Desagüe: inventario de desgracias

Roger Fariñas Montano
7/8/2018

Confieso que me emocionó el montaje de Desagüe, el último título de Argos Teatro, compañía que dirige Carlos Celdrán, pero esta vez con puesta en escena de Yailín Coppola. Desagüe, obra de la joven dramaturga Laura Liz Gil, fue escrita como parte del Taller Internacional del Royal Court Theatre de Londres, y mereció en 2016 el Premio Nacional de Dramaturgia para Jóvenes Autores “Abelardo Estorino”, que otorgan la Casa Editorial Tablas Alarcos y el Consejo Nacional de las Artes Escénicas.

obra  Desagüe
Fotos: Cortesía del autor
 

En esta ocasión Coppola, formada bajo el manto del Premio Nacional de Teatro 2016, levanta una sencilla pero hermosa puesta en escena que respeta con muy buen gusto la marca de Argos. En los últimos tiempos Celdrán le ha cedido un importante espacio a jóvenes directores en su compañía: recordemos que hace menos de un año Yeandro Tamayo estrenó Sistema, de Abel González Melo, y antes, Coppola y el propio Tamayo se habían encauzado en un binomio como directores con Locos de amor, de Sam Sherperd.

Con el estreno de Desagüe, la actriz devenida directora, convida a (re)visitar lugares comunes —en tanto son posibles en la realidad, que no en la manera en que el espectáculo los aborda— de Cuba. En primer plano la marginalidad apunta hacia uno de los problemas sociales más graves de la actualidad: la vivienda y el (deficiente) programa de amparo a los ciudadanos. Los personajes de esta historia están asentados en edificaciones de pésimo estado constructivo y deficientes servicios de conductos, alcantarillados y electricidad: una fotografía violenta de las ruinas morales de los humanos que allí viven.

La realidad aquí indica que en estos “callejones” hacinados ocurren derrumbes con frecuencia, especialmente en el callejón de la periferia de la ciudad donde Desagüe tiene lugar. Este es uno de muchos ejemplos de un lugar común eludido. A nivel simbólico es un tema que el texto potencia: el derrumbe cotidiano de las ilusiones de estas personas, no tanto el de las casas, sino el de las estructuras de convivencia de estos individuos en un sistema social-político-económico imperfecto. La autora toma como pretexto una historia de amor imposible, traición, desengaños, abandonos, miseria y calamidades morales, acaso como parábola de los desastres de las paredes y las vigas del alma de estos edificios ora de los habitantes de este callejón desagüe. El montaje redimensiona con veracidad el argumento literario, y Coppola ha sabido cómo empotrar al espectador en tensión desde los primeros minutos.

Según su significado epistemológico, la palabra desagüe es “la acción de desaguar o desaguarse”, u “orificio, conducto o canal por donde se desagua algo”. Probablemente logremos entender su valor simbólico dentro del montaje tras escuchar en Radio Reloj las últimas noticias —un recurso muy bien utilizado en la concepción escénica—, que hablan de los logros de que el país presume, y que nada tienen que ver con lo real. Estas noticias, enlazadas con la ideología de Simón —un siquiatra jubilado con carnet del partido que vende churros en un carrito y que alberga la esperanza de que las cosas mejoren para el país el próximo año—, contrastan con las paredes mugrientas de las casas del callejón y el desagüe permanente.

Lo que Radio Reloj no dice, y la puesta en escena acentúa, es que Yuli es una joven universitaria, que se ve en la obligación de vender la poca ropa que tiene, el televisor y un mechón de su pelo para comer ella y su hijo recién nacido. Radio Reloj no habla de los apagones, el calor, la peste a orine, el hambre y las vigas del techo de la casa que se derrumba encima del cuerpo del abuelo de Yuli. Las noticias no mencionan a Yuli en la calle, con su hijo —al que ha decidido llamar Bruno por el famoso médico y patriota Juan Bruno Zayas— y sin techo donde vivir.

