Desde el arte, agradecer y reconocer

Estrella Díaz
21/4/2020

Hace dieciséis años, el 15 de enero de 2004, se fundieron arte y ciencia, algo nada extraño en el contexto cubano en el que “el sentimiento es, también, un elemento de la ciencia”, según nos enseñó el Apóstol, José Martí: aseveración que en estos días de pandemia mundial se hace más verdad que nunca.

La mañana del 15 de enero, en que se celebraba el Día de la Ciencia Cubana, fue particularmente singular porque la doctora Concepción Campa —directora fundadora del Instituto Finlay y reconocida investigadora quien estuvo al frente del colectivo creador de la primera y única vacuna en el mundo con eficacia comprobada contra la meningitis meningocócica del tipo B— develó un busto del científico cubano Carlos J. Finlay, obra realizada por el reconocido escultor cubano, Juan Narciso Quintanilla.

Desde esa fecha hasta hoy el busto del insigne epidemiólogo, quien descubrió que el agente transmisor de la fiebre amarilla era el mosquito Aedes Aegypti, está emplazado en la entrada de la Planta de Producción del Instituto Finlay, sitio líder de la biotecnología cubana y dedicado a la investigación y producción de vacunas humanas y considerado uno de los centros de mayor prestigio y reconocimiento a nivel internacional en su rama.

El busto está emplazado en la Planta de Producción del Instituto Finlay,
sitio líder de la biotecnología cubana. Fotos: Cortesía del artista

 

Ese día la doctora Concepción (Conchita) Campa aseguró: “Ese regalo nos lo trajo, personalmente, el doctor Eusebio Leal y salió de las manos de un artista que con amor lo hizo para nosotros y al que en pocos días los que hemos tenido el honor de haberlo conocido, lo hemos aprendido a admirar, respetar y querer: gracias Eusebio, gracias  Quintanilla por este regalo que sabremos respetar y honrar con nuestro trabajo diario”.

Han pasado los años y ahora la COVID-19 me motiva a conversar con Quintanilla, quien desde su casa en Playa Baracoa y por vía telefónica nos recuerda que “el busto fue una donación de la Oficina del Historiador de La Habana y, en particular, de los esfuerzos personales del doctor Eusebio Leal quien es un hombre de una inmensa sensibilidad y luz larga”, acotó.

Recordó el escultor que la cabeza de Finlay se acerca al metro de altura y está emplazada sobre un pedestal que hubo que improvisar porque “previamente no se había construido una base” y ante esta situación se le ocurrió recorrer, junto a Conchita, los alrededores del lugar. Cerca de la Planta de Producción está El Pedregal, un sitio en que proliferaba una piedra natural que fue muy usada por el arquitecto y paisajista Antonio Quintana Simonetti, precursor de la arquitectura modernista en la Isla y autor de múltiples obras como el Palacio de Convenciones de La Habana: “escogimos una piedra que tenía un tallado natural —narra Quintanilla— que asemejaba a una capa, algo que vino muy bien con la idea del busto; esa integración de lo natural con el bronce se acopló perfectamente y contribuyó a darle mayor fuerza al busto”, enfatiza.

“Escogimos una piedra que asemejaba a una capa, (…) esa integración de lo natural
con el bronce contribuyó a darle mayor fuerza al busto”

 

Según Quintanilla hubo que emplear montacargas para trasladar la piedra y encajar el busto en ella y fue —enfatiza— “una labor difícil, pero hermosísima porque sabíamos que estábamos haciendo algo importante y, además, era un modo de agradecer y reconocer, desde el arte, todo lo que estaban haciendo los científicos de esa institución para salvar vidas y crear nuevas vacunas”.

Contó que el busto se fundió bajo la supervisión de Javier Trutié, un experimentadísimo especialista y profesor de la asignatura de Fundición del Instituto Superior de Arte, ISA: “se hizo en bronce y también se fundieron otros veinte bustos (más pequeños) de Finlay que estuvieron a cargo de una fundición perteneciente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias Cubanas (FAR) ubicada en una base de tanques en el habanero municipio La Lisa”. Según recuerda Quintanilla esa veintena de bustos se le hizo llegar a las autoridades del Ministerio cubano de salud (MINSAP) que, posteriormente, la donó a varios países de Centroamérica y América del Sur. “Esos bustos de bronce de Finlay fueron emplazados en distintos puntos de la geografía latinoamericana donde los médicos cubanos prestaban colaboración”, subrayó.

 “… asombra el oficio del maestro dominado por una vocación irresistible que definió su destino”.
 

En estos días de pandemia y de recogimiento necesario, comparto las palabras que, una vez, el doctor Leal le dedicó a Quintanilla: “En el jardín de la casa de Juan Quintanilla, como en la consagrada en el Jardín Zen, todo es polvo y esquirla de mármol que forman en el suelo una extraña decoración en apariencia premeditada. Sin embargo, es resultado del duelo cotidiano entre el escultor y la piedra. Y así cada día, cada hora, el misterio se repite. A golpe de cincel y martillo, moviendo con maestría el escarpelo asombra el oficio del maestro dominado por una vocación irresistible que definió su destino”.

 
El Gran poder, pieza del artista emplazada en el Museo Nacional de Bellas Artes, La Habana.
 

Y, ese duelo diario entre el escultor y la piedra seguramente se asemeja al combate cotidiano que libran los científicos de la Planta de Producción del Instituto Finlay, quienes entre probetas y microscopios crean nuevos productos biotecnológicos ante la mirada —aprobatoria y aguda— del insigne epidemiólogo cubano, perpetrada en bronce y piedra por la mano diestra de Juan Narciso Quintanilla, uno de los escultores cubanos de mayor reconocimiento y maestría.