Declaración de la Fundación Nicolás Guillén contra la intervención norteamericana a la República Bolivariana de Venezuela

La Jiribilla
26/2/2019
Foto: Trabajadores
 

Tal como ocurriera en el caso de Cuba y la Revolución cubana de 1959, casi desde el mismo comienzo del proyecto revolucionario y bolivariano que encabezara el comandante Hugo Chávez en Venezuela, el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica se propuso la asfixia económica del pueblo venezolano, para provocar hambre, enfermedades y carencias de toda índole, que condujeran al malestar y al descontento del pueblo con sus autoridades.

La derrota del intento de golpe de Estado el 11 de abril de 2002 fue, para la visión estratégica de las élites de poder de Estados Unidos, solo un inconveniente, pues ningún gobierno de ese país renunció al propósito de subvertir el nuevo orden social que el pueblo venezolano se había dado.

En diciembre de 2014, el entonces presidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz, Barack Obama, firmó la Ley para la defensa de los derechos humanos y la sociedad civil en Venezuela, que ampararía las sanciones unilaterales a funcionarios de ese país. Ya en marzo de 2015 dio el gran paso, al decretar una “emergencia nacional” por considerar a Venezuela una amenaza extraordinaria para la seguridad nacional de los Estados Unidos, abriendo así, según funcionarios de su propia administración, el camino para todo tipo de sanciones unilaterales, tal como había ocurrido anteriormente con Irán y Siria.

La precaria situación en el orden legal que caracterizó la llegada a la presidencia de esa nación de Donald Trump, por las numerosas denuncias e investigaciones de que era y es aún objeto, propiciaron su alianza, en el mejor estilo mafioso de tráfico de favores, con los sectores más reaccionarios del exilio cubano en el sur de la Florida, encabezados por el senador Marco Rubio. A cambio de sus favores, recibieron la oportunidad de situar a “su gente” en puestos claves para el diseño de las políticas contra Cuba, Venezuela y la región en general, temas fundamentales en su agenda y una cercanía e influencia, inéditas para ellos, a los pronunciamientos y decisiones del presidente de la nación.

Esa agenda que en su esencia resume odio y rechazo a todo lo que signifique independencia, soberanía y justicia social para los pueblos de nuestra América, en el caso de Venezuela coincide con la agenda geopolítica del verdadero poder en Estados Unidos, preocupado por asegurar su control sobre los principales recursos naturales del planeta y preservar su hegemonía frente a la creciente importancia de China y Rusia en los asuntos globales y sus vínculos cercanos con el gobierno legítimo de Venezuela. Coincide también con los intereses electorales del presidente Trump y sus acompañantes del estado de la Florida, en la Cámara y el Senado, para las elecciones del venidero 2020, cuyas campañas al parecer ya han comenzado.

Por eso han puesto en marcha un golpe de Estado, fabricando un presidente autodeclarado, y han arreciado brutalmente sus acciones para ahogar económicamente a Venezuela, recurriendo finalmente al robo de sus recursos financieros y sus activos, pues no se le puede llamar de otro modo a las medidas que han adoptado con las reservas en oro de ese país en Inglaterra y la corporación CITGO. Adicionalmente, amenazan con intervenir militarmente en ese país con absoluto desprecio a toda norma moral o jurídica, bajo el pretexto de poner fin al sufrimiento humano, que a su decir allí tiene lugar.

Ni a Trump, ni a Pence, ni a Bolton, ni a Marco Rubio y sus comparsas, ni a los oligarcas desplazados del poder en Venezuela, les importan lo más mínimo las carencias y necesidades que pueda experimentar el pueblo venezolano. Tienen plena conciencia de que sus acciones conllevan al agravamiento de esas carencias y necesidades, pero no les interesa.

Ahora se aprestan a llevar a cabo, el próximo sábado 23 de febrero, una provocación gigantesca, extraordinariamente peligrosa, de incalculables consecuencias para la paz y la estabilidad en la región, con el irresponsable apoyo de algunos gobernantes latinoamericanos, que no alcanzan o no les interesa comprender el riesgo al que arrastran a sus propios países.

Podría pensarse que el recrudecimiento brutal de las acciones y las amenazas contra Venezuela y su gobierno legítimo, tuviese que ver con la frustración que experimentan ante la evidencia de que el golpe de Estado que planearon y comenzaron a ejecutar el pasado 23 de enero no ha ido según lo previsto. Ha devenido golpe en cámara lenta. Casi un mes después, la vida sigue en Venezuela, el pueblo chavista resiste sus carencias y se alista en las milicias, sabiendo que con los de antes solo le podrá ir mucho peor, las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas reafirman cada día su lealtad al legado del comandante Hugo Chávez y su fidelidad absoluta al gobierno de Nicolás Maduro, que sigue gobernando en Venezuela.

Lo que hoy se dirime en la hermana nación bolivariana, no es la legitimidad de la Asamblea Constituyente que convocara el presidente Nicolás Maduro, ante el intento de derrocar su gobierno por la vía de la violencia en las calles, promovida por los mismos que hoy se aprestan a intervenir humanitariamente en esa nación, ni es la legitimidad de las elecciones en que resultara electo presidente; no es tampoco el balance de éxitos y fracasos que haya tenido su gestión en el empeño por continuar el camino iniciado por Hugo Chávez para hacer digna y mejor la vida de los venezolanos olvidados de siempre.

Lo que realmente se dirime hoy en Venezuela, es si Estados Unidos de Norteamérica tiene el derecho a hacer prevalecer sus intereses y su voluntad en cualquier país del mundo, a convertirnos nuevamente en su patio trasero a expensas del sufrimiento de millones de seres humanos y poniendo en riesgo la paz y la estabilidad de la región. La única respuesta que una persona decente puede dar a esa pregunta es NO.

Nicolás Guillén participó en el congreso fundacional del Consejo Mundial por La Paz, fue miembro del Consejo y un incansable activista en la lucha por la paz mundial.

Tal como dijera el canciller Bruno Rodríguez: “En estas circunstancias solo se puede estar a favor o en contra de la paz, a favor o en contra de la guerra”.

Nosotros estamos a favor de la Paz.