La directora ha sabido captar, organizar y realzar en su espectáculo, con gran calidad estética, estas esencias y matices que conviven en Desagüe. El montaje de Coppola le brinda otra dimensión al texto, sustentada en una sólida base conceptual, lejos del mero naturalismo. Aunque la obra contiene la rica ambigüedad de decir las cosas con crudeza pero a la vez con un gran vuelo poético, quedan muy claras las pretensiones del equipo por dialogar sobre la mujer tocando fondo en sus brutales cotidianidades en este callejón. Sin miedo, se adentra en temas como el embarazo en la juventud, en la figura de Yuli, la protagonista universitaria, y cómo enfrentarse a la maternidad sin las estructuras económicas impuestas y socialmente apropiadas. Habla del calvario que implica ser una madre criando a su hijo con el padre ausente.


 

Zenaidita es otro ejemplo de la esposa traicionada y luego abandonada: su esposo, Marcos, es un joven médico al que le han asignado una misión internacionalista en Brasil, a la que debe partir cuanto antes. La forma particular de hablar y comportarse de Zenaidita, es una expresión vulgar del ambiente en que se desenvuelve socialmente, por eso en ocasiones la podemos ver impertinente y defensiva ante el entorno. Ella es dueña de una peluquería, bien solventada económicamente, pero nunca pudo tener hijos con su esposo, y eso justifica el comportamiento áspero con su vecina, Yuli, quizás porque en el fondo tiene el presentimiento de que Bruno es hijo de Marcos.

Una lectura particularmente delicada de asimilar es el dolor y la aridez de la existencia de los ancianos en nuestra sociedad, y pienso en la expresión “la angustia del puro existir”. El abuelo de Yuli, cuya silueta se presiente debajo de la sábana arrugada en la cama donde vegeta, espera una muerte natural. La realidad es otra, el derrumbe del techo de su casa termina sepultándolo en vida. Lo risible es que Simón, otro corista del envejecimiento, fiel a sus principios ético-políticos, consuela a Yuli tras la pérdida de su único familiar, diciéndole que el derrumbe no ha sido la causa de su muerte. ¿Qué debemos pensar de este trágico suceso? Que Simón no quiere aceptar que las casas en ese callejón se estén cayendo por el aislamiento social y la apatía del Estado y prefiere adulterar los hechos. O que es cierto que las vigas que fracturaron el cráneo de su amigo no fueron la causa real de su muerte, sino que ya estaba muerto en vida desde hace mucho tiempo.

Según la autora en las palabras al programa, “hay espacios que no llevan a ningún lugar porque en ellos caben todos los lugares posibles y todos los tiempos posibles”, y el montaje le hace honor a ese concepto. Estamos ante personajes que experimentan en carne propia, en esos espacios y ciclos posibles, el dolor del solo existir. Y a pesar de que tratan de sobrellevarlo, no alcanzan a derribar los fuertes muros que los oprimen. ¡La realidad siempre los sorprende!

Coppola no solo ha captado con inteligencia los conflictos que marcan el micro mundo de estos personajes, sus ideales, sino que ha logrado traspasar los límites estéticos en una especie de grito de alerta a sucesos como los que aquí pone a consideración del espectador, y a los cuales muchas veces no les prestamos la importancia que tienen como parte de nuestro día a día. Presenta con una afección particular el ambiente de una comunidad marginal, la del callejón desagüe, a vecinos con sus contradicciones y familias disfuncionales, a cuyas intimidades accedemos como si de un caleidoscopio se tratara.

Un excelente equipo artístico respalda el montaje, del que merece gran mérito el diseño de escenografía de Omar Batista, no solo por la belleza visual que hace disparar los resortes intuitivos del espectador, sino porque crea ámbitos propicios —la habitación de Yuli con una ventana al fondo que se utiliza para fisgonear y comunicarse entre los personajes, pasillos laterales que también comunican las casas del callejón…— para que los personajes consigan desplazarse con mayor disposición por los múltiples espacios en que suceden las escenas. Ello queda muy bien complementado con el sobrio diseño de vestuario de Vladimir Cuenca, la insinuante banda sonora creada por Denis Peralta, y las excepcionales y poderosas luces que mejoran las atmósferas erigidas dentro de la textura dramática, concebidas por Jesús Darío Acosta (Chuchi).

