Crónicas desde Turín

Enrique Ubieta Gómez
20/4/2020

Otra razón para la hermandad

Sábado 30 de mayo

Está sentada en una de las mesas de la calle, bajo un largo toldo que las cubre a todas. Es la única cliente de la cafetería. El dueño (evidentemente es el dueño) conversa con ella. Ambos llevan puesto el nasobuco. Llego con Rocco, mi intermediario de la Asociación de Amistad Italia-Cuba y mi traductor. El dueño, que conoce a la señora y sabe a qué vine, me dice: “Me encanta Cuba, mi esposa y yo hemos ido ya tres veces”. Y agrega, con disgusto contenido: “han exagerado con este virus, no era para tanto”. “No exageraron, amigo”, respondo sonriente.

Los pequeños negocios como el suyo han sufrido grandes pérdidas con esta parálisis, y ante una apertura gradual que inicialmente no los incluía, salieron a protestar. Nos tomamos un café. La señora me obsequia la autobiografía de su padre, que es el motivo de nuestro encuentro: Luciano Manzi (1924–2014) fue Comandante de los famosos partisanos (guerrilleros) antifascistas del norte de Italia, su brigada era la Garibaldi, la de los comunistas. Durante muchos años, después, fue dirigente del Partido, senador, y alcalde (1975–1989) de la ciudad donde se produce este encuentro: Collegno. Aunque en realidad, según mi apreciación, nunca salimos de Turín, y Collegno podría ser considerado un municipio de la capital.

Fotos: Del autor

Tiziana (así se llama ella) me habló largamente de su padre. No pretendo ahora transcribir sus palabras. Solo anoto la pasión en su voz, y el brillo de sus ojos. La inseparable prenda de vestir en la que se han convertido los nasobucos, ha propiciado un hecho que debe agradecerse: por fin nos miramos a los ojos, siempre, y hemos aprendido a descubrir en ellos los síntomas de la inteligencia, la sonrisa, la suspicacia, la emoción o la indiferencia. Ahora conocemos a las personas por su mirada.

El guerrillero Luciano había recibido con fervor el triunfo de la “República guerrillera” en Cuba, a pocas millas de los Estados Unidos. En su autobiografía escribió: “Siempre había seguido con atención las noticias de los periódicos sobre la guerra partisana en Cuba. En ella encontré muchos de nuestros valores e ideales”. Por eso en su condición de alcalde propuso con insistencia, una y otra vez, que una de las plazas de su ciudad llevase el nombre del Che Guevara. Y lo logró.

Nos trasladamos hasta allí. A pesar de que, repito, no hemos salido de Turín, el ambiente que se respira es de pueblo. El monumento al Che se compone de tres rocas traídas de las montañas que dieron refugio a los guerrilleros antifascistas: en la del medio, la primera en plantarse, aparecen los nombres de los integrantes de la guerrilla boliviana. En otra, la silueta metálica del Che, según la famosa foto de Korda. Ha tenido que ser sustituida varias veces, porque, aunque el monumento nunca ha sido vandalizado, extraños coleccionistas hurtan la figura del Guerrillero Heroico.

Algunos vecinos de la zona pasean por el parque y nos observan tranquilos. Saben de qué se trata. Una madre nos saluda, mientras su hijo trepa varios metros en un árbol frondoso del parque. Posa para mi cámara desde lo alto. Todos llevan nasobuco. Nos adentramos también en el parque; dos áreas de juegos infantiles llevan nombres entrañables para los cubanos: Melba Hernández y Celia Sánchez. Dos carteles lo anuncian. Pero los “aparatos” de juego están “entizados”, para que no puedan usarse durante la pandemia. Otro cartel anuncia el hermanamiento de las ciudades de Collegno y de Matanzas.

Tiziana insiste, quiere que los salvadores de vidas, los brigadistas cubanos, visiten la Plaza. Nos comprometemos a apoyar la idea, cuando sea posible. Nos despedimos con la sensación de que, más allá de esa idiosincrasia expansiva y extrovertida de italianos y cubanos —dicen que los norteños son menos extrovertidos que los sureños de Italia, aunque la población de esta capital es mayoritariamente sureña, son o fueron los obreros que la hicieron crecer—, existen otras semejanzas históricas que apenas empezamos a conocer. La brigada médica cubana está sembrando otra razón para la hermandad.

Noticias breves

Viernes 29 de mayo

Hoy los médicos jóvenes de Turín están de huelga. Los del hospital no dejan de trabajar, pero se muestran solidarios con sus compañeros. Siempre son pocas las plazas puestas a concurso para estudiar una de las especialidades médicas, y el trabajo para los no especialistas se muestra esquivo. Este año, en específico, la pandemia ha retrasado el proceso, y la noticia que provoca el disgusto es que la oferta será mucho menor. Los jóvenes han puesto en sus trajes especiales las señas acordadas y se retratan en la zona roja sosteniendo en sus manos la demanda: “nosotros queremos especializarnos”.

“Le pedimos a los pacientes que salían de alta que escribieran un pensamiento, una reflexión sobre su estancia en el hospital. Pensé que escribirían muy poco, pero han escrito tanto que ahora esos textos conforman una narración colectiva. Muchas de esas palabras y de esos pensamientos están dedicados a los cubanos, a su humanismo, a su coraje”. Eso me dice el doctor Alessandro Martini, director clínico del hospital, que ha fotografiado cada uno de esos textos escritos a mano con uno de los celulares que permanecen en el lugar y ha reenviado las fotos al suyo. Me lo enseña y lee un fragmento: “Muchas gracias a ustedes que han venido hasta aquí, tan lejos de sus familias, de sus casas y de su país, para atender a personas que no conocen”. Promete que me las reenviará todas. Entonces, para sorpresa mía (no es lo que he vivido ni en Lombardía, ni aquí en Piamonte), advierte: “Los italianos están poco acostumbrados a decir gracias, más bien están habituados a reclamar derechos. Un italiano que da las gracias es un resultado enorme. Esa es una de las principales muestras de lo exitosa que ha sido esta experiencia”.

Ya son 76 los pacientes de alta. Hoy se colocaron 12 cintas blancas, para completar la cifra. Como siempre, el momento es solemne, y festivo a la vez. ¡76 agradecidos!

El licenciado Madiedo, los hospitales y el internacionalismo

Jueves 28 de mayo

Al centro, el licenciado Jorge Madiedo.

Esta crónica tiene un nombre: Jorge Madiedo Hernández. Es corta, porque el hombre que así se llama es de pocas palabras. Prefiere actuar, y en eso, no es parco. Hay dos cosas sobre las que nadie puede hacerle un cuento: ni de hospitales, ni de internacionalismo. Aunque en 1990 obtuvo el título universitario en Enfermería, a los 18 años, en 1982, ya se desempeñaba como enfermero, y cumplía en Iraq su primera misión. “Me gusta hacer el bien, mejorar la vida de la gente, eso me hace feliz”. Dos países se desangraban en una guerra fratricida, Irán e Iraq, y el joven enfermero curaba heridos: “Se sucedían los bombardeos, y los hospitales colapsaban, fue un año y medio trabajando duro en esas condiciones, y no existía comunicación con la familia como ahora”. En esa ocasión los cinco hermanos coincidieron en misiones en el exterior: dos de ellos en Angola, uno en Etiopía y otro, el maestro, en Nicaragua. “Para mi mamá aquello fue tremendo” ―dice.

Fue de los fundadores de la Brigada Henry Reeve que viajaron a Paquistán en 2005, después de un devastador terremoto: “Había un frío enorme, pero la gente te demostraba tanto afecto, que te daban deseos de trabajar más”. Los despidió el Comandante en Jefe en el aeropuerto. Conserva la foto. En aquel país estuvo con su esposa, que es también licenciada en Enfermería, y miembro de la Brigada.

Juntos salieron después para Venezuela, y allí, en el estado de Yaracuy, trabajó durante cuatro años y medio. Regresaron en 2010. El licenciado Madiedo asumió a su regreso la dirección del hospital de Guane ―en esas funciones se ganó el respeto de médicos y enfermeros―, donde siempre vivió, hasta que irrumpió la epidemia del ébola en África Occidental. Lo llamaron. Estuvo seis meses en Sierra Leona (2015). Tocó con sus manos la muerte, se familiarizó con ella, y la venció. Como el resto de sus compañeros, recibió la Orden Carlos J. Finlay. Dos años después se fue a Haití, y lo acompañó la esposa. “Yo pensé que con la misión en ese país ya había terminado ―sonríe―, pero ahora volvieron a llamarme por el coronavirus, y aquí estoy, en Turín”.

Madiedo tiene 57 años y dos hijos: uno es licenciado en Imagenología y el otro en Rehabilitación. Este, el más pequeño, se encuentra ahora en Venezuela, en el estado de Falcón. Al otro lo han llamado, pero acaba de convertirse en padre, y decidió darse un tiempo antes de salir. Tiene cuatro sobrinas de servicio en la salud: tres son médicos (una neuróloga, una pediatra y una clínica), y la cuarta es licenciada en Enfermería. Hay dos cosas sobre las que nadie puede hacerle un cuento a este pinareño de Guane: los hospitales y el internacionalismo.

Premonitorio ADN

Miércoles 27 de mayo

El corazón del hospital es la zona roja. Su actividad bombea los restantes sistemas. Pero en la enorme nave reparadora de ferrocarriles, primero convertida en centro cultural y luego en hospital, la zona roja solo ocupa la mitad o algo menos de la mitad del espacio. ¿Qué sucede en la otra mitad? La puerta de entrada para los trabajadores habituales y los visitantes ocasionales está situada exactamente en el medio. Allí esperan dos voluntarios de la Brigada italiana de solidaridad, que le toman la temperatura al recién llegado. Este se lava las manos con el gel hidroalcohólico (acción continuamente repetida) y si quiere, cambia su nasobuco por uno nuevo (el viejo se desecha). A la izquierda verá el pequeño cuarto por donde se entra a la zona roja, y sus perennes guardianes, René y Adrián. Si avanza en línea recta saldrá de esa primera nave (todo dentro de una estructura cerrada), y un poco más adelante encontrará, a la derecha, la que funciona como comedor. Pero si, inmediatamente después de entrar, avanza hacia la derecha, hallará la otra mitad de la luna, la “oscura”, la que complementa, prepara, abastece y controla lo que acontece en la zona roja.

Si avanzamos entonces por esa otra mitad, de frente, hallamos varias mesas con la ropa de uso hospitalario. Están dispuestas por tallas, y cada cual buscará la suya. Con la indumentaria bajo el brazo (camisa, pantalón y zapatos tipo suecos de plástico), nos dirigimos hacia las taquillas. Pasamos junto a un pequeño contenedor dividido a la mitad, con entradas independientes cada una, para hombres y para mujeres, y duchas de agua caliente. Los que salen de la zona roja, antes de ponerse nuevamente la ropa de calle, se duchan aquí. Más adelante hay cuatro grandes tiendas de campaña de columnas inflables y taquillas de metal, donde los trabajadores sanitarios cumplen el primer paso (o el último, a la inversa, cuando se retiran) en el cambio de vestimenta: se despojan de su ropa de calle (o se la ponen), y se colocan la bata y el pantalón del trabajador hospitalario y los suecos de plástico. Pero si seguimos hasta el final de la nave en esa dirección, vemos una pizarra y una mesa, y un espacio amplio con sillas plegables; es el lugar donde cada martes, miércoles y viernes en la tarde una maestra voluntaria imparte clases de italiano a los colaboradores cubanos. Todavía más al fondo, encontramos catres y colchones de aire dispersos en el piso para los que trabajan en la sesión nocturna; como suelen dividirse las horas de la madrugada, los que salen o todavía no entran, esperan acostados allí.

Pero la nave es ancha, y al avanzar, no he descrito lo que estaba a la izquierda; como estamos al final, y regresamos, obviamente ahora estará a la derecha. Tropezamos entonces con la mesa donde se reúnen todas las tardes los médicos cubanos e italianos para discutir los casos más complejos y tomar decisiones. En la pared desconchada ―debo recordarle al lector que este espacio formaba parte de un centro cultural multiuso―, puede verse aún una extraña pintura que se antoja prehistórica, aunque es muy moderna: dos cromosomas enlazados y dos palabras premonitorias en el ADN: biología, ideología. Frente a ellas, por pura e irónica casualidad, debaten la medicina cubana y la italiana. A continuación, hay un pequeño espacio para descansar y confraternizar: una cafetera eléctrica, a veces dulces y asientos rectangulares, a modo de pequeños sofás, algunos sin respaldar, que no admiten más de seis personas sentadas a la vez, con dos mesitas de madera y hierro. En una, hay un stock de novelas de autores italianos, en esa lengua. Detrás de una de las dos áreas de computación que siguen, se exhibe una obra de arte ―una diferente cada mes―, del pintor piamontés Carlo Fornara.

Las computadoras muestran todo lo que sucede en la zona roja: las cámaras que funcionan en su interior pueden visualizar cada cama y cada paciente (o todos, o cuatro o dos a la vez), y ofrecer sus datos vitales en tiempo real. Pero no todas cumplen esa función. Cada vez que se atiende a un paciente en la zona roja, el enfermero introduce en la computadora del cubículo donde se encuentran la apreciación médica y los procederes o el medicamento orientados. Ello aparece en las computadoras que están afuera. Es enorme la burocracia médica. Informes, autorizaciones, estadísticas, son redactados en ellas diariamente. Es una burocracia sin papeles, digital, como debe ser en el Primer Mundo. Aunque al final, cada documento se imprima, y se certifique con cuños y firmas indelegables. Una brigada de sanitarios se encarga cada día de gestionar esos informes. Pero solo una persona pone su cabeza en la guillotina y firma. Lo último, o lo primero para el que llega de la calle, es un almacén de medicamentos, construido como local independiente. Así es y funciona el hospital covid-OGR de Turín.

Sábanas blancas de verano

Martes 26 de mayo

¿Ha llegado el verano? La pregunta brota inaudible para que no la escuche el Dios de la estación y se arrepienta. En Crema, fuimos cocinados a fuego lento en la Plaza del Duomo, durante el acto de despedida que transcurrió entre las once de la mañana y la una de la tarde. El sol, perpendicular, nos hizo sentir en Cuba; pero el clima de Turín, a cuatrocientos metros sobre el nivel del mar, es menos cálido. Aun así, dicen que el mes de agosto es sofocante. La ciudad, rodeada por los Alpes, arde. Por la salud del pueblo italiano, esperamos estar en casa, junto a nuestras familias.

“Los amaneceres y las noches son ligeramente fríos, pero el día se abre y, por la tarde, sobran las mangas largas.”

Lo cierto es que ya no es imprescindible el abrigo. Los amaneceres y las noches son ligeramente fríos, pero el día se abre y, por la tarde, sobran las mangas largas. La gente estrena su ropa de verano con la misma ansiedad que nosotros la ropa de invierno. Un solo rayo de sol basta para que las personas se exhiban en los balcones y se embadurnen de cremas protectoras. Han aparecido también las sábanas blancas y la ropa de todos los colores, colgadas en los balcones. Supongo que existen las secadoras automáticas; pero, aunque Turín no es Nápoles, nada iguala el milenario efecto solar sobre la ropa y el espíritu. Este domingo, sin embargo, la televisión italiana trasmitió imágenes preocupantes: cientos de personas, sin nasobuco, aglomeradas en los parques. Es instintivo, un acto de liberación que enlaza la llegada del verano con la abolición del encierro hogareño.

La actividad del hospital sigue su curso. La novedad fue la visita de los directivos de la empresa que lo administra. El hospital Covid-OGR ha sido un éxito rotundo —su estilo multidisciplinario no es común para este tipo de centro en Italia—, a pesar de que otros de similares características habían fracasado antes. Todas las tardes, alrededor de las dos, se producen verdaderas sesiones científicas. Los principales especialistas de Italia y de Cuba se reúnen para analizar los casos más complejos. Los cubanos se han ganado un respeto en esos debates y sus opiniones marcan pautas. El doctor Julio Guerra —que hoy, sea dicho ya, cumple cuarenta y cuatro años— se entusiasma al hablar de los casos discutidos; “muy bonitos”, dice a veces y se olvida de que no soy médico.

“…la característica de nuestros especialistas es que se saltan lo que impone el libro y van al paciente”.

Para explicar la reacción del director clínico del hospital, sin tener que describir los casos, diré que la característica de nuestros especialistas es que se saltan lo que impone el libro y van al paciente, y que, a veces —lo han demostrado—, la solución más efectiva es la más simple. Lo cierto es que hoy, ante la evidente mejoría de una anciana de noventa y cuatro años, a partir de un criterio clínico de Julio, el doctor Alessandro Comune —quien ocupa el cargo antes mencionado y conduce las sesiones— expresó emocionado (las emociones no son consideradas científicas):

Ustedes, que diagnostican con pocos recursos, son muy exactos, muy precisos. La medicina de los cubanos es más limpia que la nuestra y la que enseñan es mejor que la que enseñamos en nuestras universidades. Resuelven problemas con poco, piensan, utilizan los elementos clínicos para diagnosticar y lo hacen con precisión, sin necesidad de análisis complementarios. En mi hospital de procedencia, hubiésemos gastado un arsenal de recursos, y el resultado no hubiese sido mejor.

Aunque el verano hace que las personas sean más extrovertidas, creo que esa opinión empezó a formarse una mañana de primavera en la que un grupo de médicos y enfermeros cubanos (y Julio con ellos) entró, por primera vez, a la zona roja.

Julio.

Médicos y no bombas

Lunes 25 de mayo

Nos recoge Michele a las 9 de la mañana. Hace ya dos horas que desayunamos, y que los brigadistas del turno de la mañana entraron a la zona roja. Se une a nuestra pequeña comitiva Diana Bagnoli, una fotógrafa profesional de la revista National Geographic. Pero nos dividimos: René, el epidemiólogo, sigue con ella hacia el Dormitorio del Gruppo Abele para mujeres “en situación de calle”. Hoy les están aplicando la prueba del tampón a todas sus inquilinas, por primera vez. Michele, José Luis y yo seguimos hasta el Parque Dora (la antigua Fundición de Acero) donde se inaugura un mural dedicado a la solidaridad médica cubana, cuyos primeros brochazos vimos dar, de forma casual, en una visita anterior. Estos muchachos, algunos muy jóvenes, militan en organizaciones radicales: la Red de los Comunistas, y las juveniles de Noi Restiamo (estudiantes universitarios) y OSA (Opposizione Studentesca D’Alternativa, de enseñanza media). Todos llevan pulóveres negros. Están formados en silencio, inmóviles por unos minutos frente al mural, y sostienen las banderolas de las tres organizaciones, la bandera cubana y carteles que se alternan con dos mensajes: “Rompere il bloqueo” y “Nobel per la Pace alla Brigata Henry Reeve”. Tengo el encargo de decir algunas palabras de agradecimiento a nombre de la Brigada cubana. Después hablan representantes de los organizadores, y se vinculan al Capítulo italiano de la Red de Intelectuales y Artistas en Defensa de la Humanidad.

Al finalizar el acto, que ha sido trasmitido en vivo por las redes, conversamos. El mural es hermoso: además de la bandera cubana y la del 26 de Julio, hay rostros de médicos con sus nasobucos. En el centro: Fidel. Arriba, de un lado al otro la frase “Médicos y no bombas”. Abajo, más pequeño: “Patria é Umanitá” y “Grazie Cuba”.

