De pandemia y teatro hasta Cuarenta días de Ulises Rodríguez Febles

Vivian Martínez Tabares
4/2/2021

La pandemia se resiste a abandonar el planeta y nos mantiene alejados de la práctica cultural activa como espectadores teatrales, después de una tregua que, aunque efímera, nos permitió calibrar los bríos de numerosos grupos y proyectos artísticos con los espectadores que inundaron las salas entre el 17 de octubre y el 8 de enero. Inefabilidad de la escena que siempre habrá que celebrar, por la singular experiencia de convivio y catarsis de que nos hace parte. Mientras esperamos la vacuna, interesados por los progresos de cuatro candidatas insulares y algunas más en experimento, me concentro en leer, y dedico tiempo a la dramaturgia cubana más reciente.

Como detonante por excelencia de angustias y tensiones, la COVID-19 ha sido también motivo dramatúrgico. En fecha tan temprana y apocalíptica como abril del 2020, un grupo de artistas e investigadores brasileños convocaron a dramaturgos de habla española y portuguesa a presentar obras breves que recrearan la situación de aislamiento forzoso en que nos sumía el virus, entonces bastante poco conocido, y, paralelamente, reunieron a 54 artistas e investigadores para actuar como lectores y críticos y elegir las obras a publicarse.

“Como detonante por excelencia de angustias y tensiones, la COVID-19 ha sido también motivo dramatúrgico”.
Foto: Tomada de Primeiro Sinal

 

El libro digital Cenas do confinamento / Escenas del confinamiento, con 55 textos seleccionados de entre 325 presentados por autores y autoras procedentes de países latinoamericanos, los Estados Unidos y Europa, se publicó en versión digital, y se acompañó por una serie de lecturas en festivales y eventos. Profuso en discursos que instalan la palabra en muy diversos modos de construcción y que construyen universos de amplia gama de estilos, está accesible en el sitio Primeiro Sinal.

En solitario desde Argentina, el dramaturgo, director y guionista de cine independiente y televisión Santiago Loza creó la obra Amor de cuarentena, alternativa cultural en tiempos de pandemia. Bajo la dirección de Guillermo Cacace se convirtió en una experiencia sonora y visual novedosa, con la que el público accedió durante 15 días a un ritual deliberadamente antisolemne puesto en sonido por WhatsApp, entre Argentina y España, con un elenco de destacados actores como Cecilia Roth, Leonardo Sbaraglia y Dolores Fonzi. Los espectadores respondieron con comentarios virtuales que fueron del entusiasmo ferviente al desencanto, y los participantes, como plus, donaron parte del ingreso por inscripción a la Casa del Teatro para apoyar a artistas parados.

“En solitario desde Argentina, el dramaturgo, director y guionista de cine independiente y televisión
Santiago Loza creó la obra Amor de cuarentena, alternativa cultural en tiempos de pandemia”.
Foto: Cortesía de la autora

 

Desde la Isla, el matancero Ulises Rodríguez Febles escribió el drama Cuarenta días —que primero se llamó Cuarentena—, durante su retiro en la primera etapa de confinamiento. El autor lo resume, a manera de acotación, del modo siguiente: “Dividido en 15 escenas (con seis pausas, coreografías, remedios, chistes, recetas y perfomance, recreados a partir de publicaciones de internet, en esa primera etapa, que según el autor forma parte de su historia)” y añade que “El director-jefe de equipo médico puede quitar pausas, mover, transformar y agregar”. El carácter aleatorio da cuenta de la urgente necesidad de expresión por parte del escritor, y de cierta angustia existencial también presente en las peripecias de sus personajes.

Son solo seis los caracteres de la pieza: tres miembros de una familia —Fernanda, enfermera; su marido Marcelo, chef de cocina, y su hija Amalia, estudiante de danza—, más Hugo, el novio de la muchacha; Francesco, un turista italiano de visita en Cuba, y Felipe, enfermero colega de trabajo de Fernanda. La acción tiene lugar en la casa familiar, que es a la vez un hostal que frecuenta Francesco y debido a las circunstancias se ha dividido en tres zonas —roja, amarilla y verde—, para procurar la seguridad de sus convivientes, sobre todo de la más joven, y otro plano en la zona roja del hospital donde trabaja Fernanda.

Aunque el dramaturgo, presumo que en aras de facilitar en la práctica la celeridad del montaje también desde preocupaciones inherentes al aislamiento teatral, propone que un mismo actor pueda asumir a los tres personajes masculinos de fuera de la casa, yo preferiría que, en aras del realismo que defiende la pieza, cada uno tuviera su propio cuerpo y mente distinto para recrearlos sobre las tablas.

La sobrevivencia confinada es el escenario dramático, y en ella se teje la trama en medio de la tensión que genera un agente epidemiológico que apenas se conoce, la necesidad de salir a garantizar los alimentos, el bombardeo de noticias del mundo y del afuera inmediato, el agotamiento de las rutinas de un día tras otro y el ansia natural de libertad y socialización que padecen los cuerpos. Se ponen en tensión el cuidado en observar las medidas de protección y las exigencias económicas que les garantiza el hecho de mantener el hostal en funcionamiento; el individualismo egoísta y la solidaridad con los otros y, sobre todo, el detonante que significa la decisión de la mujer de incorporarse a la zona roja, que implica el aumento del riesgo y una separación prolongada de la familia, y frente a la cual las reacciones son diversas.

