Cuba, el tornado y la política

Ariel Dacal Díaz
14/2/2019

En Cuba la solidaridad tuvo una concreción reciente. Mucha gente optó por estar, hacer y dar frente a los destrozos dejados por el tornado que golpeó varios municipios habaneros.

Las experiencias, anécdotas y reflexiones sobrevenidas, al tiempo que están llenas de escombros, dramas y virtudes humanas, recuperación y solidaridad, nos invitan a leer con hondura y discernimiento a Cuba, su sociedad, su gente y las maneras de hacer política.

Este episodio, sobre todo, nos deja una pregunta trascendente:
¿por qué no hacemos cotidiano lo que ahora parece una excepción? Foto: ACN

 

Estos días nos dejan algunas lecciones importantes: los problemas dramáticos del pueblo tienen solución en la unidad; Estado y sociedad no tienen fronteras nítidas cuando se prioriza acompañar y proteger a la gente que, angustiada, maldice las ausencias y dilaciones, al tiempo que bendice las cercanías afectivas y materiales, vengan de donde vengan; la pregunta ¿y tú qué has hecho? es un buen antídoto contra los/as cronistas de desastres; la prioridad del protagonismo personal o del control estatal hace igual daño a la solidaridad colectiva; el problema no es quién sí o quién no, dónde sí o dónde no, cuando se trata de resarcir a la gente más afectada; un “presenciazo” soluciona y humaniza más que un “twitazo” y la realidad está en los barrios y no en Facebook; la sensibilidad individual y colectiva pueden mucho cuando se activa la autogestión para ser útil y servir.

Este episodio, sobre todo, nos deja una pregunta trascendente: ¿por qué no hacemos cotidiano lo que ahora parece una excepción? Por ejemplo, la preocupación constante por las personas que viven en situación de pobreza (las más afectadas por eventos naturales y sociales); el hábito de compartir lo que tenemos sin que medie una relación mercantil; el rescate del trabajo voluntario en la comunidad, sin más interés que ayudar a quien lo necesita y sin más beneficio que el bienestar que genera servir.

Podemos hacer cotidiano, también, que los límites entre el Estado y la sociedad se diluyan. Poner en común los intereses, coordinar esfuerzos y reconocer que la sociedad civil legitima su riqueza en la solidaridad y el empeño colectivo.

Podemos, entre todas y todos, diseñar un modelo que, al desterrar los recelos mutuos, naturalice, potencie y enriquezca la articulación entre el Estado y la sociedad. Donde la burocracia no confunda papeleo con soluciones. Un modelo que parta de comprender que la solidaridad, la creatividad y las alternativas comunitarias, culturales y económicas, tienen muchos caminos posibles fuera de la mercantilización y la centralización castrantes.

La buena gente cubana trasluce lo mejor para afrontar este desastre. No perdamos el impulso y reconstruyámoslo todo, “mejor que como estaba antes”, incluyendo las maneras de hacer política, para que el bien común sea, cotidianamente, una preocupación de todos y todas.