De un Brasil en crisis, teatro para sentipensar: Ningún lugar

Vivian Martínez Tabares
23/4/2020

Si por estos días uno escribe sobre el teatro latinoamericano, no se puede eludir la compleja situación de la escena independiente más allá de los riesgos epidemiológicos. Gobiernos neoliberales como los de Chile, Ecuador, Brasil, Colombia, Perú y Uruguay y el de facto que se instaló en Bolivia no garantizan el menor apoyo para el sector artístico, dentro del cual el teatro suele ser de los más deprimidos económicamente, y ya en el ocaso del segundo mes de aislamiento, una crisis real deja de ser amenaza para convertirse en hambre y desamparo para miles de creadores.

El Latón cerró sus actividades artísticas en el estudio con una función de Lugar Nenhum (Ningún lugar).
Fotos: Cortesía de la autora

 

Las salas cerradas impiden cualquier emprendimiento, y actores, directores, técnicos, personal de servicio y docentes no perciben ingreso alguno. Ya hay agrupaciones que han debido hacer dejación de sus sedes, ganadas a pulmón y mantenidas con duro esfuerzo a lo largo de años, muchas de ellas verdaderos referentes, y muchos grupos están en riesgo de desaparecer.

La Federación Uruguaya de Teatro Independiente (FUTI) con el apoyo de la Sociedad Uruguaya de Actores, en defensa de un baluarte cultural del país como ha sido el teatro independiente, reclaman del Estado los fondos de subsidio contenidos en la ley del presupuesto y que se impulse la Ley Nacional de Teatro Independiente. En Colombia, donde la práctica de colgar trapos rojos en puertas y ventanas es una llamada de auxilio que se traduce como “tenemos hambre”, muchos actores están a punto de colgar la suya, según ha publicado en su muro de facebook Patricia Ariza, presidenta de la Corporación Colombiana de Teatro. En Brasil, las políticas del “loco del hemisferio sur” ―como llamó Chomsky a Bolsonaro―, que han afectado profundamente lo social desde antes de la epidemia y que no han logrado frenar su ascenso ―hasta hoy 2934 muertos―, impactan duramente la cultura y el teatro.

Un grupo referencial de Sao Paulo como la Companhia do Latão (Compañía del Latón), que lidera Sérgio de Carvalho, recientemente se vio obligado a devolver su estudio ―rentado desde 2007 en el barrio de Vila Madalena— por falta de recursos, y a recolocar un valioso acervo relacionado con montajes, talleres, lecturas escénicas, publicaciones y otros experimentos. Fundado en 1997 y empeñado en la investigación de orientación brechtiana,[1] y en la creación de una dramaturgia que encare los problemas de la sociedad brasileña, el Latón cerró sus actividades artísticas en el estudio con una función de Lugar Nenhum (Ningún lugar), extraordinario espectáculo inspirado en Chéjov que veremos en Cuba durante la próxima edición de la Temporada de Teatro Latinoamericano y Caribeño Mayo Teatral, que ha debido posponerse para cuando logremos disipar los gérmenes y efectos de la Covid-19.

En busca de un lugar teatral, social y personal

Con el influjo del sonsonete y el espíritu de la canción Abundantemente morte popularizada por Luiz Melodia, Sérgio de Carvalho inició la escritura de Ningún lugar, y en la puesta en escena, estrenada por la Compañía del Latón en junio de 2018, quedan vestigios, cantada por sus protagonistas con el estribillo que repite que nadie murió. La intensa y nada tópica brasileñidad del montaje va mucho más allá, a partir de que el autor y director, con el concurso de un excelente equipo de actores, toma de Chéjov su realismo lleno de poesía y su manera peculiar de trabajar la acción dramática de modo indirecto y de subrayar el valor de los silencios y la fuerza del subtexto. Fragmentos y reminiscencias de los caracteres recreados de El tío Vania, La Gaviota, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos, junto con reflexiones de los diarios del gran maestro del teatro realista, le sirven para retratar en seres de carne y hueso la indiferencia o la incapacidad de un sector de la élite intelectual del Brasil para reaccionar frente a la realidad actual, como manifestación conductual de vacío ideológico, lo que de algún modo intenta, si no explicar, provocar una reflexión acerca del devenir político y social del país hasta este mismo presente.