El ambiente en estos días es confuso. En el hospital trabajan médicos italianos con experiencia, pero también unos diez jóvenes, con uno o dos años de graduados. Firmaron un contrato por dos meses que vence esta semana, y no hay indicios de que será renovado. “De hecho no tenemos distribuidos los turnos de la semana que viene”, me dice Humberto, de 25 años, que habla español, porque la práctica docente la realizó en España. “Si no renuevan el contrato la mayoría de nosotros intentará pasar el examen que nos permite iniciar los estudios de especialidad y tendremos que quedarnos en casa para estudiar” —la que habla ahora es Paula, de la misma edad, que viene de Lecce, en el Sur de Italia. “Ese examen —continúa—, que usualmente es en julio (no sabemos qué pasará este año) lo aprueba uno de cada dos estudiantes, hay muy pocas plazas para muchas personas. Y si no tienes una especialidad, usualmente aquí encuentras solo trabajos provisionales, sustituyendo a alguien en la estructura privada o en laboratorios de sangre, y no es lo que queremos”. Me intereso por saber cómo transcurre la relación con los médicos cubanos. “Agradezco lo que hacen —dice rápidamente Paula—, porque lo necesitamos de verdad. Nosotros somos muy jóvenes, y tener a especialistas como ellos con experiencia, sobre todo en urgencias, nos da mucha confianza”. “Al inicio la dificultad mayor era con el idioma —considera Humberto—, pero después me percaté, especialmente en el caso del doctor Abel Tobías, que sin hablar (aunque ahora hablan más), pero sin hablar, solo con las manos, hablando con el cuerpo, trasmiten humanidad al paciente. No sabes cuánto lo agradecen ellos en los mensajes que dejan al salir.”. Federico, de 33 años, y dos y medio de experiencia, jugador de béisbol, apunta: “El trabajo aquí es muy estresante, vestidos con esos trajes que dan mucho calor, los pacientes que se quejan, porque no están en su casa…, pero trabajar con gente de tanta experiencia y humildad nos inspira coraje”. “Ustedes trabajan con alegría, y eso es importante”, añade Paula, la que viene del Sur, y ríe: “Quiero destacar la labor de los epidemiólogos René y Adrián, porque tienen una paciencia tremenda, sobre todo conmigo”. “Cada uno respeta su trabajo —explica Humbertoè—. Desde el dermatólogo hasta el epidemiólogo, cada uno sabe lo que tiene que hacer y los demás lo respetan por eso. El Árbol afuera, con sus cintas blancas es la demostración de que funciona, ¿no?”. Pero Paula lo resume todo así: “Yo he aprendido más en esta experiencia que en cualquier otra anterior durante mis años de estudios”.

Turín: Nuevas cintas blancas en el Árbol de la Vida

Domingo 24 de mayo

Regreso a Turín, “mi” ciudad, y a mi brigada (esto, sin comillas), la segunda en arribar a Italia. La misión de nuestros hermanos de Crema ha finalizado, pero la nuestra continúa. El hospital COVID – OGR de Turín, una gran ciudad, sigue lleno de pacientes. Ayer se colocaron nuevas cintas blancas en el Árbol de la Vida: ya son 64. Mis compañeros sienten hoy más fuerte la nostalgia de la Patria, ante el inminente regreso de los otros. Estuvieron al tanto de la despedida. Muchos de los de allá son amigos, hermanos, de los de acá, y lógicamente se comunican. Pero tanto ellos como nosotros —como mínimo, la brigada de Turín permanecerá un mes más en el combate por la vida— tendremos al finalizar que cumplir dos cuarentenas: una aquí antes de partir, y otra en Cuba, al llegar. Hoy en la mañana empieza el recogimiento sanitario de los de Crema.

En mi ausencia cumplió años otro amigo santiaguero. No debe resultar fácil seguir una conversación de sobremesa en el hogar del doctor Jaime Zayas Monteaugut, especialista en medicina interna, con un diplomado en cuidados intensivos. Su suegro y su esposa también son médicos y uno de sus hijos cursa el 5to año de la carrera de medicina, y se graduará con título de oro. No es casual que la niña, con 13 años, diga que quiere ser neuróloga y explique por qué: en una serie japonesa vio un “interesantísimo” caso de un paciente con “esclerosis lateral amiotrófica” y ella, claro, descubrirá sus causas. En la casa hay un anaquel que solo alberga libros de medicina. Pero “no queremos forzar a la menor, la mamá y yo hemos hablado del tema”, dice. Jaime cumplió ayer 48 años. Natural de La Maya y residente de Santiago de Cuba, trabaja en el Hospital Juan Bruno Zayas. Conoció a su esposa durante la carrera, y se hicieron novios en 5to año, a la edad que ahora tiene el futuro nuevo médico de la casa. Ella es especialista en MGI, con varios diplomados, profesora y metodóloga de la Facultad de Medicina de la Universidad. Toda su vida la ha dedicado a la docencia, y a los dos hijos que tienen en común. Jaime estuvo por dos períodos casi seguidos en Venezuela, de 2009 a 2013, en el Estado de Miranda y luego durante quince meses en el Hospital de Mariara, de 2014 a 2015. Ella tuvo que lidiar sola con el muchacho en plena adolescencia. La figura femenina también significó mucho en su propia vida: “Mi padre era chofer de rastras, y mi mamá ama de casa. En pleno período especial del 90 al 96 me hice médico, gracias a mi mamá, porque ya mi papá había fallecido, y ella lo fue todo: mamá, papá, fuente de ingresos, inspiración… Le debo mucho a mi mamá. Yo soy el reflejo de mi mamá, y de eso me siento muy orgulloso”. Pero este hombre reflexivo, pausado, noble, tiene un hijo mayor, de 31 años y una nieta, de su primer matrimonio, “yo tenía entonces 17 años, imagínate”. También de ellos está orgulloso. Ese hijo es informático y vive en su pueblo natal, La Maya, muy cerca de la casa de su mamá (de su abuela).

Sobre su experiencia en Turín me comenta: “Aquí la tecnología es muy buena, facilita las cosas pero te aleja un poco del paciente, una computadora desde una oficina, aún cuando tenga toda la información, no sustituye lo que puedas percibir junto al paciente, tocándolo, examinándolo, comprobando en él lo que la máquina está diciendo. Estamos adaptados a atender enfermos y no enfermedades. Ayer que era mi cumpleaños, estuve casi 24 horas despierto, porque con el cambio de hora desde las doce de la noche ya empezaron a llamarme, a pasarme mensajes, después los compañeros que trabajan en mi turno se reunieron conmigo antes de entrar a la guardia, así que la pequeña actividad social que pudimos hacer estuvo limitada, porque tuvimos que incorporarnos a la guardia médica de doce horas. Y hoy amanecí en el hospital”.

“Patria es Humanidad”

Sábado 23 de mayo

La Plaza es pequeña, pero quizás lo parezca más por la altura de su Iglesia. El conjunto es hermoso. Casi en la esquina de la acera opuesta a la monumental iglesia, está la Alcaldía. En un pequeño balcón cuelga una bandera cubana. Hay otro más amplio al lado, con tres astas, y en cada una de ellas, las banderas de la Unión Europea, la de Italia y la del Municipio. Falta quizás una cuarta, que no existe: los seres humanos debiéramos tener una bandera común para todos. Pero la pared contiene otros mensajes: uno permanente, la constancia en mármol de que Giuseppe Garibaldi, el paladín de la independencia y de la unidad de Italia, se dirigió a su pueblo desde ese balcón el 10 de abril de 1862; más abajo, otro circunstancial, un cartel con un dibujo de José Martí que reproduce su frase ejemplar: “Patria es Humanidad”. Precisamente Martí había escrito del italiano (que en 1850 estuvo unos días en La Habana): “(…) De una patria, como de una madre, nacen los hombres: la Libertad, patria humana, tuvo un hijo, y fue Garibaldi…”.

En la plaza están formados a una distancia prudencial uno del otro los 52 médicos y enfermeros de la Brigada cubana Henry Reeve. Llevan todos un pulóver con una leyenda: “Me dicen Cuba”. Es una marca que significa solidaridad.

Detrás de una valla, al final de la plaza, se aglomeran los agradecidos, con banderas cubanas y carteles hechos a mano. Entonces se produce una acción inesperada: algunos médicos rompen la fila y se acercan a la valla. Rescatan a una mujer tímida que observa desde allí. La trae de la mano un brigadista y los demás empiezan a aplaudir. Ahora está en la fila. Llora. Es una enfermera cubana que vive en Crema desde hace 20 años, y que trabajó de manera voluntaria junto a la Brigada en la zona roja del hospital de campaña. Su nombre es Ailed. Pero si está en la fila, su nombre también es Cuba. Al niño van a buscarlo, porque estaba invitado. Lo han traído sus padres. Es el niño de la bandera. Se deja retratar, sonríe, devuelve el saludo, intuye que su gesto lo ha convertido en símbolo. Y parece asumir esa responsabilidad con aplomo. Han llegado unos cuarenta alcaldes de los municipios que el hospital de Crema atiende. Todos llevan la banda tricolor. Uno tiene la camisa desabrochada, y abajo, un pulóver con la bandera cubana.

Suenan las notas del Himno Nacional de Cuba, y lo cantamos todos, pero un nudo me amarra la voz. Después, viene el de Italia. Se suceden los oradores, el Secretario de Salud de la Región, el Prefecto, el Cura, la Alcaldesa… Me detengo en ella. Esa mujer menuda, toda nervio y corazón, le da un vuelco al discurso y lo sitúa en contexto: “lo que han hecho los cubanos, llegando del exterior, como ‘extranjeros’ (…) demuestra que la única forma de actuar [ante cualquier extranjero] es acogerlo, comportarnos como hermanos (…) Nadie debe ser extranjero en Crema, a partir de ahora tendremos un argumento decisivo”. Irma Dioli, presidenta de la Asociación de Amistad Italia Cuba, la convierte en miembro de honor de la organización. Nuestro Embajador saluda y reconoce la labor de los médicos y enfermeros italianos que compartieron la angustia y el empeño de salvar vidas. De repente, las campanas de la Iglesia empiezan a tañer; todos lo sienten como un homenaje involuntario a la solidaridad de Cuba. Los cubanos reciben placas y diplomas de reconocimiento, un medallón con las banderas de Italia y Cuba, pero sobre todo, aplausos, aplausos, y agradecimientos sinceros.

Veo rostros conocidos. Hay dos viejos amigos, estuvieron en el ébola. Leonardo, el mayor, cree que esta es su última misión, tiene 67 años, pero no sabe: “si me necesitaran…”, agrega quedo. Graciliano de 64 años, me mira sonriente. Alrededor hay jóvenes, para algunos fue su primera vez. Maykel Pons, de 34 años, resume así su visión sobre los más experimentados: “La relación ha sido magnífica. No le miento: inicialmente teníamos un poco de temor, pero hemos recibido de ellos mucho apoyo, y la experiencia de sus misiones anteriores, sobre todo del ébola. El comportamiento de los más viejos ha sido un estímulo para nosotros, y hoy somos uno solo: no tenemos ni cinco ni diez años de experiencia, fuimos todos el mismo hombre, trabajando en el mismo frente”. Hay relevo. Se “apagan” las luces. Ha terminado el acto. Se cierra oficialmente la misión en Crema, en la Región de Lombardía, la primera en Italia y en Europa.

Un parque, una paloma y un mural

Viernes 22 de mayo

¿Cuánto puede hacer el ser humano por el ser humano? No pretendo hacer preguntas sencillas, que parecen complicadas; las hago porque hay seres humanos que anteponen sus intereses a la vida de los demás. Parodiando (y suavizando) una frase conocida, diría: “señores, no es la psicología la que determina, es la economía”. El coronavirus nos ha puesto a pensar. Hoy en la mañana el embajador de Cuba recorrió, junto al vicepresidente del Gobierno Regional de Piamonte y al jefe de la Brigada Médica cubana, algunos parques de la ciudad de Turín. El propósito era preparar espacios naturales amplios y seguros para que los niños salgan de su encierro hogareño en tiempos de pandemia, y jueguen al aire libre.

Uno de los parques es “el esqueleto de hierro de una enorme fundición de acero”.

Es probable que este virus, como muchos otros de los que no tenemos noción, comparta con nosotros, en lo adelante, el espacio que nos hemos adjudicado sobre la Tierra. El Gobierno de la ciudad quiere que nuestros epidemiólogos (¡vaya que se han hecho famosos Adrián y René!), asesoren el proyecto: entradas y salidas bien concebidas, condiciones internas que eviten la aglomeración, etc.; un diseño epidemiológico completo, eficaz. La ciudad puede vanagloriarse de sus parques; los atraviesa el río Po. Uno de ellos sorprende: es el esqueleto de hierro de una enorme fundición de acero. Dicen que fue la más grande de Europa o del mundo, no sé.

El padre de mi amigo Michele trabajó aquí, fue uno de los miles de obreros que llegaron —y llegan— del sur de Italia. Lo acompañó de niño, durante sus horas de trabajo. “Con dos vueltas completas que le dé mi hijo en bicicleta, ya se cansó”, comenta en broma el Cónsul de Cuba en Roma. Ahora es eso: un parque. Algunas mujeres delgadas, pero musculosas, ensayan números de circo en una esquina.

“Algunas décadas atrás, esas columnas herrumbrosas; o aquellas paredes semiderruidas, llenas de grafitis; indicarían abandono, serían consideradas feas. A nadie se le ocurriría hoy pintarlas o resanarlas”.

Es curioso cómo evoluciona el juicio estético. Algunas décadas atrás, esas columnas herrumbrosas; o aquellas paredes semiderruidas, llenas de grafitis; indicarían abandono, serían consideradas feas. A nadie se le ocurriría hoy pintarlas o resanarlas. Tampoco se pintan las paredes descoloridas de las antiguas Oficinas de Grandes Reparaciones (OGR), sede actual del hospital para tratar la Covid-19. Ayer, por cierto, una puerta quedó abierta por unos minutos y entró a la zona roja una paloma. ¡Qué conflicto tan antinatural el de la naturaleza y los seres humanos! La inmensidad de esos espacios sobrecoge; uno intuye que detrás de la fiebre productiva, hay historias humanas que nunca se escribieron.

Casi al irnos, un muchacho, enterado de que viene con nosotros alguien de la brigada médica cubana, pide que veamos el mural que están pintando en uno de los muros de la instalación. La emoción es grande: un grupo de jóvenes pintan el rostro de Fidel, banderas cubanas, médicos con el correspondiente nasobuco y una frase del Comandante en Jefe: “Médicos, no bombas”. No me perderé su inauguración. Pero hoy, salimos después de almuerzo hacia Crema. Mañana será el acto oficial de despedida de la primera brigada médica en llegar a Italia, a Europa. Ya les contaré.

“…un grupo de jóvenes pintan el rostro de Fidel, banderas cubanas, médicos con el correspondiente nasobuco y una frase del Comandante en Jefe: ‘Médicos, no bombas’”.

La otra brigada Henry Reeve

Jueves 21 de mayo

Son las 10:50 p.m. en Italia. Hemos compartido hoy una tarde–noche hermosa. Las dos brigadas de Turín se han reunido en el área verde del hospital. Me refiero a la que llegó de Cuba para salvar vidas, y a una de jóvenes italianos que se conformó para ayudarnos en el empeño. “Son dos brigadas Henry Reeve ―dijo el doctor Julio―, porque perseguimos el mismo objetivo: que se curen todos los que están del otro lado del cristal”. Casi todos hablan español. No son trabajadores de la salud, aunque muchos se han inscrito en la Cruz Roja. Son jóvenes solidarios. Hay también tres argentinas, una cubana y una marroquí, que residen en la ciudad. Se turnan, como nuestros brigadistas, pero siempre están; y uno empieza ya a sentirse apegado a ellos, a desear que lleguen, porque son excelentes seres humanos. Cuando arribamos a Turín nos entregaron un listado con sus nombres y sus teléfonos y una leyenda que parecía inverosímil, pero que ha sido puesta a prueba: “desde hoy estará activo 24 horas un servicio de atención para ustedes en español”. Los llamamos para todo ―una computadora que no funciona, el café que falta, la tintorería finalmente resuelta―, y a todo responden, se movilizan, y si uno no puede, viene el otro. Sin titubear se han puesto el traje especial y han entrado a la zona roja para traducir y facilitar la comunicación. El encuentro fue convocado a solicitud del Embajador de Cuba en Italia, y en él participaron también los directivos de la Casa de Estudios Italia-Cuba. Previamente cenamos, y la comida siempre desabrida del hospital (sin condimentos), que es la que nos toca cada día, fue reforzada por otra de un restaurante llamado La Isla, que quiso obsequiarnos frijoles negros, hechos por manos cubanas.

Hablaron muchos. También, por supuesto, el embajador, Michele Curto, que es el líder de la brigada italiana, y Julio Guerra, el de la nuestra. La grabación tiene más de una hora, y no podría transcribir las palabras de todos. Quiero solo citar algunas frases, tomadas al vuelo.

Matías dijo: “Trabajar por Cuba no es un trabajo, es demostrar cada día que puede existir un mundo mejor, un mundo diferente: ustedes son la prueba. Cuando tenga hijos podré contarle que alguna vez trabajé con médicos y enfermeros cubanos que vinieron aquí a ayudarnos por nada”.

Daniele, que ha traído de su casa las cintas blancas para el Árbol, apuntó: “Estar aquí me ha permitido hacer algo útil por los demás. No es lo que se ve hoy en el mundo y en Europa, este ha sido un mensaje de solidaridad al Primer Mundo, y no al revés, como suele concebirse”. La cubana Iliana, una cantante lírica que reside con su esposo en la ciudad, añadió desde su perspectiva: “Siendo cubana, conozco el valor de nuestros médicos, pero he crecido humanamente con ellos, con el doctor Guerra, que es el más serio, con el doctor Abel, el hermano que no tengo, con Adrián y René, que hacen una pareja formidable, con el doctor Acebo, que es una persona exquisita… todos son muy humildes, desde hoy el ciclo muerte–vida lo podré cantar mucho mejor”. René, por su parte, agradeció el apoyo que recibe en la aduana sanitaria: “Somos un equipo. No hubiésemos alcanzado los resultados que tenemos sin el apoyo de los amigos italianos, que se han convertido en una gran familia”. Ilham, la italo-marroquí, afirmó: “es impresionante ver a esta gente cada día sonriente, entrando por esa puerta, con un sentido de humanidad que en Europa, en el Primer Mundo, muchas veces se olvida, porque los cubanos no ven a los pacientes como clientes, sino como hermanos, como familia, y eso hace la diferencia”. Estar en Italia, en el raro papel de cooperantes y no de turistas, fuera de los museos y de las plazas más visitadas, ofrece el privilegio de conocer a gente de pueblo y de saber que existe otra Italia, quizás la verdadera, solidaria, capaz de entregarse sin miramientos. Gracias a Italia por ello.

