De lo simple a lo profundo (II)

Emir García Meralla
29/10/2019

Definitivamente el año 1980 traía más propuestas y sorpresas de las que se podía imaginar; y ese aluvión de sorpresas se reflejaban los sábados en la noche en las aceras de la heladería Coppelia, específicamente en la escuadra que formaban las calles L y 23, aunque realmente se extendía hasta la misma acera de la calle 21 a las puertas de la pizzería Vita Nuova.

Para ese entonces un término o denominación como el de “tribus urbanas” no formaba parte de los estudios académicos en estas tierras caribeñas —y me atrevería a decir que pocos en el mundo soñaban con encontrar esa definición—. Sin embargo; en aquellos escasos cien metros se reunían al menos medio millar de personas agrupadas por sus intereses sociales, he interactuaban entre sí en determinados momentos.

En las aceras que rodeaban a este famoso cruce de calles habaneras aún se respiraba el mito que se había generado en los años sesenta. El sitio, diseñado con una arquitectura vanguardista, se había convertido en la pasarela social de la ciudad; allí era normal encontrar a personas que provenían de cualquiera de sus rincones o barrios. Aquel variopinto panorama logró tener un denominador común y fue la legión de imitadores del cantante norteamericano Michael Jackson, lo mismo en su forma de vestir que en la ejecución de sus pasillos de bailes; y aquellas “batallas fundacionales” se realizaban frente al portal del cine Yara, lo que provocaba una aglomeración de personas que interrumpía el paso.

Los pasillos de bailes de Michael Jackson deslumbraron a los jóvenes. Foto: Tomada de sitio pinterest
 

Característico de esos años ochenta era el estreno semanal de filmes en los principales cines de la ciudad; pero al coloso de la calle 23 asistían la mayoría de las personas, pues una vez terminada la función era práctico cruzar la calle L y tomar un helado disfrutando el panorama que existía en sus alrededores.

El coro del momento “… aquí allá… se me cae la trusa…”; se ejecutaba cual canto gregoriano en el mismo instante en que los epígonos “del Maikel” comenzaban sus demostraciones, acompañados por una batería de aplausos que más que seguir el beat de la canción, revelaban el dominio de la clave de rumba. Para poder ilustrar musicalmente aquellos encuentros sabatinos estaba el aporte de quienes llevaban sus flamantes grabadores “doble caseteras” en una exhibición de marcas diferentes que iban desde la clásica Sony, hasta improvisadas como Aiwa sin ignorar la Orwo; creación de los hermanos de la RDA (República Democrática Alemana).

Y a pesar de este ambiente de sábado en el centro de la ciudad, en los barrios seguían efectuándose las habituales fiestas nocturnas y como primicia se incorporaban nuevos actores musicales. En esta oportunidad no eran cantantes extranjeros, se trataba de figuras cubanas con dos canciones que habían bailado los padres y abuelos de quienes hoy seguían la música disco, el pop, el rock y la salsa: Miguelito Cuní y Tito Gómez.

Músico y cantante cubano Tito Gómez. Foto: Tomada de sitio sonsoneando
 

Tito Gómez había sido por años la voz principal de una gran orquesta como la Riverside y desde sus comienzos fue considerado todo un símbolo sexual para las mujeres cubanas de los cincuenta, pero además poseía unas cualidades vocales para la guaracha y el bolero envidiables; aquel Brat Pitt de nuestras abuelas en este comienzo de la década de los ochenta mantenía su voz inalterable, pero ahora formaba parte de la orquesta de Enrique Jorrín —creador de uno de los ritmos cubanos más sabrosos de todos los tiempos el Cha Cha Chá— que disfrutaba de un buen momento con su versión de su clásico El tiburón, interpretado por la cantante Farah María. Jorrín aprovecha la entrada de Tito Gómez para regrabar uno de los boleros más exitoso de todos los tiempos en Cuba, México y el resto de Latinoamérica: Vereda tropical, del mexicano Gonzalo Curiel.

Miguelito Cuní, considerado uno de los más grandes soneros cubanos, era el cantante principal del conjunto del trompeta Félix Chapottín y su interpretación del son El carbonero, compuesto por Jacinto Scull, fue el tema más conocido del repertorio de esta orquesta. Sin embargo; a comienzos de 1980 Pablo Milanés le invita a cantar a dúo un bolero de altos quilates: Convergencia, compuesto por Marcelino Guerra; y se hace acompañar por una constelación de músicos.

Verada tropical y Convergencia se volvieron temas obligados en estas fiestas en las que comenzaban a imponerse la voz de la cantante norteamericana Donna Summer con su tema En la radio; abriendo un poco más las puertas a la música disco, y demostrando que había espacio para otros géneros siempre que su factura fuera impecable.

 Cantante norteamericana Donna Summer. Foto: Tomada de sitio fanpop
 

Una vez más los gustos generacionales se encontraban en un mismo punto de consumo musical. Lo que se había cantado en un pasado se imponía de modo masivo. No ocurría lo mismo con otros cantantes cubanos de antaño como los Orlando: Vallejo y Contreras que señoreaban en las fiestas de barrio —sobre todo los de la periferia— junto al cantante boricua José Feliciano.

El bolero de arrabal, de victrola y de sufrimiento extremo —ese que saben cantar los hombres para mostrar sus dolores y vergüenzas— se convertía en el vehículo ideal para que se impusiera una nueva visión de esta forma de expresar los sentimientos. Solo que esta vez asumirá por momentos el ropaje de la canción pop cuando le resulte necesario.