Cuando una pasión llega a convertirse en la aspiración de un pueblo entero

Guille Vilar
23/11/2018

Desde la entrañable perspectiva de cada cubano, a Fidel lo recordamos en la permanente vigencia de su prédica entre el pueblo. Múltiple y diversa ha sido la necesidad por estos días de proyectar, desde la hondura del alma, el apego a las esencias del líder de una Revolución cuyo arraigado humanismo nos convoca al cotidiano desafío de la existencia.


Foto: Granma

 

En tal sentido, el maestro Frank Fernández le dedicó el concierto del pasado 21 de noviembre, evento que tuvo lugar en el Memorial José Martí, en la Plaza de la Revolución. Sobrecogidos por el simbolismo que conserva de su presencia dicho entorno histórico, el aporte del maestro al piano se manifiesta desde la suprema creatividad a que nos tiene acostumbrados. Coloquial, ameno conversador, esta afamada personalidad del universo del arte en la nación cubana gentilmente nos conduce a una inusitada familiaridad, pero cuando Frank Fernández toca el piano, es como si la naturaleza misma nos reclamara el mayor silencio para ser testigos de un cataclismo emocional de infinitas proporciones culturales. No importa cuántas veces hayamos compartido los distintos acontecimientos en que se convierten cada una de sus presentaciones. Siempre, todo nos aparece como interpretado por primera vez. Al disfrutar de sus atractivas versiones de clásicos como Perla marina, de Sindo Garay y La bella cubana de José White dentro de los parámetros de la escuela pianística que es Frank Fernández, sorprende esta capacidad que lo distingue para encantarnos y recibirlas cómo si se tratara del estreno de tales piezas patrimoniales.

Si al mismo tiempo Frank Fernández se deshace en elogios acerca de la trascendencia de Ernesto Lecuona en lo relativo a la historia del piano en nuestro país, cuando hace suya alguna obra de este músico imprescindible, como Damisela encantadora, La malagueña o La comparsa, nadie pone en duda que presenciamos una especie de íntima confesión por parte del artista. Es la urgencia por sentarse al piano para, a partir de su intensa expresividad característica, hacernos cómplices del profundo amor que profesa por Cuba. Como si a estas alturas el recital no resultara ya lo suficientemente conmovedor, el maestro invita a la escena a dos integrantes de la Camerata Romeu: la violinista Lisbet Sevilla y Mara Navas en el violonchelo, para interpretar tres composiciones de su propia creación. Se trata del Tema de la esperanza, tomado de la serie televisiva La Gran Rebelión; Soledad, obra inspirada en las cartas de Fidel escritas durante su reclusión en el Presidio Modelo y, finalmente, la popular Tierra Brava que, interpretada en tempo lento, asume una atmosfera melancólica de gran belleza.

Y con el elogiado Zapateo por derecho como la obra que lo identifica, Frank Fernández concluyó este breve y humilde, pero intenso homenaje a la memoria del líder de la Revolución. Con semejante concierto, se acentúa nuestra convicción de que los verdaderos artistas son quienes logran que su pasión llegue a ser asumida como propia por cuantos lo rodean, hasta llegar a convertirse en la aspiración de un pueblo entero.

La pasión propia de los verdaderos artistas llega a ser la pasión de cuantos los rodean, su aspiración, la de un pueblo entero