En el frecuentado parque triangular de Línea entre G y H, frente al hospital América Arias, el pasado 27 de diciembre se develó un monumento a Emilio Sabourin y del Villar, fundador del Club Habana de beisbol. El mismo se caracteriza por portar en su centro un bajorrelieve en bronce, en formato de medallón, con la efigie del legendario pelotero y patriota, obra del escultor cubano Teodoro Ramos Blanco. El monumento se levanta justo donde se erigía el dedicado al eminente científico francés Luis Pasteur, el cual se reubicó en el espacio dejado por el de Sabourin en los jardines de ingreso al citado hospital por la Avenida de los Presidentes. El cambio, por demás, lógico, iniciativa del historiador del beisbol cubano doctor Félix Julio Alfonso, reviste un verdadero interés para la ambientación de la trama urbana del Vedado, en razón de ser este monumento el único erigido a un pelotero en nuestra capital a extramuros del Estadio del Cerro (bustos de Adolfo Luque y Martín Dihigo).

Este monumento es el único erigido a un pelotero en nuestra capital a extramuros del Estadio del Cerro.

Entre los méritos históricos de Sabourin en el beisbol cubano, destaca su desempeño como organizador del primer campeonato oficial de beisbol en Cuba. En el legendario juego del 27 de diciembre de 1874 en el Palmar de Junco, Matanzas —fecha que explica su elección para la actividad de develamiento—, Sabourin alineó con el equipo Habana BBC y jugó la posición de jardinero izquierdo. También fue director del citado equipo en el período de entreguerras (1879–1894), al frente del cual ganó tres campeonatos. Su estrategia, en ocasiones, fue tan controvertida como eficaz. En una época de nuestro beisbol en que no era frecuente el toque de bola, Sabourin ganó uno de los juegos decisivos del campeonato en la última entrada, cuando después de un sencillo a los jardines, mandó a los tres bateadores de turno a tocar la bola. He aquí el desarrollo de las jugadas: el primero en tocar la bola fue puesto out, pero adelantó hasta segunda base al jugador de primera; el siguiente toque de bola le permitió al de segunda correrse hasta tercera, y, con el sorpresivo tercer toque, entrar con la carrera del gane. Si comprendió las jugadas, estimado lector, es que entiende de pelota; si no, discúlpeme…, no pude hacerlo mejor.

“En una época de nuestro beisbol en que no era frecuente el toque de bola, Sabourin ganó uno de los juegos decisivos del campeonato en la última entrada, cuando después de un sencillo a los jardines, mandó a los tres bateadores de turno a tocar la bola”.

El beisbol, como es notorio, relacionado desde su introducción en la Isla con la causa del independentismo cubano, se fortaleció y generalizó como deporte moderno en oposición a las corridas de toro, identificadas con el régimen colonial, por lo que fue también cantera de patriotas. En este punto, Emilio Sabourin no fue menos. Recaudó fondos para el Ejército Libertador del pago de las entradas a los juegos de pelota y conspiró contra el gobierno colonial. Apresado y deportado a Ceuta, murió tuberculoso en las mazmorras de esta prisión española del norte de África. De él dijo Juan Gualberto Gómez, su compañero de prisión: “Me dejó el convencimiento de que había amado por igual estas tres cosas: el beisbol, su familia y su patria”.[1] Emilio Sabourin y del Villar fue exaltado al Salón de la Fama del Beisbol Cubano en 1941.

Si se encuentra en la parada de ómnibus de Línea y H, y su ruta demora, lléguese hasta el monumento; en caso de llegar su “guagua”, le aseguro que le dará tiempo de abordarla. “Honrar, honra”.


Notas:

[1] Jorge R. Bermúdez: Antología visual: el beisbol en la plástica y la gráfica cubanas. ArteCubano Ediciones, Consejo Nacional de Artes Plásticas, La Habana, 2015, p. 35.