5. Viajeras y viajeros

No fueron pocos los visitantes desde Estados Unidos hacia Cuba, y en dirección contraria, durante los siglos formativos de los dos pueblos. Unos y otros quedaron impactados ante el esplendor de las respectivas ciudades de cada país, partiendo de criterios diferentes. De La Habana, hablaban los vecinos de su “opulencia agrícola y comercial”, y la consideraban a principios del siglo XIX como una de las más importantes de América, con aspecto de ciudad española pero dinámica mercantil semejante a las de Norteamérica. Del mismo modo, algunas urbes de la costa este de la Unión Americana, crecían de modo distintivo y se comentaban por los cubanos y cubanas que viajaban a ellas. Hacia mediados del siglo XIX los visitantes de Estados Unidos advertían la cantidad y riqueza de edificios públicos, iglesias, palacios y palacetes de la capital cubana, teniendo en cuenta la limitada extensión territorial y la discreta población de la Isla —aunque nadie señalaba que había sido bajo el trabajo esclavo—. Semejante admiración ocurrió con visitantes cubanos a ciudades de la Unión, diferenciándose en el norte por la acelerada industrialización, con equipos y máquinas, un desarrollo creciente de numerosas fábricas, la construcción de ferrocarriles, el movimiento del comercio en las ciudades… —aunque también se olvidaba que este descomunal desarrollo se debía a la monstruosa explotación de los nuevos obreros, apenas sin derechos laborales que estaban creciendo en esas ciudades—.

Visitantes desde Estados Unidos hacia Cuba, y en dirección contraria, durante los siglos formativos de los dos pueblos, quedaron impactados ante el esplendor de las respectivas ciudades de cada país.

Viajeras y viajeros, entre Cuba y Estados Unidos, bien como escala obligada en las rutas marítimas hacia Europa o la América del Sur, o para establecerse de manera provisional o permanente en cada territorio, enriquecieron la visión de los dos países. Se han estudiado algunas mujeres escritoras de Estados Unidos como Mary y Sophia Peabody, Fanny Erskine Inglis, Julia Howe, Rachel Wilson, Eliza Mchatton-Ripley, Julia Newell Jackson… que vinieron a Cuba. Cartas, diarios, memorias, narraciones, descripciones y otras formas literarias íntimas como la literatura de viajes, dan fe de enfoques turísticos, profesionales, religiosos…

De la misma manera, cubanas viajeras dejaron en su visita a la Unión Americana opiniones y huellas diversas. A pesar del carácter aristócrata de algunas de ellas y del hecho de ser defensoras del integrismo de Cuba a España, como la condesa de Merlín —aunque consideraba a las mujeres estadounidenses como superficiales y a los hombres, vulgares y mal educados—, reconocía que los estadounidenses eran muy laboriosos, seguros de sí mismo y con mucha prisa. Inés María de los Dolores Madan y O’Sullivan, marquesa de San Carlos Pedroso, consideraba que la mujer de Estados Unidos había alcanzado un espacio admirable en las organizaciones obreras, legislación laboral y diversos sectores como la educación y la religión. La revolucionaria Magdalena Peñarredonda y Doley admiraba la emancipación conseguida por la mujer en esa sociedad, al igual que Aurelia Castillo de González o María Luisa Dolz, quienes lo apreciaban en la esfera de la cultura y en la pedagogía.

6. Las primeras publicaciones

Nutrida bibliografía de publicaciones periódicas ha acompañado diferentes análisis, ponderaciones, valoraciones… en un país acerca del otro desde el siglo XIX. También algunos libros acompañaron este período. En la prensa cubana, se reiteraban constantemente textos relacionados con los Estados Unidos. Los intelectuales de Papel Periódico de La Habana estuvieron alineados conscientemente al utilitarismo en política y apoyaban las ventajas económicas y comerciales que reportaban las relaciones con los vecinos. El poema “Al Niágara”, de Heredia, tuvo una consciente repercusión en los periódicos, llevada a cabo por Del Monte en 1824 con diversas intenciones, una estrategia para usarlo como propaganda a favor del patriotismo cubano. El tema de las cataratas del Niágara se puso de moda en poemas y artículos de varios escritores, como José Jacinto Milanés, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Ramón Meza, etc.

