Las pautas de la política cultural de la Revolución en defensa de ese ideal social que ya desbordaba los límites de la sociedad cubana para extenderse a toda América Latina y el tercer mundo quedaron recogidas en Palabras a los intelectuales, el texto que reflejó, a modo de resumen, las ideas de Fidel sobre problemáticas tan discutidas como la libertad de creación y el papel del arte en la Revolución, convirtiéndose en uno de los documentos básicos de la política cultural cubana. Fernando, el contexto aquí resulta muy importante, ¿puedes darnos una panorámica que permita comprender los mensajes que Fidel dio a los intelectuales en la Biblioteca Nacional en esos días? Y, además, ¿qué opinión te merece la política cultural que la Revolución acuñó con Palabras a los intelectuales

Me preocupa mucho que la circunstancia de la cual es hija Palabras a los intelectuales ha sido olvidada. Fue en el verano de 1961, cuando se estaban yendo legalmente por el aeropuerto hacia Estados Unidos casi veinte mil personas por mes, 57 000 personas en tres meses. Es decir, un sector que podía viajar en avión se marchaba, horrorizado ante la victoria de los revolucionarios en Girón. El 1.º de mayo desfilaron milicianos desde el amanecer hasta la noche, 14 horas. Una semana después, fue nacionalizada toda la educación. La administración de las grandes rotativas había pasado a la Imprenta Nacional de Cuba desde marzo de 1960; entre mayo y los inicios de 1961 desapareció o fue nacionalizada la mayoría de los medios de comunicación de propiedad privada. La prensa de la ciudad de La Habana, por ejemplo, era de una riqueza y una diversidad extraordinarias. Tenía más de una docena de diarios nacionales, varios de ellos con decenas de páginas y secciones en rotograbado, otros pequeños pero muy ágiles. Estaban llenos de informaciones, reportajes, crónicas, secciones, cómics. La revista semanal Bohemia era la más leída e influyente, y se había destacado como opositora a la dictadura. Era la más importante de su tipo en toda la región que está entre México, el Caribe y el norte de Sudamérica, y me han dicho que todas las semanas enviaba setecientos ejemplares por avión a Buenos Aires. ¿Cómo olvidar esto, si el consumo de esos medios era la actividad intelectual más extendida e importante de las mayorías?

Aquel mundo de enorme amplitud y alcance tenía a su cargo tareas principales de socialización de la palabra, escrita y hablada, esta última a través de un formidable conjunto de emisoras radiales, nacionales y regionales, que gozaba de una audiencia y una influencia descomunales. La novedosa televisión era la pionera de América Latina, se había implantado para todo el país y avanzaba en numerosos terrenos a una velocidad impresionante. Los medios cumplían funciones de la mayor importancia en el equilibrio tan complejo que mantenía la hegemonía de la dominación. Una libertad de expresión muy amplia había sido, al mismo tiempo, una gran conquista de la segunda república y un instrumento delicado de manipulación de la opinión y de desmontaje de las rebeldías. Pero desde enero de 1959 estaban cambiando las ideas y los sentimientos, las motivaciones y los actos, en todas las esferas públicas, cada vez con más fuerza, extensión y profundidad, y este sistema social de su reproducción —el universo de los medios, como diríamos ahora— tenía que transformarse a fondo, como tantos otros campos de la sociedad. Durante ese vertiginoso proceso de eventos y cambios la Revolución había trabajado con los medios que existían y con los que ella fue creando, en medio de conflictos crecientes. La intensificación de los enfrentamientos marcó la crisis y el final de aquel sistema, mediante la expropiación de casi todas las empresas privadas de medios de comunicación. El Estado cubano se hizo cargo de ellas.

