A Raúl Fidel Capote Castro († 1998), por su energía y su talento inapagables.

Invitada a rememorar mis años de actividad dentro de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) para las páginas de El Caimán Barbudo —con lo que retorno, luego de mucho tiempo y con gusto, también al espacio de un ámbito editorial que antaño frecuentara—, un tropel de imágenes desfila en mis recuerdos, mayoritariamente gratos, y se suceden rostros y nombres, y muchas, muchas acciones que impulsamos con unos y otros grupos para promover, conocer y reconocer el arte joven y sentirnos parte de la pujanza y el riesgo, de la aventura creativa y la explosión de ideas y confrontaciones útiles y necesarias, en sintonía con la vida social de que éramos parte.

“Mi ingreso a la Brigada Hermanos Saíz fue la inmersión en la práctica cultural desde una perspectiva más amplia, ecuménica y abierta”.

Me incorporé a la Brigada Hermanos Saíz a inicios de los años 80, cuando me graduaba como licenciada en Teatrología en la promoción fundacional del Instituto Superior de Arte (ISA). Ya para entonces había publicado artículos, reseñas y entrevistas sobre el quehacer del teatro cubano en distintas revistas especializadas y culturales. Desde que en 1978 Ambrosio Fornet llamara a Rine Leal para pedirle una propuesta de alguien que pudiera evaluar para la revista Universidad de La Habana la reciente edición por Letras Cubanas de Teatro de Héctor Quintero, quiso la suerte que el editor insigne y el brillante historiador teatral que era mi maestro de crítica se aliaran para lanzarme al ruedo y abrir una saga que mi necesidad expresiva de espectadora interesada pronto expandiría a Conjunto, Resumen Semanal de Granma, la recién nacida Tablas, Revolución y Cultura, Bohemia y El Caimán Barbudo, y, gracias a mi interés por la impronta de Brecht, llegaría hasta la alemana Theater del Zeit. Poco después me iniciaría como profesora adjunta del Seminario de Crítica Teatral en las aulas rojo ladrillo de Elsinor, siempre añoradas por cada uno de los que les dimos vida en algún momento, y lamentablemente abandonadas hace demasiado tiempo.

Mi ingreso a la Brigada Hermanos Saíz fue la inmersión en la práctica cultural desde una perspectiva más amplia, ecuménica y abierta, a partir del estrecho vínculo con todas las manifestaciones artísticas —algo que no me había dado el ISA, por haberme “colado” en el primer curso, solo convocado para trabajadores del sector artístico, aunque yo no lo era, y que operaba en horario diferente. Con una experiencia fugaz previa, la del banquete que había sido seguir de cerca el atractivo segmento cultural del XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en La Habana en 1978, la entrada en la Brigada me abrió al diálogo “de tú a tú” con otros muchos jóvenes creadores que cubrían un amplio rango de edades, entre la salida de la adolescencia y los 35 años, y que sudaban innumerables inquietudes, en coloquios, exposiciones, conciertos, reuniones en muchos lares, hasta recalar en la Casa del Joven Creador y en recorridos por la Isla y hasta allende los mares. La simple pertenencia a la Brigada Hermanos Saíz se traducía en aprendizaje permanente; me confrontaba con un movimiento de ideas útil para crecer y, a la vez, interactuaba con mi ejercicio profesional, primero como especialista de la Dirección de Teatro y Danza del Ministerio de Cultura, y luego como redactora, editora y directora de la revista Tablas.

Entre tantas citas rememoro un Activo Nacional de enero de 1986 en el cual fui electa para integrar el consejo nacional de la organización. Como siempre, en aquella ocasión el acompañamiento de Armando Hart y la altura de su pensamiento y su cultura humanista nos iluminaron al proyectar el futuro a partir del estímulo a nuestro quehacer, de su reclamo a que eleváramos nuestra formación cultural, técnica y política, y de la insistencia en la necesidad de articular la creación con la promoción para que nuestra obra llegara al alcance de todos y aprehendiéramos la esencia popular de la política cultural revolucionaria. Ese día fue ratificado en la presidencia Carlos Martí Brenes y Alex Fleites como vicepresidente, entre muchos otros que los acompañamos.