 

La trama transcurre fluida y apacible en apariencia, aunque movida por diversas contradicciones, en medio de un contexto familiar económicamente bien situado y dado a la espiritualidad en diversos grados. En una vieja hacienda paradisíaca de las afueras de Paraty, cercana a la playa, una familia de artistas se reúne para celebrar el cumpleaños 22 de un hijo de padres separados. El progenitor es un cineasta decadente, que evoca el pasado político de los años 70 y 80 e hiperboliza su rol en aquel contexto; la madre es una actriz exitosa en temporada de una pieza de Ibsen que la ha puesto en crisis existencial y profesional. Un amigo cercano de ambos, músico y preso durante la dictadura, vive en la hacienda gracias a la generosidad de la familia. Un periodista liberal está saliendo con la actriz, y el cineasta anda con una joven aspirante a intelectual, ambos mestizos. Aparecen también una casera campesina que reniega de su origen tupí y una india deambulante a la que le han desaparecido a un hijo. La supuesta fiesta, al juntarlos en un espacio íntimo, que abarca la casa y sus alrededores naturales, hace estallar contradicciones y mundos desencontrados, estragos sentimentales que revelan cierta no pertenencia, en última instancia el descompromiso de todos con todos y con todo.

 

Afloran pasajes de la historia nacional, convenientemente ligados a personajes presentes o referidos de la familia, y citas musicales y poéticas de diversos autores brasileños otorgan a la trama nuevos impulsos problemáticos que el texto asimila orgánicamente, siempre desde una cuidadosa construcción literaria y teatral. Hay además un juego sutil entre planos temporales y conceptuales, que evocan, por un lado pasajes de la dictadura militar como pasado conectado con el presente de afuera de la sala; por otro, la propia naturaleza del teatro, referida en el tema y puesta en jaque en la perspectiva de convencionalidad que propone la representación, y aun un nivel más, cuando lo personal y psicológico es trascendido por su resonancia social y lo melancólico se codea con lo político. 

La puesta en escena resuelve con prodigioso sentido de la síntesis cada uno de los pasajes, más o menos íntimos o grupales. Bastan una plataforma cuadrada con dos escalones delante, y cerrada al fondo por un panel en el que se proyecta una floresta restallante, dos bancos con múltiples funciones que sirven para sentarse o navegar, y a la derecha hacia el fondo, algunos instrumentos que permiten que dos de los personajes acompañen la acción con música en vivo. Y la iluminación plenamente expresiva del director.

Sérgio de Carvalho sabe sacar chispas de la aparente inacción y movilizar muy diversos pensamientos relacionados con tensiones íntimas y grupales, raciales y de clase. Así, la atmósfera escénica no deja de transmitir sensaciones e ideas, de crear situaciones conflictuales ni de poner a volar nuestra imaginación, a la vez que es capaz de despertar emociones complejas. Una enorme responsabilidad en el estado que nos provoca Ningún lugar la tienen sus brillantes actores: Helena Albergaria y Ney Piacentini en los papeles principales, secundados por Érika Rocha, Beatriz Bittencourt, João Filho y Ricardo Teodoro, y quienes junto a sus roles ejecutan la parte musical: Cau Karam y Nina Hotimski.

 

Entrañable, hermoso y estremecedor es el Ningún lugar que comparte la Compañía del Latón, por lo que despierta en cada uno de sus espectadores, brasileños o foráneos —como pude comprobar cuando la vi acompañada por otros cuatro colegas del teatro cubano—, en términos de los vínculos entre el individuo, su entorno, su historia y el accionar en la vida. Una reflexión que sobrevivirá a estos tiempos de pandemia.

 
Notas:
[1] Se vio aquí El círculo de tiza caucasiano, Premio Villanueva de la Crítica 2007.