La Edad de 0ro es una publicación singular. Obra que resume la concepción de la cultura de José Martí, entendida esta como totalidad de ideas filosóficas, sobre la religión, el arte, la historia y la literatura, apoyadas en un acucioso interés por todas ellas en su evolución pasada, así como también por un profundo conocimiento del acontecer científico y el avance tecnológico de su momento. Todo lo concerniente al hombre en su espiritualidad y todo aquello que era su resultado material inobjetable, conformaban la visión martiana de la cultura, pero incluyendo los hábitos y las costumbres, es decir, que no escapa a su cosmovisión la aprehensión de la cultura en su doble condición de cómo se piensa y cómo se vive.[1]

Foto: Abel Rojas

Todas esas ideas integradas, bien meditadas, de sólida fundamentación y coherencia, presiden su concepción de la cultura, y sobre ellas gravita su ideario político republicano, el de construir la América independiente que, en el futuro, de esta manera, habría de contar con hombres mejor dotados para conducir los destinos de sus naciones. La constante vocación formadora de Martí trató de hallar en sus proyectos editoriales, así como en otras de sus acciones, una vía expedita para alcanzar la plena redención del hombre americano, la de su corpórea vida en sociedad.

No hay que desconocer que, en ese empeño, Martí se nutrió de fuentes de prensa de la más diversa índole de su época, las cuales conocía muy bien por haber ejercido el periodismo desde edad temprana en distintos países del continente. Su prolongada estancia en el extranjero, y especialmente en los Estados Unidos, lo puso en contacto con una diversidad de concepciones o de posiciones frente al valor de la prensa en su gestión social, que ello no solo le permitió nutrirse, sino también seleccionar, desechar lo que, de esos medios de difusión a su alcance, no le parecía del todo conveniente.

Martí escribe La Edad de Oro durante la segunda mitad del siglo XIX, etapa de esplendor dentro de la producción editorial dedicada a niños y jóvenes de la época. Esta literatura didáctica y moralizante en sus inicios dieciochescos, va desentendiéndose de dichos contenidos a partir del siglo XIX, ganando en ella cada vez más espacio la recontextualización de las viejas tradiciones fabulares y legendarias con el surgimiento, que la vida moderna imponía, de una nueva sensibilidad para el fantasear entre la capacidad para volver los ojos al pasado y, con ella, el riesgo para aventurar el futuro.

En Cuba, la tradición literaria dedicada a los niños y jóvenes, aunque no suficientemente estudiada, acusa su presencia en la obra de muchas de nuestras figuras capitales. Se acercaron al género entre nosotros don José de la Luz y Caballero, Gabriel de la Concepción Valdés, José Jacinto Milanés, Cirilo Villaverde, Eusebio Guiteras, José María de la Torre y Francisco Javier Balmaseda, así como no carecieron de impulso proyectos difusores de tal actividad como El Álbum de los Niños (1858); La Infancia (1872); El Amigo de los Niños (1875); y El mentor Ilustrado (1881-1882), estos dos últimos editados en Nueva York.

Como publicación concebida para la instrucción y el recreo de las niñas y los niños americanos, La Edad de 0ro parece transformar sus intenciones temáticas ―aun cuando fueron mantenidas en sus cuatro números dentro de la concepción inicial―, desplazándose del interés por la saga heroica hacia lo tecnológico-industrial. Aunque “Un juego nuevo y otros viejos” ―aparecido en el primer número de la revista― es, por su contenido y estructura externa, un artículo, está escrito como otros con la presencia de algunos recursos de la narración de ficción, pues encontramos en él un narrador omnisciente a cuya vista no escapa el menor detalle de la realidad, a partir de la cual no pocas veces se ficcionaliza.

Más de un esquema sobre el descanso y el entretenimiento de su época rompe Martí en estos textos; como el de la mojigatería y la moralidad de la literatura para niños y adolescentes en su tradición occidental, europea, además de los frívolos pasatiempos de ciertos juegos de salón y otros con afanes lucrativos. En “Un juego nuevo y otros viejos” se transita de la realidad a la ficción. Se explican como ficciones acontecimientos reales, históricos, y también se dan como verdades sucesos que han trascendido convertidos en leyendas. A esta concepción del texto escrito a medio camino entre el artículo y el cuento podrían pertenecer, junto al que nos ocupa, “La Ilíada, de Homero”, “La historia del hombre contada por sus casas” y “Un paseo por la tierra de los anamitas”.

