Cuando el café enciende la música

Ana María Domínguez Cruz
16/8/2018

El café tuvo la culpa. Obligó a sus pasos a llegar hasta una tienda para cambiar su camisa y luego la curiosidad azuzó sus oídos. El café, la curiosidad… y el deseo de no dejar a la deriva lo que en un momento pudo encenderle el espíritu. Viajó desde Argentina hasta Los Ángeles, y allí indagó sobre aquella voz, la que brotaba de las bocinas instaladas en la tienda. Ella (la dueña de la voz) había dejado atrás esa ciudad pocas horas antes y regresaba a Buenos Aires, sin sospechar que al rato la llamaría el hombre que compró una camisa nueva y se imaginó conociéndola.

El destino, el azar, la casualidad y el café —insisto— aquel inquieto café, fueron los causantes de todo hace tres años. El resultado fue el disco Once. Concierto para dos, en el que comparten ellos: el multipremiado pianista, compositor y arreglista Chucho Valdés, y la cantante argentina Patricia Sosa.


Fotos: Ettiene Armas

 

Aun después del concierto de presentación del álbum el pasado sábado en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso y luego de haber escuchado la historia del cómo se conocieron, muchos no dejan de preguntarse por qué se entrelazaron sus intereses musicales, por qué una figura esencial en la historia moderna del jazz afrocubano quiso conocer e involucrar en un proyecto a la primera mujer argentina en liderar una banda de rock, seguidora además del tango, el folclore y el pop.

En principio, nada que ver uno con el otro, piensan no pocos. Y en esencia, aunque la música es el denominador común en las vidas de ambos, los estilos son distintos, la armonía cuerpo-alma en la escena se ofrece de manera diferente y lo que se respira, al final, también lo es. Quizás, y me arriesgo a opinar, en lo diferente queremos encontrar lo similar. Un piano (¡y qué piano!) puede acompañar cualquier voz, escuché decir detrás de mi asiento, y todas las voces pueden acoplarse al instrumento. Pero mas  allá de ello, Chucho y Patricia quisieron hacer partícipe a todos los presentes de las buenas vibraciones que entre ellos se impulsan, y lográndolo o no, el concierto se disfrutó y se agradece.

La gira por los 40 años de la banda Irakere llevó a Chucho, su fundador, por numerosos escenarios recientemente, mientras Patricia se hallaba inmersa en su carrera artística durante los últimos tiempos. Juntos planearon esta presentación del disco que, ante todo, trae de vuelta al Premio Nacional de Música al público que más le quiere y permite que, además, descubramos a Patricia. Un pianista extraordinario que hace correr las teclas del piano tras sus dedos, y una voz que intenta exteriorizar todo el temperamento contenido en una mujer.

El fonograma incluye los temas “Envidia”, “Distancias”, “Ningún amor es perfecto”, “Vela encendida”, “Días de otoño”, “Me has echado al olvido”, “Por él”, “Marcada a fuego”, “Ya no me dueles”, “De aquí a la eternidad” y “Concierto para dos”. La invitación de la noche incluyó además, felizmente, dos temas protagonizados por Chucho: “Caravana” y “Sherezade”.

Patricia estaba feliz, y no solo por tener cerca al hijo del también archiconocido Bebo Valdés. En su revelación ante el público cubano estuvo acompañada por los cubanos Rodney Barreto (drums), Yaroldy Abreu (percusión) y sus coterráneos, Daniel Leis (guitarra y coros) y Gustavo Giuliano (bajo). Estaba feliz, y era capaz de demostrarlo, porque fue evidente su sonrisa amplia y el histrionismo que algunos, según escuché, no esperaban.

Por si fuera poco, el programa anunciaba a la diva del Buena Vista Social Club en el regalo final de la noche. Su grandeza se disfraza con vestidos y turbantes coloridos,  una tímida sonrisa y una mirada abrazada al despiste, pero todos la queremos así. Por eso Omara Portuondo se acomoda en la silla, y cuando es invitada a un concierto, los aplausos y las exclamaciones del público lo convierten en suyo.

Entonces hubo sorpresas. “Dos Gardenias” y “El día que me quieras” antecedieron los esperados clásicos “Allí” y “Veinte años”. Patricia parecía emocionada y no resistió la tentación de obsequiar “Alfonsina y el mar” con lágrimas arrancadas de un tajo.

El público estuvo satisfecho, pero Patricia no. Quiso terminar el concierto como empezó. Repitió “Envidia”, y su esencia rockera quedó clavada en las impresiones musicales de los que fueron al Gran Teatro a conocerle.

Lo mejor de todo esto es que llegue a esta ciudad, en vivo, lo que se soñó y se materializó en otras. Lo bueno de esta ola de sucesos que tiene a La Habana en el centro es que el público cubano se complace y descubre figuras, sonoridades, esencias. Lo extraordinario es que detrás, en la causa de todo, hallemos algo diminuto… como puede serlo una taza de café.