El vocablo distopía se ajusta bastante a lo que la humanidad, en general, vive desde hace dos años. Al representar el antónimo de utopía, y definirse como “sociedad indeseable en sí misma, vinculada a deshumanización y a desastres ambientales”, retrata la rareza que vivimos, con su miedo correspondiente. Por increíble que parezca, la maldad humana florece en la misma medida en que el altruismo intenta ocupar un sitio destacado. Un mano a mano entre la bondad y el egoísmo, un pulseo entre la generosidad y la perfidia, una competencia donde lo peor y lo mejor de cada uno de nosotros hace su mayor esfuerzo por llegar a la cima, tipifican la distopía actual, la que nos ha tocado, esta antiutopía que, al parecer, merecemos.

“Si pudiéramos vernos de lejos, nos quedaríamos en el pasmo de un asombro descomunal”. Foto: Pixabay

Si tuviéramos oportunidad de mirar nuestras vidas actuales como quien se asoma a una ventana ajena, nos sorprenderían muchísimas cosas. El letargo de algunos, la desesperanza de casi todos, el giro brutal de los horarios, de la cotidianidad, la adquisición de nuevos hábitos, y sobre todo, el terror que tantos no podemos disimular. Repito, si pudiéramos vernos de lejos, nos quedaríamos en el pasmo de un asombro descomunal. Muchas interrogantes nos martillan: ¿Cómo llegamos al actual estado de nuestras vidas? ¿Por qué no fuimos capaces de prever que todos los proyectos y nuestra propia rutina se irían al carajo en cuestión de días? ¿Cuándo y de qué forma saldremos del pantano incierto en que nos encontramos? ¿Los que sobrevivan serán mejores o serán peores?

Curiosamente, mientras unos se enriquecen, lucran con el dolor, roban y estafan, otros —por suerte la mayoría— se ofrecen para ayudar, regalan, acuden adonde son más útiles, cooperan y tienden su mano, más allá de diferencias de toda índole. De esta suerte de mezcla, surgen cosas impensables antes de la pandemia. Una de ellas es el llamado “precio Covid”. Aceptado tácitamente, se trata de cifras desorbitantes como costo de artículos, de medicinas, de servicios, que antes tenían un precio más o menos razonable. Con absoluta tranquilidad, se anuncian en páginas virtuales, y el potencial comprador ni se molesta en protestar, sabiendo que será inútil aspirar a cierta compasión. Es la salvaje ley de oferta y demanda, que dicta, entre otros razonamientos, que “si no lo compras tú, otro lo hará”. Hemos llegado a la súplica de “necesito tal cosa, pero por favor, no a precio Covid”,  en correspondencia con el anuncio de “vendo tal cosa a tal precio, por favor, sin comentarios”.

Asistimos al desmadre, contemplamos la frialdad, la deshumanización, la falta de empatía de esta distopía. Por suerte, al borde de la tristeza infinita que produce la sensación de que vivimos las consecuencias de arar en el mar, aparecen mensajes totalmente diferentes, brotan amistades basadas en el exclusivo placer de ayudarse, somos testigos o actuantes de donativos, de entregas desinteresadas entre desconocidos. Nos vuelve el alma al cuerpo al saber historias como estas: “Tengo tal medicamento para regalar”; “Avisen a la señora que necesita tal cosa, que me llame, yo se lo dono”; “Fulana, puedo darte tal loción a cambio de nada.”

“La distorsión de la utopía, obviamente, trae aparejados el miedo, la desesperanza, la crueldad, pero también la bondad, la solidaria compasión, el afán de encender un cirio en la oscuridad”.

Otro tanto pudiera decirse de las cuentas bancarias. Muchos denuncian estafas, robos, suplantación de identidades (como en las peores películas futuristas), mientras otros desembolsan dinero y lo depositan en cuentas de personas a quienes no conocen, pero cuya petición compulsa a la generosidad. La distorsión de la utopía, obviamente, trae aparejados el miedo, la desesperanza, la crueldad, pero también la bondad, la solidaria compasión, el afán de encender un cirio en la oscuridad. La muerte y la vida pasan factura, porque viajan de la mano. Hay que vivir con dignidad, aunque la señora de la guadaña nos espere en cualquier momento. Aun en medio de la distópica realidad, ser eutópicos, buenos, conservando la empatía de antaño, hará que al menos alguien nos recuerde, alguna vez, con alegría.  

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