Más cintas blancas en el Árbol de la Vida

Miércoles 20 de mayo

Mis descripciones y entrevistados siempre han tenido una frontera infranqueable: la que establece la aduana sanitaria a través de la cual se accede a la zona roja del hospital. Hoy, después de muchas clases prácticas de cómo vestirse y desvestirse y del cuidado especial de Adrián para protegerme lo necesario, crucé la línea, en compañía de otros médicos y enfermeros. Recorrí cada cubículo del hospital. Presencié los intercambios entre doctores cubanos e italianos, la paciencia que desbordan al escuchar a sus enfermos, ya sea cuando describen un malestar o cuando expresan su impaciencia por irse, o, por el contrario, la aspiración a quedarse más tiempo, y la competencia de los enfermeros. El traje es muy caluroso, y realmente, el trabajo intenso que realizan durante horas, agotador. Llevamos dos guantes: el que está sobre la piel, sostiene con el dedo gordo, como se hacía durante la epidemia del ébola, la manga del traje. No toco nada, las manos cruzadas sobre el pecho. Pero cada vez que un médico o un enfermero tocan a un paciente, se cambian el guante de afuera. Al entrar y al salir de cada cubículo, frotamos las manos doblemente enguantadas con gel hidroalcohólico. Solo una vocación científica y humana ―¿o son la misma en un profesional de la salud?— acendrada, los sostiene, y mantiene la sonrisa en sus miradas. Una de las pacientes cree que es más que eso; dice que el doctor Abel Tobías “siempre trae una alegría contagiosa”. La zona roja (que es el único salón de este peculiar hospital, con 92 camas), hoy alberga a 59 pacientes, 11 en estado grave y crítico. Todos los días se llevan y traen inquilinos. Hasta el momento, han sido dados de alta 55. Y no hay fallecidos. El Árbol de la Vida se ha llenado de cintas blancas. Usamos el celular que siempre se mantiene dentro de la zona para grabar unos diálogos breves con pacientes que han sido previamente consultados, y enviamos la grabación por WhatsApp a nuestras cuentas. Me asiste Matías, uno de los jóvenes lazarillos dispuestos a todo.

La primera paciente en acceder fue Ángela, una señora mayor muy locuaz, cuya frase sobre su doctor acabo de citar: “He recibido muy buen trato. Los doctores y las enfermeras son amables, cuidadosos, he sido muy bien atendida. Bueno, este no es el lugar más alegre del mundo, no hay luz solar, solo la artificial, pero por lo que suele decirse de un hospital, hasta diría que lo pasé bien. Soy casada, vivo en un Hogar de Ancianos en un pueblo cerca de Turín con mi esposo, que está bien, el tampón le dio negativo, pero lo extraño mucho; tenemos dos hijos, uno de 48 y otra de 46 años, y nietos que son la joya de mi vida, espero regresar pronto”. Y reafirma su criterio sobre el médico que la atiende: “El doctor Abel es muy gentil, muy simpático”.

En otro cubículo conversamos con María Pi, asistente en un Centro Dental. “El tampón dio negativo y pronto saldré a casa ―me dijo esta mujer, que es paciente del doctor Manuel―. Estoy muy contenta con el trato que recibí, los médicos y enfermeros son muy profesionales, muy buenos, y desde el punto de vista humano me he sentido tratada con respeto. Tengo una hija de 36 años que vive con su compañero, no tengo nietos. El doctor Miguel es bravísimo, como médico y como persona, he recibido una atención espectacular”. Todos se quejan de los baños, pero es un tema insoluble en una estructura provisional como esta. De pronto me dice: “Yo viajé a Cuba, me gustó mucho y estoy contenta de que los cubanos estén aquí. Estuve dos semanas de vacaciones en La Habana y en Guardalavaca, es un país bellísimo, y si pudiera volvería ahora mismo”. La esperamos allá, le dije al despedirme.

Me habían hablado de él, y quería conocerlo. Pude comprobar que sobre los artistas se tejen leyendas falsas: el pianista Giovanni no se mostró irritable, para nada; fue amable, colaborativo.

Nos han dicho que usted es un pianista famoso…

Gracias. [Amplia sonrisa] Toco y enseño piano en un Liceo Elemental de Música, en Turín. He ofrecido muchos conciertos en el pasado y todavía los doy.

¿Se siente bien atendido?

Muy bien, los enfermeros y los médicos son muy escrupulosos, muy amables, muy atentos con los pacientes, pero si puedo decir algo malo de la estructura es que los baños son muy pocos, pequeños y podrían ser mejorados.

¿Sabe que en el hospital trabaja una brigada médica cubana?

Supe de su llegada por la televisión antes de ser ingresado y también sabía que trabajaban aquí. La relación con ellos es muy buena, incluso en el idioma, porque, aunque no hablo español, si ellos lo hacen despacio los puedo entender.

¿Y el doctor Miguel?

Es muy amable, muy buen doctor en mi opinión, y la asistencia en general es óptima.

¿Lo espera su familia?

Tengo a mi esposa y a mi hija de casi 7 años. Todavía no toca el piano, pero lo hará, estoy seguro. Ahora está en una escuela de canto, de coros.

¿Qué extraña más, el piano o la familia?

A mi familia, sin dudas. [Sonríe nuevamente]. Y a mi piano también.

Al despedirnos, le dije que me gustaría asistir a un concierto suyo… en La Habana.

Actuar como martiano, aunque sea puntualmente, es serlo

Martes 19 de mayo

Raúl González García nació el día en que, muchos años antes, murió, físicamente, José Martí. Aunque no es culpable de la coincidencia, siempre alguien se lo recordaba, para subirle el listón. Cumplió en algo: ha sido un estudiante aplicado, obsesivo, en una disciplina cuya esencia es servir a los demás. Se graduó muy joven de enfermero en el Plan Emergente ideado por Fidel, con la intención de seguir después la carrera de medicina, pero se metió en el mundo de la enfermería, le gustó, se hizo licenciado. No le pareció suficiente: terminó los Diplomados en Oxigenación Hiperbálica, y en Medicina Subacuática, y pasó entrenamientos en barotecnología, y en unidades intensivas. Pronto iniciará un tercer Diplomado en Ortopedia. Hoy cumple 33 años con la satisfacción de ser, además, Doctor en Ciencias de la Enfermería. Su tesis, defendida con éxito en el Complejo Científico Ortopédico Frank País, se titula “Un modelo de enfermería para el mejoramiento del desempeño profesional del enfermero que atiende a pacientes con artroplastia de cadera”. Cumplió su primera misión en Mozambique el año pasado con la Henry Reeve, después del paso de un huracán por la ciudad de Beira. Cuando anunciaron la salida de la primera brigada para enfrentar el coronavirus, fue su mamá la que dijo, como una Mariana: “prepárate que detrás vas tú”. Su compañera de vida, la técnica en economía Sheyla Leyva Baños, tiene seis meses de embarazo. Es el primer hijo y ya saben que será varón. Su nombre será Amé Raúl. ¿Amé? Sí, del verbo amar.

Hace un cuarto de siglo, es decir, veinticinco años, conmemoramos el centenario de la caída en combate de Martí. Lo que entonces conocíamos como “campo socialista” había desaparecido, y la euforia de la más recalcitrante derecha no le auguraba mucho tiempo de sobrevida a la Revolución cubana. Los intelectuales por encargo no solo decretaban el fin de la historia, sino que anunciaban también “la hora final de Castro”. Dos veces en la historia de Cuba posterior al día fatal en que cayera, Martí, de traje, revólver en mano, ha retomado las bridas de su caballo: cuando se conmemoró el centenario de su nacimiento en 1953, y acompañó a los asaltantes del Moncada; y cuando se conmemoró en 1995 el centenario de su caída y marchó, “en cuadro apretado”, junto a su pueblo, para defender la cubanía del proyecto social de justicia que, en tiempos nuevos, tenía que ser socialista.

Las brigadas cubanas, en Turín o en Crema, o en cualquier otro lugar del planeta, no solo pelean contra la abulia, el egoísmo, los intereses mezquinos, del modelo social que en los años noventa se sintió no solo ganador, sino eterno. La pandemia muestra la radiografía de un mundo enfermo. No digo que todos los médicos y enfermeros internacionalistas sean expertos en la obra escrita o la vida de Martí —aunque hoy disertó el doctor Tobías ante sus compañeros—, pero en tanto han acudido al llamado de otros pueblos, en tanto encarnan ese ideal de justicia, de entrega a los necesitados, actúan como martianos. Actuar como martiano, aunque sea puntualmente, es serlo.

“Listos para corresponder a la ayuda y al cariño recibidos”

Lunes 18 de mayo

Las fotos muestran a un grupo de italianos con sus amigos. Nada especial. En las redes sociales circulan miles, probablemente millones de fotos similares. El encuentro se produjo ayer domingo, en la pequeña comunidad de Crema, en la Región de Lombardía. El internauta casual no sabrá identificar los rostros que aparecen en las fotos. Sin embargo, a pesar de los nasobucos, es difícil que uno solo de los pobladores de Crema ignore lo que hacen y de dónde vienen estos hombres. Ellos mismos no están habituados a verse en ropa de calle, pero se conocen muy bien. Llegaron hace casi dos meses, cuando los cremenses, encerrados en sus casas, veían cómo la muerte se adueñaba de sus calles. Han ganado la pelea. Al menos esta, porque vendrán otras.

No creo que la gente de aquí supiera mucho de Cuba, pero la conocieron de la mejor manera posible. En las fotos hay médicos italianos y cubanos: intensivistas, anestesiólogos, neumólogos. Son los héroes del pueblo. Sus nombres son corrientes: los italianos Juseppe, Alberto, Julio, Fulgencia, Marcia, Vittorio; los cubanos Pedro Julio, Yosvani, Juan, Fernando, Leonardo, Leondan. Las fotos no lo revelan todo. Alberto leyó un texto en español, más explícito que cualquier imagen: “Estimados amigos y colegas cubanos: Hoy estamos aquí para pasar un día alegre. Hemos tenido momentos difíciles en la lucha contra la Covid. Juntos, italianos y cubanos, luchamos en una guerra, sufrimos y sufrimos el dolor, y vimos la muerte. Luchamos, lado a lado. Los italianos acostumbramos a pasar el domingo en familia, con los seres queridos. Me gustaría decir que ustedes son miembros de nuestra familia, son personas muy queridas. Les damos las gracias por todo lo que han hecho por nosotros. Nunca olvidaremos su apoyo, su solidaridad, su amistad. Entiendo lo que significa mantenerse alejado de la familia, y de los afectos. Entiendo lo que para ti significa venir a Italia y dejar a tu familia. Recibe toda nuestra gratitud, nuestra cercanía, nuestra amistad. Pronto regresarán a su hogar, y estamos contentos por eso. Pero cuando estén en Cuba, sepan que en Italia tienen amigos, y que estaremos listos para corresponder a la ayuda y al cariño recibidos, siempre”.

Continúa la batalla en la zona roja

Domingo 17 de mayo

No existen sábados ni domingos para la brigada médica en Turín. Las rotaciones se mantienen, y el trabajo en el hospital y fuera de él, no cesa. Una brigada “invisible” de jóvenes voluntarios nos acompaña todos los días. Algunos han estado vinculados a un grupo de solidaridad con Cuba, otros responden a un llamado que exige en primer lugar conocer la lengua española. Se turnan también, hasta la noche, y algunos se han puesto el traje para traducir dentro de la zona roja. Son nuestros lazarillos. Una italiana, hija de marroquíes, escribía hoy un mensaje que un médico cubano entregaría del otro lado de la “aduana” sanitaria. Resulta que ayer en la tarde encontró a un anciano de 82 años parado tras el portón del complejo, porque no sabía si su esposa estaba ingresada allí. La habían internado en otro hospital, pero la trasladaron, sin decírselo, al nuestro. El anciano permanecía en la calle, esperando. La cooperante conversó con el hombre, le dio la información que necesitaba. El médico cubano le entregó a la esposa el papel que explicaba lo que había sucedido, pero esta se encontraba desorientada, hipoacústica, sin los aparatos para la escucha, incapaz de comprenderlo. Hace algunos días, la dirección del hospital accedió a que una mujer ajena a la institución entrara, con el traje protector, a la zona roja. Adrián, el epidemiólogo cubano de turno, se esmeró en que quedara bien protegida. Al padre de la mujer, casi dado por muerto, lo habían trasladado a este hospital. Y aquí se recuperó. Fue un encuentro conmovedor. Son anécdotas humanas, a veces tristes, a veces alegres, que enriquecen el trabajo meramente científico. Y hermanan a trabajadores italianos y cubanos.

Hoy se acordó en el consejillo médico que se realiza todos los días, dar el alta a un señor de 85 años con cáncer terminal, que se infestó de Covid en el hospital donde permanecía ingresado. Ha tenido sangramientos por la orina, fue incluso trasfundido, pero se ha recuperado bastante y ya tiene dos tampones negativos. Me lo explica el doctor santiaguero Jaime Zayas Monteagut, su médico de cabecera. Ahora se atenderá según el concepto médico de “cuidados paliativos”, en su casa. En estos días se ha discutido un programa de pesquisajes médicos en diferentes barrios de la ciudad —no se había hecho antes en Turín—, en el que participarán médicos y enfermeros cubanos. Y uno de los pacientes que será visitado y atendido en su casa por el urólogo cubano será este, que de esa manera mantendrá su vínculo con la institución hospitalaria. Son solo apuntes de un domingo cualquiera, casi igual al lunes, o al martes, pero diferente, porque diferentes son todos los pacientes y también sus historias.

Hay un virus anterior al virus que nos ocupa: el coronamundo.

Sábado 16 de mayo

Regresamos hoy en la mañana al Dormitorio —temporalmente convertido en Comunidad—, de mujeres sin hogar. Esta vez se reúnen las siete restantes (son 14 las que, por el momento, permanecen aquí): italianas, rumanas, una alemana —¿habrá que decir, a estas alturas, del Este?— y una dominicana. No son jóvenes. La alemana y las rumanas, conocieron el socialismo (no importa si manco o cojo) de sus respectivos países. Trato de entender sus rostros, serios o sonrientes, sus mundos ocultos. ¿Con quiénes chatean en sus celulares? No intento inmiscuirme. Dos de ellas padecen enfermedades mentales. El doctor Abeleira y el traductor Michele, explican las medidas de protección imprescindibles para la sobrevida en tiempos de pandemia. Estas mujeres hablan bien el italiano y tienen más inquietudes. Algunas, las aclara el doctor Julio, que hoy acompaña al epidemiólogo. Entrevisto, más a fondo, a una de las trabajadoras sociales. Al salir, nos detenemos en el jardín de la institución. En un país donde abundan los palacios rodeados de jardines, este no sobresale. Pero las rosas son grandes, diría que enormes, y las hay rojas púrpuras, blancas, rosadas, amarillas. De repente, los cubanos estamos todos fotografiándolas. En esta primavera incierta, las flores son el símbolo más evidente de la vida. En mi cuarto veo un pequeño spot del centro visitado, filmado durante nuestra presencia, en la que se muestra y menciona la colaboración cubana, e identifico a una de las alumnas de hoy cuando le dice al periodista que indaga por su deseo mayor, con la voz quebrada, y el rostro semi oculto: “tener una vida normal”.

“En esta primavera incierta, las flores son el símbolo más evidente de la vida”.

Llegamos al mediodía. En la puerta del hospital, nos entretenemos conversando con los brigadistas que salen de la zona roja. Alguien avisa que la doctora Selene dejó una caja de dulces que sus tíos enviaron a la brigada. A un lado del largo pabellón, en la zona de descanso, de un día para otro, han colocado un pequeño y extraño altar al arte. Todos los meses se exhibirá una obra del pintor piamontés Carlo Fornara (1871 – 1968). Las obras proceden de una exposición que la pandemia interrumpió. La de este mes se titula La paz clara (1903).

Sentado un poco más allá, bebiéndose a sorbos un café mientras escudriña los posibles mensajes de su celular, está Liván Álvarez Forgado, enfermero intensivista que ha venido desde Minas de Matahambre, en Pinar del Río. Casado con una enfermera, es padre de dos niñas, de quince y trece años. Hace dos días cumplió los cuarenta y cinco. Estuvo de guardia en la madrugada del 13 al 14, así que recibió su cumpleaños en la zona roja. “Pasé un día tranquilo, bien, hablé varias veces con mi esposa, con mis compañeros en Cuba”. Él es uno de “los hombres del ébola”. Pero antes estuvo en Venezuela, y después en Guatemala.

Aprehender una realidad tan compleja como es un país, no sucede en un mes. Soy consciente de ello, y es posible que estas crónicas, que son en realidad apuntes para una indagación mayor, en marcha, de relaciones que trascienden la política local, en la que nos movemos cubanos e italianos, nigerianos y chinos, estadounidenses y árabes, para situar puntos cardinales, no sean todavía lo necesariamente exactas. Hoy se discute cómo superar el golpe del tsunami infeccioso del coronavirus; pero también se discute qué sociedad teníamos antes que no pudo contenerlo, y cuál tendremos después. Hay un virus anterior al virus que nos ocupa: el coronamundo.

“Los cubanos atravesaron el Océano para venir a ayudarnos”

Viernes 15 de mayo

En Turín, la secuencia de ingresos y egresos de “nuestro” Hospital sigue siendo intensa. No hay, hasta el momento, fallecidos; y el Árbol de la Vida sigue llenándose de lazos blancos. Hoy volvieron los médicos y enfermeros de ambos países (quizás deba en lo adelante suprimir la mención a “los países”, me gustaría pensar en un solo país, tan grande y tan ancho como la Tierra) a colocar más cintas: ya son 42. Creo que los italianos se han enamorado de la tradición del Árbol, su puesta al día es un instante mágico de confraternidad. El Noticiero de la Región de Piamonte lo exhibió en una de sus emisiones, y la maestra de italiano, al terminar su clase de hoy, pidió que se lo mostraran. Pero igual, salen cinco y entran cinco. Hay un pianista famoso en una de las salas o cubículos, pero dicen que su irascibilidad es proporcional a su talento. Quizás sea solo una de esas leyendas que rodean a los artistas de renombre. Otro paciente clama por salir; tiene dos tampones negativos y no consigue el alta. Pero llegan familiares de enfermos de Covid-19 a las puertas del nuevo hospital, para que reciban allí a sus seres queridos. Se abrieron otros hospitales de campaña dedicados a la Covid-19, pero solo este tuvo éxito. Dentro de la zona roja hay trabajo: 64 pacientes, 11 de ellos en terapia intermedia, con diferentes patologías que se agravan por el efecto desestabilizador de la Covid, pero ya la comunicación fluye de manera natural; si bien los cubanos empiezan a decir ciertas frases en italiano, los de aquí se esfuerzan por aprender algunas en español.

Hoy conversé con la enfermera Alessandra Monzeglio. No voy a transcribir sus palabras. Se trata de una mujer recia, con amplia experiencia en la profesión y en la administración de salud. Enfermó de cáncer y lo superó. Entonces, pensó en una vida más dedicada a sí, junto a su hija. La Covid-19 la llamó a filas y no pudo resistirse: esta es una profesión que se lleva en el alma. Pero no pensó en ocupar responsabilidades. El día antes de la apertura, delante de nosotros, el Director la señaló y dijo: tú serás la coordinadora de enfermería (la mano derecha del director). Fue sincera al enumerar lo que entonces sabía de Cuba: “el ron, el tabaco, el baile, el mar y nada más”. Creo que si yo respondo en similares términos a la misma pregunta, pero sobre Italia, sería muy mal calificado. Pero los del Sur somos más abiertos. Y ella no es, en absoluto, una mujer arrogante. Es importante entender su contexto, y saber que estuvo dispuesta y fue capaz de romper los estereotipos. Pregunté entonces si había escuchado algo sobre la medicina cubana, antes de tener esta experiencia, y su respuesta fue rotunda: “No. Cero”. “Con lo poco que sabía —continuó—, que es lo que una estudia en la escuela, pensaba que la situación sanitaria en Cuba era mucho más atrasada. Fue una sorpresa conocer la existencia de estas misiones”.

