Nachito Herrera lo volvió a hacer: construyó un puente entre Cuba y Estados Unidos y fusionó por alrededor de 120 minutos dos culturas tan semejantes y a la vez tan distintas. Una unión de tal calibre solo puede recibir ovaciones. Al fin y al cabo, como dijo la presidenta del Instituto Cubano de la Música, Indira Fajardo, durante la inauguración de la 38 edición del Festival Internacional Jazz Plaza, la música es un lenguaje universal, y el jazz, un puente entre los pueblos.

En el escenario no importó el idioma, mucho menos las diferencias políticas que casi siempre se convierten en barreras.

En el concierto “Cuba vive” en el teatro Lázaro Peña el pasado domingo, el pianista radicado hace 21 años en Minnesota, EE. UU., puso a dialogar culturas en las voces e instrumentos de destacados artistas norteamericanos y cubanos. En ese escenario no importó el idioma, mucho menos las diferencias políticas que casi siempre se convierten en barreras.

En anteriores ocasiones el instrumentista cubano ha asegurado que para nutrirse y buscar la inspiración siempre regresa al país que lo vio nacer e invita constantemente a prestigiosos músicos de Estados Unidos con los que comparte en cualquier escenario. Nachito Herrera sabe que el calor de Cuba y de su gente es parte de la idiosincrasia de la Mayor de las Antillas, y una experiencia imperdible para cualquier artista.  

Al Jazz Plaza 2023 trajo al reconocido compositor Steve Turre, catalogado como uno de los mejores trombonistas de jazz de las décadas de 1980 y 1990. Durante su turno en el escenario mostró esa manera peculiar de hacer jazz que refleja raíces afrocubanas, el bebop, las sonoridades brasileñas, blues y estilos mexicanos.

También ofrecieron su arte el Coro de la Iglesia Presbiteriana de Minnesota; la cantante de soul, R&B y góspel, Dawn Tallman; la violinista Cálida Jones; el vocalista Maurice Jacox, vanguardia del movimiento de rythm & blues, y el percusionista defensor del latin jazz, Asher Delerme. Durante la tarde noche hicieron un recorrido por el blues y su origen, el espiritual negro, un tipo de canto cristiano que surgió a finales del siglo XVIII y se desarrolló a comienzos del XIX en los Estados Unidos.

Para nutrirse y buscar la inspiración, Nachito Herrera siempre regresa al país que lo vio nacer e invita constantemente a prestigiosos músicos de Estados Unidos con los que comparte en cualquier escenario.

La Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, bajo la batuta del maestro Enrique Pérez Mesa, estudiantes de la Escuela Nacional de Arte, la Camerata de Dagoberto González del Amadeo Roldán, la Jazz Band del Amadeo Roldán y el Coro Nacional de Cuba con la dirección de la maestra Digna Guerra dieron fe del talento y efectividad del sistema de enseñanza artística cubano, junto a estelares músicos de la Mayor de las Antillas como el pianista Frank Fernández y el presidente de honor del festival, Bobby Carcassés.

A Manolito Simonet y su Trabuco les tocó el reto de reverenciar a iconos de la música cubana como lo fueron Juan Formell, César “Pupy” Pedroso, Adalberto Álvarez y Pablo Milanés. Por su parte, The Cuban Sax Quintet, que dirige Germán Velazco e integrado por César López, Yamil Schery, Evaristo Denis Baró y Alfred Thompson, mostró en pocos minutos la sincronía musical casi perfecta en su interpretación. El joven violinista Cristopher Simpson también dio una breve muestra de su talento en el escenario.

Al ritmo de Canción para todos bajó el telón del espectáculo, que no será el último, por supuesto, mientras existan cubanos como Nachito que se dediquen a construir puentes y a derribar barreras con música, y defiendan a su terruño con la cubanía como estandarte.