Cuba: 8M. Por un feminismo de historias

Maura Febles Domínguez
8/3/2021

¿Qué entiendes por feminismo y cómo ha cambiado tu vida?

No voy a ofrecer una definición de algo tan diverso como el feminismo. Solo anoto que no es algo uniforme y está en continuo cambio y ampliación. Más bien, quisiera hablar sobre qué entiendo por vivir desde el feminismo.

Cuando pienso en esto siempre se me ocurren preguntas. Pienso si ser feminista es una cuestión de declaración o de práctica. Si se puede ser feminista sin saber qué es. O si se puede pregonar que se es sin tener una actitud consecuente con ello.

“Entender nuestra vida en clave feminista es más útil si tratamos de incorporar a nuestros actos cotidianos la vocación de servir al proyecto en el que creemos”. Fotos: Internet
 

Es una reflexión difícil porque, en nuestro contexto, no abundan los espacios de comunicación y aprendizaje ni la información que den cuenta de los derechos por los que han luchado las mujeres desde hace dos siglos, o de explicaciones que te hagan entender por qué fuiste discriminada, o por qué eres juzgada sobre cómo crías a tu hijo.

Una vez que avanzas sobre algunas respuestas, empieza a ensancharse el espectro que cubre una mirada feminista. Entonces una sabe y ve que este movimiento político lucha por la emancipación de todas las personas, y no solo de las mujeres. Que a lo largo de esta lucha ha tenido que lidiar con contradicciones y disputas de sentidos sobre lo que significa esta emancipación: a condición de qué, con la articulación de quiénes, por qué caminos. Y que esta lucha ha socavado en gran medida la dominación que sustenta la ideología del BBVAh (sujeto blanco, burgués, varón, adulto, con funcionalidad normativa y heterosexual) sobre el resto de las personas. El abismo de desigualdades que ha resultado de esta dominación se expande o contrae en contextos disímiles que entrelazan la cuestión de los géneros con la cuestión de las clases sociales, la territorialidad, la racialidad, etc.

Para mí ha resultado indispensable tomar partido. ¿Quieren lo mismo todos los feminismos? ¿Se puede hablar de feminismo sin criticar al sistema capitalista como reproductor del sistema patriarcal? Pues claro… hay para todos los gustos. He estado durante horas escuchando la defensa de un término sin que medie una relación con el otro. Aquí advierto un peligro para Cuba también. Para ser consecuentes, debemos reivindicar un feminismo anticapitalista. Cualquier variante liberal limita de muchos modos un proyecto de emancipación. Sin socialismo no hay feminismo, y viceversa.

Ser feminista es más complejo que vestirnos con un traje para radicalizar todas las relaciones y los espacios, aunque conozco personas que así lo viven y también es válido. Si es tan complejo evaluar en qué medida el feminismo ha intervenido en nuestras vidas, me parece aún más necesario invertir la pregunta: ¿Qué hemos hecho por el feminismo? ¿Cómo participamos de su propuesta de emancipación?

Si asumimos que “lo personal es político”, podemos ver que la reciente aprobación del proyecto de ley para el aborto libre, seguro y gratuito en Argentina es el resultado de la lucha de muchas mujeres y hombres de ese país para lograrlo. Es su aporte, de sus cuerpos, de su tiempo, de su vida a esa causa.

En el año 2016 estuve en Tegucigalpa, Honduras, para asistir al primer Encuentro nacional que se organizaba por el reciente asesinato de Berta Cáceres. La tensión política y militar la sentimos allí en carne propia. Fuimos testigos de la lucha del pueblo lenca por preservar su comunidad de la hidroeléctrica que, hasta hoy, todavía no ha podido convertir el río en algo que sus pobladores no quieren que sea. Fuimos perseguidas y sentimos miedo. Estábamos allí por una razón mucho más grande que la entendimos al llegar.

En los días posteriores compartimos espacios de formación con mujeres de Centroamérica que estaban librando sus propias batallas, asediadas por transnacionales que intentan tragarse sus cultivos y lo que tejen sus manos. A la hora de almorzar, comieron sus pupusas y rechazaron otras comidas más apetecibles por mercantilizadas. Ese simple acto encerraba algo tan grande que desbordaba aquel minúsculo aporte que podíamos ofrecer. Era la batalla de la pupusa contra las McDonald’s. Así la recordamos, y quiero pensar que esos pequeños actos personales siguen siendo fuerza para el poder colectivo.