Al principio estaba preocupada: los enfermeros italianos son muy jóvenes, la mayoría recién termina la Universidad, y esta, su primera experiencia hospitalaria, transcurre en un lugar que ni siquiera es un verdadero hospital. Por otra parte, los operadores sanitarios (auxiliares de enfermería), aunque no son tan jóvenes, tampoco tienen experiencia laboral, son personas que con la crisis se reorientaron profesionalmente hacia este sector. “Sin embargo, ya estoy tranquila, veo que todo marcha bien, y que el personal sanitario italiano se siente muy apoyado y contenido por los profesionales cubanos. Los médicos italianos suelen aferrarse al diagnóstico que proporciona la tecnología, a los estudios por imágenes, y mantienen la distancia, no tienen —más allá del covid, como práctica general— mucho contacto físico con el paciente; los cubanos, en cambio, tocan al paciente, lo investigan más, se acercan a él”. No quiso terminar el encuentro sin expresar una idea: “Estoy muy agradecida de vivir esta experiencia, contenta de estar aquí. Yo creo que las cosas siempre suceden por algo, no sabemos todavía por qué, pero habrá un motivo. Hace poco pensábamos que esta pandemia lo cambiaría todo, y sin embargo, vemos que regresa el racismo, la xenofobia, el odio religioso; lo cierto es que Italia recibió ayuda de países que tienen mucho menos, como Cuba y Albania, un país vecino pobre. Mientras que países ricos y vecinos como Francia y Alemania cerraron la frontera y se aislaron, los cubanos atravesaron el Océano para venir a ayudarnos. Es algo que nos tiene que hacer reflexionar: que las personas que tienen menos que uno son las más dispuestas a ayudar. La gente debe reflexionar sobre esto”.

El espectro del postcapitalismo

Jueves 14 de mayo

Hemos vuelto al Hogar – Refugio. Ambos términos son imprecisos, porque el objetivo primario —en estos días forzosamente trastocado de manera temporal—, es solo dar abrigo nocturno, a personas cada vez diferentes. Tal como acordamos, hoy se iniciaron las charlas educativas sobre la covid – 19. Siete mujeres, seis de ellas nigerianas y una señora marroquí ya mayor, escuchan la explicación pormenorizada del doctor René Abeleira: cómo y cuándo lavarse las manos, cómo quitarse el nasobuco, qué distancia mantener entre personas, cuáles son las cantidades de cloro requeridas en cada caso para las manos, las superficies y los zapatos, entre otros temas. En unos días, saldrán de nuevo a la calle, que es la real, la única casa que tienen.

Michele, nuestro lazarillo, traduce al italiano, pero enseguida cambia al inglés, ante la evidencia de que no todas entienden bien el idioma del país. Junto a la señora marroquí, traduce una italiana cuyos padres son árabes. Hay tres mujeres que son sexualmente explotadas, víctimas del tráfico humano.

Al principio se respira expectación, incluso desconfianza, pero en la medida en que avanza la charla, que incluye demostraciones del traductor (actúa como un sobrecargo de avión que muestra las medidas de seguridad) y de las alumnas, siempre aplaudidas por las compañeras, se distiende el ambiente. Hay una que anota con esmero, como una escolar. En realidad, no importa la edad, parecen niñas. Se divierten, preguntan. No sé si podrán cumplir las normas que explica René, no sé si después tendrán nasobuco, si guardarán distancia de los otros —¿de sus explotadores?—, si podrán lavarse las manos con la frecuencia necesaria. No sé cuánto sobrevivirán. Pero hoy sienten que se preocupan por ellas.

Al finalizar, la que parecía menos dispuesta pide la palabra y agradece a René por su presencia. Dice que le escribirá a su familia en Nigeria, para que siga sus consejos. René responde que Cuba recibió mucho en el pasado de África, y que los cubanos agradecemos esa herencia. Me habían advertido que no permitirían ser fotografiadas, pero ahí están todas reunidas junto a las asistentes sociales y al profesor cubano, mirando a la cámara que sostengo en las manos.

El doctor Sergio Levigni, director del Hospital, disfruta el sentido social de su profesión. Quizás por eso mantiene excelentes relaciones profesionales con la brigada cubana. Quiere buscar un espacio de esparcimiento para los niños en tiempos de pandemia, que quede además para una postpandemia que nos obligará a nuevas conductas públicas. En la tarde, Julio y otros compañeros recorren diferentes parques de la ciudad. Los encuentran llenos de adultos y de niños sin nasabuco. Pero la idea es sugerir los más apropiados. Hermosa tarea de asesoramiento que recaerá también sobre nuestro multifacético equipo Cuba: qué requerimientos epidemiológicos deberán ser contemplados para que los niños de entre 4 y 12 años puedan jugar, montar bicicleta o patines, pasear con sus mascotas, sin peligro de contagio. Entretanto, la brigada sigue peleando por la vida en la zona roja del Hospital.

En el borde exterior de la pandemia hay dos caminos, uno nos puede conducir a la extinción. Mis entrevistados, médicos, políticos, son pesimistas. Todos hablan de cambios, pero como siempre, los adecuan a sus intereses y a veces, conscientemente, a intereses ajenos. El escriba oficioso del imperialismo, Andrés Oppenheimer, sugiere que la clave está en la sicología: sueña con que el virus una a “sociedades profundamente divididas”, y sobrevenga la paz en ellas, la paz, sea dicho claramente, entre explotados y explotadores. Es tan evidente la necesidad de un cambio, que una proclama que llama a transformar el orden económico y social del mundo, aparece firmada por una constelación de estrellas de Hollywood, algunas más conscientes que otras. Otro grupo de economistas, sin embargo, presenta la solución inversa: la extinción del socialismo cubano. Mi admirado Atilio Boron insiste en que no son los virus (ni los autoproclamados think tanks, en inglés, como les gusta llamarse, añado yo), sino los pueblos, los que cambian la historia, pero advierte: “un espectro ronda no solo por Europa sino por todo el mundo: el espectro del postcapitalismo”.

Factor común: humanidad

Miércoles 13 de mayo

Hoy se cumple un mes de nuestro arribo a Turín, la capital de Piamonte, en Italia. Fue el 13 de abril, aunque el avión despegó de La Habana el 12. Todavía no estaba listo el hospital de campaña, pero los días iniciales sirvieron para que nuestros médicos y enfermeros visitaran el lugar, se acostumbraran al cambio de hora y conocieran otros centros hospitalarios de la ciudad. Una semana después se inauguró, y el domingo 19 de abril hizo su entrada el primer paciente. Entre los que permanecen hospitalizados y los que han sido dados de alta, se han atendido en sus salas alrededor de 100 personas positivas de coronavirus. La brigada cubana es relativamente joven (42 años como promedio de edad, el más joven de 26, pero todos con una o dos especialidades y muchos con misiones cumplidas en diferentes regiones del mundo), pero la mayoría de los enfermeros italianos que trabaja con ella, es aún más joven. La vocación de servicio, es necesario decirlo, es norma y no excepción en quienes se dedican a esta profesión. A veces, por paradójico que parezca en un país rico, los trámites de adquisición de medicamentos se vuelven engorrosos, y faltan los que se necesitan para determinadas patologías. Entonces la jefa de enfermeros, Alessandra Monzeglio, va hasta la farmacia más cercana y los compra con su dinero.

Quiero esta vez situarme en el ángulo de vista de nuestros anfitriones. Esta tarde conversé con la enfermera Julia, una italiana de 24 años, y solo un año de graduada. Trabajó, hasta el 19 de abril, en un Hogar de Ancianos. Es su primera experiencia hospitalaria. “Decidí estudiar enfermería —me dijo—, porque siempre me gustó ayudar a la gente, y convertir eso en mi trabajo cotidiano me completa, me hace feliz”. Supo de la convocatoria para los nuevos centros covid y optó por una plaza, a sabiendas de que muy probablemente clasificaría, porque existe un déficit de enfermeros. De Cuba solo conocía los tópicos habituales. Cuando pregunto, me dice: “Solo me viene a la mente el Che Guevara, la música, el baile, la gente alegre, el sol…”

 Existe empatía, afinidad en los caracteres de los médicos y enfermeros cubanos e italianos.

Eran dos grupos humanos en un mismo escenario; los jóvenes italianos, riendo y hablando alto como nosotros, de un lado; los jóvenes cubanos, expresándose de la misma forma, del otro. La barrera del idioma fue rompiéndose en el trabajo, y en la similitud de idiosincrasias. “Al inicio fue difícil —comenta Julia—, porque es un lugar construido desde cero, y no todos tenemos experiencia en este tipo de trabajo; hacer que los que vienen de afuera se integren a un lugar en el que nosotros mismos no estamos integrados, es difícil. Pero después de haber vivido esa primera fase de adaptación para todos, pienso que fue bueno traer a gente de otro país, con otro tipo de experiencia, con otros conocimientos. Los cubanos están preparados, aunque desde luego son diferentes las escuelas, a veces los procedimientos, algo que puede cambiar no solo de un país a otro, sino incluso dentro de un mismo país, en dependencia de la escuela donde te has formado. Ya estamos más integrados, al menos con los que trabajo más cercanamente. Existe empatía, afinidad en los caracteres. Yo estoy contenta. Hace unos días conversábamos sobre el momento en que nos vestimos y nos desvestimos para entrar o salir de la zona roja; al inicio estábamos molestas con el cubano, decíamos ‘ahora viene este a decirme lo que tengo que hacer, y cómo tengo que hacerlo’, pero después comprendimos que era necesario y ahora, cuando vamos a salir lo buscamos, para que nos vigile y nos ayude, para sentirnos más seguras”.

En el hospital hay seres humanos enfermos. Pero no es la Humanidad la que está enferma, no son los pueblos, siempre tan similares, es el sistema.

No solo celebramos el Día Mundial de la Enfermería

Martes 12 de mayo

El director del Hospital y nuestro jefe de brigada, junto a otros especialistas, visitamos un Hogar-Refugio de carácter público, que atiende en Turín a los más necesitados: los sin casa, que en el argot eufemístico de los especialistas suelen ser llamados “personas en situación de calle”. Un segmento del edificio se destina a los consumidores de drogas, y otro, a las mujeres que han sido víctimas de tráfico humano. El espacio es limitado, pero no se mezclan las diferentes categorías. Las que “viven” en la calle (en este centro se reciben mujeres) acceden solo en la noche —comida y cama—, y nunca de forma permanente. Es un salvavidas sobre el asfalto de la urbe.

La pandemia y el necesario recogimiento en los hogares, obligó a la institución —en la que laboran abnegadas trabajadoras sociales, muchas de ellas de forma voluntaria—, a disminuir aún más la capacidad, y a retener en el edificio a las que primero llegaron. Hace un mes que permanecen entre sus paredes 14 de ellas: italianas, rumanas, nigerianas. No hay más camas. Pero no puede extenderse más el encierro. Sus directivos solicitan a las autoridades de Salud una capacitación epidemiológica mínima para las que volverán a la calle, y para el personal de la institución. Cómo debe comportarse una persona “en situación de calle” para no enfermar de coronavirus, qué medidas preventivas deben tomarse en el ordenamiento de la vida interna del Hogar. La solicitud es para los epidemiólogos cubanos. El jueves darán las primeras charlas. Contaré más detalles sobre esta nueva colaboración.

Hoy es del Día Mundial de la Enfermería, una profesión vital en el sistema de salud de todas las naciones. Las y los enfermeros italianos se entregan con la misma pasión que los cubanos. Todavía debo presentarles a muchos de ellos. Lo haré. La dirección de la Brigada les obsequió una memoria con videoclips de música cubana. Pero una paciente escribe una cartica para los enfermeros, y la colega italiana trae el papel y lo pega en el cristal que separa a la zona roja de la amarilla. El texto, lógicamente en italiano, agradece por el amor recibido.

Hay otras conmemoraciones más personales: el doctor Samuel Isaac Prada López, especialista en MGI, de La Habana, hoy cumple 34 años. Comparte su vida con la doctora Geidys Arias Sánchez, especialista en MGI y en Gastroenterología; como novios, desde hace 11 años, y como esposos, desde hace 8. Trabajan en el mismo Hospital y fueron compañeros de curso en la carrera. Tienen dos hijos: un niño de seis años, y una niña de uno, que apenas cumplió en abril. A las doce de la noche (6 de la tarde de ayer en Cuba), ella lo llamó y sus hijos le cantaron las “felicidades”. Pero ya hablaron hoy. Él estuvo antes en la República Popular de Angola, como MGI. Lo visito en su cuarto, y me encuentro que están sus amigos, a distancia unos de otros, pero risueños, festivos. “Cada seis años mi cumpleaños coincide con el Día de las Madres —me dice—, y hay que repartirse entre la esposa y la madre, pero tratamos de celebrarlo en familia. Pero sí, los compañeros de la brigada, ahora que prácticamente cumplimos un mes, somos una gran familia, nos hemos cohesionado mucho, lo que al final redunda positivamente en el tratamiento a los pacientes”. Recibe una llamada por WhatsApp, y es su mamá. Ella quiere decirme algo, pero se le anuda la garganta: “Todos los días de este mundo a las nueve de la noche yo aplaudo por él, y por ustedes”, repite.

En el cuarto también está su compañero de trabajo en Cuba y en Italia, el doctor Leonel Toledo Gálvez, de 29 años, MGI. Hoy es su tercer aniversario de bodas. Su esposa, la doctora Eilyn Rodríguez Abreu, también es MGI. “Soy feliz en mi relación”, me dijo sonriente. Busco en el perfil de Facebook de ella y le robo un comentario que aparece debajo de su foto de boda: “Te amo mucho amor, lo que no podemos volver a casarnos para así ponerte doble camisa de fuerza, ja,ja,ja”. Él vive en La Habana, pero es de Cienfuegos. Estaba de visita en su ciudad natal cuando vio en el Noticiero que salía la brigada médica hacia Lombardía. “Y les advertí a todos, que si me daban la oportunidad, yo también iría. Mi familia me apoyó, incluyendo a mi esposa. Hace dos años que perdí a mi mamá, por eso el éxito de esta misión se lo dedico a ella principalmente. El domingo fue un día muy triste para mí. Ella pudo estar en la boda. Todo lo que soy se lo debo a ella”.

Día de las madres, dondequiera que estemos

Lunes 11 de mayo

En el Hospital covid-OGR de Turín, entran y salen pacientes todos los días. Hoy, llegó a tener 69 camas ocupadas. Y ya son 25 las altas conseguidas. Diferentes médicos y enfermeros jóvenes se entrenan cada día en sus salas. Hoy se efectuó el ritual de colocar once nuevas tiras blancas en el Árbol de la Vida. Es un momento de regocijo. No ha fallecido nadie, pero hay siete pacientes en terapia intermedia.  

“Se está complicando la cosa –me comenta el doctor Manuel Acebo, neumólogo, quien está al frente de la parte respiratoria de la terapia–, porque nos están llegando casos con traqueoctomía, con ventilación mecánica, neumonías complicadas, pacientes que llegan de la calle con criterio de terapia intermedia, la situación se ha vuelto más dinámica y más difícil; muy rápido un paciente puede pasar de un estado leve, a uno moderado, a uno severo. Y hay que estarlo monitoreando constantemente, en un pestañazo puede complicarse”. Esta Brigada Henry Reeve es atípica: aunque responde al sentido primigenio de acudir a zonas de emergencia natural y epidemiológica, practica en realidad una medicina secundaria, propia de hospitales. Pero con el coronavirus nada es típico. El mundo está patas arriba.

Ayer, ¿quién no lo sabe?, fue el Día de las Madres. Las madres están con nosotros, dondequiera que estemos. Y hoy algunos de los más jóvenes me hablaron de sus contactos de ayer.

Doctor Adalberto García López, 32 años.

“Tengo unos vecinos que tienen Internet y me hicieron el favor de hacer una videollamada temprano en la mañana; es la primera vez que pasamos este día separados en muchos años, porque vivimos juntos en la misma casa, y esta es mi primera misión. Está contenta de saber que su hijo se encuentra cumpliendo la tarea más importante de estos tiempos, en el caso del personal de la salud, que es estar en la batalla contra la covid. Han  vinculado a las cooperativas con las madres de los médicos en misión, y van a la casa a vendernos módulos de comida; lo mismo sucede con las tiendas TRD, y también con la dirección de mi Hospital. Mi abuela tiene 77 años, está postrada, tuvo una hemorragia cerebral hace aproximadamente diez años, y se ha convertido en la niña de mi mamá. Esas son las tres mujeres de mi vida”.

Doctor Yoidel Santínes Acuña, de la Isla de la Juventud.

“Ayer me comuniqué temprano con mi mamá y con mi esposa, pero como estaba trabajando en la zona roja, hice que me escribieran en el traje que habitualmente usamos, “felicidades mamá”. Era una felicitación para todas las madres que nos siguen. Me tomaron una foto y se la envié. Pero ayer, una paciente de terapia intermedia se sentía mal, y la atendimos, y hablamos con ella, y nos preguntó qué significaba lo que había escrito en mi traje y le dije, y empezó a llorar”.

Doctor Karel Peña González, de 31 años, especialista en MGI y en Anestesiología y Reanimación.

“Siempre dice que me cuide, que cumpla con todas las medidas de protección, igual le digo yo a ella. Se preocupa por cómo estoy comiendo, a veces me ve más gordo, a veces me ve más flaco, bueno, son las cosas de una madre. Pero en general el estado de ánimo es bastante bueno. De mi trabajo le han llevado algunas cosas necesarias para la casa, ella está sola en estos momentos, y se le puso un trabajador social para que la atienda, para que le busque los mandados, tiene 71 años, así no tiene que salir de la casa”.

Doctor Luis Miguel Osoria Mengana, 30 años, especialista en MGI y en Cirugía General.

“Yo hablo todos los días con la familia. Incluso, hasta dos y tres veces, depende de cómo tenga el día. Hoy por ejemplo fue bastante ajetreado y difícil. Mi mamá se pone super contenta cada vez que hablo con ella, y ayer, imagínate, la llamé a las doce de la noche, las seis de la mañana para nosotros, estaba despierta, siempre se acuesta tarde, yo fui el primero que la felicitó por supuesto. Se puso a llorar, pero estaba feliz. Está bien atendida, por Salud Provincial y por el Hospital al que pertenezco. Yo soy delegado de circunscripción, y ya tú sabes, ella es como mi secretaria, y todo el mundo va a mi casa a verla”.

Doctor Roberto Javier Avilés Chis, 26 años, especialista en MGI, acaban de aprobar su plaza para estudiar la especialidad de Cirugía Ortopédica y Traumatología.