La mayor revolución intelectual de 1961 es, con mucho, la Campaña de Alfabetización, un acontecimiento intelectual incomparable por su contenido, alcance y trascendencia. Foto: Tomada de Cubahora

¿Cómo puedo ilustrar la trascendencia de esos hechos? En los días de Palabras a los intelectuales habían desaparecido el mundo empresarial en una actividad especializada que en Cuba contaba con más de siglo y medio de existencia, y un proceso de libertades de expresión burguesas comenzado ochenta años antes, bajo el régimen colonial. El periodismo de las dos últimas décadas del siglo XIX contó con un mar de publicaciones, que creció mucho en la primera república, e incorporó la radio desde los años veinte. En 1890 el negro Juan Gualberto Gómez había publicado en su periódico La fraternidad el artículo “¿Por qué somos independentistas?”. Pasó ocho meses preso, pero recurrió al Tribunal Supremo de España, que lo absolvió, fundado en que escribir que él era independentista no configuraba ningún delito, como sí lo sería cualquier acto ilegal dirigido a poner en práctica esa preferencia personal. Claro, el investigador social siempre está obligado a buscar los condicionamientos, a preguntarse por qué la República española fue capaz de llegar hasta la orden de matar a los maestros del campo mambí que se capturaran, por qué la monarquía española llevó a cabo fríamente el genocidio de 1896-1897 con tal de no perder su colonia de Cuba, y sin embargo, en el período entre ambas revoluciones cubanas se permitieron cierto grado de libertad de prensa y otras instituciones o medidas reformistas.

Esa época terminó en 1960-1961. No hay que confundirse: la mayor parte de los medios siguió existiendo, y continuó allí una buena parte de los que trabajaban en ellos. El buen investigador no tiene manera de desentenderse de las personas, sus oficios, sus relaciones sociales y sus creencias. La nacionalización de los medios es un hecho histórico decisivo; la vida, el contenido y otras muchas cuestiones de los medios en los años sesenta es otro hecho histórico. Te doy dos simples ejemplos. La emisora COCO, “el periódico del aire”, de Guido García Inclán, un periodista que tenía un gran prestigio cívico, continuó diciendo más o menos lo que le daba la gana durante varios años más. La Revolución mantuvo el diario El Mundo, una empresa moderna nacida con el siglo, en manos de antiguos activistas católicos, patriotas revolucionarios, hasta su desaparición a fines de la década. Allí tenía una sección Monseñor Carlos Manuel de Céspedes, y recuerdo una polémica fraternal que sostuvo Carlos Manuel con el joven profesor de marxismo Aurelio Alonso, acerca del origen de la vida.

Es imprescindible estudiar en detalle estos tres años del 59 al 61, para tratar de comprender el proceso. Yo solamente estoy aludiendo a algunas de las cuestiones principales. La gente se estaba apoderando de su país: empresas, escuelas, tierras, bancos. Y de su condición humana, su dignidad, su ciudadanía, su esperanza. La riqueza social comenzaba a ser repartida entre los miembros de la sociedad. Pero todo era complicadísimo y dificilísimo; piensa, por ejemplo, que en un momento dado amenazaron romperse las relaciones entre la ciudad y el campo, algo imprescindible para que se pueda vivir en ciudades. Se rompió para siempre la subordinación que existía de la gente de abajo, los jornaleros, los obreros, los desempleados, las mujeres, los negros; no hay manera de describir bien cuántos significados tuvo eso. Un orden social es una maquinaria muy compleja, gigantesca, pero con mecanismos delicadísimos en los que basa su funcionamiento y reproducción, y el consenso de las mayorías a ser dominadas y vivir del modo en que vive cada clase y sector. Aquel orden se fue desbaratando, y en 1961 fue aplastado, identificado y despreciado. Por eso la Revolución tenía al mismo tiempo victorias inigualables, necesidades sin cuento, urgencias graves, desórdenes y disciplina, desafíos mortales, un descomunal sentido histórico y un hambre insaciable de personas capaces.

Girón fue el gran triunfo del pueblo entero, armado. A veces el artista es más sintético —y más acertado— que el científico social, como cuando Sara González canta: “¡Nuestra primera victoria, nuestra primera victoria!”. Para la clase alta y amplios sectores de clase media fue, tenía que ser, el certificado de su derrota. Su respuesta más socorrida fue con los pies. Entre ellos se marcharon la mitad de los médicos y un gran número de profesionales y de técnicos. Se vivía en eterna tensión, cambiaban las relaciones y las ideas que se tenían sobre ellas, y sucedían extraordinarias desgarraduras. Desde 1960 eran una realidad las bandas contrarrevolucionarias en el Escambray y otros lugares del país; en su mayoría era gente de pueblo, que peleaba contra la revolución que pudo haber sido su revolución. Algunos ponían bombas en La Habana, provocaban incendios, asesinaban milicianos de posta. Es decir, se desplegaba ante todos, el correlato inevitable del poder popular: la virulencia de la lucha de clases.

