Leo en La Jiribilla el artículo “Álvarez y lo uno, lo otro y también lo contrario”, de Jorge Ángel Hernández, quien pone en perspectiva una reacción más —se han sucedido varias de ese tenor en los medios sociales en las últimas dos semanas— a una entrevista con Rolando Prats, “No hay dignidad plena sin democracia plena”, publicada en OnCuba News el pasado 14 de septiembre como parte de la serie Voces cubanas, que han venido publicando Julio César Guanche y Harold Bertot Triana desde el pasado mes de marzo.

“el posicionamiento crítico —que acusa a la Revolución cubana de ser un proceso neoliberal e incluso califica de ‘reaccionarios’ a quienes permanecen alineados en diversos grados de compromiso crítico con el proyecto revolucionario— ni siquiera sabe qué hacer con la soberanía”.

Destaco, de lo que dice Jorge Ángel Hernández en su artículo, la siguiente idea que transparenta uno de los procedimientos más recurrentes y curiosos —en las ideologías de derecha— cuando se diserta a propósito de la Revolución cubana. Cito:

…mostrarse como el iluminado defensor del sistema social justo, como si este fuera posible en una democracia liberal subordinada al capital global y sus centros de poder y, ¿paradójicamente?, sin rozar con un pétalo a los neoliberales hegemónicos e injerencistas mientras tilda de neoliberal al Estado cubano y sus transformaciones económicas, que, por supuesto, necesitan un permanente debate desde sus procesos internos de democracia socialista.

Esta negativa a “rozar con un pétalo a los neoliberales hegemónicos e injerencistas” se inscribe en un proyecto de análisis e intervención social y política que excluye, olvida, calla o, cuando más, semioculta lo injerencista y lo hegemónico como tal y —por defecto, pero no por designio— toma distancia de ello, pero sin declararlo, como si ese distanciamiento fuese una dimensión ya implícita en ese tipo de análisis que estuviese clara para todos.

Uno de los nuncas del discurso de derecha sobre (contra) la Revolución es nunca señalar la relación directamente proporcional entre la calidad de vida de la población cubana y las posibilidades de su mejoramiento, por un lado y, por el otro, el sostenimiento implacable y la intensificación constantes del acoso y la hostilidad no solo contra el Gobierno de Cuba, sino contra la existencia misma del proyecto revolucionario.

De esa manera, el posicionamiento crítico —que acusa a la Revolución cubana de ser un proceso neoliberal e incluso califica de “reaccionarios” a quienes permanecen alineados en diversos grados de compromiso crítico con el proyecto revolucionario— ni siquiera sabe qué hacer con la soberanía. Si se quisiera señalar algunos de los fundamentos de ese modo de ver, pensar y analizar las realidades de Cuba, tal vez pudieran proponerse los doce nuncas que siguen:

1) Nunca reconocer e integrar en el análisis la noción de agresividad imperial y las instancias, agendas y acciones que puedan estar asociadas con ella.

2) Nunca admitir que el centro rector de esa agresividad imperial se encuentra en el Gobierno de los Estados Unidos y en los grupos de poder (cuando menos: económicos, financieros, militares y mediáticos) asociados con ese gobierno e integrados en él.

3) Nunca debatir ni menos aún cuestionar, en términos de derecho internacional y soberanía nacional, las políticas, el lenguaje y los comportamientos del Gobierno de los Estados Unidos respecto a las formas y estructuras de la vida en Cuba con posterioridad a 1959.

“El enfrentamiento entre Cuba y los Estados Unidos ocurre en el marco de una asimetría desmesurada y carente de toda proporción: país pequeño, pobre y constantemente acosado vs. país inmenso y rico”. Caricatura: Osval/ Tomada de Misiones diplomáticas de Cuba

4) Nunca aceptar que el enfrentamiento entre Cuba y los Estados Unidos ocurre en el marco de una asimetría desmesurada y carente de toda proporción: país pequeño, pobre y constantemente acosado vs. país inmenso y rico y, hasta hoy, el más poderoso del mundo (y el más poderoso que haya jamás existido).

5) Nunca considerar que ese enfrentamiento no es un asunto meramente conceptual, que tenga lugar exclusivamente en la esfera de la superestructura (como debate político o filosófico o en escenarios de reflexión o discusiones intelectuales o académicas), sino que constituye una articulación sistemática de violencias diseñada y desplegada por el país agresor con propósitos y alcances que delatan una pretensión universal.

6) Nunca convenir que esa pretensión universal se traduce y se apoya en un sistema de impulsos destructivos contra prácticamente todo tipo de estructuras, niveles, espacios y formas de existencia de la sociedad cubana desde 1959.

7) Nunca conceder que esa capacidad y esa voluntad de violencia se apoyan en una fuerza de magnitud virtualmente infinita, generada por los mecanismos de influencia o coerción económica, política y militar del Gobierno de los Estados Unidos y capaz de “manejar” a otros países o “arrastrarlos” en la dirección que mejor convenga a los intereses y designios de ese gobierno.

8) Nunca manifestar que la violencia antes mencionada encuentra amparo y apoyo en ámbitos estatales, gubernamentales y empresariales de países desarrollados, estratégicamente aliados de los Estados Unidos y que se cuentan entre los más poderosos del mundo.

9) Nunca tener presente que el Gobierno de Cuba opera permanentemente (y tal ha sido el caso desde casi su misma constitución en 1959) bajo condiciones de sospecha, hostilidad y acoso.

10) Nunca destacar aquellos logros que hayan tenido o podido tener lugar en el espacio/tiempo de la Revolución cubana; ni hacer mención alguna del esfuerzo que se haya necesitado para conseguirlo y, menos aún, de las acciones que en el presente se hayan realizado para garantizar que se pueda seguir prestando atención social —y no solo a los más necesitados— y seguir impulsando planes de desarrollo en numerosos ámbitos.

11) Nunca señalar la relación directamente proporcional entre la calidad de vida de la población cubana y las posibilidades de su mejoramiento, por un lado y, por el otro, el sostenimiento implacable y la intensificación constantes del acoso y la hostilidad no solo contra el Gobierno de Cuba, sino contra la existencia misma del proyecto revolucionario.

12) Nunca explicar a esas mismas masas populares a las que se pretende liberar (en este caso, del “comunismo”) de cuáles oportunidades universales y posibilidades efectivas de aprovecharlas disfrutarían en ese mundo tan radicalmente transformado al que se les invita.

“El Gobierno de Cuba opera permanentemente (y tal ha sido el caso desde casi su misma constitución en 1959) bajo condiciones de sospecha, hostilidad y acoso”.

***

¿Se reconocerá a sí mismo, en esos doce nuncas que propongo, semejante discurso crítico de la Revolución y de todo lo que este asocia con la Revolución, en particular ese “comunismo” que no definen ni caracterizan, sino por los efectos de todo aquello que de hecho lo niega, desde la política imperial hasta los propios déficits del modelo cubano? ¿O no hablar nunca de ello seguirá siendo la única opción que le quede a una contrarrevolución incapaz de confesar su propio nombre, en un mundo en que ese nombre está desacreditado?

Tomado de Patrias, actos y letras

8