Aún como Brigada, en 1985 y bajo el liderazgo especializado del periodista Fernando Rodríguez Sosa —responsable de esa área—, celebramos un Coloquio de Crítica Artística y Literaria que sesionó en siete comisiones distribuidas entre el Aula Magna y otros salones del ISA. Viejos papeles dan cuenta de que allí se expusieron 65 trabajos sobre literatura, artes plásticas, teatro y danza, música, cine, radio y televisión, se debatieron sus contenidos y se entregaron premios. Una declaración final expresaba la conciencia de la responsabilidad social de la crítica y la enarbolaba como un arma de perfeccionamiento del arte y la literatura del socialismo.

Pocos meses después, el Encuentro Nacional de Jóvenes Escritores y Artistas, celebrado en el Palacio de Convenciones, en otra declaración final firmada el 17 de octubre, acordaba la constitución de la Asociación Hermanos Saíz, con el objetivo de darle continuidad y mayor cohesión al trabajo de la Brigada del mismo nombre, la Brigada de Instructores de Arte Raúl Gómez García y el Movimiento de la Nueva Trova. El pianista Víctor Rodríguez, que cargaba en su haber artístico con el segundo premio del Concurso Internacional de Piano Teresa Carreño (Caracas, 1981), premio especial a la Maestría Artística y sexto premio del Concurso Internacional de Piano Tchaikowsky (Moscú, 1986), fue elegido presidente de la nueva organización, y como vicepresidentes el poeta Alex Pausides, el actor Luis Alberto García y los miembros del Departamento de Cultura de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC) Nacional, Gerardo Álvarez y Omar Mederos, ambos promotores natos y joviales. El resto del ejecutivo electo se integraba por Marta Campos, Lilian Padrón Chávez, Ovidio González, Silvia Gauna, Belkis Vega, Nancy González, Ramón Fernández Larrea, Julián Muñoz, Julio Manduley, Pablo Quert, Raúl Gómez, y quien escribe estas líneas. No recuerdo los detalles ni la cronología precisa, pero bien por reemplazos, porque ocupaban responsabilidades en la dirección de la AHS en la capital que les sumaba por derecho propio, o porque por alguna razón puntual se hicieron necesarios, pronto llegaron para quedarse el filósofo Raúl Fidel Capote Castro, la musicóloga María Elena Vinueza, los realizadores audiovisuales Jorge Luis Sánchez y Juan Pin Vilar, y la crítica de arte Puchi Fajardo, entre muchos otros.

El inicio de la nueva estructura reclamó muchas tareas organizativas que Víctor Rodríguez afrontaba con admirable paciencia, secundado por Omar Mederos, poco después designado director de la Casa del Joven Creador, y siempre en permanente actividad, hiperquinético e inefable en su optimismo sin freno. Cada uno se ocupaba de su área y proponía, compartía hallazgos y problemas con el resto. Tocó además acercar a jóvenes artistas valiosos y dispersos aquí y allá, que aún no se habían afiliado.

“Nuestros cónclaves alternaban con peñas, conciertos y descargas trovadorescas”.