Todo lo concerniente al hombre en su espiritualidad y todo aquello que era su resultado material inobjetable, conformaban la visión martiana de la cultura, pero incluyendo los hábitos y las costumbres, es decir, que no escapa a su cosmovisión la aprehensión de la cultura en su doble condición de cómo se piensa y cómo se vive.

El primer número de La Edad de Oro, en especial, resulta el más variado en su composición, por géneros y temáticas. Al detenernos en un artículo como “Un juego nuevo y otros viejos” encontramos más de una ocasión para el asombro. En él se acerca Martí al juego, como a otros temas que integran esta entrega, como expresión de sus preocupaciones por las relaciones humanas, cualesquiera que fuesen sus ámbitos, y ve dentro de su concepción de la cultura como totalidad en la que el juego constituye un elemento no desdeñable. Y parece ingenuo y como sin propósito trascendente este artículo. El mundo de referencia para esta singular meditación es, por supuesto, la sociedad norteamericana en su colosal modernidad material, y a partir de ella desentierra Martí las costumbres del hombre, desde la Antigüedad grecolatina, de todas las partes del universo, sin medir distancias, ni diferencias geográficas, ni composiciones étnicas.

Y lo hace, como hemos dicho, para incorporar esas ideas a su proyecto republicano. Para desechar lo que el coloso norteamericano va dejando de perjudicial a su paso, o para desmentir falsos conceptos que, en materia de juego, como expresión de la cultura, se quieren sembrar en la conciencia del resto de las naciones. Veamos este que parece un sencillo enunciado: “Dicen en los Estados Unidos que este juego es nuevo, y nunca lo ha habido antes; pero no es muy nuevo, sino otro modo de jugar a la gallina ciega.

¿Qué tanto le preocupa el juego a Martí? Le interesa como elemento lúdicro de la cultura y como fenómeno histórico. Lo intuye forma de representación, lo sabe acción que provoca placer, pero que es también método de conocimiento y posibilidad para el descanso activo de las tareas y responsabilidades habituales. El juego, nacido de las ceremonias y festividades religiosas, que derivó como manifestación secundaria hacia la poesía, el carnaval, las representaciones dramáticas, es consustancial al hombre en sociedad, como forma de relación y de creación de valores. La cultura del hombre nace y se verifica también en el juego. La cultura comienza jugando como alternativa al trabajo.

Una de las formas del conocimiento que fomenta el juego y aprecia Martí es la propia historia como manifestación de la identidad de los pueblos. El hombre es uno y el mismo en todo el orbe, como uno es el universo. Todos los pueblos han jugado, si no los mismos, al menos muy similares juegos, lo cual verifica su universal identidad. Lo que varía es la manera de hacerlo, en la que intervienen factores condicionantes de su existencia según el momento histórico, el nivel de desarrollo, las condiciones geográficas, y no su natural capacidad, cualquiera que fuese su procedencia étnica, para fantasear y hallar una alternativa ante el trabajo. En relación con los juegos procedentes de las formaciones socioculturales cuyo desarrollo no es equiparable al de los centros occidentales de poder, Martí toma especial cuidado para, en lugar de promover inciertos remedos, ofrecerles a los niños sus fuentes directas, o al menos no tergiversadas, que permitieran conocer las costumbres y tradiciones de dichos pueblos.

