De Bosch a AMLO: el rasguño en la piedra

Hassan Pérez Casabona
6/9/2018

La historia no es un amasijo inerte de acontecimientos. Tampoco bola de cristal con la cual predecir el futuro. Es, eso sí, fuente inagotable de experiencias de las cuales es necesario aprehender, en tanto se examinan a profundidad, y sin maniqueísmos de ninguna clase, los procesos y personalidades que marcaron cada una de las épocas precedentes.

Más allá de la certeza marxista plasmada en El 18 Brumario de Luis Bonaparte de que los hechos y personajes suelen repetirse como tragedia o farsa, lo cierto es que existen analogías  en las cuales se ponen de manifiesto no solo las esencias  de un período, sino los desafíos a sortear que se presentan en un tiempo concreto, con independencia de la geografía en que tienen lugar. Se trata de la confirmación de las complejas circunstancias que ayer y hoy debieron vencer hombres y mujeres de carne y hueso que encarnan en sí mismos la voluntad de enormes conglomerados humanos. Esos que Martí definió como los que llevan y, exhiben sin estridencia —añado—, todo el decoro que emana de sus pueblos.

Plaza de la Bandera, Santo Domingo, República Dominicana.
“La historia no es un amasijo inerte de acontecimientos”. Fotos: Internet

 

El 20 de diciembre de 1962 y el 1ero de julio del 2018 son, desde esta perspectiva, ejemplos nítidos de momentos cenitales en el devenir de dos naciones hermanas, con resonancias que desbordan con creces sus fronteras. Ambos están unidos por múltiples similitudes (y diferencias necesarias y lógicas que acentúan la pertinencia de escrutar el presente nutriéndonos de los aportes en el camino transitado) en medio de contextos geopolíticos singulares.

En la contienda electoral acontecida hace 56 años, Juan Bosch obtuvo una victoria aplastante. Ese triunfo lanzó a todos los cielos la esperanza de los tradicionalmente preteridos; de igual manera los demonios de quienes no se resignan a perder privilegios, conseguidos esquilmando a las grandes mayorías. Eran las primeras elecciones después de la satrapía trujillista que se enseñoreó por más de 30 años sobre el noble pueblo quisqueyano, estableciendo además pactos criminales con sus congéneres de la región. Con exactitud el profesor Bosch, analista profundo sobre la historia y sicología social, bautizó a esos regímenes —en los cuales también se encontraban dictadores de la calaña de Batista, Somoza y Pérez Jiménez— como “póker de espanto en el Caribe”.

Aquella jornada comenzó a tomar cuerpo un proyecto de transformación democrático jamás visto en la República Dominicana. La Constitución promulgada el 29 de abril de 1963, apenas semanas más tarde de que Bosch arribara al Palacio Nacional el 27 de febrero, es quizás el ejemplo más acendrado de la hondura de las acciones y cambios llevados adelante, en aras de beneficiar a sectores que ni siquiera fueron tratados en el pasado como seres humanos.  

El 27 de febrero de 1963, Bosch tomó posesión como nuevo Presidente de la República Dominicana
 

La conjura para apagar la llama encendida (en todo rigor echó andar de forma previa a que el afamado escritor se colgara la banda presidencial) cuajó meses después, con la urdimbre golpista del 25 de septiembre. Esa fecha, pese a que los usurpadores se ufanaban, se hundió en el lodo la componenda entre la cúpula militar, las élites económicas y la jerarquía eclesiástica, aupados todos desde la mano tenebrosa de la embajada yanqui en Santo Domingo. Ahí están los documentos que prueban la manera en que el embajador John Bartlow Martin, y el resto de los funcionarios de las agencias estadounidenses instaladas en el recinto diplomático, tejieron los hilos de la asonada. En realidad, lejos de consumarse el éxito de esas fuerzas oscuras en aquella ocasión, se abrió el sendero para la “Revolución Inconclusa” propugnada por Bosch.

Seis décadas más tarde, justo cuando la derecha hemisférica se envalentona con el retorno a los gobiernos en distintos países, Andrés Manuel López Obrador ratifica con su éxito rotundo en las urnas, que no existe tal fin del ciclo progresista continental. Aceptar la tesis peregrina de que concluyó el avance popular —este continuará manifestándose mediante los más diversos rostros y no siguiendo decálogo alguno— sería lo mismo que validar, a inicios de los 90, la propuesta trasnochada de Fukuyama y sus acólitos sobre el fin de la historia. Ahora, como antes, los corifeos que se pliegan a esos designios solo tienen reservado irse de bruces hacia el estercolero de la historia.