Entonces entender nuestra vida en clave feminista es más útil si tratamos de incorporar a nuestros actos cotidianos la vocación de servir al proyecto en el que creemos. Superar las arengas de moda y pensar si nuestra práctica cotidiana acompaña nuestro discurso no solo en nuestra vida privada, sino en otras prácticas sociales que realizamos.

Estoy convencida de que el feminismo no existe sin activismo. La fuerza de la máxima feminista de que “lo personal es político” nos muestra justamente que esa potencia de cambio es tejida por nuestras propias vidas. Parafraseando a Gloria Steinem, la gran activista feminista del pasado siglo: no nos organizamos en átomos y estadísticas. Necesitamos un feminismo de historias. Este es el feminismo en el que creo, por eso me animé a contarles una mía.

¿Qué desafíos le presenta la sociedad que pretenda reivindicar la dignidad y la igualdad de todas las personas?

Hay desafíos permanentes en este sentido. Muchos más para un proyecto como el cubano que reivindica una sociedad con mayor justicia social en todos los órdenes. El asedio político y económico por parte de los gobiernos de los Estados Unidos ha incidido directamente en el desarrollo del diseño de país soñado también en lo concerniente a las políticas públicas de la etapa socialista.

Hay que reconocer el papel de la Federación de Mujeres Cubanas desde su fundación en 1961. La FMC promovió el desarrollo integral de la mujer, su incorporación a la tarea de la construcción de la sociedad socialista, y la plena igualdad en todos los campos de la vida política, económica, social y cultural del hombre y la mujer. Las mujeres cubanas radicalizaron la experiencia socialista del siglo XX en el continente americano, fueron protagonistas de un proceso que las obligó a superarse a sí mismas, a superar su historia y su cultura. El movimiento de mujeres en Cuba ha mantenido en el debate público la necesidad de crear y fortalecer la conciencia crítica contra la cultura patriarcal y la subjetividad de las mujeres en la lucha contra la opresión y la discriminación de cualquier índole. Desarrollar esta propuesta es para mí el mayor desafío de las cubanas.

Este legado que recibimos de abuelas y madres ha impuesto para quienes nacimos alrededor de los noventa la necesidad de superar la relación generación conquistadora/activa vs. generación agradecida/pasiva. La naturalización con la que hemos vivido los derechos que tenemos (el disfrute de un programa de salud sexual y reproductiva, del derecho a la planificación familiar, al aborto seguro, gratuito y hospitalario, a la seguridad social, a la ley de maternidad, y un largo etc.), no puede significar asumir que son eternos o que no tenemos nada que aportar a ellos. El debate de 2018 sobre los derechos de los grupos LGBTI y por su inclusión en la Constitución cubana mostró a las claras que no hay garantías sin lucha.

Las medidas económicas y sociales adoptadas en las últimas décadas han afectado considerablemente algunos de los derechos conquistados por las mujeres en el proceso revolucionario y han abierto brechas a la opresión y a la discriminación de género.

Uno de los resultados más significativos de estas medidas en las condiciones de Cuba ha sido la mayor presencia de la familia y del mercado como actores de la sociedad. Este cambio ha afectado directamente las relaciones entre los géneros, por ser las mujeres, en su mayoría, las que dentro de las familias se ocupan de las responsabilidades que se han ido separando del Estado.[1]

Sobre esto hay varios elementos evidentes, menciono solo algunos: desiguales condiciones de partida para el acceso a los nuevos espacios económicos,[2] subrepresentación femenina en dichos espacios,[3] contratos informales que posibilitan mecanismos de explotación y de violación de derechos laborales, carencias y ambigüedades del Código del Trabajo en la regulación de las condiciones de empleo.

Marzo de 2020 sumó la pandemia de COVID-19 a un escenario nacional ya complejo en términos económicos, sociales y políticos. El recrudecimiento del bloqueo y una crisis económica acumulada, crisis energética, desabastecimiento de los mercados y limitaciones para la disponibilidad de alimentos y bienes a la población, puso a prueba la capacidad creativa, emocional y productiva de las cubanas y los cubanos, una vez más. La pandemia reforzó la(s) crisis(s) que tenía el país en general, pero su incidencia varía en territorios y grupos sociales. 

