Daniel Taboada y dos rutas para pensar un país

Liliana Molina Carbonell
17/5/2017

A juzgar por la convicción irrenunciable con que el arquitecto cubano Daniel Taboada se refiere a la ciudad y a la urgencia de su preservación, uno puede deducir que La Habana forma parte de su imaginario vital más preciado. Desde ese universo sensitivo poblado de experiencias, ha creado nexos que aún lo unen a la historia de esta urbe y también a los esfuerzos —nunca suficientes— por develar el sentido de responsabilidad individual y colectiva que implica cualquier intento de restauración.

“Tengo la suerte de haber nacido en Regla, así que desde pequeño La Habana fue, para mí, como un regalo. Además, resultaba tan fácil coger la lanchita, atravesar la bahía, llegar al muelle de Luz y darle la vuelta a la ciudad en un tranvía… Era un paseo extraordinario. Creo que ahora, de tan acostumbrados que estamos a vivir aquí, a veces no conocemos bien a La Habana ni la admiramos todo lo que deberíamos”.


Foto: Cortesía del entrevistado

“Cuando uno visita otras provincias percibe un sentido de propiedad que, al menos yo, no aprecio en la capital. Es un asunto muy engorroso y no creo tener en este caso una respuesta fácil”, asegura el Premio Nacional de Patrimonio Cultural 2015, mientras conversamos sobre el progresivo y cada vez más evidente deterioro de la imagen urbana. “Quizás haría falta hasta un Congreso” (sonríe), y enseguida advierte que se trata de un tema frente al cual es ineludible la coexistencia de múltiples voluntades.

“Estamos ante un conjunto de problemáticas que deberían ser estudiadas por un equipo interdisciplinario, pues hay muchas especialidades que tienen que ver con esto. Tenemos una ciudad impresionante, en el Caribe no hay nada parecido; pero es necesario conservarla y aquí, desafortunadamente, no hay conciencia del mantenimiento”.

Tenemos una ciudad impresionante, en el Caribe no hay nada parecido; pero es necesario conservarla y aquí, desafortunadamente, no hay conciencia del mantenimiento”.

Referente imprescindible en la conservación del patrimonio cultural, Taboada ha intervenido en la restauración de más de una treintena de obras desde el año 1964. Entre ellas destaca como sus trabajos más relevantes los Conventos de Santa Clara y de San Francisco de Asís, en la capital cubana, por su extensión, ubicación e importancia arquitectónica.

“El Convento de Santa Clara fue, quizás, el más complejo. Se trata de una obra del siglo XVII, de muros tapiales, de techos de madera, un inmueble muy frágil, vulnerable. Para mí fue una experiencia increíble porque, además, no es un trabajo de un año o dos: cada obra grande puede llevarte hasta ocho, nueve o 10 años. En el caso de este Convento, solo se concluyó el primer claustro. El segundo se adelantó, pero no pudo terminarse como debía, y el tercero no se hizo. Eso es algo que todavía me queda pendiente: terminar el Convento de Santa Clara, que actualmente muestra un grado serio de deterioro”.

Otras obras como el Teatro Sauto y el Fuerte El Morrillo, en Matanzas; el Mausoleo a los Mártires del Cinco de Septiembre, en el cementerio Tomás Acea, de Cienfuegos, y la Casa de la Obrapía y el Palacio Aldama, en el Centro Histórico de La Habana, también forman parte de su reconocido quehacer como arquitecto, por el cual ha recibido, entre otros lauros, el Premio Nacional de Arquitectura (1998), el Premio de la Federación Panamericana de Asociaciones de Arquitectos (1999) y el Premio del Centro Internacional para la Conservación del Patrimonio (2005).

“Para mí, este es un trabajo fundamental, una labor importantísima que requiere un gran sentido de responsabilidad y disciplina, principalmente porque uno sabe que está trabajando en algo que nos pertenece a todos”, afirma. “Se trata de preservar la identidad cubana, que en estos momentos está muy asediada y es lo que hay que defender”.

Según su opinión, ¿cuál es el estado actual del patrimonio arquitectónico cubano y los principales retos en su restauración y conservación?

Lo más valioso del patrimonio arquitectónico de la Isla está concentrado aquí en La Habana. Aunque en otras ciudades del país, como Santiago de Cuba, Baracoa y Trinidad, hay un patrimonio excepcional, es innegable que el conjunto arquitectónico de La Habana no tiene comparación.