El poema “Al Niágara”, de José María Heredia, tuvo una consciente repercusión en los periódicos de la época.

José Antonio Saco, Juan Clemente Zenea, Gaspar Betancourt Cisneros, José Agustín Quintero, Antonio Sellén, Enrique Piñeyro, entre otros, mantenían en periódicos y revistas cubanos temas relacionados con los ya poderosos cercanos norteños, bien mediante traducciones de poemas y narraciones, o asuntos relacionados con la modernidad, conducida exitosamente en ese país a finales de la centuria. Néstor Ponce de León publicó a escritores de ese país, entre ellos a Ralph Waldo Emerson, con el objetivo de estimular la lectura de sus filósofos; Enrique José Varona, también lo hizo con Emerson y otros en la Revista Cubana. Carlos M. Trelles, en esta publicación, había considerado a la nación del Norte no solo como una fuerza tecnológica y comercial, sino también como una potencia intelectual, sustituyendo o ampliando el referente francés.

Del mismo modo, Cuba ha estado presente en los periódicos y revistas de Estados Unidos durante el siglo XIX en diferentes etapas, con diversas fotos y caricaturas en esas publicaciones, y también, con algunos libros. En una buena parte de sus universidades se realizaron estudios sobre la vida de la Isla y resulta cuantiosa la papelería en diferentes instituciones culturales, diseminadas por los estados de la Unión, que curiosamente da cuenta de un interés con huella repartida por todo el territorio. Por una razón u otra, los cubanos despertaban simpatía entre muchos estadounidenses y pueden encontrarse textos evaluativos y ensayos sobre la posibilidad de la adquisición o compra del territorio cubano o estudios sobre la historia cubana, mostrando a su población aguerrida y amante de la libertad, conocedora precoz de la técnica y muy sensible al progreso y a la cultura del trabajo para emprender negocios exitosos.

Se ofrecieron diversas versiones sobre el desarrollo de las guerras de independencia en Cuba, con informaciones sobre la situación de ambos contendientes. Resulta notable el aumento de noticias y las pesquisas al final de la centuria, especialmente después del Zanjón, en el período del llamado “reposo turbulento” o “tregua fecunda”, entre 1878 y 1895. Los sucesos del Maine y la lucha en Santiago de Cuba acapararon informaciones más interesadas políticamente y casi siempre con una estrategia inducida. Ilustraciones de los líderes cubanos y sellos conmemorativos por las victorias cubanas, estuvieron muy presentes en la prensa norteamericana. Cabe destacar que mientras la información entre los cubanos sobre la Unión tenía un carácter más dado a lo natural, educativo, literario, filosófico, el interés de los estadounidenses relacionado con Cuba se enfatizaba dentro del comercio, la economía, las finanzas, la inversión… La situación de la guerra marcó definitivamente un carácter imperial que se venía incubando con la primera preparación mediática imperialista de la Historia en las últimas décadas de aquella centuria.

7. La poesía

Juan Clemente Zenea, uno de nuestros más altos exponentes de la poesía romántica cubana, cuando ejercía el periodismo en la Isla fue acusado de conspirador y huyó a Estados Unidos: regresó en 1854 después de una amnistía, pero volvió para vivir allá y mantuvo una profunda empatía con la cultura estadounidense: realizó traducciones de poemas del famoso Henry Longfellow, y además, escribió para la Revista Habanera —1861-1863— un ensayo sobre la literatura de ese país.

Juan Clemente Zenea mantuvo una profunda empatía con la cultura estadounidense.