“Trabajo en Artemisa, aunque vivo en Centro Habana, en el barrio de Los Sitios. Fue una sorpresa bien grande que me seleccionaran. No pensé que mi nombre figurara entre las personalidades de este grupo —porque los colegas que están acá con nosotros para mí son personalidades, con una experiencia inmensa, tanto nacional como internacional—, y más que una sorpresa, fue un honor. Ayer hablé con mi mamá. Es un poco difícil, porque ella no tiene celular y tengo que depender de mis amigos, que hasta ahora me han dado un apoyo incondicional. Soy hijo único tanto por parte de madre como de padre, pero él vive en Santa Clara y yo vivo solo con mi mamá. Y dependo completamente de mis amigos, que los adoro, y me han demostrado que son de verdad unos hermanitos míos, porque van a la casa, llaman a mi mamá todos los días. Yo quisiera hablar con ella todos los días pero también tengo que entenderlos a ellos, tienen sus necesidades, y la situación epidemiológica ahora no permite frecuentes visitas a hogares ajenos. Y a pesar de eso, se han esforzado, y llaman a mi mamá por teléfono. A veces yo llamo por WhatsApp a un amigo y él llama a mi mamá por el fijo de su casa, y hablamos por ahí, es una locura, pero escucho su voz. Así lo hemos hecho. Ella está locamente orgullosa de su único hijo, que con 26 años ya forma parte de una brigada que pone en alto la medicina cubana y el nombre de Cuba. Le estamos dando un golpe sin mano a quienes quieren empañar la imagen de nuestra medicina. Todas las noches mi mamá se para a aplaudir y los vecinos van a la casa, y la aplauden, y ella me dice que a veces se le salen las lágrimas”. 

La humanidad espera, ansiosa, la orden de “continuar”

Domingo 10 de mayo

La ciudad de Turín (capital de Piamonte) es la capital industrial de Italia; una urbe de migrantes, de obreros, que llegan de todas las regiones de la Península, especialmente del Sur, y de otros países. Esa diversidad, quizás, favorece su intensa vida cultural. Pero la concentración poblacional —dicen los especialistas—, y su interacción laboral en las grandes fábricas y empresas, contribuyó a la rápida propagación del virus. La ciudad —lo mismo ocurriría en otras ciudades y países europeos— no avizoraba el peligro, ni estaba preparada para enfrentarlo. Faltaba, sobre todo, conciencia de su inminencia y magnitud. En un pueblo pequeño como Crema (Lombardía), el doctor Germano Pellegata, director general de su hospital, me contaba: “Cuando llegó la brigada cubana, estábamos en una situación casi de colapso, teníamos 310 enfermos en el hospital, más los que se atendían en el primer Socorro, que tenía camas en cualquier lugar. Llegaban treinta, cuarenta personas al mismo tiempo y se quedaban allí, porque no había espacio en el hospital. Llegaron los cubanos al hospital de campaña, empezaron a trabajar, y fue un alivio para los médicos italianos. Entender por qué pasó exactamente aquí, es algo que deberemos estudiar”.

La ciudad de Turín es la capital industrial de Italia. Fotos: Del autor

El doctor Giovanni Di Perri, responsable de Enfermedades Infecciosas del Hospital Amedeo di Savoia de Turín, ofrece una cifra que estremece: “el 11% de los enfermos de COVID son trabajadores de la salud, no teníamos suficientes mascarillas y dispositivos para su protección”. En un mundo tan tecnificado, no parecían necesarios en demasía esos implementos. Los cubanos, con experiencia de otras epidemias en Cuba y en otros muchos países, incluida la batalla contra el ébola en África Occidental, aportaron una visión más estricta sobre el significado de la protección. El doctor Pellegata lo dice claramente: “Los primeros días nos regañaban, porque muchos intentaban entrar al hospital sin tener la protección debida, son muy precisos, y dijeron, hay que cambiarse aquí y hacer las cosas de esta manera”. Alessandra Monzeglio, jefa de enfermeros del Hospital COVID-OGR de Turín, donde trabajan los cubanos, declaró: “Venimos de contextos diferentes, y la brigada cubana ha garantizado estándares de protección y seguridad para los pacientes, y para nosotros mismos”.

“Los cubanos, con experiencia de otras epidemias en Cuba y en otros muchos países, aportaron una visión más estricta sobre el significado de la protección”.

En las calles cercanas al hospital, hay anuncios de espectáculos, conciertos, exposiciones, que fueron abruptamente suspendidos. La ciudad, de repente, y a regañadientes, se paralizó. Como en los cuentos infantiles, un maleficio pospuso los planes más elementales de vida. La puja entre la evidencia y la incredulidad, se transformó en otra de intereses contrapuestos, la de la salud y la economía. Hay un local en la ciudad de Turín que ya no podrá prescindir de su nueva simbología social: la Catedral de la industria, la antigua Oficina de Grandes Reparaciones, convertida después en escenario de magníficos eventos culturales, es hoy sede del hospital de campaña que enfrenta la epidemia de COVID, y une la voluntad y los conocimientos de médicos y enfermeros cubanos e italianos. Industria, cultura, salud. A la entrada del recinto donde han ubicado el comedor, permanece el texto de curaduría de la última exposición fotográfica exhibida allí, de la italiana Mónica Bonvicini (desde el 31 de octubre de 2019 al 9 de febrero de 2020). En el interior de la zona roja, casi al final, en un espacio sin interés médico, permanecen aglomeradas algunas de sus sugerentes fotografías. La humanidad espera, ansiosa, la orden de “continuar”, pero, ¿podremos de verdad continuar, tal como lo hacíamos hasta ayer?

“Amigos para toda la vida”

Sábado 9 de mayo

Creo que abriremos un trillo en la calle, de tanto ir y venir, en esas tres cuadras que separan el hospital de la residencia. En estos días, al mediodía, el sol calienta, y los cubanos aprovechan para despojarse de sus abrigos y de sus camisas de mangas largas. Para vestir como cubanos. Pero hoy, después de la comida, al regresar, alguien hizo un comentario fatal: hace buen tiempo. No se puede provocar la ira de los santos del hielo. Unos pasos antes de entrar al edificio que nos alberga, empezó a llover, es decir, a caer ese fino goteo frío e indefinido que presagia una vuelta atrás. Encuentro refugio en el cuarto, en la computadora, en ese hilo invisible que une cada tecla suya con mi gente, con mi tierra, con mi clima. Otros han escrito hoy la crónica por mí: médicos y enfermeros de un lado, pacientes del otro, los protagonistas de esta epopeya humanista. Soy el intermediario.

En horas de la mañana recibí unas fotos alentadoras desde Crema, y un comentario del doctor Leodan Morejón Ramos, uno de los jóvenes a los que aludí en mi crónica del sábado 2 de mayo. Las fotos y el comentario eran sobre el paciente Francesco Corbani de 70 años, quien estuvo 34 días en terapia intensiva, 21 de ellos reportado de crítico, con disfunción orgánica, respiratoria y renal. Durante mi estancia, la buena noticia fue que había logrado respirar por sí mismo por casi una hora. La de ahora es su traslado al parecer definitivo a la sala de neumología, donde se recupera. Los intensivistas cubanos que lo atendieron, Leodan, Pedro, Fernando, Juan, Yosbani y el legendario Leonardo Fernández, lo visitan todos los días. Francesco asegura que cuando reciba el alta, jugarán un partido de fútbol. También hoy, en Crema, la Alcaldesa entregó unas hermosas camisetas a nuestros colaboradores, con una leyenda que expresa la gratitud de ese pueblo de Lombardía: “Amigos para toda la vida”.

Una paciente de alta fue la noticia en Turín. Ramona Pop, auxiliar de enfermería, había ingresado ya en estado de recuperación. Al partir, dejó una carta de despedida. En la reunión que todas las tardes realizan médicos italianos y cubanos para discutir los casos más complejos y evaluar lo sucedido en el día, el capo italiano la leyó. Me permito reproducirla completa:

“Con esta carta quiero agradecerle a todo el equipo, tanto cubano como italiano, por el trabajo que realizan, con cortesía, profesionalidad y más que todo, con empatía. Quiero agradecer en particular a los médicos y paramédicos cubanos por el coraje que tuvieron al dejar a sus familias y marchar por el mundo durante meses o años, en medio de una pandemia. Además de ser paciente, yo soy también una trabajadora sanitaria y he observado la fuerte interacción que existe entre las diferentes figuras profesionales. Ustedes son un equipo formidable, muy gentil, sociable, y empático. Puedo confirmarlo: el más sólido que he encontrado hasta ahora. Otra cosa es la rapidez con que el equipo cubano aprende a comunicarse con los pacientes (mejorando rápidamente el idioma italiano). Discúlpenme si no soy muy capaz con las palabras, pero creo que lo más importante es decir: Grazie, Grazie, Grazie y tres veces congratulaciones. Ustedes son nuestro orgullo y nuestro ejemplo, no solo para Italia, sino para el mundo entero. Gracias de todo mi corazón. (9 / 05 / 2020) Ramona Pop”.

Su médico de cabecera, el doctor Miguel Acebo, me contó que hablaba frecuentemente con su familia por WhatsApp, a través del móvil, y que al pasar en cierta ocasión por su cubículo, le presentó a su madre. Historias todas que disipan el frío o la lluvia, y retribuyen el calor que, sin saberlo acaso, traen en su corazón estos cubanos.

El imperio, desesperado

Viernes 8 de mayo

No es un ejercicio placentero escuchar, ni qué decir ver, a Luis Almagro. No soy lombrosiano, ya seguramente no quedan muchos en Italia. No se trata de la conformación, creo yo, de su cráneo. Ni de estereotipos de belleza o de fealdad, siempre relativos. Quizás sea la conjunción de sus gestos y sus palabras, la mirada huidiza, el brillo sudoroso, la ausencia casi total de dignidad, lo que provoque repulsa en su rostro. Es posible que cada bajeza o acto despreciable, cada mentira dicha con plena conciencia, hayan marcado surcos en su cara que, dicen, es el reflejo del alma. Pero juro que traté de escucharlo. Llegué al minuto nueve. Una proeza. En ese breve lapsus, el vocero de la democracia imperial empleó el lenguaje totalitario de su patrón: diez veces dijo “definitivamente”; y otras tres, “absolutamente”. Ayer trató, una vez más, de descalificar el extraordinario esfuerzo internacionalista de nuestro pueblo. Sus palabras chocan contra el muro de los hechos. En Italia, por primera vez, el pueblo no lee en la prensa lo que supuestamente son o hacen los médicos cubanos; lo viven, y a veces, viven por ellos. El imperialismo no se conforma: mientras existan mujeres y hombres que sientan en el pecho el golpe de la virtud como imperativo de vida; mientras exista un pueblo que sienta orgullo de esos hombres y mujeres y los considere modelos a imitar, y los aplauda cada noche, se sentirá amenazado.

Me senté a conversar con dos médicos que salían de su turno de guardia en la zona roja.  Apunto sus datos. Manuel Emilio López Sifontes es camagüeyano. Tiene 52 años, dos especialidades médicas (es MGI e intensivista), y ha cumplido ya tres misiones: en Mali (2004 – 2006), en Venezuela (2013 – 2016), y en Bolivia (2017 – 2019), interrumpida esta por el golpe de estado que derrocó al Gobierno de Evo Morales. Su esposa, Luz Angélica Leyva Barceló, es bióloga, profesora de Morfofisiología del Instituto Superior de Ciencias Médicas de Camagüey. El hijo, de 28 años, es Ingeniero Informático. Miguel Acebo Rodríguez es villaclareño. Tiene 37 años y dos especialidades: es MGI, y neumólogo y estuvo antes en Venezuela, desde el 2008 al 2014. Su esposa es peluquera, se llama Lisandra Rivero López y la hija de ambos tiene 4 años.

MANUEL EMILIO: “Mi primera misión, en Mali, fue por el Programa Integral de Salud (PIS), con pocas gratificaciones económicas –me cuenta– ; era un honor que tenían todos nuestros profesores que habían cumplido misiones internacionalistas prácticamente por el salario que devengaban en Cuba y más nada, por convicción. Mali es un país muy pobre, tuve la suerte de ir como intensivista, pero mis colegas médicos de familia iban a los pueblitos de provincia, bien lejos y bien intrincados, donde estaban solos o quizás acompañados por otro cubano en la misma situación. Queríamos seguir el ejemplo de nuestros antecesores. Yo pensé que en cualquier momento me movilizarían como intensivista para enfrentar el covid, en cualquier lugar de Cuba. No, me llamaron para ayudar fuera del país. Y dije que sí, de la misma manera que lo hubiera dicho para trabajar en Cuba. Este mal es de la Tierra, no del terruño”.

MIGUEL: “Sin titubear dije que sí. En primer lugar, porque soy un especialista joven, y esta tarea es para mí un reto profesional. No solo nos regocija desde el punto de vista humano, también nos aporta profesionalmente. Esa disposición estaba desde  mucho antes, porque cuando el coronavirus era todavía algo lejano en Cuba, me llamaron para que atendiera a un bailarín cubano que residía en China y que había llegado a Cifuentes con síntomas respiratorios. Recibí a ese paciente y me quedé con él durante 24 horas, hasta que se definió su diagnóstico. Aquello me llenó de fuerza. Finalmente no fue covid, era una influenza que había adquirido en Cuba”.

En Cuba todos los días por la noche los aplauden —les dije a los dos— y cuando cuento de sus vidas y hazañas aquí en mi perfil de Facebook, llegan decenas y decenas de comentarios que expresan la admiración que sienten los cubanos por ustedes. ¿Qué piensan de ese reconocimiento popular tan inmenso, cómo se ven a sí mismos?

MANUEL EMILIO: Nos tocó a nosotros, los trabajadores de la salud. Es nuestra guerra: las epidemias, las enfermedades. Y sí, es bonito sentir que se valora el trabajo que hacemos. Pero esa es nuestra responsabilidad como médicos. Tenemos que enfrentar la enfermedad, cualquiera que sea, y donde sea. No podemos tenerle miedo. Lo que sí tenemos que saber es cómo trabajar con ella y cómo cuidarnos. Porque en nuestra profesión siempre estaremos expuestos. El reconocimiento que nos da la población nos emociona, aunque en este momento estemos en nuestra guerra, la que nos toca”.

MIGUEL: “Bueno, yo sí estoy al tanto de los comentarios que llegan a tu perfil. Estamos muy contentos y muy emocionados por lo que escriben. Cada vez que escucho unos aplausos o veo un reportaje de nuestro trabajo, el de aquí o el de Cuba, porque aquellos son tan bravos como los que están aquí, es como si me removieran por dentro todos los órganos. Eso nos llena de fuerza y de alegría. Y siempre pienso en mi niña, mi esposa cada vez que puede me manda un video de Paola dándole a un caldero y aplaudiendo por su Papá. Cada vez que lo veo se me estruja el corazón”.

Gratitud

Jueves 7 de mayo

Día intenso. Varias personas salieron de alta. Ya son diecisiete. Varias entraron. La cifra se mantiene: 68 camas ocupadas. En la mañana temprano me reúno con uno de los más importantes epidemiólogos de la Región de Piamonte, el doctor Giovanni Di Perri, responsable de Enfermedades Infecciosas del Hospital Amedeo di Savoia de Turín. Ante la pregunta sobre el efecto que podrían tener las medidas de relajamiento progresivo, se encoge de hombros y sonríe sarcásticamente: “habrá un nuevo ascenso en la curva de infestados y más muertes”. 

La brigada sigue el estricto cumplimiento de las normas de seguridad. Como no estoy en el hospital de campaña, el doctor René, celular en mano, organiza las fotos para la despedida de otra anciana, pero esta, sorpresivamente, lo abraza: “gracias, gracias”, le dice. Descargo las fotos y la grabación de la entrevista en mi cuarto-oficina, y salgo apresurado para el hospital. En unos minutos llegará nuestro Embajador. Al doblar la esquina, en la entrada de otro de los edificios del Politécnico, descubro que el conserje ha puesto una pegatina con la bandera de Cuba. Le tomo una foto. 

Casi llegamos juntos. El Embajador de Cuba en Italia José Carlos Rodríguez y el Cónsul en Roma, Félix Lorenzo González, vienen de Milán. Ayer estuvieron con la brigada de Crema. Y se reunieron con el Gobernador de Lombardía, Attilio Fontana, quien en su página de Facebook, ha escrito: “He reiterado las gracias especiales, mías y de todos los lombardíes, por Cuba, el primer país en responder al llamado para el envío de personal sanitario en nuestra ayuda. Su presencia es un apoyo importante y su profesionalidad fuente de gran estima. ¡Gracias de nuevo!”. Estamos reunidos en el pasillo lateral, que podría considerarse un patio, dada su extensión. Pero no acaban de llegar. Tras ellos arriba Alberto Cirio, el Gobernador de la Región, y sostiene un diálogo amistoso con nuestro representante. Bromean. Han retirado, en tiempos de pandemia, la invisible lámina ideológica que los separa. Se acercan y saludan a los brigadistas. Hay reuniones pendientes. El encuentro real será a las cinco de la tarde. 

Converso, entre tanto, con otro de los jóvenes de la brigada. Su nombre es Alejandro Bombino Rodríguez, tiene 29 años, pero es especialista en MGI y en Dermatología. Su historia personal encaja en un chiste recurrente de la pandemia: tenía fecha de bodas, incluso una primera firma dada, pero se interpuso la cuarentena, y después, la misión. No puedo evitar completar la pregunta: ¿la vida te dio una segunda oportunidad? Ríe mientras dice “nooooo”, y agrega: ella espera un hijo mío, ya tiene 20 semanas de embarazo. Su nombre es Laura Borges Moreno y es fotorreportera de Prensa Latina. Hurgo en su página de Facebook, y encuentro esta declaración pública de amor, que disipa dudas: “Soy la mujer más afortunada del mundo porque gracias a Dios encontré a la persona que me acompañará por el resto de mi vida”. “Mi novia está embarazada y el sustento de la casa soy yo  —reitera él—, vivo con ella y con mi suegra que es una persona mayor, pero siempre tuve presente que si me llamaban estaría en completa disposición. La familia se preocupa, y más en una situación como esta de incertidumbre, estaban de acuerdo pero tenía que decirles que me iba a cuidar”.

A las cinco, se produce el encuentro. Los brigadistas le cuentan su experiencia al Embajador. El intercambio es fluido. Una hora más tarde, el incansable José Manzaneda contacta con la brigada por Skype desde Bilbao y entrevista a su responsable, el doctor Julio, y al director italiano del Hospital, Sergio Lavigni, y a varios brigadistas. Hoy, como cada jueves, un restaurante de lujo de la ciudad prepara un menú gratis para los cubanos. Es una manera de consentirlos, de reciprocar la solidaridad recibida. Ha sido un día intenso.

La brigada es Cuba

Miércoles 6 de mayo

La brigada es un caleidoscopio humano: los hay de casi todas las provincias, de diferentes edades, especialidades y experiencias profesionales. La brigada es Cuba. Uno tiende, lógicamente, a resaltar la trayectoria de los maestros. Son, sin duda, decisivos. Pero no debe olvidar ni subestimar a los jóvenes. Algunos son especialistas altamente calificados que se asoman al mundo del internacionalismo por primera vez. Y sienten orgullo de sí, y quieren —y si quieren, pueden—, dejar su huella. Poco a poco los presentaré. Porque si la brigada es Cuba, ellos son el futuro de Cuba.

