Cuando las aguas van cogiendo su nivel: La Cátedra Honorífica Juan Formell en el ISA

Guille Vilar
6/9/2018

En cualquier país del mundo, la cultura reverencia a sus iconos desde posiciones estratégicas para preservar el incalculable valor que estos simbolizan en el dominio de la identidad de cada nación. En tal sentido, para los franceses hablar de Edith Piaf es hacer referencia a una deidad que dominó como nadie el hechizo de la expresividad en el acto de cantar; mientras que Carlos Gardel es la pasión por el tango, y la representatividad implícita de un símbolo patrio personificado por el impacto que nace de nada más mencionar su nombre, aunque la vastedad de otros monumentos de la canción como Atahualpa Yupanqui o Mercedes Sosa ocupen también los corazones argentinos. Y si de la música contemporánea norteamericana se trata, por mucho que se esfuercen en validar el aliento comercial de una música concebida en serie, el pueblo norteamericano conoce perfectamente cuáles son las figuras icónicas de sus distintos géneros musicales. Ahí están desde Ella Fitzgerald hasta B.B. King, o el universo que encierra en un mismo apartado a nombres fundacionales como Miles Davis y Chuck Berry, para solo citar algunos.

Benny Moré. Fotos: Internet
 

En cuanto a Cuba, pudiéramos hablar de grandes de nuestra música ante los cuales no tendríamos otra salida que quedarnos inclinados por toda una vida, en inequívoca señal de devoción y respeto. Sin embargo, de entre todos ellos hay un nombre cuya obra y proyección como artista sintetiza lo cubano en la música popular. Este no puede ser otro que Benny Moré y su Banda Gigante, cuyas grabaciones musicales permanecen como nuevas al traspasar intactas los patrones cualitativos que impone el transcurrir de cada momento histórico.

Misterios de tal magnitud solo pueden ser descubiertos a través de los rangos de autenticidad que distinguen al Sonero Mayor. Cuando nos referimos a estas personalidades de inabarcable trascendencia en la música, a menudo nos sumergimos en la apreciación teórica de sus variables como creadores y obviamos la eficacia de otras miradas que nos ayudan a comprender su dimensión para el acervo cultural del cubano. Al Benny hay que asumirlo como la ceiba mayor con que nos hemos tropezado alguna vez en la vida. Es un enorme y frondoso árbol, capaz de dar cobijo a todos los que escuchamos su música para deleitarnos con los genes de absoluta cubanía que aparecen contenidos en sus canciones. Pero si Benny Moré es lo más grande que se ha dado en nuestra música popular, entonces Juan Formell , por derecho propio, encierra toda la majestuosidad, toda la hidalguía y elegancia que distingue a la cubana palma real.

Juan Formell
 

¿Quién de nosotros, de los nacidos en esta Isla, cuando viajamos de un lado a otro del país, no se ha quedado fascinado por el encanto de los palmares? ¿A quién, cuando llevamos demasiado tiempo fuera de Cuba, y vemos postales de nuestros campos y sus palmas, no se nos ha querido formar un nudo en la garganta? Se trata de la misma nostalgia que reivindicamos en la inmensidad de nuestras almas cuando escuchamos la música de Juan Formell y Los Van Van . Explicar el origen de semejantes sensaciones, se resume en un profundo sentido de pertenencia a lo registrado como cubano de pura cepa. Quizás la prueba más inmediata e irrefutable del arraigo de Formell en el fundamento de la nacionalidad de nuestro pueblo, está patentizada en la foto que tomara un artista de la cámara como Iván Soca durante una gira de la orquesta por Santiago de Cuba. Es aquella memorable fotografía donde en la calle aparece escrita con brocha gorda, una lapidaria frase: ¡Van Van es Cuba!

Por eso es importante resaltar el significado de la creación de la Cátedra Honorífica Juan Formell en la Universidad de las Artes, como un relevante aporte al legado que debemos custodiar en memoria de Formell.

A la vez, para nada es casual que hace décadas ya fuera creada la Cátedra Honorífica Benny Moré en el ISA. Es que, al honrar la magnificencia de ambos pilares de la cultura nacional, nos honramos a nosotros mismos, orgullosos de tenerlos entre nuestros tesoros patrimoniales más preciados.