Gertrudis Gómez de Avellaneda escribió el soneto “A Washington”, después de visitar su tumba: “No en lo pasado a tu virtud modelo, / Ni copia al porvenir dará la historia, / Ni otra igual en grandeza a tu memoria / Difundirán los siglos en su velo. // Miró la Europa ensangrentar su suelo / Al genio de la guerra y la victoria… / Pero le cupo a América la gloria / De que al genio del bien le diera el cielo. // Que audaz conquistador goce en su ciencia, / Mientras al mundo en páramo convierte, / Y se envanezca cuando a siervos mande; // ¡Mas los pueblos sabrán en su conciencia / Que el que los rige libres solo es fuerte; / Que el que los hace grandes solo es grande!”. No es común que en esta época una mujer aborde temas heroicos y civiles, y que aun en su condición de estar muy vinculada a Europa, asuma una admiración tan colosal a uno de los padres fundadores de esa nación de América.

La poesía romántica cubana dejó huellas de simpatía en héroes y sucesos relacionados con el progreso norteamericano. Joaquín Lorenzo Luaces le cantó “A Ciro Field” por la inmersión del cable submarino, con una perspectiva típica de ingenuo romanticismo: “[…] Al esfuerzo triunfante / El Espacio y el Tiempo suprimidos / En su inflexible despotismo cesan. / ¡Ya el mundo de sus leyes se emancipa! / ¡La Europa con la América se abraza! / ¡Mas, no! ¡Mentí! Mayor es el prodigio… / No hay América ya; ya no hay Europa; / No hay pueblos diferentes, / Unos los hombres son, una la raza, / Uno solo y no más los continentes… / ¡Si Dios lo separó, Field los enlaza! / […]”.

Julia Pérez Montes de Oca, hermana menor de Luisa Pérez de Zambrana, se sumó a este entusiasmo por la modernidad y exaltó la modestia de otro héroe del progreso con el soneto “Fulton”: “De pie sobre el movible pavimento, / Puesto el ojo sagaz en la ancha rueda; / Parte Fulton veloz y el pueblo queda / Haciendo mofa de su grande invento. // Brota la espuma al raudo movimiento / Y en flecos de cristal se desenreda, / Mientras plegadas ve la brisa leda / Las lonas que antes azotaba el viento. // Al retorno feliz mira en la orilla / La multitud que el júbilo enardece; / Mas no el placer en su semblante brilla. // Cual roca ante la rueda permanece. / Que el eco del escarnio no le humilla, / Ni el grito del aplauso le envanece”. Este fervor por el progreso en hombres y mujeres, cantado en poemas, demuestra la profunda admiración hacia el mejoramiento moderno que se estaba dando en el país que lo lideraba: los cubanos se encontraban atentos de él.

La poesía romántica cubana dejó huellas de simpatía en héroes y sucesos relacionados con el progreso norteamericano.

8. Las artes visuales

Las artes visuales de Cuba durante los siglos XIX y XX fueron promovidas en Estados Unidos, y también las de los vecinos entre nosotros, con una intensidad que dependió de épocas, acontecimientos, intereses personales o de gobierno, etc. El llamado Álbum californiano, realizado en 1848 por Augusto Ferrán y José Baturone en La Habana, constituyó una rareza explicada por la circunstancia de que habitantes del este de la Unión viajaban a la capital cubana para llegar a las minas de oro del oeste norteamericano, pues consideraban la travesía por el desierto muy peligrosa y así alcanzaban el oeste por el norte de México; el regreso se efectuaba por el mismo lugar y gastaban en La Habana parte del botín conquistado en las minas. En ese siglo piezas pictóricas de Juan Jorge Peoli, Guillermo Collazo o Juana Borrero, se exhibieron en museos de la Unión, así como otras muchas obras en la siguiente centuria, como las de Juan José Sicre y Mario Carreño en sus inicios, hasta las de artistas posteriores imposibles de enumerar, pues la lista sería interminable. Las piezas más reconocidas han sido las de Wifredo Lam.