Como todos saben, el imperialismo norteamericano ha sido el protagonista principal de la contrarrevolución, desde el inicio de este medio siglo, con saña criminal y con método al mismo tiempo; lo ha hecho contra la más elemental decencia, y también contra su propia eficiencia. Pero ha sido y es el pueblo de Cuba el que ha vivido y sufrido todo este proceso. En 1961 y 1962 una cantidad enorme de jóvenes pasó a dedicarse a la defensa del país, se multiplicaron las escuelas militares y los batallones de milicias, convertidos en unidades militares, y se crearon los tres ejércitos. Lo fundamental para la revolución durante esta primera mitad de los años sesenta fue la defensa, aunque al mismo tiempo se realizaron las tareas más asombrosas. ¿Te fijas que la declaración de que la revolución es socialista y democrática, de los humildes, con los humildes y para los humildes, se la hace Fidel en la calle a una multitud armada? Todos cantan a continuación el Himno Nacional y se da la orden a todos de regresar a sus unidades militares. La primera orden del socialismo cubano fue: “marchemos a nuestros respectivos batallones”. Más de una vez he recordado que en esos días de 1961 las ideas socialistas y de pertenencia a un campo no se leyeron en los textos del llamado marxismo-leninismo, sino en las novelas de guerra soviéticas Los hombres de Panfilov y La carretera de Volokolamsk, que el pueblo armado consumía.

“El imperialismo norteamericano ha sido el protagonista principal de la contrarrevolución, desde el inicio de este medio siglo, con saña criminal y con método al mismo tiempo”.

Te estoy hablando del centro de la vida intelectual del país, ahí era donde estaba en 1961. Ya la Revolución controlaba directamente todo el sistema escolar y todos los medios de comunicación, ya se planteaba la necesidad de transformar la Universidad; dentro de unos meses se promulgará la ley de reforma universitaria. La mayor revolución intelectual de 1961 es, con mucho, la Campaña de Alfabetización, un acontecimiento intelectual incomparable por su contenido, su alcance y su trascendencia. La gran invasión no es la de Girón, es la de los alfabetizadores por toda Cuba. Los héroes intelectuales del año 61 se llaman Conrado Benítez y Manuel Ascunce, y la canción de tema intelectual más importante comienza: “Somos la Brigada Conrado Benítez…”.

Este es el país y esta es la circunstancia en que se celebran las reuniones de los intelectuales en la Biblioteca Nacional. Me extendí tanto porque es necesario. Las artes tienen una importancia excepcional en las sociedades, por su naturaleza, sus significados y sus funciones sociales, pero es imposible entender nada de las artes si no se sitúan en sus condicionamientos, en cada caso históricamente determinado. En aquel verano de 1961 en que sucedían tantas cosas, la Revolución pretendía crear y desarrollar sus instituciones políticas, estatales y sociales. Cuba socialista necesitaba una unión de escritores y artistas, un partido político de la revolución, un aparato estatal apropiado, una asociación de agricultores, y otras muchas instituciones. Por eso me falta todavía un condicionamiento que debo mencionar.