Este escenario ha colocado a las mujeres en una situación más vulnerable, en varios sentidos. Han permanecido en los espacios de mayor riesgo a contagio (instituciones de salud, farmacias, personal de servicios), están expuestas a mayor inseguridad al permanecer en distanciamiento social muchas veces conviviendo con sus maltratadores, a la vez que se han distanciado de sus vínculos y redes laborales, y se ha multiplicado exponencialmente su rol de cuidadoras. Esto quiere decir que, en la medida que más escasos sean los recursos, o más difícil sea su acceso a ellos, en la medida en que se reduzcan servicios públicos, más tienen las mujeres a cargo de las familias que reinventar con lo que hay para cumplir con el encargo “por amor” de sostener la vida de los demás, en detrimento, las más de las veces, de la suya propia. 

En este contexto reciente, los cambios en el orden económico, normativo y de reorganización laboral han complejizado la dinámica “económica” cubana. Tenemos una necesidad urgente de mayor y mejor producción nacional. En ello se debaten la empresa estatal en la búsqueda de eficiencia y posibilidades de autogestión, el sector privado con una expansión inédita en el país, pero sin un marco normativo adecuado, y un sector cooperativo en espera de leyes definitivas y de un entorno institucional que promueva su expansión e integración.

Para mí, esta es una cuestión fundamental que se presenta como desafío ante el feminismo que necesitamos hoy. ¿De qué manera esta reorganización de la vida productiva impactará en la sostenibilidad de la vida de las cubanas y los cubanos? ¿Estos cambios se sustentan en lecturas economicistas o estamos en el camino de superar la dicotomía de espacios de producción y reproducción de la vida?

Son preguntas para mirar con espejuelos feministas la realidad y aportar a ella, no solo para enriquecer y contribuir al camino de la justicia social que declara el proyecto socialista cubano, sino para desarrollar el feminismo en Cuba, con cuya historia tenemos una deuda, en cuanto a sistematización y difusión.

Está claro que hay mucho camino por recorrer en el fortalecimiento de un movimiento de mujeres en el país, que incluya diversidad de cuerpos, identidades, demandas y más revoluciones. Pero muchas veces aparece el feminismo (sobre todo en la nueva tarima de las redes sociales) solo como bandera de reclamos pendientes y en espera. Las demandas son válidas, y hay temas de atención urgente en materia de géneros, pues de ello dependen vidas.

Hay, además, muchas otras batallas que han sido echadas y que son menos visibles, en donde se reproduce cada día una violencia menos explícita.

Porque el feminismo es también una herramienta de trabajo. No solo aporta una mirada crítica a las reformas que nos condicionan cada día, sino que puede asistir y asiste a la construcción de espacios económicos para la sostenibilidad de la vida. Mi trabajo como investigadora y activista feminista me ha permitido constatar escenarios de transformaciones en este sentido y a ellos me referiré más adelante.

“Estoy convencida de que el feminismo no existe sin activismo. La fuerza de la máxima feminista de que ‘lo personal es político’ nos muestra justamente que esa potencia de cambio es tejida por nuestras propias vidas”.
 

¿Cómo la economía feminista es una herramienta para el combate a la violencia de género y para la emancipación y la igualdad de las mujeres?

El enfoque que requiere esta última pregunta supone posicionarse en el territorio de las oportunidades y este es un ejercicio necesario en estos días.

La economía feminista es una corriente o cuerpo teórico del pensamiento feminista bastante reciente; apenas en la década de los noventa fue reconocida como tal, aunque tiene antecedentes importantes desde fines del siglo XIX, como la crítica a la división sexual del trabajo.

A pesar de la diversidad de enfoques, hay al menos tres elementos que pienso distinguen a los aportes de la economía feminista:

Desde este núcleo hay muchas tendencias, aportes que resultan medulares hoy en cualquier análisis económico que quiera superar la visión neoclásica de la economía y que enfrente a la economía que fundamenta actualmente un sistema capitalista heteropatriarcal, depredador de la naturaleza y explotador de las vidas humanas, generador de múltiples desigualdades. Aunque ese sistema económico se presenta como autosuficiente, en realidad su funcionamiento y continuidad necesitan del trabajo doméstico y de cuidados, que reproduce la fuerza de trabajo y la vida. Esta denuncia, más fuerte luego de la pandemia de COVID-19, es un reclamo esencial de este pensamiento feminista.

La propuesta es reorganizar los trabajos socialmente necesarios, o sea, cambiar la forma en que funcionan hoy. La idea es que desaparezca la división sexual de los trabajos, que contrapone el trabajo asalariado (masculino y remunerado) y el trabajo de cuidados (feminizado e invisibilizado). La emancipación a la que aspira va más allá del problema del empleo. Se trata de definir cuáles son los trabajos imprescindibles para el buen convivir, ponerlos en el centro y construir otras formas de organizarlos y valorarlos.

