Del laberinto de la comunicación al de la incomunicación

Caridad Atencio
11/5/2017

 

Quienes conozcan los libros anteriores de Teresa Fornaris notarán, luego de leer Elocutio sine nomine [1], que su poesía ha alcanzado densidad literaria, senda a partir de la cual proyectarse. Se atisban en el cuaderno los signos de la incomunicación, que se convierte en el tema general de estos poemas mayormente escritos en prosa. Dicho asunto es cavilación perpetua de la existencia humana y aquí toma la forma de lo ciego, el doblez, los ojos cerrados, el rugido sordo, la apariencia, y el cuerpo afilado y exacto —como único vestigio o trofeo de guerra—: tamiz de intensidad, maniobra anhelante. Se canta la omnipotencia del solo, y su alumbrada víspera, la comunicación, se coloca a la altura del milagro; y el aislamiento es arropado por la cercanía, porque ha sabido sobrevivir en parcelas hostiles y con los mecanismos del amor.

En el libro las relaciones interpersonales o amatorias son vistas como una contienda, pues lógicamente, al afirmarte como individuo labras confrontaciones, inconscientes forcejeos. ¿Puede la incomunicación que te rodea volverte un objeto que a ella pertenece? Esta y otras preguntas se hace Teresa en su nuevo libro. El mundo se teje con los cuerpos y sentidos que aquella labra, por tanto, varios textos dan razón de la pérdida de la espontaneidad, si todo se convierte en “ajustar las cuentas”, y se prefiere unir las puntas vibrantes de uno mismo. Ya ha regresado del viaje semiconsciente donde persigue entregar su huella, olvidada en los abismos de la percepción.

En tales sitios el desarraigo se reinventa, y el intelecto por el impulso del dolor se vuelve sabio. Así en la pasión se palpa el desencuentro, que se labra anchuroso; y con reservas se acude al intercambio inevitable donde los signos vuelan en la atmósfera de su inutilidad. Mientras tanto el interlocutor —el amante— toma inconscientemente visos de autoridad. El yo lírico asume un abismo de poses punteando el sacrificio, donde es notable un intelectualizado y sutil erotismo, y delicados ecos de violencia.

Se nos muestra el laberinto de la comunicación, el laberinto de la incomunicación, y como respuesta a ellos quien cuenta deja ver que no llegarán a conocerlo, y asume un punto defensivo, una pensada crueldad para encauzar los compases de un vínculo. Y tras toda la incertidumbre en que termina, siempre hay una naturaleza sentidora; cuando esperar se vuelve incertidumbre, cuando obedeces a tu impulso pero sabes que lo que buscas no lo encontrarás. Es el temblor, la intuición de la pérdida. Quizá en la descripción de ese temblor alcance este cuaderno sus puntas más logradas.

En la velocidad y el incierto de la pasión, en el ascenso montado en la caída, imaginando como una redención, toman cuerpo estas prosas en las que, lamentablemente, aparecen evidentes deslices eufónicos [2], versos afectados [3], redundancias e infructuosas violencias sintácticas. Creemos que en el afán de novedad se pierde el equilibrio, la armonía entre forma y sentido; y la aureola que en el aire debe dejar la imagen bien lograda, se esfuma en forcejeos con la lógica. A veces la poeta es cegada por el brillo de sus propias imágenes, que aparecen mezcladas con otras caracterizadas por la intensidad y la tensión sintáctica. Nos preguntamos: ¿Estamos ante un exceso de innovación? Recordamos a Diderot cuando decía que la originalidad tiene sus límites y el arte igualmente, y que “el poema debe ser impecable incluso hasta la incorrección” [4]. La poeta se acusa “de no llegar al verso con su nombre” [5] curiosamente en un tramo donde la disciplina, la constancia y el talento pudieran abrirle las puertas en próximas entregas, si sacrifica la fidelidad a la eficacia, como recomienda Valéry. Aquí se han unido con tino la prisión y la herida, se revela la maldición analógica y una manera obsesiva de puntuar. Aquí se ha definido al cuerpo como camino o “sitio por donde transitar una expansión” que ya esperamos en los siguientes libros de Teresa con un guiño cómplice a su escritura.

 

Notas:
 
1. Teresa Fornaris. Elocutio sine nomine. Editorial Unión. Colección Manjuarí, La Habana, 2011.
2. Por ejemplo: “Sonidos que me salpican de agujeros” (p. 29), “mordiéndome la letra” (p. 33), “una cascada de insectos polinizados que no se están quietos” (p. 40).
3. Por ejemplo: “sus versos vivos que lloro hasta el dolor en la retina” (p. 36), qué alejado de “Su muerte en mi grito de criatura sin piernas” (p. 24), e “Imagino la primera vez del resto de mis días” (p. 54).
4. Nikolai Gumiliov. “La vida del verso”, en Revista Poesía y poética, Otoño de 1993, Universidad Iberoamericana, México, p. 9.
5. Teresa Fornaris. Ob. Cit., p. 46.