Con tenaz elocuencia los actores le aportan una dinámica particular a la representación, y es en los momentos de silencios y las pausas donde podemos disfrutar de una serie de situaciones que traspasan los diálogos y las imágenes. Uno agradece mucho cuando asiste al teatro y se encuentra con actores de este nivel: todo el tiempo están en vida, aun en los momentos de aparente inacción, significando los distintos procesos emocionales y las vibraciones que de sus estados internos emanan.


 

Yailín Coppola, además de su papel de directora, interpreta a una vieja postrada en una silla de ruedas, que viene a brindarle a la obra con buen humor un tono satírico y provocador de momentos hilarantes y reflexivos.

Un actor que cada vez más se afinca en Argos, a golpe de talento, es Alberto Corona, quien en esta ocasión encarna a un Marcos indeciso entre dos mujeres con las que comparte un idilio amoroso. Consciente de la realidad económica por la que atraviesa el callejón, decide partir a una misión médica en Brasil, de la que termina desertando. Una pena que con la partida del personaje al extranjero no se desarrolle más su papel dentro del argumento, solo hasta que en los instantes finales aparece como una especie de conciencia o espectro de la protagonista. Pero lo cierto es que Corona, un actor al que debemos prestar mucha atención, pudo mostrar con eficiencia el fuero interno que atormenta a su personaje y sus fuertes contradicciones existenciales.

El experimentado José Luis Hidalgo interpreta a Simón, el padre de Marcos, un personaje de convicciones políticas comprometidas con la Revolución. José Luis se ve cómodo en este papel, logra emocionar y se le advierte espléndido en su caracterización. Qué suerte la de contar con un actor como José Luis en el teatro cubano.

Una vez más tengo la oportunidad de disfrutar de Maridelmis Marín, con una enorme capacidad camaleónica, y que en esta ocasión se nos muestra en una nueva faceta en el personaje de Zenaidita. La vemos estilizar a la peluquera “chusma” del callejón; sus escenas resultan delirantes, una por una, cada vez que aparece no solo nos arranca risas con sus poses rústicas, su facha a la hora de vestir o en las jergas populares. Fijémonos en el contraste magistral con que Marín logra mostrar al espectador una imagen optimista, aunque vulgar, cuando detrás de esa fina tela de apariencias hay un mundo de inseguridades y desgracias internas.

Mariana Valdés es la revelación, no solo porque tiene el encargo de interpretar a la protagonista trágica de esta historia, sino por la manera en que concibe los estados emocionales y la significación gestual de su Yuli como un mapa contradictorio al que se nos hace difícil acceder del todo. Valdés personifica con maestría a una mujer que no es más que una imagen consternada de la hembra reprimida, utilizada, sin propósito, y abandonada con un hijo, que intenta sobrevivir en el callejón desagüe. Esta representación feroz de la mujer a manos de la autora tiene en Valdés una intérprete ideal, que muestra a una Yuli desasida en principio, luego destrozada y confundida, casi sin fuerzas ni opciones.

De Desagüe reconozco, además, su carácter redentor en un momento del teatro que se está viviendo en las salas habaneras que me resulta desalentador. He asistido a varias de las propuestas en la cartelera de la mayoría de las salas, con programación no solo local, sino de grupos llegados del interior del país, y el sabor que me dejan es muy amargo. Encontrarme con la propuesta de Argos Teatro en la sala de Ayestarán y 20 de Mayo es un aliciente refrescante, un oasis en medio del desértico paisaje teatral cubano que se está dejando ver en estos meses estivales.

Que sea una dramaturga joven y una directora de la nueva generación quienes ocupen este espacio de privilegio en Argos Teatro, mediante un ámbito de sensibilidad, diálogos intensos y un estudio poético de la realidad cubana, que parte de lo particular y asciende hacia lo universal, es algo dichoso.