Cuba sin la música, no hubiera sido Cuba

Vasily M. P.
13/8/2018

Inquieto y contestario, Juan Carlos Corcho Vergara (Ciego de Ávila, 1963) irrumpe en los distintos escenarios donde pide y obtiene la palabra. Por momentos, pareciera un rebelde sin causa. Segundo a segundo se gana al auditorio con la razón de un lado y, del otro, sus argumentos que se sostienen sobre una rica madeja de sentido común y sentido histórico.


Juan Carlos Corcho Vergara. Foto: Internet
 

Como buen cubano no se queda callado ni con su sombra. Y no le gusta perder. La música lo apasiona. Y esta pasión, como a casi todo el mundo, lo ciega.

No descansa un minuto de soñar arreglos, orquestaciones y hasta escenarios disímiles donde mostrar su obra. Por eso se le puede ver con sus músicos, lo mismo en una retreta los domingos, que en la casa de cultura, la Uneac, la AHS, en cualquier parque, un hogar de ancianos, o en una empresa.

Los que hemos conversado con él podemos sentir la energía que brota de su ser. Energía propia de adolescentes y jóvenes. Pareciera inagotable. Después de horas de ensayos tiene tiempo para disfrutar y darse sus “traguitos”. Momento que aprovecha para socializar conocimientos recién aprendidos, o para llevar a la práctica alguna teoría meditada hasta el cansancio.

Entre sus frases y oraciones se pueden encontrar referencias a Martí, Fidel, y el propio Marx. Las utiliza más para aplacar a su contrario, que para demostrar que las conoce o que ha bebido de esas fuentes.

Le interesa que las cosas salgan bien y que la gente entienda que la vida tiene un propósito más elevado que el hecho o el acto de vestirse o poseer cosas. Sin embargo, le apasiona que el mundo sepa de su existencia y de sus músicos, extensiones de la música que hace y que orquesta.

Irradia seguridad y confianza, pero el ímpetu con que vive le juega, a ratos, malas jugadas.

Ha sido capaz, también, de contaminar a otros en sus aventuras diarias. Y por ello le debemos algún que otro audiovisual sobre la música avileña, autores y obras. Asunto que va de la mano con las prioridades de nuestra Política Cultural en cuanto a la salvaguarda del patrimonio sonoro e intangible.

Es un revolucionario en el amplio sentido de la palabra. Entrevistarlo fue algo sencillo, pues su respuesta fue rápida y práctica, como quien ayuda a un amigo.

Lleva la cubanidad a flor de piel. Le gustan los buenos chistes, como las buenas compañías. Casi nunca va solo por la calle y sus amigos prefieren no irle a la contraria. Es implacable con la mentira y los mentirosos.

¿En cuál escenario te formaste como músico y cómo crees que esto haya influido en la formación de tu personalidad?

Mi formación musical se la debo, en primer lugar, a mi padre, a Paco Sariol y César Alberti en una primera etapa; después, ingresé en la escuela de artes de Camagüey y culminé mis estudios en la Escuela Nacional de Arte, donde tuve muy buenos profesores de instrumento y de asignaturas teóricas. Más que buenos profesores de música, eran grandes preceptores que incentivaban tus apetitos culturales y desarrollaban en ti los verdaderos valores cívicos y revolucionarios.

Corcho, ¿consideras que en tu etapa de estudiante afloró la personalidad siempre rebelde que ahora manifiestas?

El estudio del arte me reafirmó ese rasgo que tú llamas “rebeldía”, pero yo estoy seguro que ese espíritu nació en mí a partir del estudio y mi devoción por la historia, la universal, pero sobre todo por la épica de la historia cubana completa, hasta la más contemporánea. Tuve una abuela hija de mambises y viuda de mambí, que antes de dormir nos hacía relatos conocidos y vividos por ella sobre la guerra del 95. Ella fue la primera que despertó mi curiosidad por la historia, además, ¿quién de mi generación no creció queriendo ser un Nacho Verdecia, el héroe o protagonista principal de las aventuras sobre los mambises que trasmitía la televisión cubana de la época?