Esto suena muy bonito como discurso, pero ¿cómo lo hacemos? La economía feminista también propone alternativas, en varios niveles de actuación.

La corresponsabilidad de los cuidados implica vínculos entre cuidados diversos y no solo a los creados por las familias. Para ello es imprescindible integrar instituciones, mercados, comunidades y experiencias productivas como responsables de la sostenibilidad de la vida de todas las personas. Romper con la separación de espacios productivos y reproductivos implica, en primer lugar, construir economías solidarias, procesos colectivos de autorganización, iniciativas capaces de incrementar la autonomía frente al mercado y el control sobre nuestras vidas.

En el sistema capitalista las grandes ausentes a los esfuerzos de corresponsabilidad son las empresas. Cuando se suman, lo hacen desde una perspectiva de paz social, mostrando los beneficios que reporta invertir en igualdad. En Cuba no podemos caer en la trampa del discurso de las oportunidades económicas que se abren para las mujeres. Ellas no parten de las mismas condiciones que los hombres, ni tienen el mismo tiempo a disposición, ni el mismo capital acumulado. Necesitamos espacios productivos que cambien desde su interior la lógica desigualadora de acumulación y reordenen sus dinámicas laborales poniendo en el centro la vida de las personas. 

No hablo de ficciones. Son posibilidades nuestras, reales. Desde el grupo Galfisa del Instituto de Filosofía hemos acompañado durante años experiencias productivas, iniciativas y proyectos sociocomunitarios que apuestan por un sentido de solidaridad y cooperación en sus dinámicas de trabajo, y no han sido por ello menos exitosas como empresas.

Por eso hay que visibilizar, intercambiar, apoyar y acompañar a estas microeconomías. Es necesario fortalecer y ampliar las cooperativas, cuyo funcionamiento se sustenta en un poder y un voto colectivos, y no en decisiones de pocos sobre muchos.

Los espacios productivos (de cualquier tipo) tienen que formar parte consciente de una política integral de cuidados, para favorecer el desplazamiento de esa responsabilidad como exclusiva del espacio doméstico. Las experiencias que hay de este tipo deben convertirse en parte de un entramado cada vez más grande en extensión y diversidad.

Es un desafío para el socialismo restablecer el trabajo productivo y reproductivo como principal criterio de distribución, reconocimiento e inclusión social. La cualidad socialista está en hacer más social la producción y reproducción de la vida. Es un proceso largo y continuado que vincula a todas las relaciones humanas y con la naturaleza.

El feminismo socialista procura un modo de vida con formas de organizarnos y relacionarnos sin jerarquías excluyentes, sin diferencias polarizadoras, con vínculos de solidaridad basados en la equidad. Una alternativa de vivir con justicia y oportunidades para todas las personas, que reconozca y respete las diferentes identidades, culturas, estilos de vida, costumbres, identidades sexuales, creencias religiosas, etc.

Es una apuesta para ser más felices.

Una utopía, pero de las que sirve para andar, y para hacerlo necesitamos de todas y todos.

Este artículo es la intervención de la autora en el panel “Los nuevos feminismos y la Revolución cubana”, realizado el 8 de marzo de 2021.

 

Notas:
 
[1] Aquí nos referimos, por ejemplo, al proceso de idoneidad concebido para disminuir de forma paulatina el personal ocupado en el sector estatal, y del cual salieron 62 000 mujeres y solo 4000 hombres entre 2010 y 2013; al incremento, en ese período, de la tasa de desocupación femenina en un 3.7 % respecto a la masculina; al cierre de los preuniversitarios internos y el regreso de los estudiantes a sus hogares, a convivir bajo el cuidado de su familia; a la reducción gradual de los productos de la libreta de abastecimiento; a la eliminación de los subsidios a productos y de las gratuidades indebidas, entre otras medidas.
[2] Los hombres se encuentran en mejores condiciones para emprender un negocio privado: reciben más ingresos por concepto de remesas, tienen mayor acceso a créditos bancarios, mientras que las mujeres han estado más alejadas de la propiedad sobre los activos y el acceso a créditos, al requerir un grupo de exigencias que les son más difíciles de satisfacer: búsqueda de codeudores, estudio de factibilidad, registros de propiedad, entre otras. 
[3] Las mujeres no representan más del 35 % en ninguna actividad del sector privado. La mayoría de las actividades aprobadas pertenecen a sectores tradicionalmente masculinizados.