De lo simple a lo profundo (I)

Emir García Meralla
2/10/2019

La década del setenta entraba en su momento de transición. Sería 1980 un año de grandes acontecimientos políticos que pondrían a prueba los resortes del país en todos los campos. Pero aun así los acontecimientos musicales no dejarían de ser interesantes y trascendentes si se miran a luz de los años.

Para una parte importante de los jóvenes de aquellos años las fiestas sabatinas eran la puerta ideal para las conquistas; que se habían reducido al verbo: “tallar” como la expresión del amor en esos tiempos. Un amor que se realizaba la mayor parte de las veces en cualquiera de los club nocturnos que existían en ese entonces en toda la ciudad; sobre todo en la zona del Vedado que se extendían a lo largo de la calle 23; aunque los preferidos eran el Karachi y el Turf; donde la intimidad y la oscuridad —semejante a la que narraban quienes habían estado lejos de la órbita terrestre— solo eran interrumpidas por la luz de la linterna del dependiente cuando se acercaba a recoger el pedido de los enamorados que casi siempre consistía en el conocido y traicionero “telegrama”; una mezcla aleatoria de ron con crema o licor de menta con dos hielos.

Algunos de los clubes nocturnos preferidos eran el Karachi y el Turf. Foto: Internet
 

Aquella oscuridad era el cómplice ideal para ejercitar las enseñanzas que promulgaban el Dr. Celestino Álvarez Lajonchere y la psicóloga alemana “aplatanada” Mónica Sorín acerca de las relaciones sexuales; y como complemento teórico adecuado estaba el libro Piensas ya en el amor, que se había publicado meses antes y que se constituyó en una suerte de biblia de los amantes.

En aquella oscuridad musicalmente reinaba el brasileño Roberto Carlos con sus canciones de alto contenido romántico —algunas más melosas que otras— y que se erigieron en el método cartesiano para expresar algo más que sentimientos.

Michael Jackson, sacudió en 1980 el mundo de la música internacional. Foto: Internet
 

El año 1980 sacudió el mundo de la música internacional por el regreso de Michael Jackson en calidad de solista. Su retorno desató una legión de seguidores de su forma de vestir —zapatos mocasines con medias blancas, pantalón con dobladillos altos—, su manera de bailar y el modo de tratarse el pelo; que en el caso particular de Cuba ante la ausencia de gel dedicado a ese fin desató el consumo indiscriminado de un medicamento llamado Laxagar, que pasó de combatir el constipado a ser complemento para exhibir la belleza.

Otro suceso de trascendencia musical de ese año, y que competirá con el gusto musical de los jóvenes de estos tiempos lo constituye el grupo inglés Queen con su tema Otro más que muerde el polvo; cuya versión cubiche no puede ser reflejada en estas líneas pero que se puede considerar un antecedente del trap cubano; y que su reproducción en las fiestas sabatinas desataban un frenesí colectivo, que muchas veces involucraban a los adultos que salían de su retiro para participar del acontecimiento. En aquel entonces el estudio de la lengua de la pérfida Albión no era una prioridad en nuestras vidas.

Grupo inglés Queen. Foto: Tomada del sitio Queen Photos
 

Hacer una fiesta cada noche de sábado era toda una odisea en esos años. Se debía saber quién poseía una grabadora con potencia suficiente para reproducir la música, la mayoría de las existentes eran reproductoras de sonido monoaural (mono) y se consideraba privilegiado a los poseedores de reproductoras estéreo y como clase especial a los que poseían o una doble casetera o un equipo reproductor (3 en 1) que tuviera incorporado además tocadiscos, radio y amplificador. Una segunda etapa implicaba conocer y tener a la mano una selección de casetes con la música adecuada; y tercero era saber que padres y vecinos estaban dispuestos a mantener la calma hasta las 12 de la noche o un poco más.

Con todos estos detalles solucionados se corría en las escuelas cercanas la dirección, hora de la fiesta y lo más importante quién ponía la música; que de acuerdo a cada barrio de la ciudad, o en dependencia de la escuela involucrada se definía si era fiesta “de pepillos” o “de cheos”, de acuerdo a los gustos musicales; aunque también existían las fiestas “eclécticas o mixtas”. Las diferencias eran bien sencillas: los primeros privilegiaban el rock y la música pop norteamericana; para los segundos primaban algunos temas de música cubana y la salsa dura; y en el caso de las “mixtas” solo era excluido el rock. Pero todas tenían como denominador común el que cerca de las 12 de la noche Roberto Carlos y su compatriota José Augusto eran el sonido obligado para que ocurrieran los “acoples” y se ejercitaran las lecciones impartidas por los defensores de la “sexualidad responsable”.

Significativo en la vida musical de este año 1980 fue la importancia que comenzó a ganar entre los jóvenes habaneros, fundamentalmente, el surgimiento de un programa radial llamado Actividad laboral que emitía diariamente al medio día la emisora Radio Ciudad de La Habana y que combinaba, acertadamente, la información sindical con la música del momento, fuera cubana o internacional; y que tenía como clímax el instante en que su conductor recitaba poemas de amor; privilegiando sobre todo al chileno Pablo Neruda y sus Veinte poemas de amor.

Así marchaba Cuba el último año de la década del setenta, un decenio pródigo en acontecimientos musicales y en el que parecía que una parte importante de la música cubana comenzaba a abrirse al mundo, sobre todo en ciertas zonas de Europa y del continente americano. Sin embargo; determinados acontecimientos darían un giro a la vida política y social y la música habría de reflejarlos. Aun así, nuevos acontecimientos importantes habrán de ocurrir y no se dejará de bailar, cantar y vivir.

Nuevos nombres, canciones y emociones se vivirán en los años siguientes.