Cubanos somos todos

Kenia Méndez Mederos
8/11/2019

El arte puede adelantar una idea que el conocimiento social no ha formulado aún;
o socializar lo que parece ser muy difícil, no por simplificarlo,
sino por abordarlo de otro modo en el que las sensibilidades
y las emociones participan mucho más.

Fernando Martínez Heredia[1]

¿Quiénes somos? ¿Qué procesos, figuras y grupos sociales nos han determinado? ¿Cómo se asume y se vive individualmente la identidad nacional? Estas preguntas —que podrían ser muchas más— son la consecuencia más notable y objetiva de interactuar con el proyecto Ritual Cubano Trilogía Teatral.

Brindis de Salas. Fotos: Cortesía de Jorge Enrique Caballero

Esta iniciativa, que nos llega de la mano del actor cubano Jorge Enrique Caballero y de Teatro Buendía, se acerca a la vida de cubanos negros que marcaron pauta en la Cuba de sus días. Se trata, así, de un diálogo honesto entre lo negro, lo afro —cubano al fin— y la identidad y cultura nacionales.

Fernando Martínez Heredia, con esa claridad intensa a la que nos acostumbró, comentó en uno de los múltiples debates que sostuvo sobre el tema:

“La cultura nacional reúne entonces una rica diversidad de materiales y modos de ser, producida por los más variados grupos sociales, y los elabora y expresa a través de una acumulación cultural que contiene y aporta el sentido de esa cultura en cada época o coyuntura determinada (…). Es imprescindible comprender profunda y seriamente lo esencial, las características y las funciones de la identidad y la cultura nacionales, y las potencialidades, insuficiencias y problemas asociados a ellas; vivirlas, pero también debatirlas, para poder utilizarlas”. [2]

El proceso de formación de esa identidad nacional, los múltiples elementos y grupos que influyeron en lo que primero llamamos criollo y más tarde cubano, la esclavitud como principal artífice del racismo y del odio al negro, los aportes en materia de inclusión que resultaron de las diferentes gestas independentistas y de la Revolución cubana triunfante y el regreso al debate público de la discriminación racial con motivo de las reconfiguraciones que vive el país en los 90, son algunos de los ejes fundamentales que dan estructura a los estudios sobre racialidad en Cuba.

El historiador y periodista cubano Pedro Pablo Rodríguez, uno de los principales exponentes de esos estudios, comenta en uno de sus trabajos:

“Si partimos del criterio de que la cultura y la nación cubanas contemporáneas son realidades socio-históricas esencialmente mestizadas, queda claro que entender lo negro (más que al negro) es parte inexcusable para discernir hasta nuestras raíces, nuestra fisonomía cultural y hasta nuestro destino”. [3]

Con esta historia como base y teniendo en cuenta la convocatoria de la ONU con relación al Decenio de los Afrodescendientes, nace Ritual Cubano, porque Caballero, como Martínez Heredia, considera que algunos aspectos de nuestra identidad necesitan debatirse más y encuentra en el teatro —cómo no hacerlo— el mejor de los espacios para ello. Tres piezas integran la trilogía: Kid Chocolate (2012), Le chevalier Brindis de Salas (2017) y Voces de 1912 (previsto para 2020).

Aunque me pareció una buena selección, no podía dejar de preguntarme cómo Jorge Enrique había logrado escoger entre tantos cubanos negros con aportes sustanciales a la historia de la nación, de haber querido trabajar todas las figuras, podría haber dedicado el resto de su vida a ello. Entonces le dije: Ambos sabemos que podrían haber sido muchas, ¿por qué estas y no otras? y me respondió con esa tranquilidad que lo inunda cuando habla de cosas esenciales, de cosas que ha creado:

“Hay una cosa que no paso por alto y es la intuición. El primer personaje que llegó lo hizo a través de la intuición, porque lo seleccioné y por toda una estela de sucesos, digamos, mágicos, que me ocurrieron con Kid Chocolate. En el comienzo, yo puse en una hoja los nombres de muchos personajes, incluidos ahí Juan Gualberto Gómez, Quintín Banderas y el propio Kid Chocolate, puse muchos nombres y me dije: del primero que llegue, haré la obra. Me encontré un libro de Kid Chocolate, luego me llegó una revista Carteles con un artículo de casi dos hojas sobre Kid Chocolate. En esa misma semana me cayó un libro de un espectáculo musical que se escribió y se estrenó en Cuba llamado Chocolate campeón, escrita por Jesús Gregorio, y entonces dije: este es el que va.

“Después de Kid es que aparece la idea de una trilogía. Yo empecé a investigar en el mundo de la música. Era muy evidente que la gente esperaba en lo que seguía la presencia del tambor, la rumba, la danza afro, lo cual tiene que ver con estereotipos que tienen las personas, así que decidí buscar otro camino, y en ese camino estaba Brindis de Salas. Con este personaje también me ocurrió algo curioso: uno de los días que entrenaba para la película de Santana corriendo por la Avenida de Paula, donde está la Iglesia de San Francisco de Paula, me enteré de que ahí estaban los restos de Brindis de Salas, entonces empecé a leer y me pareció ideal”.