El promedio de edad de la brigada es muy bajo: 42 años. De sus 38 integrantes, 11 tienen menos de 35 años. Hoy conversé con el doctor Adalberto García López, el urólogo de la brigada, de 32 años, porque su papel en la solución de un problema de salud en la zona roja fue determinante. Se entusiasmó cuando le pregunté, y comenzó a darme detalles de los casos complicados y novedosos que ha visto en las últimas semanas, como si yo lo entendiera. Entendí, finalmente, que ama su especialidad. Por poco no viene. Tres veces intentó viajar hasta La Habana; tres fechas de partida tuvo la brigada, en un escenario de vuelos suspendidos. Siempre fue a la tercera, según el dicho, la vencida. Con avidez me dijo: “Ha sido un aprendizaje constante, desde que pusimos un pie en territorio italiano. Nos enfrentamos a nuevas terapias, nuevos métodos, a nuevos sistemas de investigación, y esto nos enriquece más”. Pero yo desvié el tema hacia su otro amor. Creo que una brigada médica no está compuesta solo de brigadistas: las esposas(os) son miembros activos de ella. La suya, Evelys María Domínguez Díaz, es médico como él y está haciendo la especialidad de Laboratorio Clínico. Tienen dos hijos: un varón de 6 años y una niña de 9. “Yo soy originalmente de Manzanillo, y ella es de Campechuela. Nos conocimos en la Universidad de Ciencias Médicas de Manzanillo. Somos del mismo año de la carrera y tenemos la misma edad”. Sin embargo, la vida los puso a prueba. Después de tres meses de romance, tuvo que trasladarse de Universidad, y la relación se interrumpió. Se volvieron a encontrar cuando ambos terminaban la especialidad de MGI. Y se casaron (no es un cuento con final, la vida apenas comienza).

Jorge Luis Arenas Font tiene solo 26 años. Terminó ya la especialidad de MGI, que en nuestro sistema de salud es siempre la primera. Su compañera de vida es Arlette Rivas Díaz, Técnica en Fisioterapia y Rehabilitación; tienen una hija que el pasado 2 de abril cumplió cinco meses. “Di mi disposición cuando me llamaron, pero no sabía que era una misión en el exterior —me confesó. Eso me tomó de sorpresa, pero me sentí orgulloso, qué médico joven no desea formar parte de una brigada Henry Reeve. Se lo comuniqué a mis padres, a mi compañera, a mis amistades, y todos sintieron el mismo orgullo, y aquí estamos, cumpliendo la tarea”. Pero no era con ser médico con lo que soñaba de adolescente. Quería ser pelotero. Y jugaba, juega, muy bien. “Mi papá es ingeniero mecánico y mi mamá es licenciada en educación, la medicina llegó a mí de casualidad, porque siempre estuve vinculado al deporte, practicaba béisbol y atletismo, yo vivía en Villa Clara, participé en varios eventos nacionales, pero vine a vivir a La Habana con 12 años y me dediqué a estudiar, pasé a los Camilitos, tuve resultados que me permitieron llegar a la carrera de medicina”. No se arrepiente. “Todos los días hablo con mi compañera, me envían videos de la niña —dice y se emociona. Aquí vamos a estar hasta que nos necesiten, pero este no será un tiempo perdido, será contado; le diré a mi niña, mira, yo tuve que salir por esto, y estoy seguro de que me va a entender y se sentirá orgullosa, como se sienten mis padres y todas mis amistades, como me siento yo”.

Lo de nosotros es el corazón

Martes 5 de mayo

Érase una vez un santiaguero que se destacó como estudiante de medicina. Al graduarse, integró el Movimiento de Vanguardia Mario Muñoz, creado por Fidel, y cumplió su primer año de postgrado en el municipio Segundo Frente. El siguiente, lo hizo en Guatemala. Allí obtuvo su primera especialidad, la de Medicina General Integral. Pero al volver, quiso permanecer en las montañas dos años más. Abel Tobías Suárez Olivares no dejó de estudiar y a sus 42 años, es especialista de 2do grado en Medicina Interna y en Organización y Administración de Salud. Su esposa, Vivian Vera Vidal, médico oftalmóloga, fue su compañera de brigada desde que, en 1996, empezaron la carrera. 

El doctor Abel Tobías.

 La relación comenzó, sin embargo, una noche de enero de 1998, bajo miles de antorchas encendidas en homenaje a Martí. Se casaron en 2002, después de recibir sus títulos. Ambos trabajan actualmente en el Hospital General Doctor Juan Bruno Zayas de Santiago de Cuba y tienen dos hijos: una niña de 10 años, y un varón de 8 (los cumplió el 17 de abril). Ella, también destacada como estudiante, trabajó junto a él en Guatemala. 

A veces me pregunto, por qué no tenemos series de televisión sobre la vida de personajes como estos, en hospitales como el de ellos. Ninguno de los dos se detuvo: él cumplió otra misión en Mozambique, de 2011 a 2015. Y ella, en Argelia, entre 2018 y 2019.

El doctor Abel Tobías ha ocupado diferentes responsabilidades en el Hospital, desde jefe del Cuerpo de Guardia, hasta vicedirector de Aseguramiento Médico. En noviembre de 2019 fue electo secretario general del Comité del Partido del centro. Una triste anécdota de sus días en Guatemala quedó grabada en su memoria: un padre no quiso que su hijo fuese atendido, porque atribuía el mal que padecía a un descuido mágico. El niño, dijo, había salido del río por la sombra y no por la parte del sol. La creencia, sin embargo, es una certera metáfora. Abel Tobías comprendió en Guatemala y en Mozambique, que en el mundo hay niños que nacen marcados por la oscuridad de su origen, y otros, por el sol. Aunque él no cree en destinos fatales. Un buen día de abril lo llamaron para que integrara la segunda brigada médica que partiría hacia Italia, uno de los países más ricos de Europa.

La señora María Luisa Perrone, una italiana enferma de Covid, recibió el alta y antes de partir dejó por escrito unas palabras para el doctor Tobías.

Nada de esto lo sabe la señora María Luisa Perrone, una italiana enferma de Covid que fue atendida en el hospital de campaña de Turín por el doctor Abel Tobías. Hace dos días recibió el alta. No le correspondía al cubano estar, por la rotación, y ella quiso dejarle por escrito unas palabras: “Su profesionalidad y la grandiosa humanidad que nos ha demostrado, permanecerán para siempre en mi corazón y en mi mente. Ha sido un gesto de inmensa generosidad venir a Torino para prestarnos sus preciosos cuidados en este terrible momento y en esta peligrosa situación. No encuentro otras palabras, solo le puedo decir Gracias, Gracias, Gracias”. Abel Tobías estaba emocionado cuando lo abordé, pero sobre todo sorprendido. “La relación con ella es la que uno trata de mantener con todos los pacientes —me dijo con la voz aún entrecortada—, atenderlos como personas que son con un problema de salud, y realmente me sorprendió la carta, no la esperaba”.

En un país con tantos recursos, con una tecnología médica tan sofisticada, ¿qué puede aportar el médico cubano?, le pregunté. “Esa misma pregunta me la hizo un periodista de la Agencia EFE allá, el día de la despedida” — respondió. “Sería muy autosuficiente si hablara de un sistema de salud que ni siquiera conozco bien, pero lo que sí puedo decir es que le vamos a aportar el corazón. Ellos lo determinan todo por el monitor, nosotros por el paciente. Nosotros preferimos tocarlo para determinar sus signos vitales, y estar seguros de lo que sentimos. Nos enfocamos más en el método clínico. Por eso te decía: lo de nosotros es el corazón”.

Hoy, en la tarde, Abel Tobías colocó la cinta número diez en el Árbol de la Vida.

Abel Tobías colocó la cinta número diez en el Árbol de la Vida.

Nuevas cintas blancas en el Árbol de la Vida

Lunes 4 de mayo

El hospital de campaña —conocido oficialmente como Covid-ORG Hospital— incrementa cada día el número de ingresos. Ya alberga a 68 pacientes, en diferentes estadios de la enfermedad. Algunos son emigrados de muchos años. Amelia es una peruana, ya en recuperación, que hace unos días perdió en su país, por causas naturales, en el lapso de una semana, a sus dos padres. No es la Covid lo que la deprime: es la lejanía de la Patria y el dolor de hija ausente.

Los médicos cubanos se detienen a escucharle los cuentos de su tierra y de su familia, y a brindarle apoyo. Pero la historia más conmovedora es la de los nonagenarios Paolo y Enma. La sala de este peculiar hospital, dentro de un enorme pabellón fabril, no eleva sus paredes hasta el techo (el puntal es excesivamente alto), de manera que los enfermos de mejor evolución, en “cuartos” delimitados por muros pequeños, sin puertas, deambulan a veces de un lado al otro. Los más graves están alejados de los menos graves o casi sanos, pero la distancia no siempre impide la comunicación.

Hoy recibieron el alta cuatro pacientes. En total son ocho los que han vuelto a sus casas.

Enma está malita. Ya lo comentaba en otra ocasión. Y Paolo no puede resistir la tentación de visitarla. Así que vigila a los médicos y enfermeros cubanos e italianos y se “escapa” hasta el cuadrante de su esposa, como un apasionado amante veneciano. Pasan muchas cosas. Hay ancianos con Covid, que padecen de locura senil. Un señor que puede valerse por su estado físico, pero no mental, se desnuda completamente para ir al baño y deambula por los pasillos. Es difícil, pero hermosa esta tarea: curar los cuerpos mientras se alivia el alma.

Hoy 4 de mayo se abrieron las compuertas de la cuarentena social, al menos parcialmente, y hay personas sin nasobuco (aquí le llaman mascarilla) en las calles. El Estado las ha puesto a la venta, a precios módicos, en muchos puntos de la ciudad. Pero el capitalismo huele como un lobo los nichos de mercado: en un sitio web hallé la promoción de unas mascarillas “fashion” para mujeres, en modelos que oscilan entre los 10 y los 17 euros. Pero hay buenas noticias: hoy recibieron el alta cuatro pacientes. En total son ocho los que han vuelto a sus casas. Mañana el doctor Julio colocará las nuevas cintas blancas en el Árbol de la Vida.

Esta tarde, los médicos y enfermeros asumieron un nuevo desafío: aprender a comunicarse en italiano.

Esta tarde, los médicos y enfermeros asumieron un nuevo desafío: aprender a comunicarse en italiano. Una profesora impartió la primera lección, que por la rotación de los turnos, tendrá que repetir el miércoles. El viernes ofrecerá la segunda. Es una lengua fácil de asimilar para un hispanohablante, pero tiene sus trampas. Y hoy también empezó a funcionar un servicio de tintorería gratis para la brigada, lo que contribuirá a que el tiempo de descanso pueda aprovecharse mejor. Al doctor Abel Tobías lo espera mañana una carta de despedida de una de las pacientes que recibió el alta hoy. Ya les contaré.

Construir los sueños de todos

Domingo 3 de mayo

Una foto, tomada al azar, me interpela. No era la que buscaba, pero me obliga a replantear la crónica del día. Unos brigadistas, en un cambio de turno, permanecen absortos frente a la pequeña pantalla del celular. Hablan, sí, pero no entre ellos: del otro lado del Océano, o del ciberespacio, hay siempre un rostro que asoma, que da sentido a la espera, al riesgo de luchar por la vida. Solo los iniciados perciben la intensidad de la escena. A veces, de madrugada —cuando en Cuba apenas comienza la noche— se escuchan voces en el pasillo. Entran a los cuartos, de puntillas, los seres queridos, e inician largas conversaciones.

Me adentro en las fotos de aquella otra vida congelada: el doctor camagüeyano Manuel Emilio López Cifontes sonríe con su esposa y su hijo, en un restaurante cualquiera, las cervezas a medio tomar; el epidemiólogo Adrián Benítez pasea en Holguín con su esposa, mientras el niño, en brazos del padre, señala hacia algún lugar, más allá de la cámara y del tiempo; el doctor Julio celebra en Cienfuegos el cumpleaños de su madre, junto a la esposa y al hijo; el santiaguero Jaime Zayas Monteagut aparece también con su esposa, en una foto recortada sobre un fondo verde de flores… La pandemia ha detenido el tiempo.  

Los médicos y enfermeros reparan sueños ajenos, pero construyen de esa manera los nuestros, los de todos, que son también los suyos. Han venido a descongelar vidas, y las suyas, aparentemente inmóviles, se llenan de una extraña, indescifrable gloria. Cuando parece que la vida impone el recogimiento a lo más íntimo, y premia afectos y aspiraciones que no rebasan las paredes del hogar; aparecen estos cuerdos locos dispuestos a pelear por la vida de los demás a riesgo de la propia. Entonces, toda Cuba aplaude. Y un sentimiento de orgullo se cuela en cada hogar, provisoriamente abandonado, y atenúa el dolor de la partida. Entre el choteo y la solemnidad, los cubanos buscamos el equilibrio. Si alguien nos llama héroes, lo escudriñamos con sospecha; pero los ojos de nuestros médicos (y de sus esposas/os, y madres e hijos) brillan cuando el vecindario aplaude. No habrá nunca mayor premio, en una sociedad como la nuestra, que ese aplauso. Mientras esto se repita, Cuba estará a salvo.

Grandes médicos, mejores seres humanos

Sábado 2 de mayo

Después del almuerzo, se habían reunido en una esquina del parqueo. Esperaban la llegada del transporte que habitualmente los lleva y trae al lugar de residencia, al hospital o al comedor. Son jóvenes, y claro, sus intereses coinciden. Indagué un poco más: los cuatro son especialistas en Medicina Intensiva y Emergencias, así que trabajan en el Hospital General de Crema, en la sala de cuidados intensivos. Y comparten una característica: esta es su primera misión. El más “viejo” es Pedro Julio García, tiene 36 años y una segunda especialidad, Anestesiología y Reanimación. Casado, con dos hijos, uno de 8 años y otro de 3. Le siguen Juan Alberto Oliveras, de 31, y Leonardo Morejón, de 30. Ambos casados. Apunto el dato, porque esas mujeres están también en la trinchera del hogar y del trabajo. El hijo del primero cumplió 2 años el 4 de abril. El segundo, Morejón, tiene dos niñas y un varón que nació tres días antes de partir. El más bisoño, Fernando Grasso Leyva, de 28 años, es soltero pero con novia. 

No tuve tiempo de hacer preguntas. Apareció, de la nada, el doctor Leonardo Fernández, el menos joven de la brigada, de 68 años, quien ha cumplido misiones en Nicaragua, Pakistán, Timor Leste, Haití, Mozambique, Liberia (durante la epidemia del ébola, ya con 64 años) y ahora Italia. “¡Una noticia agradable para nosotros! —llegó exclamando— ¡Estuvo 55 minutos ventilándose solito!” Los jóvenes asintieron. Uno de ellos confirmó la noticia. Leonardo continuó, eufórico: “Y lo más bonito es que la doctora fue buscando la broncoscopia para saber qué pasaba, y nosotros le dijimos, mire, no es esto, ni es esto, por estas razones, debe ser esto. Cuando lo comprobó con la tecnología, llegó diciéndome, ¡bravo!, ¡bravo!” “Es el paciente más viejo que tenemos en la sala —me dice Morejón—. Su nombre es Francesco Corbani y tiene 70 años. Lleva 30 días entubado”. “Estamos muy contentos —insiste Leonardo—, muy satisfechos con el resultado. Hoy los enfermeros nos aplaudieron. Es una gran victoria” Y Morejón explica, como si necesitara explicarse: “Un paciente recuperado es una victoria tremenda, que se va por encima de cualquier otro estímulo: dinero, reconocimiento social, de cualquier cosa. No se lo digo para que lo escriba, es lo que pensamos”.

Entonces el “viejo” me habló de sus jóvenes. “Yo he estado en múltiples misiones, en muchos equipos, nunca me había sentido tan bien, tan compenetrado; ellos son como mis hijos, excelentes profesionales, excelentes amigos, están muy bien preparados. No existe un dime que te diré entre ninguno de nosotros. Es a trabajar y a trabajar. Al principio me molestaba un poquito, porque ellos me protegen, me pusieron por la mañana, para que no haga las tardes y las noches, pero tú sabes que yo estoy acostumbrado a estar en la guerra, a estar alante, y al principio me molestaba, coño, estos muchachitos me están marginando, después me di cuenta de que lo hacen por mi bien”.

Estoy de regreso en Turín. Y llamé al doctor Carlos, jefe de la Brigada de Crema, para precisar unos datos. Se escuchaba tras su voz la algarabía y me explicó: “el doctor Rubén Martínez Artiles cumple hoy 28 años. Es internista y trabaja también en el Hospital del pueblo”. De esa amalgama de jóvenes y menos jóvenes de mayor o menor experiencia, saldrán grandes médicos; pero, sobre todo, saldrán mejores seres humanos.

Renace el Árbol de la Vida

Viernes 1ro de mayo

Hoy el día ha sido especial, aunque la rutina de la zona roja permanezca inalterable.

El doctor Julio caminaba en dirección al hospital en las primeras horas de la mañana, cuando un carro de la policía se detuvo frente a él. El chofer, un hombre joven de uniforme, abrió la puerta y se bajó. Entonces, para sorpresa de Julio, empuñó el brazo y le dijo en voz alta: “¡Hasta la victoria siempre!”. Inmediatamente, retornó al vehículo y se marchó. En el hospital las enfermeras italianas que entraban a la zona roja le pidieron a un colega que escribiera en la parte posterior del traje, junto a sus nombres y especialidades, como suele hacerse, un mensaje: feliz primero de mayo.

En la tarde, fue inaugurado el Árbol de la Vida. La costumbre la traen los cubanos que enfrentaron el ébola en África; a partir de hoy, por cada vida salvada se colocará una cinta blanca. Las autoridades de la Región de Piamonte y de Turín, la capital, acudieron al acto. También el Cónsul General de Cuba en Milán. Dos pacientes han sido dados de alta. El doctor Julio colocó la primera cinta, y el doctor italiano Sergio Livigni, Director del Hospital, la segunda. En la era postcovid, será trasladado a Cuba.

El Árbol adquiere una significación adicional, a la que todos aluden: es el Día Internacional de los Trabajadores, que en Cuba ha sido dedicado a los que salvan vidas.

El edificio donde radica el hospital de campaña, fue construido en 1895 —cuando en Cuba se reiniciaba la guerra por la independencia, y José Martí caía en combate—, y es considerado la “Catedral” de la historia industrial de Turín. ¿Cuántos obreros albergó en duras jornadas productivas? Hoy acoge a los que luchan por la vida, a los de aquí y a los de allá. La pandemia exige de medicamentos y de cuidados especiales. También de la solidaridad que siempre han reclamado los trabajadores.

Un símbolo de gratitud

Jueves 30 de abril

Una tarde, al salir del hostal, los brigadistas cubanos de Crema, en Lombardía, vieron a un niño de 4 años, solo, en la acera de enfrente, con una banderita cubana en las manos. Al día siguiente, a la misma hora, el niño volvió. Y al otro, siempre con su banderita. Indagaron. Los padres, en realidad, lo vigilaban de cerca, vivían a pocos metros. Su nombre es Alessandro. El niño, pudiera decirse, se convirtió en el líder de una generación de niños que empezó a reunirse a la misma hora todos los días frente al hostal. Traían a sus padres, no sus padres a ellos. Y les hacían portar banderas de Cuba y de Italia. Se convirtió en una tradición.