La unidad política estaba en el centro de la estrategia de la dirección, en dos planos: la unidad del pueblo y la de los revolucionarios. La primera tuvo como base original la identificación masiva con el Ejército Rebelde, Fidel y el movimiento revolucionario. Entre 1959 y 1961, esa base se amplió una y otra vez, al mismo tiempo que se definía y cambiaban aspectos de su contenido y su composición, según se iba desplegando la revolución socialista de liberación nacional iniciada el 1.º de enero. El pueblo del 61 no es igual al pueblo del 59. El segundo plano de la unidad se había iniciado en los meses finales de la guerra, alrededor del polo que estaba próximo a obtener la victoria. En el curso de 1960 fue definida como unidad entre el Movimiento 26 de Julio, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo y el Partido Socialista Popular. Fidel era el eje, el símbolo, el principal impulsor y el jefe de ambas instancias de la unidad. En medio de la coyuntura a la que me estoy refiriendo, ganó mucha fuerza la idea de que era necesario tener un partido político de la Revolución que, además de expresar la unidad, tuviera una estructura muy definida y unas funciones importantes. Ese partido sería las Organizaciones Revolucionarias Integradas, que la gente llamó “la ORI”. Pero la ORI de 1961-1962 no expresó la vocación y los logros de unidad entre los revolucionarios, porque se convirtió en el instrumento de un grupo sectario y ambicioso que pretendió, en pleno Caribe, expropiar la revolución popular y convertir al país en una “democracia popular” como las que dirigía la URSS en Europa. La desviación del rumbo revolucionario, y los malestares, contradicciones y conflictos que esto generó eran una realidad dentro de otra en el proceso que se vivía en el verano de 1961.

Declaración de que la revolución es socialista y democrática, de los humildes, con los humildes y para los humildes. Foto: Tomada de Cubadebate

Las reuniones de intelectuales en la Biblioteca Nacional estaban muy relacionadas con el objetivo de la Revolución de crear una asociación nacional de los intelectuales y artistas, pero estaban condicionadas por todo lo que te vengo diciendo. Por tanto, expresaban también esos condicionamientos, o eran un teatro de ellos, aunque está claro que lo principal era la actividad misma a la que se dedicaban los participantes, y las cuestiones específicas que estaban viviendo y dirimiendo. Ahora tienes ante ti un problema de método que es central para todo investigador. Todos los que actuaron allí lo hicieron de acuerdo con sus conciencias de lo que hacían y lo que querían, sus ideologías y sus motivaciones e intereses inmediatos, sus ideales trascendentes y sus prejuicios y creencias del día. Esto es lo que sucede en todos los eventos que después se considerarán históricos. Si analizamos con cuidado todo el material de aquellos meses referido a este campo, por lo menos hasta el Congreso de fundación de la Uneac (Unión de Escritores y Artistas de Cuba), en agosto, podremos tratar de establecer el significado que tuvieron entonces los acontecimientos y las declaraciones. Casi siempre existe una historia de selecciones, olvidos y utilizaciones de cada evento histórico, que configura ella misma realidades discernibles respecto al hecho original. Ellas tienen sus sentidos y sus funciones, pero no hay que confundirlas con lo que sucedió originalmente.

Los intelectuales y artistas están sometidos a tensiones extraordinarias en aquel verano del 61. Desde el triunfo unos habían participado, otros apoyado o aplaudido, a una revolución hecha de expansiones sucesivas, de desafíos a Goliat, de alegrías de pueblo y de justicia evidente. Pero además de su inmensa rectoría moral, sus hechos excepcionales y su inagotable capacidad movilizadora, ahora la Revolución parecía haber comenzado a encargarse de todo. Prácticamente todos los medios para comunicarse están en sus manos, la mayor parte del trabajo intelectual y artístico deberá transcurrir dentro de sus instituciones o de su orden, y el medio en su conjunto recibirá sus orientaciones. Y todo sucede mientras la extrema agudización de la lucha de clases lleva a muchas personas a decisiones que afectan totalmente a sus vidas, convierte en hostilidad los desacuerdos y a los juicios en definiciones de amigos o enemigos. Por si fuera poco, el socialismo según los usufructuarios de las ORI incluye un control político del contenido de las artes y unas valoraciones sobre ellas que gozan de una muy bien ganada mala fama. La historia de la URSS incluye represiones criminales contra artistas e intelectuales, y en aquel momento sus adeptos tienen todavía por artículos de fe dogmas como el del llamado realismo socialista. La Revolución cuenta con varias instituciones culturales propias que ya tienen obra y prestigio, pero no con una elaboración ideológica en ese campo que pueda funcionar como norma. No existe unidad entre sus personalidades, ni la dirección del país les encarga —al conjunto o a algunos de ellos— la conducción del sector. El sectarismo y el dogmatismo llegan, entonces, en nombre de la unidad y de lo que es, supuestamente, el legítimo socialismo.