Son los años en que se sucederían incontables reuniones nocturnas en torno a la larga mesa de una de las salas de los altos de la Casa del Joven Creador, frente a los muelles de la Avenida del Puerto —devenida Museo del Ron en el 2000, luego de una reparación capital. Nuestros cónclaves alternaban con peñas, conciertos y descargas trovadorescas en muchas otras veladas en el patio o en exposiciones en la galería. En aquellas sesiones se entablaban animadas discusiones en busca de estrategias para visibilizar la joven creación, impulsar su desarrollo y jerarquización, y ganar verdadero espacio en los medios, a contrapelo de prejuicios y decisiones retardatarias. Marta Campos llegaba, invariablemente, rayando la hora del inicio y lanzaba a todos un saludo cargado de doble sentido que parecía heredado del Guayabero; se sentaba en un espacio libre, y cuando la reunión se calentaba, lanzaba al aire una araña de goma, hiperrealista y flexible, y hacía saltar a la mitad del grupo. Desde otra “temperatura ambiental”, en esas sesiones nos acompañaba a veces un alto funcionario de la esfera ideológica, devenido luego figura tenebrosa, que ya asomaba sus orejas de un modo desconcertante: en el intercambio se mostraba de acuerdo con nuestros planteos y proponía acciones concretas en la misma cuerda, nos despedíamos a altas horas de la noche y, a la mañana siguiente aparecía en el Granma un editorial que contradecía lo consensuado.

En 1989 tocaría a la especialista en Estética Eloísa Carreras reemplazar a Víctor y emprender tareas de fortalecimiento para afianzar la institucionalización de la AHS y preparar la celebración del primer Congreso.

Para seguir el hilo de mis recuerdos, entre ellos está igualmente vívida una visita grupal a San Juan y Martínez, que no puedo precisar en el tiempo, y en ocasión de otro evento, cuando visitamos la casa natal de los Hermanos Luis y Sergio Saíz Montes de Oca, en la que creo aún residía Esther, la madre de ambos. Nos estremeció la habitación de los dos jóvenes y la muy cercana visión de sus pertenencias, congeladas en el tiempo, tal y como quedaron el 13 de agosto de 1957 cuando fueron acribillados a balazos, a punto de ejecutar una acción para celebrar el cumpleaños de Fidel.

“La organización no detenía su accionar, que se irradiaba hacia muchos espacios fuera de los propios”.

Fuimos también a un gran evento en Moa, escenario de grandes empeños económicos en medio de la agreste tierra roja. De entre muchos encuentros, mi retina guarda la imagen de un panel bajo el sol oriental que rajaba las piedras, en el cual el director cinematográfico Rogelio París ocupaba un extremo de la tarima, al lado de algunos jóvenes, entre ellos Luis Alberto García, y se hablaba de temas, formas, y de la fuerza del cine hecho y concebido por los creadores noveles. De vuelta de ese viaje, cargadas las pilas de todos por los momentos vividos, el piloto del pequeño avión que nos traía a La Habana envío a una aeromoza con la orden terminante de sentarnos, pues al desplazarnos al fondo en acalorada charla, la estabilidad se había puesto en riesgo.

La organización no detenía su accionar, que se irradiaba hacia muchos espacios fuera de los propios: la inauguración de una sede para la revista Tablas en enero de 1988 —hasta entonces había compartido espacios “arrimada” a otras instituciones— fue una oportunidad para que el Ministro de Cultura se reuniera con un grupo de críticos —no solo de teatro, y fundamentalmente jóvenes miembros de la AHS— para discutir el papel de la crítica artística y literaria y las problemáticas de su ejercicio en un momento en el que muchos jóvenes protagonizaban importantes acontecimientos culturales. Numerosos llamados al rigor y a la necesidad de una sólida formación educacional y del universo de las ideas, así como al clima fraterno que debe crearse en el diálogo crítico, salieron de muchos de los participantes. Armando Hart animó a los asistentes a poner en práctica lo debatido, seguro de que muchos problemas existentes no podían ser resueltos solo por vías administrativas. Es una acción que recuerdo bien porque me tocaba de cerca, pero fueron muchas en todos los ámbitos de la creación artística y del pensamiento cultural.