La Alcaldesa, Stefania Bonaldi, una mujer sencilla como su gente, me lo explica así: “Los pobladores de Crema, sorprendidos, agradecen que unos médicos hayan cruzado el Océano para venir a Italia a ayudar a su pueblo. Eso les ha infundido mucha esperanza”. Hoy los brigadistas le hicieron un regalo. Cruzaron la calle, y le entregaron una bata de médico de su tamaño, un nasobuco (nunca lo llevaba puesto, ni él, ni los otros niños) y un estetoscopio. No sé qué se gesta, pero alguna sorpresa debe depararnos el futuro.

Rastros humanos

Miércoles 29 de abril

Desayunamos juntos. Son mesas largas y se colocan de dos en dos. Pero solo pueden sentarse en ella cuatro personas, para guardar la distancia. Mis compañeros de mesa, esta vez, no me hicieron mucho caso: acababan de terminar la guardia nocturna y discutían los procederes médicos que exigía una anciana de 89 años, enferma de coronavirus. Tiene otros padecimientos de base —logré entender—, y aunque ya casi rebasa el virus que la trajo, ha quedado muy desestabilizada. Uno de los médicos esbozó una sonrisa triste al añadir que su esposo, de 90 años, no dejaba de indagar por ella, y se empinaba en su cama para verla a lo lejos, porque está en el cubículo de los que exigen más cuidado. No fue difícil comprender que la historia que abordaban con pasión científica dejaba rastros humanos en ellos.

Un rato más tarde me despido de los doctores Barbiel Nápoles, Alejandro Bombino y Roelky Velázquez, porque regresan a la residencia para, quizás, dormir un rato, o comunicarse con sus familiares en Cuba. Llanio González, Cónsul General de Cuba en Milán (para la zona norte de Italia), me espera. Hoy, por primera vez desde que llegamos, abandono por dos días a mis hermanos. Viajamos hasta la vecina Región de Lombardía. Al llegar, hacemos una breve parada en la sede de la Asociación de Amistad Italia Cuba. Nos entregan algunos obsequios para las brigadas de Crema y de Turín. Mañana nos encontraremos con la primera brigada cubana en llegar. Allí me esperan personas que admiro mucho, como el doctor santiaguero Graciliano Díaz Bartolo o el guantanamero Leonardo Fernández, a quienes conocí en Guinea y Liberia, respectivamente, cuando la batalla contra el ébola.

Hace unos minutos hablé por teléfono con el doctor Carlos Ricardo Pérez, jefe de aquella brigada. Allí hay un Hospital de 400 camas, con dos neumólogos y cinco intensivistas cubanos. En un parqueo aledaño, se ha levantado un hospital de campaña, que cuenta con los servicios de quince enfermeros, dos clínicos y doce MGI. Seis más atienden a los enfermos de la Covid-19 de un hogar de ancianos. Ya saben de qué hablaré mañana.

Su misión es salvar vidas

Martes 28 de abril

Lo vi llegar, cabizbajo, todavía sostenido por un ambulanciero de traje completo. Era el primer paciente del hospital de campaña, y llegaba de otro centro hospitalario, con una prueba negativa a su favor. Fue ubicado en un sector de cuarentena, para los que esperan la segunda y definitiva prueba. 

Aquel lugar, todavía sin enfermos, debió parecerle gigantesco en los primeros días. Pero las soluciones que encuentra el destino son inextricables. El enfermo hablaba español, y pronto el enjambre de cubanos lo rodeó. A veces, si el almuerzo se demoraba —y esto empezó a suceder, sobre todo, cuando enfermos más graves ocuparon los primeros cubículos—, protestaba iracundo. Lo que era un buen síntoma de su estado de salud. Los que salían de la zona roja casi no hablaban de él, las conversaciones se centraban en los casos más complicados. Y casi me olvidé de su presencia.

La relación entre especialistas cubanos e italianos fue tejiéndose con manos de abuela. No llegó empaquetada, lo que sí llegó de ambas partes fue el deseo y la comprensión de que era necesario hacerla funcionar. A veces, los de acá ponían a prueba los conocimientos y las habilidades de los de allá; los nuestros no se ofendían, para eso habían venido, para entregar lo aprendido. Han salido airosos. Si alguien llegó prejuiciado, se curó. 

Los medios trasnacionales reproducen las mentiras más obscenas sobre la solidaridad médica cubana, aunque debo decir que la prensa de la Región de Piamonte, e incluso la del país, ha sido respetuosa. Nuestros médicos y enfermeros son instruidos para no hablar de política, para relacionarse con todo aquel que facilite el desarrollo de las estrategias locales de salud, para respetar creencias y credos, para curar a ricos y a pobres, a contendientes de un bando o de otro. Su misión es salvar vidas. Y sin embargo, el imperialismo los considera subversivos. Su presencia en los lugares más apartados o peligrosos, sin la compensación de grandes salarios, su visión no clasista de la profesión, su entrega, ponen en entredicho los valores del sistema. Todo segmento social no mercantilizado, es subversivo para el imperialismo. Por eso tratan de quebrarlo. Ellos son, como dijo Fidel a propósito del enfrentamiento a la epidemia del ébola, los héroes de nuestro tiempo.

Hoy, Máximo Pinna, de 56 años, el primer paciente en llegar al hospital de campaña, se convirtió también en el primero que recibía el alta médica. Lo abordé a la salida del hospital, donde lo esperaba la ambulancia que lo devolvería a su hogar, y no fue remiso a declarar sus sentimientos: “Felicitaciones, ¿cómo se siente?” —fue mi única pregunta. Pero él quiso decir más: “Muy bien. Los médicos cubanos son muy profesionales, no se les puede pedir más. Estoy muy, muy feliz de haberme recuperado. Me trataron muy bien. Pude conversar mucho con ellos porque hablo español; son muy profesionales, muy simpáticos y tienen un gran corazón”.

Víctor no está destinado para misiones fáciles

Lunes 27 de abril

El Licenciado Víctor Lázaro Guerra Viera, de Pinar del Río, tiene ahora 32 años. Fue el colaborador más joven de los 256 médicos y enfermeros que Cuba envió a los tres países afectados por la epidemia del ébola en África Occidental. 

Víctor Lázaro Guerra ahora enfrenta el coronavirus en uno de los epicentros europeos de la pandemia: en Turín, Italia.

Lo ubicaron en Sierra Leona. Tenía entonces 25 años, y fue la primera vez que enfrentó cara a cara a la muerte. Su especialidad en enfermería pediátrica, hacía de su labor una apuesta dramática. “Cerrarle los ojos a un niño es algo muy difícil”, me dijo entonces, en Freetown, poco antes de regresar. Pero la muerte también se llevó a un amigo, a un enfermero pinareño que contrajo a los pocos días paludismo cerebral.

Su segunda experiencia internacionalista se interrumpió de forma abrupta. Estaba en Bolivia. “El golpe de estado nos conmocionó —cuenta—, en cuestión de días todo cambió y se convirtió en una experiencia traumática. Sufrimos persecución por parte de la oposición, el asedio de la policía; algunos de nuestros compañeros fueron arrestados injustamente, destruían nuestras pertenencias. Yo estaba en Santa Cruz, de donde eran Camacho y Mesa. Cuando ya se acercaban las elecciones, empezaron a provocarnos, pero no nos dejamos, en momentos así uno tiene que estar tranquilo”.

El joven enfermero no está destinado para misiones fáciles. Ahora enfrenta el coronavirus en uno de los epicentros europeos de la pandemia: en Turín, Italia. “Cuando me dieron la noticia de que iba a partir para Italia, mi familia se preocupó, pero siempre me ha apoyado, y mi esposa y mi mamá saben la disciplina que tengo a la hora de mi trabajo, y cuánto amo la profesión. Siempre me trasmiten cosas positivas, y confían en mí, saben que, si al ébola fui y regresé vivo, y todo me salió bien, con el coronavirus todo será igual”.

Ya ha entrado cinco veces a la zona roja. Nadie le tiene que decir cómo protegerse. Mientras escribo estas líneas se prepara para entrar por sexta vez: a su equipo le toca la noche de lunes a martes. Dentro hay 50 pacientes. Pero hay una en especial con la que suele conversar. Tiene 73 años y es la de más edad. Ha estado varias veces en Cuba de vacaciones y habla itañol, pero algo se entiende. Él le dice que tiene que regresar, que la espera nuevamente en la isla. Y ella sonríe: ojalá, repite.


La esposa de Víctor, Jeily Castro Rivera, también es enfermera, conoce los secretos, las alegrías y las tristezas de la profesión. Ahora sostiene la retaguardia del hogar: tres hijos, un varón de 10 años, una niña de 9 y otro de 6. Esta tarde filmamos varios pequeños videos que serán trasmitidos en Cuba en la emisión de hoy de la Mesa Redonda. En uno de ellos, el doctor Sergio Livigni, Director sanitario del Hospital Covid-19 ORG Torino, donde los cubanos trabajan, declaró: “Es una situación difícil, triste, por la que está pasando el mundo. Pero durante esta semana en la que hemos trabajado juntos, hemos creado una situación de perfecta sintonía entre cubanos e italianos y quiero agradecerles a ellos, a Cuba entera, por habernos enviado a este equipo”

Dos bromistas que toman la vida y la muerte en serio

Domingo 26 de abril

Juegan, se embroman, como dos muchachos. Pero que nadie dude de la seriedad con la que asumen su trabajo. Los dos epidemiólogos de la brigada han vivido experiencias similares. Adrián Ramón Benítez Proenza estuvo, durante el cumplimiento de su servicio militar, pero voluntario, en la guerra de Angola, y René Aveleira Cutiño pasó cinco años ofreciéndole sus conocimientos médicos a un pueblo en Revolución bolivariana, y aprendiendo de ella. Ambos enfrentaron en África Occidental el más letal de los virus recientes, el ébola. René en Sierra Leona y Adrián en Liberia. Se entrenaron juntos en el IPK, pero marcharon a países vecinos. Después, regresaron a sus pueblos de origen en Cuba: Adrián a Báguanos, en Holguín; y René a Manatí, en Las Tunas.

Poco tiempo después, el destino, de la mano de la Unidad Central de Cooperación Médica, los uniría en una misión breve de dos personas, en unas islas tan distantes de la nuestra que el viaje, entre escalas y cambio de aviones, demora una semana: las islas Fiji, que habían sufrido el paso reciente de un ciclón. Todavía Adrián tendría tiempo para ir a Perú cuando la ciudad costera de Piura se inundó en 2017, por 75 días, y a Ecuador en enero de 2019, pero la mano peluda del imperialismo movería la del presidente de aquel país, para cortar la ayuda solidaria de Cuba a su pueblo. Por eso coinciden ambos de nuevo en la cruzada contra el coronavirus en Italia, en el Viejo Mundo.

En el hospital de campaña de Turín son los encargados de velar por la bioseguridad de nuestros colaboradores y de todo aquel que entre y salga de la zona roja. Trabajan desde las 8 de la mañana, hasta las 8 de la mañana del día siguiente: un día uno, y al siguiente el otro. América Latina, África, Oceanía, Europa: donde quiera que han sido necesarios o útiles, donde quiera que los pueblos y gobiernos lo han solicitado, sean estos de una u otra ideología, en lo más profundo de la isla querida, o en lo más distante, allí han estado estos guajiros científicos. Sobre esta pandemia, me dijo René: “Los epidemiólogos y los sistemas nacionales de salud pública de todo el mundo, tenemos que hacer un alto y decir: hubo un antes del coronavirus y habrá un después del coronavirus. Las epidemias son características de países subdesarrollados, están muy asociadas a modos y estilos de vida no saludables o inadecuados, y también a las infraestructuras básicas de un país, pero esta dijo: no, me voy a presentar en países desarrollados. Primero en China, después se trasladó a Europa, y después a Estados Unidos; las economías más poderosas fueron afectadas por la pandemia. El mundo no estaba preparado para eso. Los sistemas de salud de los países capitalistas desarrollados están organizados para atender al paciente, no para ir a buscar la enfermedad a la comunidad, y esto influye mucho”.

En dos pueblos de Cuba los espera una familia: Leydi Cruz Paneque en Báguanos y Niurys Laidis Ortiz Pavón en Manatí, sienten el orgullo de compartir sus vidas con estos dos bromistas, que se toman la vida y la muerte en serio.

Como si nos abrazaran desde lejos

Sábado 25 de abril

Es 25 de abril, Día de la Liberación del nazi-fascismo en Italia. Mussolini, sostenido por el ejército alemán, se aferraba al poder en el Norte de la península. Una sublevación popular, respaldada por los guerrilleros (partisanos) que bajaban de las montañas, provocó la retirada de los alemanes. El Duce escapó, pero unos días después fue capturado y fusilado cerca de la frontera suiza. 

No hay actividades públicas este año, aunque la población no dejará de celebrarlo. En los desfiles del año pasado (suelen reunirse en las plazas del país decenas de miles de personas) la gente sostenía carteles muy significativos: “Hoy como ayer, antifascistas”, “La Resistencia no ha terminado. Levanta tu cabeza y lucha por la vida”, “Combate el miedo. Destruye el fascismo”.


Ayer viernes en la tarde nos adelantamos: cubanos e italianos, reunidos en el patio del hospital, cantamos a coro la canción que hoy es un himno antifascista, “Bella Ciao” (Adios Bella). El estribillo, que le da título, es ampliamente conocido en todo el mundo. No lo repetiré, para que se entienda la letra: “Una mañana / me levanté / y encontré al invasor. / Oh! Partisano, / llévame contigo / porque me siento morir. / Y si yo muero / de partisano. / Tú me debes enterrar. / Enterrar allá / en la montaña. / Bajo la sombra de una bella flor / Y la gente / al pasar dirá ¡qué bella flor!”.

Pero el encierro, un día de la victoria, puede ser explosivo entre estudiantes universitarios. Nuestros médicos y enfermeros reciben e intercambian saludos todos los días desde las ventanas y los pasillos del campus, donde también está ubicado nuestro edificio. 

Hoy fue el paroxismo. Las canciones antifascistas, la algarabía juvenil y los aplausos se sucedían. De repente, algún estudiante puso en altoparlante el himno nacional de Cuba y todos hicieron silencio, mientras nosotros lo cantábamos. Fue como si nos abrazaran desde lejos. Dicen que el coronavirus cambiará el mundo, que lo hará mejor. No lo creo. Tendremos que cambiarlo nosotros. Pero hay suficiente energía, suficiente fuerza acumulada para hacerlo.

Pensar la vida de forma diferente… después del coronavirus

Viernes 24 de abril

Nos conocimos en 2006, en el Amazonas venezolano. Él tenía entonces 29 años y ya era especialista en Medicina General Integral. Su nombre es Julio Guerra Izquierdo. Navegamos juntos en una lancha rápida por el magnífico Orinoco junto a la entonces Alcaldesa de Atures, hasta San Fernando de Atabapo. El cielo, literalmente, se desplomaba; no como en los días húmedos y fríos de Turín, en los que no empieza ni acaba de llover, y cielo y tierra terminan indiferenciándose.

Julio Guerra Izquierdo se alista para entrar en la zona roja.

En mi libro Venezuela rebelde (2006) lo recuerdo así: “sentado en una pequeña silla plegable de tela, levemente encorvado pero de cara a proa, haciéndole frente a las balas de agua que traía el viento, erizado por el frío, el semblante impasible, estoico”. Ahora tiene 43 años, es un nefrólogo destacado, su segunda especialidad, y Jefe de la Brigada Médica cubana en Turín, la Región italiana de Piamonte, tercera en casos de coronavirus. En Cuba es el vicedirector general del Hospital Gustavo Aldereguía de Cienfuegos. Pero además de su misión en Venezuela (con los yekuanas y los yanomami del Amazonas), acumula en su mochila otras dos: en el Quiché guatemalteco y en Djibouti, un pequeño Estado musulmán del Cuerno Africano. En una entrevista que publicó hoy el periódico 5 de septiembre, me dijo: “Nuestro país está dándole un ejemplo al mundo de solidaridad, como ha hecho durante más de medio siglo, pero ahora se aprecia más, tanto en países pobres que son tradicionalmente receptores de la solidaridad, como en países ricos, poderosos, para los que resultaba difícil imaginar que necesitaran de nosotros (…) El reto mayor es que la Humanidad entienda que después del coronavirus tenemos que pensar la vida de forma diferente”. Su itinerario como internacionalista deshace los prejuicios que invocan los voceros imperiales cuando alegan la existencia de una “guerra de civilizaciones”: los médicos cubanos han roto las barreras artificiales que nos separan; son admitidos como hermanos por sociedades y culturas precolombinas, islámicas o europeas.

Con Alberto Cirio, gobernador de Piamonte, durante una visita previa a la inauguración del hospital de campaña.

En estas fotos aparece vestido, para entrar en la zona roja, conversando con el Gobernador de Turín y junto al Ministro Consejero de la Embajada de Cuba, el Cónsul General de Cuba en Turín y el de Roma, y René Aveleira, el epidemiólogo cubano.

Julio Guerra Izquierdo junto al Gobernador de Turín, el Ministro Consejero de la Embajada de Cuba, el Cónsul General de Cuba en Turín y el de Roma, y René Aveleira, el epidemiólogo cubano.

Pueden ver la entrevista completa aquí:

http://www.5septiembre.cu/julio-guerra-izquierdo-corresponder-las-esperanzas-depositadas-en-nosotros/

Es mi bandera, la bandera cubana. Se ve grande, hermosa

Jueves 23 de abril

Hoy, por primera vez, el día es soleado. Aún con abrigos ligeros, sentimos el abrazo benéfico del sol, un pariente que nos agobia en la Isla, pero que extrañamos y necesitamos en cuanto pisamos otras tierras. Desde el cuarto observo el patio interior de un edificio de viviendas, en el que aparece, al fin, un niño aburrido, o más bien desesperado, que estira el cuerpo lanzando una pelota contra la pared, mientras el padre lo vigila, a él y al perro, un mastodonte que intenta participar del juego.

El trayecto hasta el hospital de campaña se hace de buen humor. Hoy, además, recibimos visita: cerca de la media mañana llega Jorge Alfonso, Ministro Consejero de la Embajada de Cuba, junto a algunos funcionarios consulares de Roma y Milán (Llanio, Félix, Alfredo). En el hospital los recibe el Director y parte de su equipo italiano, y por supuesto, el doctor Julio, con algunos de nuestros compatriotas. Son conducidos por diferentes espacios de la nave —excepto los de la zona roja—, y reciben una minuciosa explicación de sus funciones.
En las computadoras, ven las imágenes en vivo de lo que sucede adentro: la pantalla puede mostrar una sala, incluso un solo paciente, o puede cuadricularse o sextuplicarse, y abarcar cada sala de la zona roja a la vez. Este monitoreo, similar al que se instala como medio de protección en algunos establecimientos públicos, se complementa con otras pantallas que ofrecen de manera permanente los signos vitales de los pacientes, y facilita el control médico desde la zona verde. Sin embargo, nada sustituye la presencia de los médicos y enfermeros cubanos e italianos que se turnan adentro, las 24 horas del día. Al finalizar el recorrido el Ministro Consejero se reúne con todos los colaboradores cubanos en el comedor del hospital y conversa con ellos.

” (…) es mi bandera, la bandera cubana: en el edificio de enfrente los estudiantes la han puesto”.