Ahora la ciudad está atravesando un momento interesante, sobre todo porque las obras que se han emprendido tienen un valor extraordinario para el entorno urbano en general, y no solo como inmuebles aislados. Por ejemplo, se realizó la reparación, restauración, y refuncionalización en muchos casos, del antiguo Centro Gallego, actual Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Es una obra que venía pidiendo auxilio hace años y, urbanísticamente, se ha convertido en un descubrimiento para los habaneros.


Gran Teatro de La Habana. Foto: Kike.

Otra obra importantísima es el Capitolio, que requiere de mucho esfuerzo, pues en su construcción se emplearon materiales y mano de obra especializada que hoy no se encuentran con facilidad. Afortunadamente, el mismo día en que se anunciaba el premio de Patrimonio Cultural, Eusebio Leal regresaba de una graduación de las escuelas taller de más de mil obreros especializados: carpinteros, herreros, masilleros…, sin los cuales es imposible pensar en la restauración. La arquitectura requiere de muchas personas que sean buenas en su especialidad y que permitan llevar las ideas a la práctica.

Una ciudad necesita, asimismo, mucho dinero. Creo que si se administraran bien los recursos, alcanzarían para una conservación si no excepcional, al menos digna. En La Habana se fabricó muy bien en los primeros 30 años de la República. Ahora mismo, en las obras que se están realizando en el litoral portuario, uno encuentra edificaciones que han resistido muchísimo tiempo sin mantenimiento, como el edificio de la Aduana. ¿Tú sabes lo que nos cuesta reparar, reconstruir y poner a funcionar ese edificio? Es una inversión millonaria. No solo de recursos nacionales, sino de recursos extranjeros, de importación.

Entonces, es imprescindible hacer inversiones que tengan en cuenta la adquisición de materiales de calidad y de buena mano de obra, para la restauración y conservación. Son cosas que no pueden fallar y que tienen que funcionar bajo control, porque si tienes dinero, pero no lo sabes gastar, es casi como si no lo tuvieras.

En el VIII Congreso de la Uneac, el informe de la Comisión Ciudad, Arquitectura y Patrimonio planteaba que es necesario trazar una política del Estado sobre la ciudad y la arquitectura, dentro de los programas de desarrollo nacionales. Para Ud., ¿cuáles deberían ser las principales problemáticas a tener en cuenta?

El tema de las infraestructuras es ineludible. No podemos pensar en conservar una ciudad sin tener en cuenta lo que pasa con las redes técnicas que, en nuestro caso, están colapsadas por el tiempo de uso. 

El tema de las infraestructuras es ineludible. No podemos pensar en conservar una ciudad sin tener en cuenta lo que pasa con las redes técnicas que, en nuestro caso, están colapsadas por el tiempo de uso que tienen. Actualmente se está trabajando en eso, pero es un asunto muy complejo que hay que ver con luz larga, porque no puede hacerse una infraestructura para que dure 20 o 30 años. En el caso de una ciudad, la infraestructura tiene que durar unos 50 o 100 años.

La Habana ha crecido de una manera exorbitante y no solo en extensión, sino también en concentración: uno ve que en la misma casa conviven hasta tres y cuatro generaciones. En algunos casos, las personas amplían los inmuebles con una barbacoa, un cuarto añadido en la azotea o en el traspatio, pero las redes pluviales, eléctricas, telefónicas, apenas crecen. Ahora estamos haciendo hoteles. Pero antes, ¿qué había ahí? Tal vez una casa o tiendas, y como es lógico, no es el mismo gasto. Entonces, todo eso hay que preverlo, porque la ciudad ya no aguanta más.


Foto: Cortesía del entrevistado.

También es esencial crear condiciones para producir materiales de la construcción. No podemos seguir con la escasez de materiales que vemos hoy: uno va a buscar ladrillos y no hay, vas a buscar bloques, y tampoco, necesitas arena y lo que hay es otra cosa. Los subsidios están funcionando y constituyen una base económica fundamental para desarrollar una ciudad. Pero es necesario garantizar los materiales de la construcción.

Por otra parte, nuestro clima es muy agresivo, y hay que prepararse para un efecto mayor del cambio climático. No es que estemos teorizando sobre eso, es algo práctico que ya estamos sufriendo. Asimismo, hay que tener en cuenta la política de reforestación. ¿Qué decían los europeos cuando llegaron a Cuba? Que este era un bosque de punta a punta. Y hemos acabado con él. Las maderas que se daban en Cuba ahora se están resembrando. Las estadísticas son bastante alentadoras; sin embargo, para llegar a sustentarnos falta tiempo. Todo eso forma parte de un conjunto de problemas a los que es imprescindible prestar atención.

