La inscripción de un elemento o expresión determinada en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco significa para una nación una singular e importante oportunidad para preservar, viabilizar y salvaguardar las prácticas vivas; así como las expresiones, procesos de producción y, principalmente, los saberes tradicionales relacionados con cada una de ellas. También implica erradicar las apropiaciones indebidas, evitar que se desvirtúen estos conocimientos y avanzar en la protección de los derechos colectivos que les corresponde y les son inherentes a las comunidades y sus portadores como dueños absolutos de su patrimonio cultural, que por derecho propio les pertenece.

Los portadores boleristas son los principales defensores y herederos de la transmisión de su propio patrimonio.

Cuando analizamos el comportamiento de Cuba en cuanto a la inscripción de algunos de sus elementos del patrimonio cultural inmaterial en dicha lista representativa, resalta en primer lugar, entre sus principales aciertos, el hecho de haber logrado incluir cuatro de sus manifestaciones en el prestigioso apartado internacional, las cuales gozan de un gran arraigo y reconocimiento en el orden comunitario y social; tal es el caso de la tumba francesa (2003), la rumba (2016), el punto cubano (2017) y las parrandas de la región central de Cuba (2018). En segundo lugar, propiciar mayor visibilidad y promulgación internacional a estas prácticas una vez declaradas, les imprime mucho más oxígeno, siendo fortalecidas por el concurso y la voluntad de varias instituciones, teniendo en cuenta el protagonismo de las propias comunidades y sus portadores, las cuales presentan dentro de su encargo social el deber de salvaguardar, viabilizar y promulgar todo su legado, así como prácticas, usos sociales, saberes y elementos asociados. En tercer lugar, y muy importante, el constituir un grandioso estímulo para estas comunidades y sus portadores, logrando mejor efectividad en su gestión como parte de su preservación; ello obliga a los gobiernos y demás decisores (principalmente aquellos más locales) a manifestarse mucho más consecuentes, primando el respeto, la sensibilización y mayor acercamiento hacia ellas, comprometiéndolos al apoyo de cada iniciativa y formas de representación que adquieren.

Las palmas en este sentido para cada gestor involucrado en los procesos llevados a cabo en cada comunidad; a esos aguerridos instructores de arte, promotores culturales, especialistas de cultura popular tradicional, museólogos y demás, quienes sin importar el polvo, el fango y hasta el cruzar un peligroso río llegan en cada jornada a visitar cada cultor para cumplir con su función de informantes, compartiendo sus saberes, conocimientos y vivencias; también y por qué no, a los miembros de la Comisión Nacional de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial del Ministerio de Cultura (Resolución 126 / 2004), el cual, como órgano representativo de los elementos tradicionales y sus practicantes existentes en cada rincón de la geografía nacional, ha coordinado y asesorado en cada caso un sistemático y necesario proceso de acompañamiento (in situ) en los propios contextos comunitarios, con el objetivo de lograr  la mejor versión en la confección de los expedientes presentados ante el Comité Intergubernamental de la Unesco para tal propósito.

El bolero es una manifestación nacida en Cuba con un gran sentido de perdurabilidad, transmisión generacional y resistencia cultural.

Después de varios años en el ejercicio de presentar varias propuestas cubanas para la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, nos ocupa entonces por primera ocasión enfrentarnos a la elaboración de un expediente binacional. Como sabemos, se imponían algunos obstáculos: no tener alguna experiencia, ni mucho menos una noción al respecto; y un escenario protagonizado por los embates de una pandemia internacional, donde los primeros afectados eran los propios escenarios comunitarios, que debían enfrentarse a un sistemático proceso de interrelación participativa. Se hizo muy difícil, no solo a los propios portadores como los principales y más dotados en cuanto a conocimientos y saberes relacionados con la práctica misma del bolero; sino también cumplimentar el acompañamiento (in situ) por parte de los propios gestores comunitarios, integrantes de la comunidad académica, y por los decisores,  como se plantea en la Convención de la Unesco. Además, ameritaba una comunicación y negociación constantes con los colegas mexicanos, sin la posibilidad de realizar el trabajo de forma presencial, siendo lo más sensato y productivo; no obstante, decidimos enfrentarnos e iniciar el emprendedor proceso a pesar de tantas vicisitudes.

Se preguntarán: ¿por qué entonces apostar por el bolero? Esta es una manifestación nacida en Cuba con un gran sentido de perdurabilidad, transmisión generacional y resistencia cultural. Ha alcanzado gran  trascendencia y repercusión internacional, fundamentalmente en América Latina, aunque también se manifiesta en otras regiones del planeta; además, es uno de los géneros musicales de mayor preferencia en las comunidades cubanas, tanto en contextos urbanos como rurales, y existen cientos de cultores boleristas y comunidades de escucha que abogan por sus prácticas, usos sociales y elementos asociados; mientras se nos hace común encontrarlo en diversos ámbitos de la vida cotidiana, tanto en el marco familiar como vecinal y hasta comunitario y social —¿quién no ha interpretado un bolero en el momento que se ducha, o cuando realiza labores cotidianas, o simplemente lo ha tarareado cuando lo escucha en la radio o la televisión?—.

