El sabor que se toca…

A comienzos del año 1997 la música popular bailable cubana había llegado a ocupar todos los espacios posibles e inimaginables para ese entonces. No era solo un fenómeno de consumo y difusión; había además un acompañamiento total por parte de determinados actores que vieron en ella un filón para su reanimación económica, mientras que para otros fue un cataclismo en todos los sentidos.

El universo bailable giraba en torno a dos lugares fundamentales: el Palacio de la Salsa que funcionaba en el cabaret Copa Room del hotel Habana Riviera y que era administrado por la empresa hotelera Kawuama Caribbean Hotel, y el Salón Rosado de la Tropical. Ciertamente, existían otras plazas bailables de importancia, como el restaurante cabaret La Cecilia, el cabaret Papas de la Marina Hemingway, el Salón Rojo del Capri, la discoteca Aché del hotel Meliá Cohiba y en menor medida la discoteca del hotel Comodoro, aunque es justo decir que en ese lugar el hecho bailable solo aceptaba las presentaciones de orquestas al menos una vez al mes y casi siempre el elegido era Manolín, “El médico de la salsa”.

La Habana era el epicentro de la timba, cuyo liderazgo estaba en las manos de José Luis Cortés. Foto: Tomada de Vanguardia

De todos estos lugares antes mencionados era La Tropical el único que admitía el consumo y la entrada en moneda nacional; lo que establecía una jerarquía económica en el público que consumía nuestra música nunca antes vista en Cuba.

La Habana era el epicentro de un movimiento musical que se había definido como timba y cuyo liderazgo estaba en las manos, la flauta y el talento de José Luis Cortés, “el Tosco”. Todo ello sin negar el papel “conciliador” de músicos como Juan Formell y Adalberto Álvarez. Ese epicentro musical había trascendido las fronteras y se había extendido a España, fundamentalmente a la ciudad de Barcelona.

Por otra parte, debemos sumar a esta serie de acontecimientos la existencia de al menos cinco revistas dedicadas a la música en Cuba. Existía Clave, que estaba subordinada al Instituto de la Música y era dirigida por Laura Vilar; la Agencia Cubana de Derecho de Autor (Acdam) confió en el compositor Néstor Milí hijo y lanzan Tropicana internacional; la editorial Letras Cubanas da luz verde a Radamés Giro para rescatar la revista Musicalia en una segunda época; mientras que la Uneac apuesta por la Revista de Música Cubana que funda el flautista y compositor José Loyola. Como cierre surge la revista Salsa cubana, subordinada al Centro Iberoamericano de la Gráfica (Cidgraf) y que dirige el periodista Amado Córdoba.

De ellas, la de un pensamiento editorial más osado y la más pretenciosa será Salsa cubana. Tanto que su redacción se convirtió en el punto focal para entender y proponer acciones y dinámicas afines a los acontecimientos musicales.

Los cambios y la necesidad de establecer reglas en el juego de la música, su comercialización y estructura fonográfica habían llegado; y la cabeza visible de esa necesidad era Ciro Benemelis. Aunando esfuerzos y logrando consensos, Ciro y su equipo de trabajo lanzan en 1996 la convocatoria al Premio Cubadisco.

Así llegamos al mes de mayo de 1997, en el que días antes de comenzar el evento se lanza la convocatoria a “realizar el son más largo” y aspirar a convertirlo en un récord Guinness. Durante más de 90 horas se reunieron en el Salón Rosado músicos de todas partes de Cuba. Y aunque no se logró convertir en récord aquel, la acción marcó un antes y un después en la visión que, de la música cubana, sus actores y procesos colaterales, se tenía en ese momento.

“Los cambios y la necesidad de establecer reglas en el juego de la música, su comercialización y estructura fonográfica habían llegado; y la cabeza visible de esa necesidad era Ciro Benemelis”.

Será en la sede de la revista Salsa cubana donde nacerá la idea de organizar para la siguiente edición un coloquio o un encuentro entre todos aquellos involucrados en el asunto música cubana, pero desde las publicaciones. La idea fue elaborada en todos sus detalles en una de aquellas sesiones creativas de trabajo, y antes de terminar el día en cuestión ya Amado Córdoba y Ciro Benemelis habían apuntalado y encontrado todas las aristas posibles. Hay que acotar que parte del equipo de Salsa cubana había trabajado junto en la desaparecida Fundación Pablo Milanés (Amado había dirigido la división de Radio y Video; Pepe Menéndez fue director artístico y creativo de la revista Proposiciones y quien esto firma estuvo en el equipo de trabajo de PM Radio); lo mismo que Ciro Benemelis, que estuvo a cargo de la creación de los estudios PM Record en ese instante.

Con los debidos consensos y la anuencia de todos los directores de las revistas circulando en ese entonces, en 1998 se organiza en Pabexpo el primer coloquio, que tuvo entre sus ponentes fundamentales al presidente de la SGAE en aquel entonces, Teddy Bautista, quien habló ante los presentes sobre las tendencias de comercialización digital y electrónica de la música como el futuro de la misma.

Aquella charla, incomprendida por muchos, fue el primer anuncio para muchos de que el futuro de la música para las empresas discográficas sería complejo y era menester abrirse a las nuevas tecnologías.

Cubadisco ya tenía pabellón de exposiciones, disponía de un coloquio, se apoyaba en una serie de publicaciones que le servían de apoyatura promocional y, para su bien, había llevado su espíritu hasta la ciudad de Barcelona, específicamente en el bar Antillas, donde el DJ de ese lugar, Angelito Labarrera, cubano y miembro de una familia de músicos, actualizaba a los asistentes a sus fiestas del mundo musical de la Isla en esos años, organizando en los días posteriores a la feria habanera una expoventa de las novedades presentadas en Pabexpo.

La revista Salsa cubana, deun pensamiento editorial más osado, se convirtió en el punto focal para entender y proponer acciones y dinámicas afines a los acontecimientos musicales. Imagen: Tomada de Internet

Como cierre de esta primera etapa de Cubadisco la SGAE lo apuesta todo para que las disqueras y los músicos cubanos sean parte fundamental de un evento que comenzaba su andar: el Grammy Latino, y a pesar de “los barones de la música latina”, lo logró.

Aunque no guste a muchos es justo afirmar que el proceso migratorio de músicos cubanos, fundamentalmente instrumentistas, que comenzó a mediados de la década de los noventa, estaba reconfigurando el panorama musical en muchas regiones del mundo. Si nos atenemos a las comparaciones históricas, este se asemejaba al que en los años treinta de ese siglo —periodo de preguerra— redibujó el panorama musical de la ciudad de New York, sobre todo su incipiente ambiente latino; y de España. Solo que esta vez se extendía a casi todas las músicas, incluso al rock anglosajón.

La impronta cubana se comenzaba a sentir; solo que esta vez era más que sones, rumbas y guarachas. Los nuevos embajadores de la música cubana que estaban cruzando los mares cargaban en sus alforjas, junto a sus instrumentos, una alta calificación técnica y sobre todo fueron un incentivo para que muchos productores, distribuidores, expertos en arte y repertorio de empresas tanto pequeñas como multinacionales de la música enviaran agentes y cazadores de talento a La Habana, y qué mejor momento que el Cubadisco.

Ciro, su equipo y el evento habían dado un salto al futuro que acortó la ruta comercial de la música cubana, algo que desde tiempo antes se estaba buscando lograr. Esos seis días y noches de música y jolgorio estaban estremeciendo a muchos… Lo correcto era esperar qué nos depararía el futuro en el que nuevos actores entraran en juego.