Muchos intelectuales sentían zozobra ante aspectos de la situación y de lo que podía depararles el futuro cercano. Tenían razones, porque en el campo cultural hubo funcionarios autoritarios, maniobras sectarias y dogmáticas, abusos e injusticias; esos hechos formaron parte del problema mayor. Me imagino que cuando Virgilio Piñera dijo que él debía hablar primero, por ser el que más miedo tenía, Fidel quizás debe haberse sonreído para sí y pensado: “y yo soy el que más dolores de cabeza tengo”. Piñera expresaba el temor de un intelectual acostumbrado a trabajar solo y defender su dignidad en un mundo hostil, pero me niego a creer que era un intelectual que vivía sobre una nube, ciudadano únicamente de la república de las letras. Invito a releer su carta a Jorge Mañach de 1942, en la que el joven Virgilio le expone lo que piensa sobre los deberes sociales del intelectual, la cultura cubana en aquel tiempo posrevolucionario y el sentido cívico que tiene su revista Poeta; le enrostra a Mañach el significado de su actuación pública —“no hay cosa más difícil para una nueva generación que toparse con que la precedente ha capitulado”, le dice— y le devuelve el dinero que ha pretendido aportar al novel editor.[1] O podemos volver a ver cómo presenta Piñera a la sociedad burguesa neocolonial en su pieza Aire frío, un hito trascendente en el teatro cubano del siglo XX.

Los intelectuales reunidos en la Biblioteca Nacional no constituían un areópago de tontos cultísimos a los cuales Fidel ofreció, en dos frases rotundas y brillantes, la orientación de la política cultural, también desde la no historia, de una vez y para siempre, que es lo mismo que decir de una vez y para nunca. Fidel ha sido tan grande, entre otras causas, porque sus interlocutores no eran tontos, y porque él supo cabalgar sobre sus circunstancias históricas, obligarlas a andar en una dirección determinada y darle trascendencia a lo que pudo haber quedado en unos intentos y un conjunto de anécdotas para ser contadas. Opino que el sentido de sus palabras en la Biblioteca era mantener abierto el diálogo revolucionario con los intelectuales y artistas, defender abiertamente la libertad de creación, respaldar a todo el que echara su suerte con la Revolución y evitar que el sectarismo-dogmatismo consumara un desastre en ese campo, al mismo tiempo que sostener la primacía de la revolución frente a cualquier problema específico, y por tanto su derecho a controlar la actividad intelectual y la libertad de expresión en todo lo que resultara necesario, reclamar a los intelectuales tener fe o confianza en la revolución, respaldar al Consejo Nacional de Cultura sin dejar a su pleno arbitrio el campo cultural y fortalecer la política de institucionalización estatal y de organizaciones sociales, que llevaba hacia la constitución de una Unión de Escritores y Artistas.

“En el capitalismo lo decisivo es la reproducción del sistema y su tipo de relaciones, por muy diversos que sean los productos intelectuales, mientras que para nosotros lo decisivo era la intencionalidad y la creación”.

Fidel habla allí como el máximo dirigente revolucionario, y logra mantener una relación íntima entre los principios, la estrategia y la táctica, en medio de una situación política e ideológica muy compleja. Su largo discurso es siempre en tono persuasivo, maneja argumentos y trata de influir y convencer. No ordena ni comunica decretos, no condena al documental PM y es muy cuidadoso en cuanto a no pretender que unos u otros tengan la razón, reconoce que se han expresado pasiones, grupos, corrientes, querellas, ataques, incluso víctimas de injusticias. No utiliza nunca expresiones como “problemas ideológicos” o “servir consciente o inconscientemente al enemigo”, que han sido tan funestas para la cultura en la revolución. Al contrario, su discurso contiene gran cantidad de giros como estos: “la Revolución no puede ser, por esencia, enemiga de las libertades”; “la Revolución no le debe dar armas a unos contra otros”:
“cabemos todos: tanto los barbudos como los lampiños…”; “tenemos que seguir discutiendo estos problemas (…) en asambleas amplias, todas las cuestiones”. Lo que reivindica es el derecho del Gobierno Revolucionario a fiscalizar lo que se divulga por el cine y la televisión en medio de una lucha revolucionaria, por su influencia en el pueblo. Pero también matiza su exigencia: “lo puede hacer equivocadamente, no pretendemos que el Gobierno sea infalible”. Y hace entrar toda la discusión en el marco de los hechos portentosos que está viviendo el país en el campo cultural.