En el caso de Kid Chocolate (Eligio Sardiñas, La Habana, 28 de octubre de 1910–8 de agosto de 1988), Ritual Cubano nos lleva hasta uno de los mejores boxeadores que ha tenido el país, haciendo alusión a las diferentes etapas de su carrera profesional, a sus triunfos en el extranjero y, sobre todo, a lo increíble y singular que se consideró su triunfo, dada su condición racial y social. Así le dijeron cuando manifestó sus intenciones de luchar:

“Así que tú eres boxeador…. Mira, saco de huesos, aliméntate primero, anda. La gente se va a reír de ti. Pero, ¿con quién te puedo poner a pelear?

Eres demasiado flaquito, y bajito, y negrito, ja ja ja jaj. Está bien, vas a boxear, pero si te pasa algo allá tú”.

Y hasta el propio Kid llegó a mostrar sorpresa de sus logros: “Unos meses atrás había sido proclamado como el hombre mejor vestido del mundo. Por encima de artistas, alcaldes, millonarios, príncipes. Imagínense, yo, un negrito del cerro de cara fácil (…)”.

Claudio José Brindis de Salas (La Habana, 1853–Buenos Aires, 1911), figura que ocupa a la segunda propuesta de la trilogía,llegó a ser considerado uno de los mejores violinistas del mundo. “El Paganini Negro” y “El Rey de las Octavas” fueron denominaciones recibidas por un músico que logró triunfar en un ámbito dominado por los blancos.

La obra resalta las influencias de su padre —músico del que aprendió—, rememora su primer concierto en el Liceo de La Habana con solo diez años, y hace un recorrido por su trayectoria artística.

El padre de Claudio José, víctima de la fuerte discriminación racial de la época, le aconsejó: “Aquí tengo las marcas de la persecución, la cárcel y el destierro. Aquí las imágenes. Y el temor perenne. Me cortaron las alas, hijo, la ilusión, el empuje y en estos tiempos de insurrección solo te esperará una suerte tan triste como la mía (…). Es cierto que la vida es una obra imperfecta, inacabada, abierta. Pero no la vivas aquí. Por eso, sal, conoce mundo, enfréntate a la diferencia, no te conformes con ser bueno; sé siempre el mejor. Perfecto, perfecto como la rosa. Triunfa y, por favor, no regreses”.

Brindis de Salas salió a estudiar a Europa, triunfó en todas las capitales por las que pasó, tocó para reyes y obtuvo notables condecoraciones de las cortes europeas, nada de lo cual impidió que fuera insultado por el color de su piel: “él, que en el extranjero era halagado por reyes y ministros, tenía que rebelarse, en su propia patria, contra la vejación y la insolencia de un patán”.

La tercera pieza, que tendrá por título Voces de 1912, llegará a las tablas el año próximo: “estaba anunciado que sería un personaje del mundo de la política, ahí tenía muchos personajes, estaba Juan Gualberto Gómez, por un vínculo familiar con la familia materna de mi padre, pero también estaba Quintín Banderas y otros. Lo que finalmente me conmovió fue el documental Voces para un silencio, que tiene que ver con la masacre de los independientes de color, un hecho histórico que fue muy duro y que es poco conocido. Entonces, esta vez no hablaré de un personaje, sino de un suceso histórico y, más que de un suceso, se trata de un tema fundamental que es el conflicto interracial”, comenta Caballero.

Se trata de puestas en escena que privilegian el trabajo del actor, su interacción y cercanía con el público a través de un discurso autobiográfico que intenta llegar a las esencias de lo que nos hace humanos. La música y la ritualidad se erigen como componentes centrales para dar cuenta de mestizajes y prácticas religiosas y culturales influidas notablemente por lo afro, pero en diálogo con marcas identitarias diversas.

Además de los espectáculos, Ritual Cubano ha promovido procesos de desmontaje con el público, participación en eventos culturales, talleres y otras acciones: “es un proyecto que busca dialogar, relacionarse, interactuar con diferentes artes en diferentes terrenos”, comenta Jorge Enrique a la vez que deja claras evoluciones importantes: “empezamos siendo una trilogía y ahora estamos en camino de convertirnos en una plataforma de investigación y creación artística”.

Todos sabemos que las identidades no son estancos, que se construyen, transforman y dialogan constantemente con prácticas, grupos y formas de expresión. También sabemos que la nuestra nos ha costado mucho, sabemos que hacerla más justa es una manera extraordinaria para definirnos. Ritual Cubano es, sobre todo, una invitación a esos esfuerzos de justicia. De nuestra parte queda, entonces, asistir no solo como espectadores.

Notas:

[1] “No permitan que llegue a haber dos Cubas en la cultura”, palabras de Fernando Martínez Heredia en ocasión de recibir el Premio Maestro de Juventudes que otorga la AHS.
[2]“Identidad y cultura nacionales: historia y temas actuales”, Fernando Martínez Heredia, en Revista Cubana de Pensamiento Socioteológico: www.revista.ecaminos.cu/article/identidad-y-cultura-nacionales-historia-y-temas–2/
[3]“Raza y color: el dilema cubano”, Pedro Pablo Rodríguez, pág. 314 en Antología del pensamiento crítico cubano contemporáneo, compilación de Jorge Hernández Martínez, CLACSO, 2015.