Un precedente fundamental lo constituyó el ejercicio para declarar al bolero como Patrimonio Cultural de la Nación, que si bien tuvo su fin en agosto, se inició unos meses antes, e involucró a cientos  de personas entre boleristas, miembros de las comunidades, agentes comunitarios, decisores, periodistas, entre otros. Dentro de sus principales enseñanzas estuvo, en primer lugar, ser mucho más conscientes y consecuentes con el verdadero espíritu de la Convención; sobre todo, en el protagonismo y el verdadero lugar que ocupan las propias comunidades y sus portadores, las fortalezas que nos imprime el trabajar en conjunto, formar las alianzas entre instituciones, intercambiar, dialogar y reflexionar en pos de una mayor participación en los procesos de confección de los inventarios en contextos comunitarios, así como la elaboración y conciencia de la necesidad de diseñar y hacer cumplir los planes de medidas de salvaguardia como instrumentos indispensables para la salvaguardia, viabilidad y promulgación de los saberes, usos, representaciones y elementos asociados a la práctica del bolero. Para ello se celebraron por todo el país cientos de talleres de sensibilización como parte de los procesos de acompañamiento, que también constituyeron relevantes espacios de consolidación,  capacitación y superación de contenidos referidos a la aplicación de las directrices operativas de la Convención de Salvaguardia del Patrimonio Cultural (Unesco, 2003) en su rol de plataforma actual para nuestra labor cotidiana en la gestión que nos ocupa para afianzar la identidad cultural. 

Los cubanos hemos sido capaces como nadie de legitimar el bolero y preservar su legado.

Nos quedó, para nuestra satisfacción, el haber construido materiales didácticos y procesos de referencia de valor incalculable, además del plan de medidas de salvaguardia y los inventarios en contextos comunitarios; el referido al “Glosario de términos y conceptos relacionados con el bolero”, así como las cinco cápsulas televisivas alegóricas a la expresión, la identificación de sus diferentes ámbitos de actuación comunitaria, el registro nacional de boleristas, peñas y los nichos más importantes existentes en el país, entre otros elementos. 

¿Fue provechosa entonces la oportunidad de realizar junto a México un expediente binacional relacionado con el bolero? 

Después de culminar el proceso de elaboración de este expediente, con toda la transparencia que nos caracteriza puedo enumerar una serie de aspectos en lo formal que nos trascienden y que constituyen elementos para una oportuna meditación:

1. Nos posibilitó una mayor percepción de algunos grupos sociales, la preservación de sus saberes, conocimientos y prácticas, así como su vinculación con los espacios que les son inherentes, teniendo como base sus registros de las manifestaciones, sus portadores, los elementos simbólicos, además de los contextos donde se desarrollan sus verdaderas prácticas.

2. Nos permitió elaborar descripciones pormenorizadas, acompañadas con documentación, registros audiovisuales y fotográficos.

3. La comprensión de la imperiosa necesidad de un verdadero, eficaz y alcanzable plan de medidas de salvaguardia, que en realidad haga sostenible su continuidad.

4. Se jerarquizó el papel de los portadores boleristas como los principales defensores y herederos de la transmisión de su propio patrimonio.

5. El pretexto del expediente binacional en pos de la participación de las comunidades y los grupos interesados para alcanzar la formulación de su sostenibilidad cultural.

6. La necesidad de la articulación de entidades e instituciones con carácter comunitario, para viabilizar la sustentabilidad de las condiciones sociales necesarias para la transmisión de su patrimonio cultural inmaterial.

7. La conciencia de que el bolero es resultado de la convergencia de diversos saberes que están vivos, porque se han ido adaptando a las necesidades contemporáneas; ahí radica su importancia, en la manera en que esos conocimientos encuentran nuevas formas de utilización y adaptación a los nuevos tiempos y realidades.

8. La concientización de que se han desarrollado habilidades a lo largo del tiempo y se han transmitido de generación en generación a través de la tradición oral y por imitación.

Resultado de la convergencia de diversos saberes, esta manifestación se ha ido adaptando a los nuevos tiempos.

En lo conceptual, consideramos que encontramos en ello una indiscutible fortaleza, pues el hecho de construir y presentar un expediente ante la Unesco en conjunto con México no significa para nada perder la condición paternal del bolero: nació en Cuba y será siempre de los cubanos, quienes hemos sido capaces como nadie de legitimarlo y preservar su legado; pero se trata de una expresión que ha trascendido en el tiempo, otros lugares del mundo han hecho posible su repercusión y promulgación a través de varias décadas, haciéndolo suyo también, de lo cual debemos sentirnos orgullosos —los mexicanos también lo veneran y prefieren, y en muchas de sus comunidades se reconocen sus diferentes usos sociales, prácticas, saberes y elementos asociados—. En ocasiones, en los procesos identitarios no es muy saludable la contextualización precisa. Dentro de Cuba contamos con expresiones que al igual que el bolero han sido parte y significan también un verdadero patrimonio universal presenciado en varios lugares del planeta, como nuestra rumba, el legendario son cubano, entre otras; mientras si nos situamos dentro del fenómeno al interior de nuestra isla, sucede igual: la propia rumba nace en Matanzas, se extiende después hacia La Habana, y en la actualidad es de Cuba entera; igual sucede con el son y el bolero: nacieron en Oriente y han proliferado en toda la geografía nacional. Si pensáramos diferente, prevalecería una interrogante: ¿Qué sería de la cultura cubana sin la formación etnodemográfica a través de la influencia de elementos culturales traídos de otras latitudes del planeta?

Felicidades al bolero y a sus portadores boleristas por mantener por más de un siglo una expresión tan popular. ¡Enhorabuena, y que sea proclamado Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco!

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