Ensayo de Cuarentena por Vital Teatro. Foto: Cortesía de la autora
 

Las caracterizaciones diversifican con eficacia las posiciones frente al problema común. Mientras la mujer quiere afirmar su condición de potencial salvadora, el marido se afana en preparar cada día exquisitos platos y su faena, si bien no logra aislarlo de los problemas de dentro y fuera de su hogar, es un espacio de realización individual en el que cabe cierta evasión escapista. Entre Marcelo y Fernanda también tiene lugar un forcejeo que pone sobre el tapete un debate de género, sin esquematismos y desde un muy interesante juego que subvierte aspectos de los roles convencionalmente aceptados. La hija siente en su cuerpo la rebelión juvenil y los reclamos de la disciplina del entrenamiento danzario, que comparte con el novio y que los lleva a saltarse los protocolos para satisfacer una necesidad impostergable. El turista, que se me antoja un adulto mayor aunque las acotaciones no lo especifican, revive mejores momentos de su vida, rescata memorias familiares y de amigos lejanos en Bérgamo, punto crítico de la pandemia, en una suerte de recuento con el que parece prepararse de algún modo para la eventualidad de lo peor. Y el enfermero Felipe, en situación límite, pone el dedo sobre la llaga de errores individuales y de falta de previsiones a distintos niveles, que pueden llegar a pagarse muy caro. Aflora así una faz de debate social que apunta también a la escasez y el alza de los precios, como consecuencias económicas de la paralización a que obliga el virus. Cada uno de ellos es una criatura viva, un ser complejo y estremecido en las bases de sus principios éticos y en sus perspectivas futuras. En la misma cuerda, el texto comparte preguntas esenciales que la humanidad se ha formulado y que por la complejidad que encierran aún están sin respuesta, acerca de si seremos mejores o peores cuando todo acabe.

Como un antídoto para no ser atrapado por el costumbrismo de la vivencia cercana, Ulises Rodríguez Febles estructura la obra alternando las escenas más apegadas a la cotidianidad, con pasajes muy libres para el trabajo del director y los actores, en los que aparecen la danza, el performance, con toda la flexibilidad conceptual del género, y también el humor contenido en chistes y memes que nos han acompañado, y hasta un poco salvado, en la ruta pandémica.

Cuarenta días acusa un elocuente dispositivo de teatro documental cuando refiere datos factuales de la realidad vivida y compartida por todos sus potenciales lectores y espectadores. Entre ansias y forcejeos de los personajes se mencionan las muy crudas imágenes de ataúdes con fallecidos recorriendo carreteras de Italia en busca de un cementerio no saturado, las mismas que muchos vimos con pavor en los noticieros televisivos. También, el episodio de apoyo humanitario entre el Mariel y La Habana para los pasajeros y tripulantes del crucero británico MS Braemar, salvado de una odisea, con cinco enfermos a bordo y varios viajeros en cuarentena —la obra resume parte de la polémica social generada al respecto—; la conferencia de prensa televisiva del Dr. Durán —que fue diaria, en los mejores momentos semanal, y que volvió recientemente a la más alta frecuencia por imperativos del rebrote, y en particular se mencionan las del 26 y 27 de marzo, como evidencia subrayada de la realidad vivida—; y los aplausos de cada día a los médicos y enfermeros que le dieron la vuelta al mundo y que en Cuba nos brindaron a todos un singular instante de epifanía colectiva, a las nueve de la noche, desde balcones y ventanas, hoy lamentablemente perdido, como otra manifestación más del agobio. Por encima de ese referente puntual, el autor propone un espacio de reconocimiento universal y local al personal de la salud, encarnado en el comportamiento sencillo de Fernanda, humanísimo en sus contradicciones, temerosa por su condición de asmática. Así mismo la obra induce a pensar acerca de la responsabilidad individual y social necesaria versus las actitudes de recurrente indisciplina y la falta de rigor frente a la amenaza siempre latente. Dibujan un amplio diapasón de perspectivas, afiliadas a la personalidad de cada uno de los seres que habitan Cuarenta días.

De ese modo, la obra apuesta también por una perdurabilidad a largo plazo, cuando será un testimonio más, mediado por la ficción y cargado de emociones, que hablará de estadios y tensiones de este larguísimo año en que todos hemos vivido muy de cerca el peligro.

El final abierto se ajusta muy bien a la realidad actual, cuando nada de lo que la obra aborda puede darse por terminado.

Ojalá que Cuarenta días encuentre una puesta en escena consecuente, que la eche a volar desde los cuerpos y las mentes y en el encuentro con los espectadores. Y que las cuarentenas inspiren otras aproximaciones del teatro, como pausa fecunda y conjuro contra la soledad y el aislamiento.