En el Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana se encuentran creaciones de pintores norteamericanos, sobre todo de paisajes y retratos, y también novedades de las artes plásticas de los años 40 y 50, como el informalismo y el pop art, en la plástica. El Movimiento Moderno en la arquitectura llegó a Cuba muy pronto, con una influencia mutua e intercambio sistemático. Cuba está llena de ejemplos de arquitectura y de elementos visuales procedentes de Estados Unidos, como las terminales de ferrocarriles y muchos otros elementos arquitectónicos en casas campestres, especialmente de los antiguos pueblos construidos alrededor del central azucarero. Una reproducción de una pieza que se había instalado en el Parque Central de Nueva York por la artista Anna Hyatt Huntington, fue donada y erigida frente al Museo de la Revolución de La Habana en 2017, gracias al esfuerzo de manos amigas mediante las imprescindibles gestiones de Eusebio Leal, Historiador de la Ciudad de La Habana.

El llamado Álbum californiano constituyó una rareza explicada por la circunstancia de que habitantes del este de la Unión viajaban a la capital cubana para llegar a las minas de oro del oeste norteamericano.

9. Las relaciones comerciales

Diversas maquinarias y equipos llegaban de Estados Unidos a Cuba intercambiadas por materias primas imprescindibles. Se obtenían aquí las máquinas y herramientas de la modernidad; telégrafos e instalaciones de comunicaciones; las locomotoras más modernas —superando el liderazgo de la tecnología que tenían los ingleses—; instrumentos e implementos de mayor calidad productiva que multiplicaban la producción en los ingenios de azúcar con los esclavos. El azúcar de caña se comercializaba por la Isla con una importancia decisiva para la fabricación de manufacturas, incluyendo la producción de medicamentos y otros productos de importancia. Después de la toma de La Habana por los ingleses, el comercio con las Trece Colonias creció paulatinamente hasta hacerse esencial, a tal punto que tuvieron que habilitarse y abrirse nuevos puertos para el tráfico comercial. Se crearon aduanas y consulados en varias de ciudades de los dos países.

En 1822, John W. Simonton fue uno de los primeros estadounidenses que compraron una cafetería en la capital cubana; en 1895 las inversiones de Estados Unidos en Cuba sobrepasaron los 50 millones de dólares y se vendían muchos más productos a los cercanos vecinos que a la trasatlántica España. El interés de los criollos de ambos países por mantener un comercio fluido resultó evidente; comprobaron que se ahorraba muchísimo, en costo y tiempo, por el flete marítimo. Las demandas ante la metrópoli se concentraron entre criollos cubanos en bajar las tarifas arancelarias que imponía España. Los comerciantes vecinos notaron todas las ventajas de tener materias primas en un puerto de comercio seguro y estable a poca distancia de su frontera, con un país de gran afinidad cultural con ellos.

Después de la toma de La Habana por los ingleses, el comercio con las Trece Colonias creció paulatinamente hasta hacerse esencial.

10. Las relaciones militares

Desde el siglo XVIII hay noticias de la participación militar desde el territorio de los actuales Estados Unidos. Lawrence Washington ─hermano de George, el primer presidente de esta nación─, participó en el ataque inglés a Guantánamo en 1741 bajo las órdenes del almirante Edward Vernon. Hay historiadores que aseguran que en 1762, cuando el ataque inglés a La Habana, participó también el joven militar George Washington. No pueden olvidarse los vínculos de combatientes cubanos y la ayuda prestada en dinero y armamento a la independencia de Estados Unidos, por parte de la clase adinerada cubana, así como las cuantiosas colaboraciones de estadounidenses en las guerras cubanas, especialmente a finales de la centuria siguiente.

En las dos invasiones de Narciso López realizadas a la Isla participaron estadounidenses —incluso, oficiales de alta graduación— y también en la batalla naval de Santiago de Cuba y su posterior intervención para todo el territorio cubano, en que vinieron soldados y oficiales de 19 estados de la Unión; tales operaciones constituyeron ejemplos importantes de conocimientos de ambos pueblos, independientemente de las intenciones imperiales del gobierno y de las motivaciones personales de cada uno de sus jefes participantes y soldados, brindados como voluntarios. La presencia militar de estadounidenses en Cuba, más allá de su evaluación como intromisión política imperialista, tuvo un impacto entre personas comunes y esas historias se reflejaron en la prensa de ambos países, con abundantes fotos. Más de 17 000 soldados regresaron a sus Estados con vivencias de Cuba: nunca antes se había producido tal hecho, y esto concitó un debate nacional sobre el papel de la Isla en la Unión Americana.