¿Qué busca Corcho con su manera de ser y de pensar?

Nunca había pensado en ese detalle, al menos de la manera que tú me lo preguntas. Me considero un cubano que más que buscar, he tratado de hacer y estar a la altura del tiempo que me ha tocado vivir. Y si de buscar se trata, siempre busco la coherencia, y creo hasta ahora estar bastante cerca de ella.

¿Cómo y cuándo empiezas a dirigir la banda de concierto?

Ya ahorita va hacer 15 años, y te confieso que eso no estaba en mis planes. Como tres o cuatro veces dije que no, que no lo asumiría. En esa época yo aspiraba a dirigir un mediano o pequeño formato que me permitiera realizar la mayor cantidad de estilos y géneros posibles.

En la banda de concierto haz dejado parte de tu vida. ¿Cómo quisieras ver esa banda en la actualidad, y en un futuro a largo plazo?

La banda no está pasando por su mejor momento, hay muchas cosas que conspiran contra ello. Creo que en este momento mi misión y la de otros que piensan como yo, es hacer que resista como los cimarrones a todas las adversidades. El futuro, incluso el más inmediato, lo visualizo con optimismo, y aspiro a disfrutar de ello. En otras ocasiones he dicho que la cultura musical que genera la banda está en los genes del avileño. Para que la banda muera, hay que matarla, y no creo que haya alguien que se atreva ni que pueda matar la historia.

Tu vida personal se ve afectada por las horas de ensayo y todo ese tiempo que le dedicas a hacer la obra grande de la música de concierto. ¿Cómo consigues no dejar de atender tu casa, tu familia?

¿Quieres que te confiese algo? Yo disfruto más el ensayo que la propia actuación. La actuación es muy efímera, es el final de un largo proceso de construcción colectiva que culmina con el concierto. La actuación es la concreción o no de los objetivos creativos que, durante algún tiempo, preparaste, y es frustrante cuando esa actuación no la logras como te lo planificaste, porque cada concierto es único. Y la atención a la familia, sí, siempre queda tiempo. Por “suerte” ya no viajo tanto.

¿Consideras que la música, también, hace a un país, o que solo adorna ese país?

Yo no te voy hablar de otro país, pero Cuba sin la música no hubiera sido Cuba. Los historiadores dicen que en el período en que se estaba conformando nuestra nacionalidad, y las manifestaciones artísticas y culturales en general pugnaban por sobresalir, fue la música la que llevó la mejor parte. La música para los cubanos, entre otras cosas, ha sido un símbolo y un pretexto para la unidad. Te hablo desde los bailes de cuna donde se bailaba contradanza hasta hoy. Nuestros enemigos saben eso muy bien, por lo que tenemos que cuidarla.

¿Qué piensas de la corrupción, de los apolíticos, y los oportunistas?

La corrupción es un cáncer que puede acabar con una sociedad, no importa su color u orientación política. Mira los imperios, mira la URSS, pero no vayas tan lejos, los propios Estados Unidos de Norteamérica van cuesta abajo en su hegemonía, y esa caída quien la está acelerando, es la corrupción política, la económica y la moral. Te dije que es un cáncer del que tenemos que cuidarnos todos. Los apolíticos no existen, yo les llamo camaleones que tratan de estar en el centro de todo, para si se vira la tortilla, mirar de qué lado queda; y los oportunistas son parientes muy cercanos de los corruptos.

La Uneac, para ti, ¿qué significa? ¿Vale la pena ser miembro de esta organización?

La UNEAC para mí es el orgullo, el honor y el compromiso de pertenecer a una organización que han prestigiado artistas de la talla de Nicolás Guillén, Graziella Pogolotti, Fernando Martínez Heredia; es algo muy grande.

¿Te ves dirigiendo la banda y el proyecto Música Abierta dentro de diez años?

Por qué no, acuérdate que la expectativa de vida en Cuba ya está en los 80, y con 65, todavía, soy un “titi”.

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