados en ejercer el oficio desde nuestros aprendizajes, desde lo que sabemos o ignoramos, pero queremos saber. Tratamos de ser justos (objetivo máximo de la disciplina, según aclara uno de sus padres, el francés Charles Baudelaire), pero ello no implica que seamos infalibles. Cometemos errores, como todos; obviamos, como todos; callamos o hablamos de más, como todos. Las deficiencias que dichos “vicios” puedan provocar se resuelven cuando existe pluralidad de voces críticas; algo que no abunda en el panorama intelectual cubano más inmediato.

Si a ello le sumamos que muchos creadores exigen leer la crítica antes de ser publicada, se indignan si la publicas antes de contar con ellos o intentan mediar en tu apreciación de la obra en lugar de ofrecerte información para que puedas comprender su punto de vista y entenderla a profundidad, entonces la cosa se complica… Igual, hay artistas a los que no les cabe en la cabeza que pueden generar propuestas inmaduras, incompletas o que, sencillamente, no llamen la atención por su despliegue visual o el diseño museográfico donde fueron insertadas.

Ejercer la crítica es complicado. Muchas veces, los críticos somos vistos como parásitos que desangran al artista, que vivimos “enganchados” de él para ver “qué se nos pega”, cuando, en muchísimos casos, somos los responsables de construir y legitimar la carrera del creador. Asimismo, quienes critican a la crítica usualmente no tienen idea de cómo se ejerce, qué función cumple, por qué y para qué se hace; no conocen su historia, sus alcances y limitaciones.

Las apreciaciones que pretendemos compartir en esta nueva columna (titulada Complejo de Baudelaire en tributo a ya saben quién) serán, por consiguiente, tan perfectibles como cualesquiera otras. Tratarán de ser articuladas desde la justeza y la información, pero será inevitable que arrastren mis (des)conocimientos. Con algo de suerte, me ayudarán a cubrir lagunas, inquirir, investigar, llegar al fondo de temas y obras. “Un crítico no debe decir sino la verdad, pero debe también conocerla”, nos aclara Jules Renald. En este sentido, criticar es, también, aprender y dilucidar, aunque ello conlleve un inevitable margen de error que aquí, dentro de lo posible, trataremos de sortear con precisión y elegancia.

Si usted, estimado lector, está dispuesto a correr esos riesgos, siga leyendo y, de ser posible, escriba un comentario, levante polvo, critique al crítico. La casilla “Deje un comentario” estará disponible las 24 horas. De lo contrario, busque algo más inocuo que hacer. El tejido de punto, la falerística y los votos de silencio suenan muy prometedores.