Tampoco pueden ser olvidadas las expediciones navales desde botes, chalupas, embarcaciones, goletas, buques…, algunas en reiteradas ocasiones, que arribaron a costas cubanas procedentes del territorio de los Estados Unidos para traer pertrechos en defensa para la causa independentista. El vapor Virginius, capitaneado por Joseph Fry, ha sido el más renombrado por su trágico desenlace; traía un cargamento de armas para los cubanos y fue apresado cerca de Jamaica por el español Tornado y obligado a trasladarse a Santiago de Cuba en 1873, en plena Guerra de los Diez Años; si bien la mayoría de los tripulantes eran cubanos —entre ellos los Generales Bernabé Varona y Pedro Céspedes, hermano de Carlos Manuel—, se encontraban también estadounidenses, canadienses y británicos. Los expedicionarios, más de 150, fueron juzgados y condenados a muerte; el día 4 de diciembre los generales y los coroneles fueron fusilados; el día 7 se ejecutaron 37, entre ellos el capitán del barco y el jefe de máquinas; el día 8 se pasaron por las armas a 12 expedicionarios. Esta crueldad provocó una gran disputa diplomática entre España, Estados Unidos y el Reino Unido; la fragata inglesa Niobeamenazó con cañonear la ciudad de Santiago de Cuba en nombre de los gobiernos de Inglaterra y de Estados Unidos, si no se suspendía la matanza: solo así se paró la ejecución.

El neoyorquino Henry Reeve, héroe del Ejército Libertador de Cuba, forjó una de las más grandes leyendas heroicas de la guerra.

Ciudadanos estadounidenses participaron en las guerras de independencia cubana, no solo como soldados, sino que algunos alcanzaron reconocimientos como oficiales del Ejército Libertador cubano: Frederik Funston, Teniente Coronel; Charles Gordon, Coronel; Thomas Jordan, quien estuvo con Carlos Manuel de Céspedes, no se adaptó a la guerra irregular, pero llegó a ser Mayor General. Hay ejemplos curiosos como el de José Estrampes Vega, de padres cubanos y nacido en Nueva York, que fue distinguido como Coronel. Otros, de familias híbridas cubanoamericanas, alcanzaron grados militares. La figura más importante y querida fue el neoyorquino Henry Reeve, El Inglesito, héroe del Ejército Libertador de Cuba y admirado por cuantos lo conocieron, quien se ganó los grados de Mayor General, peleando sin tregua al lado de patriotas cubanos de la talla de Ignacio Agramonte; Reeve forjó una de las más grandes leyendas heroicas de la guerra.

Cuba no estuvo ajena a cuanto acontecimiento trascendental ocurriera en Estados Unidos, y dentro de ello, la Guerra de Secesión y la abolición de la esclavitud, firmada por Abraham Lincoln. No son muy conocidas las historias de cubanos que se enrolaron en la guerra civil, en uno y otro bando. Entre tantos puede mencionarse a Federico Fernández Cavada, Ambrosio José González, Loreta Janeta Velázquez —quien se disfrazó de hombre para ser aceptada como soldado en la Confederación—, etc. Numerosos intelectuales cubanos fueron acogidos por los vecinos cuando estalló la Guerra de los Diez Años, como Enrique Piñeyro, Antonio Bachiller y Morales, José Manuel Mestre, Rafael María Merchán, entre tantos. Fueron muchos más, una lista interminable, cuando comenzó la Guerra del 95. Periodistas, diplomáticos, abogados, traductores, poetas… revolucionarios de Cuba, mantuvieron una cercanía estrecha con la sociedad estadounidense.

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