Soy una inmigrante digital y lo reconozco sin esfuerzo. Por eso sé que jamás alcanzaré la celeridad de mi nieto al manipular su celular ni su capacidad de respuesta para atender, a la vez, varias plataformas. Pero a fuerza de horas frente a la pantalla y el teclado, lidiando con la escritura, buscando un dato que complete un texto y respalde una idea, revisando un video, corrigiendo la composición de una imagen fotográfica para enviarla por correo electrónico o wasapeando, algo de esa cualidad múltiple de Windows se ha instalado en mi cerebro.

Inciertas espectáculo erosionado es la creación más reciente de la boricua Teresa Hernández. Fotos: Cortesía de la autora

El aislamiento pandémico ha sido la mejor escuela —a pesar del costo de los datos—, porque no pasa un día sin que reciba por uno de muchos canales el aviso de un nuevo espectáculo, en medio de los más increíbles festivales, tradicionales y recién creados, o sin que me enrolen en un panel; ni hay repaso de Facebook que no me atrape con algunos de sus anuncios de actividad escénica.

Por eso he debido aprender también a alternar simultáneamente varias agendas de trabajo y adaptarme al movimiento que generan diversas actividades desde la inmovilidad de una extensa sentada, pues Homo et fémina sapiens son cada vez más Homo et femina sedens. El caso es que después de haber pasado por el entusiasmo gracias a la explosión de teatro digital y de replicarlo a muchos amigos —aun en casos en que yo misma no tendría capacidad tecnológica para verlo, pero sabía que valía el esfuerzo—, empecé a aburrirme un poco de tanta mediación y a volver a añorar el convivio y la presencia real de los actores frente a mí, vivos e irradiando energías. En esos vaivenes he pasado varios meses. Los apremios de otros lares, por un lado, y la necesidad de contacto y comunicación, por otro, terminan por vencerme: cada vez me interno en más viajes virtuales, a falta de físicos, aunque no me alcance el tiempo para siquiera enterarme de todas las opciones disponibles ni atender las invitaciones de tantos amigos teatristas.

Mi bautismo virtual tuvo lugar con un panel sobre mujer, teatro y pandemia al que fui invitada, poco tiempo después de que el SARS-CoV-2 nos aislara. Se sucedieron otros muchos, y la prueba de fuego fue el Festival de Artes Escénicas de Panamá 2020, en diciembre del año pasado, cuando recibí la invitación de Roberto Enrique King, su director, para dictar un seminario de apreciación teatral y no encontré modo mejor que articularlo a las obras programadas, que en su conjunto, para mi sorpresa, se valían de diversos procedimientos tecnoviviales que nos estimularon a reflexionar, efectivamente, sobre aspectos de la práctica teatral que necesariamente llegaron a estos tiempos para quedarse, en su provocadora liminalidad.

El caso es que casi todas las semanas tengo tandas dobles y hasta triples de tecnovivio. Hace poco me enrolé, gracias a Jorge Dubatti, en un evento sobre Shakespeare en la América Latina, inscrito en el Festival que cada año se organiza en Buenos Aires en torno a su obra, lo que me puso a hurgar en su saga cubana y a buscar fotos de espectáculos remotos, algunas de las cuales, para mi asombro y preocupación, se han perdido en algún archivo ignoto e inaccesible que habrá que seguir rastreando.

No pasa un día sin que reciba el aviso de un nuevo espectáculo, en medio de los más increíbles festivales, tradicionales y recién creados, o sin que me enrolen en un panel; ni hay repaso de Facebook que no me atrape con algunos de sus anuncios de actividad escénica.

Luego me tocó ver al colega brasileño Narciso Telles, actor y profesor —o mejor, investigador y creador integral—, y reencontrarme con su vocación insistente por reafirmar a los espectadores brasileños que son parte natural de Latinoamérica, ahora en torno a una problemática colombiana de dramática actualidad, luego de haber emprendido la recreación de textos del argentino Eduardo Pavlovsky y del uruguayo Eduardo Galeano. En complicidad con la dramaturga paulista Rosyane Trotta, también investigadora y profesora, la directora Dirce Helena de Carvalho, el realizador Italo Pitemalgo, el actor Guilherme Conrado y la dirección de producción de Karina Silva, Tiempos de errancia – lado B se titula el audiovisual de 40 minutos.

El pedido de Narciso y mi entusiasmo frente a su obra me llevaron a proponer y a lograr que integrara la programación de dos eventos virtuales: la edición XX de Primavera Teatral en Bayamo, que ya está andando, del 20 al 24 de mayo, y el XXX Festival Mujeres en Escena por la Paz, en Bogotá, que se celebrará entre el 16 y el 21 de agosto —e incluyo las fechas con la recomendación de seguirlos, pues cada uno en lo suyo, promete—.

Hasta me he atrevido a impulsar, con la colaboración de mis compañeros de Casa de las Américas, un evento coral: en consecuencia con una tradición de nuestro ámbito, armamos un Encuentro de Teatristas Latinoamericanos y Caribeños sui géneris, completamente virtual, en el que durante casi tres horas y media, artistas y pensadores de la escena, desde 19 países, compartimos los desafíos de este momento y las perspectivas de cada uno para superarlos. Fue nuestra manera de impedir que la imposibilidad de reeditar la fiesta de abrazos y diálogo que es Mayo Teatral, pospuesto dos veces, dejara un vacío. Su grabación puede verse en https://www.youtube.com/watch?v=oF89kXH6XjQ

Inciertas espectáculo erosionado, una aventura corporal e intensa.

Más tarde, aprecié la creación más reciente de la boricua Teresa Hernández, a través de un video experimental creado con un equipo de cómplices —asesores-colegas-artistas—, más la compañía en los espacios múltiples de la invitada Miosoti Alvarado Burgos, compositora, percusionista y performera. Con producción de Rojo Chiringa, Inciertas espectáculo erosionado es otra aventura de las suyas, corporal e intensa como de costumbre, esta vez obligada por el aislamiento a recurrir a las cámaras para que no solo registren su accionar en la escena, por más itinerante que sea; sino además un recorrido por parte de su ciudad que sirve de prólogo a una acción artística híbrida, inquietante y reveladora de incertidumbres y traumas del sujeto colonial.

En breve, debo grabar un panel con otros cuatro colegas latinoamericanos y del Caribe, gracias a la iniciativa de la excelente revista Teatro Situado, nueva publicación argentina impulsada por un equipo de inquietas mujeres liderado por la actriz, titiritera, docente y gestora Julieta Grinspan, que celebra así la salida de su segundo número. Lo hago contenta porque se enfoca en una actividad que ha ocupado buena parte de casi 30 años de mi vida profesional, y gracias a la expectativa que han sido capaces de generar.

Debo sumarme a las sesiones periódicas de Open Channel / Canales abiertos, con las que por segundo año consecutivo, en julio, reviviremos las discusiones sobre los caminos del teatro popular caribeño iniciadas por Fátima Patterson y el Estudio Teatral Macubá en el seminario habitual dentro de la Fiesta del Fuego.

Entre mis faenas editoriales, me espera la lectura y el análisis de un proyecto teatral y musical que será acción tan pronto el virus lo permita, y en el que el danzón relevará al mambo. Y no dudo que habrá otras propuestas en viajes de ida y vuelta de la imagen mediada al pensamiento crítico. No tengo tiempo de aburrirme mientras añoro el regreso a una luneta en la sala oscura.