De lo simple a lo profundo III: retorno al bolero

Emir García Meralla
26/11/2019

Habían decidido llamarle balada. Tal parecía que les avergonzaba su nombre original: bolero, que era de origen español —aunque su ADN estaba libre de pecado al no tener en sus orígenes influencia negra o indostana— y en sus comienzos fue un baile cortesano, hasta que, a fines del XIX, en las calles de Santiago de Cuba el mulato Pepe Sánchez le dio patente de corso para erigirse en el método cartesiano para contar las penas del alma.

Foto: Uneac
 

En este lado del Caribe nos mordió el subdesarrollo cultural y cierta vergüenza por lo nuestro, lo autóctono; el “síndrome del siboneyismo”. De todas formas, el bolero no fue quien único sufrió, y sufriría, los embates de aquellos que tenían complejos por reconocer su música y sus músicos. Balada sonaba más chic o internacional y no requería de grandes despliegues creativos musical y líricamente.

Pero el bolero, desde los años sesenta, se había comenzado a reinventar, y ese proceso no ocurrió directamente en Cuba, ocurrió en México y se debió a la creatividad de Armando Manzanero y Marco Antonio Muñiz. Aquella ola se complementó con la fuerza de la bossa nova y ciertas zonas de la canción folklórica sudamericana. Por vez primera en la historia musical de América Latina, los cubanos no estaban entre los impulsores de un proceso creativo importante.

Sin embargo, la ausencia duró muy corto tiempo, escasamente una década, y el regreso vino de la mano de un músico que para nada estaba vinculado con lo bailable o lo tradicional; pertenecía a “la onda moderna que se había desatado desde fines de los años sesenta y comienzos de los setenta influenciados por el pop español y que en Cuba había tenido epígonos como Raúl Gómez, Alfredito Rodríguez, Lourdes Gil y los Galantes, Mirtha Medina, María Elena Pena (recuerdan aquello de “…una ballena en una pecera…”) y dúos como los de Rosell y Cary o Maggie y Luis. En esta tropa militaba, entre otras formaciones, un combo llamado Los 5 u 4 y que estaba constituido por personas invidentes y que dirigía el guitarrista Osvaldo Rodríguez.

Foto: Youtube
 

En honor a la verdad, el espacio dentro de la TV que difundía y ponderaba a todos estos artistas era, fundamentalmente, Buenas Tardes, que se emitía los domingos en el horario de 12:00 m. a 1:00 p.m.; y como plataforma de difusión reflejaba el universo musical de una parte de la juventud cubana de ese entonces, con marcadas características y gustos muy específicos. En una de esas emisiones Osvaldo Rodríguez estrenó el que sería el éxito más importante de la agrupación que dirigía: el tema Se me perdió el bastón, y que rápidamente ganó popularidad y, honestamente, sería lo más importante que se conocerá de esta agrupación hasta que, a comienzos de los años ochenta y con la complicidad del músico villaclareño Jesús “Pucho” López como productor musical, escribe y graba dos temas trascendentales: El amor se acaba y Canción a mi compañera.

Entonces todo cambió definitivamente dentro de cierta zona de la música cubana de estos años ochenta.

A diferencia de los boleros escritos por los miembros de la Nueva Trova, y que ellos llamaban “canción” para marcar una distancia estética (¿?), Osvaldo Rodríguez se declaró bolerista militante, y la expresión de ello estaba en la lírica empleada en sus dos temas; fundamentalmente en el titulado El amor se acaba cuando expresa: “…el amor se puede acabar/ si no hablamos de cosas pequeñas/ de cosas absurdas/ de cosas tremendas…”; no había imágenes rebuscadas, ni cacofonías superlativas. Era simple y llanamente habla popular, literatura urbana (muy cercana a la influencia de los poemas de José Ángel Buesa al afirmar “…Pasarás por mi lado sin saber que pasaste…”). Poesía coloquial en toda su expresión.

El amor se acaba se convirtió en todo un suceso nacional, y consecuentemente provocó el final de Los 5 u 4 como formación musical; pero además llamó nuevamente la atención sobre un género de la música cubana marginado en ese instante: el bolero. El trabajo de orquestación de Pucho López fue totalmente innovador desde el punto de vista armónico y orquestal, fundamentado en el sonido de la guitarra.

Pero Rodríguez no sería el único que en esos años se arriesgaría con el bolero; a él se sumaría el pianista y productor Vicente Rojas, quien escribiría algunos temas interesantes en los que tendría preponderancia el piano como instrumento líder. Su tema Me quedé con ganas sorprendió a toda la comunidad musical cubana y al mismo público en general; estaba más cerca del estilo de composición que se había impuesto en el continente y en el mundo hispano en general gracias al trabajo de otros compositores como Manuel Alejandro o el brasileño Erasmo Carlos.

Foto: Internet
 

Comenzaban los fabulosos e inolvidables años ochenta para muchos cubanos, y lo hacían a golpe de boleros y canciones que se diferenciaban tanto, en lo formal y lo musical, de aquellos coqueteos iniciados en los setenta con el pop; era simple y llanamente bolero, y ese despertar llamó la atención de otros compositores e intérpretes, y tendría, en la voz del manzanillero Manolo del Valle, su tercera expresión de importancia con el tema Es mejor vivir así.

Otros acontecimientos se producirían que tendrán peso en la canción cubana en esos años ochenta, pero será el trabajo de Osvaldo Rodríguez el detonante para que el orgullo nacional fuera desagraviado. La migración del pop al bolero sería la nota distintiva en el trabajo posterior de quienes no apostaban a lo cubano porque “no era moderno”.

Más música nos quedará por escuchar en esa década. Solo que esta vez hay una que tiene como origen el universo afrocaribeño y responde al nombre de salsa; y entre la polémica y los criterios encontrados tendrá sus cinco minutos de fama y generará sus propios acontecimientos.

Las aguas parecían tomar su nivel.