Despacio, que estoy de prisa

Ricardo Riverón Rojas
18/1/2021

Llegar lo más tempranamente posible a la meta, a la celebridad, a la imagen pública: ansiedad juvenil que a muchos conmina a volarse etapas y empezar por donde se termina, sin cumplir el largo recorrido donde acumulamos realizaciones y descalabros, avances y retrocesos. En ese horno se cocinan algunas de las consagraciones fáciles al amparo del argumento de la juventud como garantía de legitimidad y portadora de las más promisorias estrategias de cambio.

Demasiadas personas se creen (o actúan como si fueran) Rimbaud, Mozart, o Lorca, pero solo unos pocos son de esa altura: la genialidad es sumamente selectiva, discriminante, cruel en sus descartes. La cultura occidental, en muchos de sus paradigmas, exalta a los niños terribles que echan por tierra todas las concepciones prestablecidas. La tradición oriental, por el contrario, pondera con mayor fuerza la sabiduría destilada con los años de reflexión, atributo de la ancianidad. Unos más impetuosos, otros más reposados, en ambos territorios se concretan realizaciones capaces de aportar brillos al desarrollo humano.

“La tradición oriental pondera con mayor fuerza la sabiduría destilada con los años de reflexión, atributo de la ancianidad”. Fotos: Internet
 

Ni lo juvenil es por esencia revolucionario como tampoco lo añejo es irremediablemente conservador. Ambos estados cronológicos comparten territorios de confort y de inconformidad, semillas de una u otra condición. Lo que sí no podemos dudar es que en la etapa juvenil de nuestras vidas la voluntad de cambio, expresada en cualquier actividad, es más fuerte que la de consolidación de logros, mientras en la ancianidad sucede lo contrario sin que ello signifique que carezca de fuerza renovadora ese afán por conservar lo que también fue fruto de anhelos y luchas juveniles.

La Revolución cubana la lideraron jóvenes (los de la generación del Centenario), quienes, para fortuna nuestra, se han mantenido abiertos a cambios. Varios de esos líderes aún interactúan cotidianamente con los nuevos actores sociales aportando una sinergia asombrosa, vencedores de la edad. Son ya seis las décadas de gobierno revolucionario en que vienen concurriendo, cada una con su dinámica enriquecedora, varias capas generacionales.

La capacidad evolutiva de las instituciones cubanas ha quedado demostrada con la sostenida inconformidad en lo tocante a sus fallas de eficiencia. Su expresión se concreta en hondos debates propiciadores de la restructuración de los patrones que identificamos como guías hacia el desarrollo. Contrastemos, para mejor comprensión, el replanteo de estilos y conceptos que caracterizan a nuestro modelo de funcionamiento económico, donde todo se cuestiona menos los inamovibles principios de soberanía y autodeterminación.

Los cambios en la manera de organizar la economía, la educación, la cultura, la comunicación pública, la ciencia nos han permitido superar (o al menos salir de) situaciones de alta complejidad o estancamiento para llegar hasta el día de hoy. El mañana sigue estando en la mira. No siempre los resultados de los cambios y experimentos podrían considerarse exitosos; pero gracias a ellos hemos ido accediendo, trabajosa y a veces tardíamente, a una modernidad no doblegada ante los descomunales poderes que capitalizan las más eficaces realizaciones de la tecnología, la industria y el orbe mediático.

Resulta que, según nuestros “salvadores” de los centros hegemónicos, en los años sesenta nos dirigían jóvenes locos, irresponsables, irreflexivos; entonces reclamaban respeto a tradiciones y consolidación de estructuras políticas, económicas y legales de vieja data. Hoy, por el contrario, intentan devaluarnos alegando decrepitud de personas y procesos. Como si el capitalismo no fuera un sistema mucho más añejo que la soñada sociedad socialista, solo lograda plenamente, hasta ahora, como proclamación y suma de esfuerzos.