Todos recordamos las frases famosas: “…dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada (…) ¿Cuáles son los derechos de los escritores y de los artistas, revolucionarios o no revolucionarios? Dentro de la revolución: todo; contra la revolución, ningún derecho”. Las frases repetidas hasta el cansancio y sin atender a su significado, como rezos, pierden su valor, cualquiera sea su autor. Si recuperamos estas, contienen, a mi juicio, la defensa de la posición revolucionaria cubana, de un poder muy reciente e inexperto en medio de una lucha tremenda, frente a la política elitista y la pretendida “pureza ideológica” predominante en las ORI. La idea del intelectual honesto, valioso en sí mismo, que no milita en la revolución, le permite a Fidel hacer planteamientos fundamentales respecto a los problemas reales de la transición socialista. “La Revolución debe tener la aspiración de que no solo marchen junto a ella todos los revolucionarios (…) la Revolución debe aspirar a que todo el que tenga dudas se convierta en revolucionario (…) la Revolución nunca debe renunciar a contar con la mayoría del pueblo”.

Yo veo la trascendencia de Palabras a los intelectuales en el conjunto de la intervención de Fidel y en sus objetivos, más que en la frase famosa, que a mi juicio atendía a lo esencial de aquella coyuntura, y no al propósito imposible de enunciar un principio general permanente de política cultural. Opino que fue trascendente porque supo poner muy bien en relación la actividad intelectual y artística con la revolución que estaba sucediendo en Cuba, y porque estableció una forma honesta y clara —revolucionaria— de relación entre el poder y los intelectuales, que ha sido transgredida innumerables veces, pero sigue ahí en su prestigio y su alcance, como una meta a alcanzar.

Los que al inicio de los años sesenta éramos apenas jóvenes revolucionarios estudiosos, utilizamos con entusiasmo a nuestro favor la frase famosa de Palabras… “Dentro de la revolución todo”, en nuestra interpretación quería decir: todos los que somos revolucionarios activos tenemos derecho a pensar, a expresar nuestros criterios y a leer lo que nos dé la gana.

Quien desee profundizar en este tema tiene a su favor la multiplicación en la etapa reciente de la información pública acerca del proceso de la cultura en los primeros años del poder revolucionario, a través de documentos personales, testimonios, reediciones de trabajos polémicos de entonces y algunos textos de análisis. Eso, y la delicada situación de la lucha cultural actual, permite y exige a la vez desterrar la extrema simplificación desarmante que suele hacerse de Palabras a los intelectuales.

Según tu opinión, ¿fue favorable o no la etapa de los sesenta, sobre todo esos primeros años, para la producción teórica?

Sí, fue favorable, y no hay parcialidad en mi respuesta. Ante todo, porque forzosamente debía desarrollarse el pensamiento. Con la Revolución, había cambiado incluso el sentido de los tiempos. El presente se llenó de sentido y se convirtió en acontecimientos. Cada mañana todo el mundo corría a leer el diario, porque venía una ley o había pasado algo muy importante. Era necesario conocer el pasado o volver a entenderlo, traer hechos, voces y personalidades olvidados o nunca apreciados, y poner a otros en su lugar histórico. El futuro dejó de ser a unos días vista, de estar acotado por los avatares y proyectos de la economía y la vida familiares, de ceñirse a la próxima zafra o las próximas elecciones presidenciales. El futuro se extendió en el tiempo y se volvió trascendente, y se convirtió en un proyecto que era necesario dilucidar. Esos cambios en el sentido de los tiempos exigían pensar, y eran solo uno de los asuntos que exigían pensar. Cuando todos pasamos de percibir a la revolución solo como acontecimientos a percibirla como un proceso, tenían que florecer las elaboraciones intelectuales. Otra motivación principal fue que en el capitalismo lo decisivo es la reproducción del sistema y su tipo de relaciones, por muy diversos que sean los productos intelectuales, mientras que para nosotros lo decisivo era la intencionalidad y la creación.