Durante los últimos años, la arquitectura y el urbanismo cubanos —según indicaba el mencionado informe— han experimentado una crisis de calidad. ¿A qué cree que se deba ese estado de degradación y deterioro creciente de la imagen urbana?

Intervienen muchos factores. La ilegalidad, por ejemplo, está en todas partes, empezando por las instituciones; no es solo un problema de los particulares. Realmente somos un pueblo con una cultura legal bastante desarrollada; en Cuba existen leyes para todo —principalmente para el patrimonio, que está muy bien protegido—, pero en muchos casos no se cumplen.

Hoy, en muchos casos, se está trabajando y empleando el peor diseño que hay en el mundo. De las influencias extranjeras, en lugar de tomar lo más valioso, estamos reproduciendo lo peor.

Hay que dar la vuelta y coger el buen camino, lograr que todos se sientan dueños de la ciudad. Creo que el control hace más falta, incluso, que las normas y leyes: donde no hay control, la gente hace lo que le parece. Por supuesto, en algunos casos las ilegalidades son cuestión de vida o muerte. ¿Cómo impedirle a una persona que se le cayó un techo que haga uno del material que sea? No puedes; por eso es fundamental que el Estado continúe subvencionando a ese de menos recursos, para que logre hacer algo útil y de mejor calidad.

Otro de los factores que más ha provocado el deterioro de la imagen urbana es la autosuficiencia del “yo sí puedo hacerlo”. Ahora todo el mundo pinta, todo el mundo se cree que es albañil, coloca ladrillo sobre ladrillo y funde placa con los amigos, sin ninguna dirección técnica. Eso, en teoría, es muy bueno; pero representa a la vez un peligro, porque se está fabricando con muy mala calidad constructiva y de diseño. En el caso de la pintura, por ejemplo, se observa una presencia reiterada del verde chartreuse o agua marina, el violeta, el verde manzana y el rosa flamenco o flamingo, y no solo en la periferia de La Habana. Hoy, en muchos casos, se está trabajando y empleando el peor diseño que hay en el mundo. De las influencias extranjeras, en lugar de tomar lo más valioso, estamos reproduciendo lo peor.


Foto: Cortesía del entrevistado.

Tenemos una ciudad que además de ser Monumento Nacional es Patrimonio de la Humanidad y fue elegida entre las ciudades maravilla del mundo, pero es vital garantizar su conservación. Aquí hay conciencia de la restauración hasta el día que se inaugura una obra; una vez que eso sucede, muchas veces no se vuelve a poner ni un clavo. Y los edificios, cuando se abandonan, es como si los dejaras morir, sobre todo si es necesario sacar a las personas de ese inmueble. En ocasiones resulta inevitable por una cuestión humana, pero es lo peor que le pasa al edificio, porque empieza el “canibaleo”, la gente buscando materiales, quitando pisos, aparatos sanitarios… Cuando vienes a ver, el edificio se pierde.

La calidad de las obras que se proyectan también depende, en gran medida, de la labor de los arquitectos. ¿Cómo evalúa, en términos generales, el desempeño de las actuales generaciones de arquitectos cubanos?

Aquí hay conciencia de la restauración hasta el día que se inaugura una obra; una vez que eso sucede, muchas veces no se vuelve a poner ni un clavo. Y los edificios, cuando se abandonan, es como si los dejaras morir.

Es una carrera como cualquier otra: hay profesionales buenos, regulares y malos, pero en general los arquitectos trabajan con mucho amor. La arquitectura es un trabajo de vocación, más que un negocio. Uno debiera hacerlo bien por la satisfacción de realizar obras de calidad y que se sepa que son de uno. Creo que eso se ha perdido un poco. Hay que emprender un ejercicio de recuperación profesional para devolverle a la figura del arquitecto su personalidad, su autoría.

En la actualidad, todos estamos detrás de grandes empresas o instituciones que prácticamente ocultan a las personas. Antes, el trabajo de un arquitecto era intocable; tú eras autor de un proyecto y nadie se atrevía a cambiarle nada sin consultarte. En estos momentos no es así: hoy trabaja este y mañana hizo falta que interviniera otro, y lo pusieron. Funciona casi como una maquinaria.

La labor del arquitecto es, ante todo, un trabajo cultural. Para que resulte, uno tiene que estar muy convencido de lo que está haciendo y con qué objetivo. Es como un hijo: uno no deja que crezca mal, o por lo menos se hace todo lo posible por que crezca bien. Con la obra pasa lo mismo, sobre todo con las de restauración, que exigen tantos años de trabajo. Ese sentido de responsabilidad también es imprescindible recuperarlo.