Imagen: Internet

Esta circunstancia impresiona vivamente a Martí que, como hombre de su tiempo, no se disculpa por considerar poco varoniles los juegos de corte cuando afirma: “Lo que no parece por cierto cosa de hombres es esa diversión en que están entretenidos los amigos de Enrique III”, aludiendo a uno de los grabados que ilustran el texto de “Un juego nuevo y otros viejos”, donde aparece el rey y sus bufones jugando al boliche. El rechazo de Martí no es simplemente una concepción machista de la historia, sino una consecuencia de los criterios decimonónicos con respecto al juego y su valor social que, como veremos, cae en descrédito durante el siglo, sustentada, en su caso particular, por ideas opuestas a todo tipo de opresión, bien pronto expresadas en el mismo artículo: “En eso pasaban la vida los amigos del rey: en jugar y en pelearse por celos con los bufones de palacio, que les tenían odio por holgazanes, y se lo decían cara a cara. La pobre Francia estaba en la miseria, y el pueblo trabajador pagaba una gran contribución, para que el rey y sus amigos tuvieran espadas de puño de oro y vestidos de seda”, Martí, con su afán de saber, conocía bien de la historia todo lo importante que había que saber, ya que, en efecto, la pasión de Enrique III por el juego fue proverbial y recogida en manuales, de seguro, consultados por él.”

La cultura general de Martí no deja lugar a dudas. Expresada en magistral síntesis en este pequeño texto que, en sí mismo es también una demostración de su capacidad fabuladora, de su sensibilidad para “jugar” con el conocimiento, para integrarlo en sus disímiles formas; de ahí que pueda hablarle a los niños de cómo se jugaba en la Antigüedad, de cómo surgió el juego de la gallina ciega, de la excelencia de pintores coetáneos como Fortuny y Zamacois, y de cómo en Europa, en América, en África y en Oceanía, los hombres han tenido similares modos de jugar.

Merecen una referencia especial sus alusiones a los pintores españoles Eduardo Zamacois y Zabala (1841-1871) y Mariano Fortuny y Marsal (1838-1874), este último ejerció una gran influencia en la pintura española e italiana de su momento, a pesar de lo prematuro de su muerte a causa de una enfermedad pulmonar. Las referencias a estos pintores en “Un juego nuevo y otros viejos” son apenas leves notas de ocasión, pero cuando se indaga en la crítica de arte de Martí, se advierte que ambos artistas fueron muy bien conocidos por él, como todo aquello que dictaban las artes plásticas de entonces, fundamentalmente el impresionismo pictórico. Sobre Fortuny, en particular, tiene Martí incontables alusiones, e incluso le dedica trabajos y comentarios muy elogiosos de relativa extensión como este: “Mariano Fortuny ha sido el colorista más audaz y el genio más ‘romántico’ y de más clara visión entre los pintores modernos”. Sin embargo, no se deja deslumbrar del todo Martí, porque si bien Fortuny, Zamacois, Madrazo y los impresionistas todos, como a fin de cuentas los conceptúa, dominaban plenamente la luz y las formas, no lo hacían así siempre con las ideas, y he ahí que, en la misma crónica también afirma: “pero los artistas americanos no deben de imitarlo. Si estamos obligados a imitar, en vez de afirmar nuestra propia originalidad, esperemos a alguien que sepa representar el lado majestuoso del carácter de nuestra época”.

En medio de tanto derroche de conocimiento, trasmitido con suma habilidad, no se desdeña la saludable forma de jugar que es el ejercicio físico, que tensa los músculos y activa los reflejos: “Los hombres de todos los países, blancos o negros, japoneses o indios, necesitan hacer algo hermoso y atrevido, algo de peligro y movimiento, como esa danza del palo de los negros de Nueva Zelandia”. Y también en un texto que parece escrito para niños, se manifiesta el dolor de Martí, solo mitigado cuando se dedica a lo que le proporciona placer: “Es que en la vida no se puede hacer todo lo que se quiere, y lo que se va quedando sin hacer sale así de tiempo en tiempo como una locura”. Tal vez eso fue para él escribir La Edad de Oro, un juego, pero un juego responsable que le permitiera mitigar los intensos dolores que la vida le había dejado a su paso, un juego donde no se restituía la peluca a su lugar simbólico, sino donde se comprometía el futuro de América y la salud mental y física, y la disposición para la vida, de todos sus hombres.


Notas:

[1] El presente texto es una versión reducida del correspondiente a la edición crítica de las Obras completas de José Martí.