Fidel ha sido tan grande, entre otras causas, porque sus interlocutores no eran tontos, y porque él supo cabalgar sobre sus circunstancias históricas (…). Foto: Tomada de Juventud Rebelde

Sin embargo, no hay que confundir la necesidad con su satisfacción. Por una parte, como te dije, el pensamiento cubano existente no era adecuado para plantear bien los nuevos problemas. Desde 1961 fue prácticamente echado a un lado, abandonado más bien que criticado, y eso tuvo aspectos negativos. Por otra parte, con el socialismo asumimos la teoría marxista, con gran entusiasmo y fervor, pero sin ningún examen crítico serio, y eso también tuvo aspectos negativos. Cuba hacía la primera revolución socialista autóctona de Occidente y estaba en la vanguardia del movimiento revolucionario antineocolonial mundial, pero recibía una teoría filosófica como guía de la ideología y de las actividades intelectuales, en plena segunda mitad del siglo XX. Era como un “sésamo ábrete” especulativo que debía alumbrar las situaciones y los problemas, y guiar las actuaciones. En su forma más estructurada era un sistema que lo regía todo —“la naturaleza, la sociedad y el pensamiento”—, una ciencia de las ciencias, y la ciencia era el producto humano más notable. Es decir, la especulación filosófica moderna europea más el ideal científico de la segunda mitad del XIX, con una curiosa mezcla de evolucionismo y positivismo, más la ideología del progreso. Todos debíamos creer, o aceptar, que así se “demostraba” la cientificidad y el carácter superior del socialismo, y su inevitabilidad.

No te repetiré mis valoraciones críticas sobre el llamado marxismo-leninismo, la necesidad de ubicarlo históricamente en la historia de la URSS y su campo político, y su historia y funciones en Cuba después de 1959, que ya he publicado bastante. Aquí me limito a señalar dos cuestiones. Una, el intento de legitimar con esa ideología al grupo sectario y ambicioso al que me referí, primero; pero después también esa ideología como legitimación de una comprensión del socialismo para Cuba regida por la vigente en la URSS, con las usuales salvedades de “adecuado a las condiciones de”, o de “las particularidades”, que no afectaba lo esencial del seguidismo. Pero al mismo tiempo, el conjunto de los revolucionarios asumía las ideas de Marx, Engels, Lenin y otros marxistas, como fundamentos de la posición revolucionaria. Esto era muy positivo y natural, pero hacía inevitables las confusiones y ambigüedades. Dos, la inadecuación general de aquella ideología para plantearse bien, y aún más para intentar resolver, los problemas y las necesidades del pensamiento revolucionario en medio de tantas luchas y urgencias. Comprenderás que esto resultaba desconcertante.

La situación de la teoría era muy difícil, los medios con que contaba el pensamiento eran insuficientes y los escollos eran enormes, pero la acumulación cultural cubana previa y la fuerza de la necesidad de la Revolución se reunieron y se impusieron. Fidel, el Che, Dorticós y algunos otros líderes plantearon las cuestiones esenciales y los rumbos posibles, y comenzaron a expresar ideas básicas para la elaboración de un pensamiento de la Revolución. Como era esperable, ese proceso resultó sumamente polémico. Con una mezcla de audacia intelectual muy notable, apego férreo a los principios de la Revolución cubana y a los saberes que iban dimanando de sus prácticas, búsqueda y estudio del pensamiento de Marx, Engels y Lenin y cierta dosis de antintelectualismo, comenzó a desarrollarse el pensamiento de la nueva Revolución cubana.


* Entrevista a Fernando Martínez Heredia. Tomado de Mely González Aróstegui. (2020). Cuba: cultura e ideología. Dilemas y controversias entre 1959 y 1961 (pp. 81-132). Editorial filosofi@.cu

Nota:

[1] La carta se publicó en La Gaceta de Cuba núm. 5, La Habana, sept/oct 2001, pp. 3-4.