Según nuestros “salvadores” de los centros hegemónicos, en los años sesenta nos dirigían jóvenes irreflexivos. Hoy, por el contrario, intentan devaluarnos alegando decrepitud de personas y procesos.
 

En uno de sus libros clásicos, Confucio sentencia que para lograr la armonía en una sociedad se hace necesaria “la aceptación de los consejos y orientaciones de sabios y artistas, de los que siempre debe rodearse el gobernante”.[1] La Revolución cubana siempre ha iluminado sus derroteros con la opinión de su masa social inteligente, no importa si jóvenes o ancianos.

Reflexiones muy lúcidas aportó también el poeta venezolano Aquiles Nazoa en su “Elogio incondicional de la juventud”:

La juventud es un estamento de la vida que surge de una manera casi milagrosa, a un mundo donde ya todo está acomodado, donde todos tienen su lugar bajo el sol, donde cada uno está seguro de que con él ha terminado el proceso de la civilización, cada cual está seguro de sí mismo y de su significación, y como atornillado a los intereses que lo han erigido en árbitro de la historia.[2]

Pero acto seguido agregó, refiriéndose entonces a la vejez:

Cuando decimos viejos, deberíamos aclarar inmediatamente que no se trata aquí de la vejez considerada como un hecho biológico, no es eso. Me refiero a la vejez mental, a la vejez de las ideas, a la vejez de las maneras de concebir el mundo; y los años físicos del hombre no cuentan tanto en ese caso. Desde el punto de vista biológico lo que se llama vejez no es sino una incapacidad progresiva del organismo humano a medida que van pasando los años, para retener la sustancia de que está hecho nuestro cuerpo: el agua. No es otra cosa el envejecimiento que una pérdida irreparable de la capacidad de retener nuestro cuerpo el agua. No tiene nada que ver eso con las ideas, que sí suelen quedarse cuando ya nuestro cuerpo se ha quedado como un viejo tinajero arrinconado.[3]

Queda claro entonces que se puede ser sabio en plena juventud y artista trasgresor en la vejez. Y también viceversa (parafraseo a Benedetti). Los enemigos de nuestro proceso devalúan el diálogo gobierno-intelectualidad porque lo suponen condicionado por el miedo, y también por intereses espurios de los convocados al razonamiento. Explotar las ansias juveniles de acceder a los espacios programáticos constituye una de las estrategias subversivas más llevadas y traídas, sobre todo maximizando las diferencias generacionales.

“Los enemigos de nuestro proceso devalúan el diálogo gobierno-intelectualidad porque lo suponen condicionado por el miedo, y también por intereses espurios de los convocados al razonamiento”.
 

En defensa de lo que para desacreditarnos llaman “conservadurismo” (a veces desde voces jóvenes, otras no) vale la pena convocar nuevamente a Confucio: “el hombre sabio, en cuanto ha alcanzado una virtud, se aferra fuertemente a ella y ya no la pierde jamás; en cuanto ha perfeccionado al máximo la virtud adquirida, la guarda cuidadosamente en su interior como fuente inagotable de energía”.[4] ¿Cómo desprendernos en Cuba de lo que en materia de igualdad, justicia y desarrollo social hemos alcanzado en un devenir que, a expensas de las pautas socialistas, les aporta trigo y corazón a todos, sin que importen edad, sexo, raza, preferencias, creencias?

El futuro no tiene prisa para acontecer, pero no perdona a quienes lo dejan tirado en el camino en la brega por un presente que nos conmina a considerarlo eterno.

 

Notas:
[1] Confucio: Los cuatro libros clásicos, Libro segundo, disponible en: https://www.oshogulaab.com/TAOISMO/TEXTOS/CONFUCIO.html, [fecha de consulta, 17 de enero de  2021].
[2] Aquiles Nazoa: Elogio incondicional de la juventud, Fundación editorial El Perro y la Rana, Caracas, 2014, p. 12.
[3] Aquiles Nazoa: Ob. Cit., pp 12-13.
[4] Confucio: Ob. Cit., Libro Cuarto.