Culipandeo Cubiche

Ricardo Riverón Rojas
27/8/2018

"Chirrín chirrán", frase conclusiva derivada de una canción, más que éxito indica ruptura, fracaso, escache; viene a ser casi antónima de "matao y salao", de la cual nos valemos los cubanos para asegurar que algo concluyó como se esperaba. A veces esta última nos la decimos a nosotros mismos, otras a quien nos encomendó la tarea. Casi siempre se acompaña de un gesto consistente en sacudirnos las manos de refilón, como si las tuviéramos empolvadas o tocáramos los platillos en una banda de música.


“La música popular, sobre todo la bailable, es tributaria ventajosa de frases
que se establecen en el dialecto cotidiano”. Fotos: Internet

 

Ninguna frase más sugerente, ni siquiera el "ekelecuá" que certifica aprobación, porque, visto en secuencia, después que matan al animal y lo salan, todavía debemos comerlo. "Ekelecuá" apenas sugiere aprobación definitiva, no consumo; su equivalente pudiera ser "ok", que en una época ya relativamente lejana, en nuestro país, al amparo de un medicamento por entonces muy publicitado, la expresábamos de la siguiente forma: "Ok,  Gómez Plata".

"Matao y salao" acusa cierta familiaridad con "échale tierra y dale pisón", pero esta más bien apunta a que se acabaron las opciones: “el muerto al hoyo”; pese a su raíz tanatológica, se deriva lo mismo del éxito que del fracaso. La más castiza, sintética y equivalente, "sanseacabó", hace mucho que no la oigo en la calle; parece que cayó en desuso en los 60, acaso porque muchas veces necesita de una oración previa, como esta (solo un ejemplo): "Se la cortamos y sanseacabó". Lo cortado pudiera ser la lengua, la cabeza, la oreja, la mano o cualquier otra parte del cuerpo que se pueda representar con "la". El caso es que concluye, destruye, cercena y "a llorar por los portales" o "escribe a España y avisa que te mató un toro".

Todas estas expresiones, la mayoría cubiches, de consumo cotidiano en nuestros pueblos, bateyes y ciudades, resultan portadoras de un lenguaje metafórico de notable riqueza cuya representatividad no siempre se establece en la comparación elemental, porque proyectan los hechos hacia analogías insólitas, tal es el caso de "se le subió lo de isleño", con la que los cubanos (isleños ciento, por ciento) tipificamos una furia emanada de otro archipiélago.

Se trata, además, de cápsulas propensas a la rápida fosilización, aunque unas pocas quedan funcionando de alguna manera en una memoria colectiva que las reactiva y recicla, a veces como sedimento. En el caso de las fosilizadas, digamos, está "envolvencia", comodín insuperable hace un par de décadas para nombrar cualquier asunto poco transparente.

Entre las que vienen soportando con algo de gallardía el paso del tiempo está una con la que conminamos al abandono de un lance y ordenamos "desmaya eso" (pese a su incipiente y plana derivación hacia "olvida eso"), o su contraria de cuando, en pos aprovechar una oportunidad irrepetible, sugerimos con énfasis manierista: "pártele el brazo". Destaca también aquella de "lo cogió la 440", ante la cual ninguno de nosotros duda de que al sujeto le sucedió una desgracia suprema. Y aquella de "le entró la calambrina", que califica a una persona cuando cae en incompetencia. Pero si lo que le entra es la "corcomilla" podemos diagnosticarle ansiedad.

Entre las más enigmáticas frases pudiera citar: "le ronca la pergoñeta" (situación insólita); "le zumba el mango" (desmedro descomunal); "dar sánsara" (andanza infinita); "se fue con la de trapo" (erró); "meter una velocidad" (apremiar en mala forma a alguien); "le pusieron un tabaco" (una tarea urgente y de envergadura), y "chúpate esta" (entiende si puedes). Pobre hispanohablante de academia, lo que se pierde con estas linduras intraducibles, aunque aprehensibles.

Otra de las muletillas universales, imposible de entender sin un pacto semiótico asentado en la idiosincrasia, es el vocablo "cosa", que acapara el sentido de todo lo que nos rodea y da lugar a expresiones tan ambiguas: "esa es la cosa" (aprobación); "ponte pa' las cosas" (advertencia); "la cosa está mala" (dictamen); "¡qué cosa más grande!" (exclamación, sorpresa); "a fulano le dio una cosa" (diagnóstico clínico); o cuando suplicamos, con hambre: "dame cualquier cosa, que estoy partí'o" (aunque en cierto momento el "partí'o" se sustituyó por "hernia'o"). Alguna vez vi que, ante un imposible, a "cosa" la enyugaron con la reconocida "quisicosa", apoyadas en una inquietante aliteración, "ni la cosa, ni la quisicosa".