La tarde me reserva una sorpresa. Estoy en mi cuarto, intento terminar la crónica del día, pero un médico me interrumpe. Tiene lágrimas en los ojos. Me arrastra hasta su habitación, al otro lado del pasillo. Desde que traspaso la puerta la veo por los cristales de la ventana, es mi bandera, la bandera cubana: en el edificio de enfrente los estudiantes la han puesto. Se ve grande, hermosa. Nos asomamos. Llegan más médicos y enfermeros. Al vernos, los estudiantes aplauden. No podemos distinguirlos bien. Solo las manos sobresalen por las ventanas. Aplaudimos nosotros también.

“Al vernos, los estudiantes aplauden. No podemos distinguirlos bien. Solo las manos sobresalen por las ventanas”.

Esta ya es otra crónica creo, no la que estaba escribiendo, pero ¿qué voy a hacer? Ahora soy yo el que tiene lágrimas en los ojos. Tomo fotos. ¿Cómo engarzo este suceso conmovedor con el calor que nos traen nuestros diplomáticos, con el calor del día, con el sol que ahora resplandece, no en el cielo, sino dentro de cada uno de nosotros?

Cantamos la Guantanamera con los versos martianos y nos secundan, ellos, que son la Italia del futuro. Ninguna tecnología de punta podrá reemplazar el calor, la sabiduría, la solidaridad que existe en los seres humanos.

Y al final… una canción

Miércoles 22 de abril

Cesó la lluvia. Aquí la acera del bobo no es la del sol sino la de la sombra, donde todavía se siente el aire frío. Buscamos los espacios de sol como los viajeros buscan en el desierto las pocetas de agua. Ya hay hospitalizados en nuestro centro 34 pacientes, uno de ellos en terapia intermedia. La prensa italiana informa que hoy hubo 534 fallecidos de coronavirus, y que el país acumula 24 648. El total de casos diagnosticados desde el 21 de febrero, cuando se registró el primero, es de 183 957. Sin embargo, el Primer Ministro Giuseppe Conte anunció en el Senado y explicó la decisión de reabrir gradualmente el país a partir del 4 de mayo. La estrategia incluye la obligatoriedad del uso de mascarillas y guantes, así como el mantenimiento de la distancia social. Reconoció que se habían producido “explosiones incontroladas de contagios” en residencias de ancianos, a los que se les prestará mayor atención, y anunció el inicio del pesquisaje en los hogares.

Cartel en Italia.

En Turín esto se hará con el apoyo de la brigada cubana. Muchas personas permanecen enfermas en sus casas, asintomáticas o con síntomas leves, y nunca han sido censadas o atendidas. También se dedicarán centros hospitalarios al cuidado exclusivo de los enfermos del covid-19. En sus palabras ante los constructores y trabajadores de la salud italianos y cubanos, previas a la inauguración del hospital, el Gobernador de Piamonte había reconocido las carencias de la medicina comunitaria en la Región e instaba a fortalecer ese eslabón sanitario: “mientras más respuesta haya en el territorio, menos respuesta será necesaria en el hospital”.

Turín es una ciudad industrial con una alta concentración de obreros y emigrantes del sur. Fue la ciudad que acogió el liderazgo revolucionario de Antonio Gramcsi. Pero hoy, quizás porque el sol exacerba los sentimientos (y las convicciones), de regreso a la residencia atisbé en el viento una canción y enseguida descubrí a un joven universitario que la escuchaba en su pequeña reproductora, y la cantaba, sentado a la entrada de una residencia contigua a la nuestra: en la inconfundible voz de Carlos Puebla, aparecía en Turín junto al inesperado sol la canción “Comandante Che Guevara”. Al pasar nos miramos, y sonreímos.

La zona roja

Martes 21 de abril

Sin duda, la experiencia del ébola en África ha marcado a los colaboradores que hoy enfrentan el COVID-19. El proceso más complejo y definitorio tiene que ver, no con el paciente, sino con el propio trabajador de la salud: su completa protección garantiza que no se enferme, lo que permite que pueda continuar asistiendo al enfermo, y que no trasmita a otros la enfermedad. Todo se decide en dos pequeñas habitaciones, por una se entra a la zona roja; por la otra se sale. Los jueces supremos de esta peculiar “aduana” en el hospital de campaña son los epidemiólogos cubanos René Aveleira y Adrián Benítez. Ellos controlan la manera, previamente ensayada, en que deben ponerse los trajes, y sobre todo, la forma en que deben despojarse de ellos. Se turnan, pero trabajan las 24 horas.


El segundo momento es decisivo. El doctor o enfermero que sale no puede tocar la parte exterior del traje. Paso a paso, se quita su vestimenta, ante la mirada atenta del epidemiólogo. Otra cosa es el lavado de manos con una solución alcohólica, que espera en el cuarto de salida. Es tan importante que la industria médica ha producido un “juguete” singular: a modo de entrenamiento, el médico se frota las manos —antes se muestra de qué minuciosa manera debe hacerse— con un líquido fluorescente (invisible para el ojo humano) y luego las introduce en el equipo. Por un orificio comprobará qué partes no brillan, es decir, no han sido lavadas correctamente. Estas fotos lo ayudarán a entender el proceso.

La epidemia será vencida

Lunes 20 de abril

Desde ayer no cesa de llover. Recorremos bajo esta pertinaz llovizna, las dos cuadras que separan la residencia estudiantil del hospital de campaña. Es nuestro recorrido obligado y único en esta gran ciudad: de uno a otro lugar, y viceversa, aún cuando a veces no nos corresponda el turno o el trabajo nos espere en la computadora de la habitación. Pero desayunamos, almorzamos y comemos en el hospital.

Manos amigas nos han conseguido abrigos ligeros, acordes a la época del año: una primavera fría y lluviosa —como suele serlo—, nada parecida a la de los cuentos infantiles. Pero estos “paseos” mínimos nos compensan del encierro. La hermandad de la brigada se manifiesta sobre todo en el hospital, donde todos son uno, y en los breves momentos de descanso que se producen allí. Pero en la residencia, se vive habitación adentro. Si se recorren sus pasillos, tras cada puerta podría escucharse una diferente y sin embargo muy parecida conversación por WhatsApp con los seres queridos que dejamos atrás.

Todos tenemos una tarjeta magnética que debe ser mostrada al custodio de la Defensa Civil cada vez que salimos o entramos a la residencia, y este registra la hora en que la abandonamos y el tiempo que demoramos en regresar. Días atrás, con más sol que ahora, un intrépido compañero y yo nos desviamos: le dimos la vuelta a la manzana. Del otro lado, como Colón, descubrimos lo que los lugareños obviamente conocían, una amplia avenida. Hice algunas fotos parado en medio de la calle, algo impensable en tiempos normales. Ese día descubrimos también que quienes a veces nos aplauden en el edificio contiguo, son estudiantes del Politécnico, oriundos de otras regiones de Italia, atrapados allí por la pandemia.

Edificio principal de la antigua fábrica – centro de arte, donde se construyó el hospital.

Ya tenemos 21 pacientes hospitalizados. Según el Observatorio Nacional de la Salud de Italia, Piamonte ocupa el tercer lugar entre las regiones del país en cantidad de casos confirmados (19 803), y de fallecidos (2 171). Pero el dato que constituye un desafío para la Brigada es su predicción de que la epidemia será vencida a finales de junio. Durante la conferencia de prensa del domingo, alguien deseó que regresara “la normalidad” lo antes posible. El Gobernador de Piamonte comentó para sí, en un tono de voz audible: “A la normalidad ya no regresamos. En todo caso, será otra normalidad”.

Residencia estudiantil donde nos hospedamos.

El día uno de esta historia

Domingo, 19 de abril

Hoy fue el día uno de esta historia. El capo doctor Julio (en italiano significa jefe) de la brigada había hecho la previa distribución de los equipos y los turnos, con el necesario balance de experiencia y de especialidades —sin obviar, en lo posible, las empatías personales—. Y hoy nos levantamos muy temprano para acompañar a los primeros que pisarán terreno “enemigo” —la zona roja, la del coronavirus—. Hubo presentaciones de médicos y enfermeros, italianos y cubanos, que en lo adelante trabajarán juntos, como integrantes de un equipo llamado Humanidad. En el cuarto donde se visten, la mirada severa de René —que es epidemiólogo, y trae su experiencia del ébola— no permite el más mínimo descuido. Señala, rectifica, a veces regaña, pero todos agradecen. Con admiración, el capo de la parte italiana le comenta al nuestro: ”Ustedes le dan mucha importancia a la protección del especialista”. Los cubanos bromean, pero conocen la responsabilidad que asumen consigo mismos y con los demás. Junto a ellos entra Michelle, uno de los impulsores del acuerdo entre los dos países, que hace de traductor. Desde un costado del hospital capto la llegada del paciente número uno. Después llegarán otros, hasta completar la cifra de diez. Se pierden tras la puerta, pacientes y brigadistas.

En la tarde converso con los últimos, ya bañados, cansados, todavía risueños. Me dicen que se entendieron muy bien con los especialistas italianos. Y comentan sobre las más modernas tecnologías puestas a disposición de los pacientes. Hay una interrogante que salta en las conversaciones, con la misma insistencia que suele hacerlo el coronavirus: aquí, en uno de los siete países de mayor desarrollo económico, la tecnología es de punta y su disponibilidad en los hospitales es absoluta. ¿Por qué son útiles o necesarios los especialistas de un pequeño país pobre y bloqueado, que no puede acceder a muchos de esos sofisticados equipos? La respuesta se posa lentamente: la tecnología es importante, pero es más importante el ser humano, el especialista formado para servir y las políticas sociales que lo respaldan.

Médicos que colaboran en el nuevo hospital creado para combatir la COVID-19.

“Los cubanos bromean, pero conocen la responsabilidad que asumen, consigo mismos y con los demás”.

“En el cuarto donde se visten, la mirada severa de René —que es epidemiólogo, y trae su experiencia del ébola— no permite el más mínimo descuido”.

René, el epidemiólogo, “señala, rectifica, a veces regaña, pero todos agradecen”.

“Desde un costado del hospital capto la llegada del paciente número uno”.

El final será la alegría

Sábado, 18 de abril

No hubo inauguración. El Presidente del Consejo Regional de Piamonte (gobernador) Alberto Cirio, lo advirtió la víspera. No son tiempos de celebraciones. “Ese momento llegará cuando podamos cerrarlo y desmontarlo”, expresó a la prensa. Él mismo contrajo el virus y pudo recuperarse. Ahora insiste en mantener la distancia entre personas y el uso del nasobuco. Todo se redujo a una conferencia de prensa virtual hoy al mediodía (hora de Italia), desde una sala contigua a la instalación. Pero este centro de noventa y dos camas, dentro de un viejo taller de reparaciones ferroviarias —luego centro cultural—, permitirá descongestionar los hospitales generales de la ciudad, que ahora podrán atender otras patologías graves. Aquí trabajará a partir de mañana la brigada cubana, en tres turnos de ocho horas cada uno, mañana, tarde y noche.

En la conferencia, hablaron el propio gobernador, la joven alcaldesa de Turín Chiara Appendino y el general jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea Italiana —cuyo Cuerpo de Ingenieros fue el responsable de la reconstrucción del local—, entre otras autoridades. Por la parte cubana lo hicieron el embajador José Carlos Rodríguez desde Roma y el doctor Julio Guerra Izquierdo, jefe de la brigada cubana. El último agradeció con sincera modestia las atenciones recibidas desde su llegada. “Estaremos aquí mientras que la parte italiana considere que nuestra presencia es necesaria”, dijo. En Cuba es el vicedirector general del Hospital General Gustavo Aldereguía de Cienfuegos, con más de seiscientas cuarenta camas. Antes cumplió misiones en Guatemala, Venezuela y Djibouti. Estas fotos recogen momentos de la conferencia de prensa y del encuentro posterior del doctor Julio y el gobernador Cirio, en su recorrido por la sala del nuevo hospital. Mañana llegan los primeros pacientes.

De izquierda a derecha el general jefe del Estado Mayor de la Fuerza Aérea Italiana, el gobernador Alberto Cirio y la alcaldesa de Turín Chiara Appendino.

Julio Guerra Izquierdo, jefe de la brigada de médicos cubanos, y Alberto Cirio, gobernador de Piamonte, comparten un saludo.

Un “pensamiento culinario” y una ardua labor

Viernes 17 de abril

 (I)

Hoy quedó listo en Turín el nuevo hospital para la atención a los enfermos de la COVID-19, en el que laborará a partir de mañana la brigada cubana junto a médicos y enfermeros italianos. Es un antiguo taller para la reparación de locomotoras, reacomodado primero como centro cultural —en una pared todavía pueden leerse los datos de curaduría de la última exposición, interrumpida de forma abrupta por la pandemia—, al modo de nuestra Fábrica del Arte y ahora reacondicionado como hospital en uno de sus gigantescos pabellones de ladrillos ennegrecidos. Ha sido una readaptación en tiempo récord, con el apoyo del Cuerpo de Ingenieros de la Fuerza Aérea Italiana. Durante esta semana, los médicos y enfermeros cubanos se entrenaron en el uso del traje con el que trabajarán y estudiaron y discutieron los protocolos italianos de atención a los pacientes, así como el diseño epidemiológico del lugar. Hoy participaron, desde horas tempranas, en un trabajo voluntario para ubicar los muebles y los sofisticados equipos médicos en sus cubículos. Cada día, al llegar, se les mide la temperatura corporal. El salón, que solo recibirá a enfermos de COVID-19 ya confirmados, tiene un total de noventa y dos camas entre la sala general, la de terapia intermedia y la intensiva. Estas fotos recogen los siguientes momentos: las primeras vistas del local —recién llegada la brigada a Turín—, el trabajo voluntario y la vista actual del hospital. El gobernador hizo hoy en la tarde una visita privada a la instalación, sin prensa, solo para saludar y felicitar a quienes la hicieron posible y la sostendrán. Mañana tendrá lugar la conferencia de prensa y el domingo está prevista la llegada de los primeros enfermos.

El hospital hecho para la atención de los pacientes con la COVID-19 en un antiguo centro cultural, que antes fuera un taller de reparación de locomotoras.

Médico cubano toma las debidas precauciones durante el trabajo voluntario para acondicionar el nuevo hospital.

Médicos cubanos en el trabajo voluntario.

Equipamiento para el nuevo hospital.

“(…) quedó listo en Turín el nuevo hospital para la atención a los enfermos de la COVID-19 (…)”.

“El gobernador hizo hoy en la tarde una visita privada a la instalación, sin prensa, solo para saludar y felicitar a quienes la hicieron posible y la sostendrán”.

(II)

Esta noche, cuando la brigada cubana llegó al comedor, la muchacha detrás del mostrador añadió un plato que no estaba en exhibición: una lasaña casera —muy sabrosa, por cierto—. Al final, entregó un sobre sellado. Cuando lo abrimos, encontramos esta carta:

A todos los profesionales de la salud cubanos: Un pequeño pensamiento culinario que espero les complazca y les haga apreciar a nuestra desesperada Italia. Estas son las famosas lasañas italianas. Les agradezco desde el fondo de mi corazón por venir a nuestro rescate. ¡Gracias!

               Emma Bonatto, enfermera del Hospital Amadeo di Savoia.

Ella había acompañado la víspera a los enfermeros cubanos durante la visita a su Hospital.

Emma Bonatto, enfermera italiana, agradeció a nuestros médicos con una deliciosa receta de su país.

Sin abrazos, pero con orgullo

Jueves 16 de abril

El licenciado en Enfermería Leonardo Baños Carmona cumplió hoy cuarenta y seis años de edad. Ni siquiera pudimos abrazarlo —no se permite que los amigos tengan tales excesos de afecto en tiempos de pandemia—, aunque ayer a las doce de la noche los celulares chillaron de felicitaciones. Está lejos de su Isla, de su Güira de Melena —donde vive— y del Hospital General Docente de San Antonio de los Baños, donde trabaja como intensivista-emergencista. Su esposa —llevan veintitrés años de casados— no podrá abrazarlo tampoco. Pero no por la pandemia —hay más flexibilidad entre esposos—, o sí, también por la pandemia; pues arriba a esa edad en plena faena humanista en Italia, uno de los tres países donde el virus ha cobrado más vidas, arriesgando la suya, como hizo frente al ébola en Sierra Leona. Ya la familia empieza a acostumbrarse a estos sustos; o no, pero respeta al ser humano, al profesional. Y estoy seguro de que su hija de dieciocho años, estudiante de Ciencias Informáticas, y su hijo de once lo recordarán hoy con orgullo.

“El licenciado en Enfermería Leonardo Baños Carmona cumplió hoy cuarenta y seis años de edad”.

Y la emoción agradece

Miércoles 15 de abril

Hoy los médicos y enfermeros cubanos visitaron y recorrieron algunas salas de terapia del hospital Giovanni Bosco, dedicadas al tratamiento de la COVID-19. No es cuestión de tecnología —aquí es de punta—, ni de mujeres y hombres dispuestos al sacrificio, son los intereses los que a veces se interponen. Me sorprendieron esas enfermeras curtidas con los ojos enrojecidos por la emoción; las vi interrumpir sus palabras de manera abrupta, cuando un nudo les cerraba la garganta. Muchas quisieron retratarse con los visitantes y algunas, hasta improvisaron carteles de bienvenida.

Hospital Giovanni Bosco.

Enfermeras italianas junto a los médicos cubanos.

El personal de salud italiano improvisó carteles de agradecimiento y bienvenida a sus colegas cubanos.

Bienvenida, Cuba

Lunes 13 de abril

Aeropuerto de Turín. La brigada médica se prepara para descender a la pista. Antes, el embajador cubano en Italia José Carlos Rodríguez subió a la aeronave y le dio la bienvenida. Abajo ya, los brigadistas se forman en filas equidistantes, según lo requerido. El gobernador de Piamonte Alberto Cirio le entrega la bandera de Italia al doctor Julio Guerra Izquierdo, jefe de la brigada cubana. El embajador pide a dos colaboradores que sostengan el estandarte de la Misión —símbolo de la amistad entre los dos pueblos—; hace uso de la palabra y se la cede al gobernador, que luego la pasará a la alcaldesa de Turín. Algunas aeromozas lloran de emoción; lo que contrasta con un recuerdo ambiguo: uno de los pilotos, en el aeropuerto de La Habana, intentó fotografiar con su celular a varios brigadistas que, sofocados por el calor, no guardaban la debida compostura. El doctor Julio se estrenó entonces como jefe y los reprendió. Pensé entonces en las trampas de la comunicación y en aquellos que no buscan la verdad, sino la confirmación de sus prejuicios. Jóvenes integrantes de la Agencia Italiana para la Cooperación Económica y Cultural con Cuba portan una tela que dice: “Bienvenidos a Torino. Gracias Cuba”. Al finalizar el acto, los brigadistas son examinados y aislados para determinar si portan el virus. Los resultados se reciben en la tarde-noche: todos son negativos. Se inicia oficialmente la colaboración cubana en esta ciudad.

“La brigada médica se prepara para descender a la pista”.

“Abajo ya, los brigadistas se forman en filas equidistantes, según lo requerido”.

“El gobernador de Piamonte Alberto Cirio le entrega la bandera de Italia al doctor Julio Guerra Izquierdo,jefe de la brigada cubana”.

El gobernador de Piamonte Alberto Cirio da la bienvenida a los médicos cubanos.

“(…) los brigadistas son examinados y aislados para determinar si portan el virus”.