En diciembre de 1988 representantes de todas las manifestaciones integramos un grupo de 46 delegados —como el estelar piquete de “We are the world”, aún significativo referente sonoro, lo que provocó más de una broma— para asistir a un Festival de Jóvenes Creadores en la entonces Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. El plan era que, al llegar, nos distribuyéramos por distintas ciudades elegidas como subsedes, según las expresiones artísticas, y que durante los días finales nos volviéramos a reunir en Moscú. A los de teatro nos tocaba seguir a Tbilisi, capital de Georgia, pero conflictos internos de aquella república modificaron el plan y nos quedamos en la capital. Recuerdo que vi teatro ruso, búlgaro y de otras partes, que intercambié con teatristas jóvenes de muchas procedencias y les conté de la escena cubana, y que, con muchos de mis compañeros de ruta, descubrí la nieve y cruzamos bolas al aire en plena calle, entre ellos creo que estaban Norberto Reyes y Francisco Fonseca, dos teatristas “del interior” que protagonizaban por entonces importantes atractivos proyectos en Bayamo y la Isla de la Juventud. En una noche nevada, con mis pies casi helados, un pintor ambulante del bulevar Arbat se empeñó en hacerme un retrato, a pesar de que Raúl Fidel le explicaba en su perfecto ruso que no teníamos dinero para pagarle. El viejo, muy parecido al gran actor español Fernando Fernán Gómez, sacudía la cabeza y seguía concentrado en los trazos de su creyón negro.

Guardo impresiones a pesar del tiempo: la escala macro de la Plaza Roja y nuestras piernas parcialmente ocultas en un mar blanco, la belleza de los iconos del monasterio Novodévichi, las sabrosas galletas con té en el bufet del Hotel Rossiya. Pero lo más impactante fue constatar, a través del teatro, lo que ya había podido avistar en las obras teatrales apreciadas allí mismo dos años antes, durante un intercambio profesional con la revista especializada Teatr: cómo un sistema social se desmoronaba, sobrepasado por contradicciones insuperables y a consecuencia del fallo de un proceso de necesaria restructuración.

He dejado para el final lo que fue, quizás, la experiencia más memorable de una década de membresía activa en la Asociación —como simplemente llegamos a llamarla sus miembros, pues por más asociaciones que hubiera, era esa la más dinámica y referencial para muchos. En el Consejo Nacional de la organización, celebrado del 15 al 18 de marzo de 1988, tuvimos el enorme privilegio de que Fidel nos acompañara, si no en todas, en la inmensa mayoría de las sesiones de trabajo.[1] Alguna vez notamos cómo se veía obligado a salir y cómo siempre regresaba a su puesto en la presidencia, hasta que en un receso, él de pie, abajo, en plena asamblea y rodeado por muchos de nosotros, nos contó que en aquellos momentos en Cuito Cuanavale se estaba librando una batalla crucial por la liberación de Angola, con el apoyo decisivo de los combatientes internacionalistas cubanos, luego de que por cien días las fuerzas sudafricanas trataran de tomar ese territorio.

¿Cómo era posible mantener el hilo de un intercambio esencial con nosotros acerca de la política cultural y el papel de los más jóvenes artistas, cuestionar escalafones esquemáticos que frenaban el desarrollo y la calidad, e interesarse por decenas de problemas que se exponían a la luz y, a la vez, monitorear una batalla en la que se jugaba la victoria sobre el colonialismo? Pues sí, porque él, con su inmensa estatura política y moral y su interés por la cultura y por el destino de la humanidad, podía hacerlo.

El filósofo francés y luchador de la resistencia antifascista Marc Bloch dijo que “los hombres son más hijos de su tiempo que de sus padres”. Cuando la Asociación Hermanos Saíz cumple 35 años, y confío en que la memoria no me traicione en este recuento personalísimo, saludo la pujanza del arte joven y su derecho a vivir su tiempo y a defender sus ideas, aunque no siempre coincidan con las mías.


Notas:

[1] Según testimonio de Omar Mederos, ese encuentro, al cierre del Consejo Nacional, se conoció luego como el Encuentro de la AHS con Fidel en 1988.

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