Si usted es de los que apenas puede evitar emocionarse con una trama fílmica que recurre al suspense y a la sorpresa, a las persecuciones y a la emoción provocada por el cambio de fortuna del héroe que deviene víctima, entonces el ciclo del Chaplin está pensado para usted. Se eligieron seis filmes de diversos países, todos de muy reciente producción, y que permiten explorar algunas verdades pocas veces divulgadas en los medios de comunicación sobre la corrupción o el crimen, extendidos cual pandemia. El thriller también nos permite sondear las profundidades problemáticas de la psiquis humana, e incluso abordar algunos temas sobrenaturales, porque el misterio y la intriga es uno de sus componentes dramatúrgicos fundamentales.

La producción británica She Will se exhibe del 7 al 11 de este mes. Está dirigida por una mujer, Charlotte Colbert, y su protagonista también lo es, se llama Verónica y la interpreta Alice Krige, secundada por intérpretes británicos de considerable prestigio como Malcolm McDowell y Rupert Everett. Laureada como la mejor ópera prima en el Festival de Locarno, y concursante en el Festival de Sitges, especializado en filmes fantásticos y de horror, She Will se desarrolla en el espacio del misterio que proporciona una clínica, en un rincón apartado de Escocia, adonde acude Verónica, después de sufrir una mastectomía doble, para curarse de la dolorosa operación.

She Will, laureada como la mejor ópera prima en el Festival de Locarno, se exhibirá hasta el 11 de septiembre en el cine Chaplin.

She Will se inserta en una larga tradición de thrillers británicos e italianos (que ellos llaman giallos) sobre mujeres amenazadas. Debe recordarse que Alfred Hitchcock, el inventor de los mejores thrillers clásicos, de los años cuarenta y cincuenta, realizó obras de gran prestigio tanto en su país como en Estados Unidos, y en Italia, desde los años setenta, se establece Dario Argento (quien por cierto es el productor ejecutivo de She Will), quien remodela el género a su antojo, pero siempre bajo la sombra de Hitchcock, a través de películas como Rojo oscuro o Suspiria, protagonizados por mujeres y poblados de elementos sobrenaturales o parasicológicos.

Mientras Verónica es visitada por misteriosas y aterradoras ensoñaciones, establece un vínculo especial con Desi, una joven enfermera, y juntas descubren ciertas fuerzas misteriosas relacionadas con los sueños. De modo que estamos en presencia de lo que llaman un thriller sobrenatural, que crea un puente entre los géneros criminal, fantástico y el horror; quizás el manejo simultáneo de los códigos de tres géneros diversos tensa a veces demasiado la experiencia, las posibilidades y el conocimiento de una directora debutante, pero She Will compensa a los fanáticos del thriller, que son muchos.

El thriller también permite sondear las profundidades de la psiquis humana y abordar algunos temas sobrenaturales.

El suizo Andreas Fontana dirigió la coproducción franco-argentina, ambientada en Buenos Aires a principio de los años ochenta, titulada Azor (2021), que se exhibirá en el Chaplin del 14 al 18 y recurre a los rebordes políticos del thriller, un género adaptable al relato de los peligros que acosan al héroe en medio de golpes de estado y crisis políticas. Uno de los mayores creadores del thriller político fue Costa-Gavras, en los años setenta y ochenta, cuando nos sorprendió con Estado de sitio o Missing. Medio parecida a estas películas es la trama de Azor, que nos cuenta la búsqueda y los peligros que rodean a Yvan De Wiel, un banquero de Ginebra que viaja a Argentina para sustituir a su socio, objeto de inquietantes rumores, y desaparecido de la noche a la mañana. El viaje de Yvan ocurre en plena dictadura, precisamente la misma época en que se ambientaban las películas mencionadas de Costa-Gavras en Chile y Uruguay.

Tanto la historia del cine francés como del argentino poseen grandes paradigmas de este tipo de películas; para valerse de tales saberes el director suizo Andreas Fontana coescribió el guion de Azor en colaboración con el argentino Marino Llinás, y así describe las tribulaciones del banquero en tierra hostil, poblada de personajes excéntricos y hasta siniestros. Aunque el filme carece de referencias expresas al régimen de Videla, a la Junta Militar, o a los escuadrones de la muerte (referencias que tampoco se explicitan en un clásico que también refleja este periodo como El secreto de sus ojos), se ilustra con exactitud una atmósfera opresiva, insoportable, que también ha contribuido con la eficiencia de muchísimos thrillers.

Esta coproducción está ambientada en Buenos Aires a principio de los años ochenta y recurre a los rebordes políticos del thriller.

El mes del thriller, en el Chaplin, propone, del 21 al 25, el filme español Código emperador (2022, Jorge Coira), que vuelve a convencernos de que Luis Tosar es uno de los mejores actores de su país, y que el mundo de los espías y los servicios secretos es un medio que se aviene con facilidad con los códigos del thriller. El protagonista trabaja precisamente para los servicios secretos, y en este sentido debe cumplir dos misiones: acceder al chalet de una pareja implicada en el tráfico de armas (para lo cual se acerca a la asistenta filipina que vive en la casa) y buscar o inventar los trapos sucios de un político que es necesario sacar del juego político para proteger los intereses de las elites más poderosas del país.

Según varios críticos españoles, y estoy resumiendo opiniones de muy diversos medios, Código emperador está hecha con oficio, ritmo fluido, acabado correcto, densidad en el mensaje y buenas interpretaciones, todo lo cual eleva a nivel decoroso a esta película de espías, con abundancia de subtramas, y el suficiente interés en la realidad nacional de la corrupción generalizada como para distinguirse de los mil thrillers norteamericanos con menor intención de denuncia y quizás mayor sentido del espectáculo.

Dirigida por Jorge Coira, Código emperador vuelve a convencernos de que Luis Tosar es uno de los mejores actores de España.

Al igual que en muchos otros países, en España se discute, sin que la polémica alcance demasiado sentido o vuelo, si la industria nacional es capaz de realizar buenos thrillers. Claro que sí. Hay una larga lista de títulos que avalan la afirmación. Porque es inútil competir con Hollywood y tratar de hacerlo igual, pero resulta muy factible tomar prestadas sus narrativas y estéticas para insuflarles las características inherentes a la idiosincrasia y la cultura de cada país productor.

Y como título final del ciclo de septiembre en el Chaplin llega precisamente un buen producto del cine norteamericano: Kimi (2022, Steven Soderbergh), exhibida en algunos países como Kimi, alguien está escuchando y que nos recuerda a Hitchcock incluso antes de verla, cuando leemos la sinopsis y nos enteramos de que la protagonista (Zöe Kravitz) es una empleada de una empresa tecnológica que sufre agorafobia y crisis de ansiedad, al igual que el James Stewart de la clásica Vértigo. En este caso, la muchacha descubre un crimen e intenta alertar, en vano, a sus superiores.

El guion de esta película está escrito por David Koepp, uno de los profesionales más exitosos de Hollywood.

Además de que el crédito del director lo tiene Steven Soderbergh, pionero del cine independiente norteamericano moderno, alguien que ha demostrado su capacidad para entretener a las mayorías, e incluso para realizar películas de alta calidad como Traffic, Ocean’s Eleven y Che, el guion de Kimi está escrito por David Koepp, uno de los profesionales más exitosos de Hollywood luego de entregar las historias en que se basaron Parque Jurásico, Misión imposible y Spider Man. Un director muy notable, un guionista extraordinario y una buena actriz que se tiñe el pelo de azul e intenta cambiar su imagen en sintonía con los misterios que el thriller demanda. No se puede pedir más.