De tiradas y títulos y cifras

Jorge Ángel Hernández
1/2/2018

De acuerdo con un Informe de Comercio Interior de la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), la producción de libros de poesía y teatro se ha mantenido en un 0,4 y 0,5 entre 2014 y 2016. El informe recoge información de 322 editoriales pertenecientes a gremios, es decir, el 50,5% del total de las editoriales, por cuanto en España existen 727 editoriales agremiadas y 901 privadas que no se han asociado a Gremios y que son consideradas como de pequeño tamaño. Como todas las editoriales que catalogan de grandes y muy grandes han respondido al cuestionario, el informe es valioso para el uso de datos y la búsqueda de conclusiones y tendencias.


La información del Anuario Estadístico de Cuba solo refiere la cantidad de títulos anuales. Foto: uneac.org.cu

 

El caso de la cifra de publicaciones de poesía y teatro, del que partiremos para llamar a comparaciones con nuestro panorama nacional, corresponde a un total de 2 773 títulos con 1 437 300 ejemplares, lo que da un promedio de tirada de edición de 518. Esto quiere decir que, para partir de un ejemplo concreto, si un poeta de la talla de Luis García Montero se publica en mil ejemplares a lo sumo, lo cual me parece de lógica aplastante, otros estarán por debajo de quinientos. Y que además García Lorca —quien puede estar en ambos géneros— sale en ediciones que bajan de los mil. Pablo Neruda, en catálogo de Seix Barral, a quien la propia propaganda ofrece como “El poeta más importante del siglo XX en cualquier idioma”, no está ajeno a las estrechas variaciones del promedio. Tampoco lo están Wallace Stevens o Nicanor Parra, ambos en el catálogo de novedades de Lumen, ni Anna Ajmátova, novedad ahora mismo en Random House.

Para los implicados en el mundo editorial cubano, acostumbrados a ediciones voluminosas o masivas de importante subsidio estatal, ha resultado reiteradamente escandalosa esta tendencia, puesta en órbita en Cuba por el Sistema de Ediciones Territoriales (SET). Tanto desde los foros de relación institucional, convocados para el debate y la crítica, como desde las publicaciones periódicas y seriadas, se ha insistido en desacreditar la decisión institucional de reducir el número de ejemplares por tirada y, en plan de consenso en lo que como opinión pública obra, se ha establecido el millar como mínimo posible.

Recuerdo una experiencia personal, cuando llevaba mi poemario Las etapas del odio a una Feria Internacional en La Paz, Bolivia, casi dos décadas atrás. Era una edición de Capiro y constaba de 1 000 ejemplares, por lo que me excusé, visiblemente apenado al presentar un libro de tan escasa tirada. Para aquellos lectores, me convertí de inmediato en una especie de superpoeta al que desconocían, ya que me permitía lamentarme, con autenticidad visible, insisto, de lo reducida de una edición que, en su norma de recepción, era sencilla y llanamente exagerada. De más está decir que cada ejemplar de los que había arrastrado en el viaje se vendió de inmediato y que varios lamentaron no haberlo alcanzado, incluida la humilde vendedora del stand boliviano que asumía las ventas de la Cámara Cubana del Libro.

La industria global, a la que con tanta irresponsabilidad adoramos, y hasta veneramos a la hora de hacer las jerarquías, establece esas pautas ya por varias décadas. El panorama cubano se ha visto azotado por ideas de este tipo alguna que otra vez, como si nuestras relaciones de mercado fuesen similares a las de la industria global. Es lamentable, no obstante, que nuestras fuentes de datos se porten tan ariscas, generales y poco productivas para estudios de fondo. De conseguir la eficiencia de las cifras en la industria europea, o norteamericana, podríamos demostrar con mejor ciencia por qué aún en Cuba se venden poemarios y por qué grandes autores, como Lina de Feria o Roberto Manzano, publican varios títulos por año y consiguen, con muy escasa propaganda y nula incidencia mediática, que sus ediciones se agoten en ese mismo curso anual. Los editores de nuestros territorios reconocen, además del nivel de los autores, la posibilidad de colocar en público sus obras. De ahí la multiplicación de sus obras.

La información del Anuario Estadístico de Cuba carece de valor para este tipo de análisis, pues solo refiere la cantidad de títulos anuales y ello en el general acápite de Literatura. Nuestras editoriales, sin embargo, manejan los datos completos de edición y bien pudieran facilitar las cosas a investigadores, profesionales y curiosos, sobre todo a partir de las normas de hoy día que parten de una vez de las búsquedas en la Web. Es contradictorio, más que paradójico, que llamemos al desarrollo tecnológico y profesional y no aportemos las bases de datos necesarias para ello. Sería, una vez más, de anomia boba, seguir sepultando las cifras en los archivos de la burocracia.

Como lector, como implicado en la necesidad de mejorar el nivel de los estudios y seguir garantizando la digna publicación de dramaturgos y poetas, y de escritores y escritoras, en fin, de todo tipo de género y temática, llamo a repensar la estrategia de las cifras: están ahí y solo hay que sacarlas, que hacer viable su sistematización pública. Estoy seguro de que daríamos sorpresas, y pautas, que ayudarían a explicar por qué cada Feria del Libro en el país es una fiesta cultural que la familia asume como propia.