El XXIV Encuentro del Foro de Sao Paulo, el cual acaba de celebrarse en La Habana con la asistencia de más de 600 delegados de un número superior al centenar de partidos políticos y movimientos sociales de 51 países, y de pensadores y artistas de enorme prestigio, cinceló con letras doradas que existe otra narrativa muy diferente al happy ending  hollywoodense con que se presentan los acontecimientos.

El triunfo de AMLO (aún resuenan los cánticos de “es un honor estar con López Obrador”, escuchados en el cierre de campaña en el monumental Estadio Azteca, símbolo de lo que sucedió desde la arrancada) no puede ser explicado, como intentan quienes desean descalificarlo, únicamente como resultado del hartazgo del pueblo mexicano a las políticas fallidas del Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN).

Su triunfo colosal (garante en verdad de que fuera imposible implementar ahora acciones fraudulentas, de las que fue víctima en 2006, entonces como candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD) responde, entre numerosos factores imposibles de examinar en breves líneas, a la manera en que construyó un proyecto para la batalla en las urnas —“Juntos haremos historia”, producto de la alianza entre su Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA), el Partido del Trabajo (PT) y Encuentro Social— y articuló, desde abajo, la comunicación con las bases.

Es muy probable que los entes reaccionarios, y sus poderosas maquinarias, no entendieran en toda su magnitud el cambio cualitativo que supuso la creación y métodos de trabajo desplegados, primero en MORENA, y luego por “Juntos haremos historia”. Es tal el desprecio que experimentan hacia los que mantenemos la osadía de hablar con voz propia, que, de un lado, subestiman el alcance de lo que se propone y, del otro, no dejan de apreciar al pueblo como desvalido e inepto para decidir su destino. Es una combinación macabra que revela el odio visceral de los oligarcas, a eso que el Che Guevara llamó el pueblo pintado de negro, obrero, mulato, blanco, indígena y campesino. 

 “Andrés Manuel López Obrador ratifica con su éxito rotundo en las urnas, que no existe
tal fin del ciclo progresista continental”

 

Es cierto que Andrés Manuel no puede por sí solo resolver los males entronizados que encontrará en una sociedad donde el mercado, y el neoliberalismo en general, se convirtieron en dioses a adorar. Décadas de atropellos y saqueos, entregando las riquezas a transnacionales, hicieron creer a muchos que era inevitable rendirle pleitesía al consumo y los mall, diseminados por cada punto cardinal, como las imponentes catedrales góticas de antaño, donde la figura humana solo se concibe diminuta y frágil.

Lo es también que la energía de un ejemplo sustentado sobre la honradez, el adecentamiento de las instituciones y el combate frontal contra las lacras que desangran a su nación (la corrupción, el tráfico de drogas, el crimen organizado, la migración, por solo mencionar algunas) lleva implícita potencia superior a un movimiento telúrico.

El 1ero de diciembre próximo López Obrador asumirá la jefatura del Estado mediante un clamor popular que se hizo sentir, como nunca, en los predios de la patria de Morelos, Hidalgo, Juárez, Villa, Lázaro Cárdenas y tantos otros “imprescindibles”, como los denominó Bertolt Brecht. Esa y, no otra, es la variable que, desde ningún lugar de la barricada, puede ignorarse.

No tengo dudas tampoco de que, al igual que ocurrió con Juan Bosch, se activaron desde hace tiempo los mecanismos internos y foráneos para, esgrimiendo el más inverosímil de los pretextos y utilizando cuanto instrumento aparece en el morral sin escrúpulo de la derecha, sacarlo de la silla presidencial e, incluso, impedir que asuma como tal.

El resguardo para que ello no ocurra brotará, fundamentalmente, de los vínculos que como dirigente establezca con su pueblo. Contar con nexos indestructibles entre vanguardia y masa trasciende a cualquier decisión válida que pueda adoptar.

Por lo pronto hay júbilo bien fundado, por la esperanza que se levanta más allá de la tierra de los mariachis. Invocando una idea del escritor cubano José Lezama Lima —una de las figuras cimeras de las letras hispánicas, quien fundó junto a otros intelectuales prominentes el  célebre grupo Orígenes—, la única manera de horadar los muros que se erigen para doblegarnos es actuando con el vigor y perseverancia de quien hace un rasguño sobre la piedra. De alguna manera eso hemos hecho los que creemos que otro mundo mejor es posible desde Juan Bosch, y mucho antes, hasta Andrés Manuel López Obrador y todos los que vendrán después. Más vale que no se olvide.