La música popular, sobre todo la bailable, es tributaria ventajosa de frases que se establecen en el dialecto cotidiano; ya cité "chirrín chirrán", pero igual hubiera podido acudir a "bola de humo", que caracteriza a alguien que no da tregua en su malévolo proceder; o "estoy pasma'o y estoy palmiche", cuya ambigüedad nos impide saber si El Bony (personajillo de La Charanga Habanera al que aludía la misma) es el más feliz o el más desgraciado del planeta. O aquella otra, donde vuelve a aflorar la "cosa": "Qué manera de gustarme tu cosita, mami".

"Ser un cancha", del carnicero de los Van Van, no guarda relación con el deporte, sino con la amplitud de los espacios disponibles, y de la habilidad para la patada —el enceste o el remate— del practicante. Tiene equivalencia oblicua con "ser un lámpara", solo que esta última arrastra una cuota delincuencial de la que escapa el "cancha".

¿Y dónde dejamos "dale abajo" o "voy abajo", que vendrían a ser equivalentes de "ponle fin" a lo que sea y "me largo" o "dejo ese proyecto"? Y "culipandear", que aunque el DRAE (Diccionario de la Lengua Española, de la Real Academia Española) la reconoce como: "evadir con astucia una dificultad prevista para no enfrentarla" y "acobardarse, echarse atrás o arrepentirse de algo que se iba a hacer" nosotros la asumimos como sinónimo de "veleidad", o "ir de un extremo al opuesto"; de ese verbo se deriva "culipandeo", que para nosotros porta una carga peyorativa aceptada sin discusión, pues no podemos imaginarla sin que el aludido (o la aludida) contonee la retaguardia.

Entre las más divertidas compilaciones sobre este retador pacto idiomático —sumamente subversivo— donde las palabras, objetos, sujetos o hechos recogidos dibujan filigranas simbólicas, menciono con deleite El habla popular cubana de hoy, de Argelio Santiesteban, ya con varias ediciones desde 1982. En su curioso y enjundioso diccionario, el autor le pone sazón (sobre todo pimienta) a las palabras, además de aparearles una puntillosa ejemplificación de su presencia en obras literarias de la tradición de nuestra lengua. 

Un solo asiento me sirve para demostrarlo: el significado de la palabra carretilla: "Mujer liviana. La metáfora es clara: una carretilla la toma cualquiera, se utiliza colocándose uno entre las dos barras, que remedan piernas… Y no sigamos por este camino, que hay pitirres en el alambre".[1] 


“Pobre hispanohablante de academia, lo que se pierde con estas linduras intraducibles, aunque aprehensibles”

 

Inserta entonces una referencia cruzada con "guaricandilla", que define como "mujer de costumbres morales laxas".[2] Aunque se trata de dos expresiones poco usadas ya, la cualidad visual del tropo, en el primer caso, no deja dudas.

Cuando recopilé relatos para mi libro El ungüento de la Magdalena (humor en la medicina popular cubana) tuve la gozosa oportunidad de reproducir, en el coloquio directo de mis testimoniantes, algunas de estas construcciones. Ejemplo: "tin nervioso", "viajeteo", "mecolambia", "pedir ten y pío", "le dio una sirimba", "está muy tarajallú", "tan revijío", "tan rebencú", "tremenda ñoma" y muchas otras, algunas de uso exclusivo en las zonas rurales, casi todas barbarismos, pero plenas de sabor cubano.

Estudios como el ya mencionado de Argelio Santiesteban, junto a Diccionario provincial casi razonado de vozes y frases cubanas, de Esteban Pichardo, y el imprescindible Catauro de cubanismos, de Don Fernando Ortiz, fueron, en mi caso, insuperables brújulas. Reeditarlos nunca estaría de más. Sin embargo, se hace necesaria, sobre todo, la interminable labor compiladora, de campo, pues la rápida evolución del habla popular no se detiene a esperar por las academias ni consolida mucho las expresiones de época. Cada día nace una nueva criatura, cultivémosla antes de que "mee dulce" y, adulta y madura, se nos despinte en lujuriosa cópula con el olvido.   

 

Notas:

[1] Argelio Santiesteban: El habla popular cubana de hoy. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1985, p. 112.
[2] Ibíd., p. 242.