Dólar + dolor versus versos

Ricardo Riverón Rojas
5/11/2018

César Vallejo, con su descomunal capacidad para captar la tragedia humana, compuso entre muchos versos memorables, este: “La cantidad enorme de dinero que cuesta el ser pobre”. Otro poeta, coterráneo y contemporáneo mío, Jorge Luis Mederos, aseveró en un epigrama de su libro El tonto de la chaqueta negra, de 1993: “Ni el dolor ni el dólar se parecen / aunque ambos / tienen mucha relación con la tristeza”.


Foto: Internet

 

Vivimos tiempos en que el dólar multiplica exponencialmente su poder, pues ha ganado atributos casi anatómicos. No disponer de algunos resulta casi equivalente a la mutilación. El bolsillo vacío limita tanto como la falta de un miembro, o de un sentido; nos pone delante barreras arquitectónicas, barrancos, muros insorteables, puertas invisibles —más otras sólidas como bombas— que nos dan de narices.

Esos papeles verdes (fibra vegetal y tinta, sin otro respaldo de mayor realeza) generan bienes y felicidad para la minoría que logró acumularlos, derriba y sustituye gobiernos, gana elecciones, legaliza la infamia, arrasa naciones, destruye el medioambiente a cambio una vida suntuosa, cada vez más necesitada de paliativos para escapar de sus propias consecuencias nefastas.

Aquellos que poseen la “estampilla” solo perciben los latidos del mundo raspando con la uña la áspera textura en el cuello de la casaca de George Washington u otro prócer (según la denominación). Para nadie es un secreto que desde la invención del papel moneda todas las esferas de la vida se vienen subordinando a su influjo; primero el vasto reino material, finalmente el simbólico. Vivimos en un mundo que cuelga del dólar, y pese a que su impresión y circulación datan de fecha tan a la vista como 1785, este billete específico monopolizó la representatividad al extremo de terminar simbolizando “todos los dineros del mundo, y de todas las épocas”.

Se dice dólar y sanseacabó. Si en pleno Siglo de Oro Francisco de Quevedo y Villegas advirtió: Y pues quien le trae al lado / Es hermoso, aunque sea fiero, / poderoso caballero / es don Dinero; antes el Arcipreste de Hita había asegurado (en poesía, por supuesto) algo que parece escrito en este instante con el propósito de caracterizar los constructos mediáticos que denominamos fake news: Él crea los priores, los obispos, los abades, / arzobispos, doctores, patriarcas, potestades / a los clérigos necios da muchas dignidades, / de verdad hace mentiras, de mentira hace verdades.

El billete que nos ocupa engulló todos los sentidos precedentes, asimiló y ensanchó las “virtudes” con que nacieron sus antecesores en pos de sustituir los inexactos trueques.

¿Y cómo es que el ser humano acabó dependiendo de un papel de infinitas copias —que son todas originales— con el cual solo se pueden adquirir cosas y, en el mejor de los casos, deleites que no le trasfunden al espíritu plenitudes ontológicas, ni valores sustentados en la comunión con el universo? Los saberes panteístas, afincados en la austeridad y lo contemplativo de la vida natural, con su paz y sus epifanías, parecen responder con sentencias que devalúan, a su modo, el poder del dinero: Puede comprar una casa, / pero no un hogar. / Puede comprar una cama, / pero no el sueño. / Puede comprar un reloj, / pero no el tiempo. / Puede comprar un libro, / pero no el conocimiento. / Puede comprar una posición, / pero no el respeto. / Puede pagar un médico, / pero no la salud. / Puede comprar la sangre, / pero no la vida.

Como poeta que aspiro a ser, sostengo que en la poesía —entendida en su sentido más amplio— podemos hallar refugio para construir el espacio de resistencia más eficaz en pos de evadir la tiranía de los peculios. Los grandes consorcios editoriales rehúsan publicarla porque, según dicen, no se vende: cuestión de dinero al fin. El desdén que pueden permitirse los poetas frente a la imposibilidad de enriquecerse a fuerza de versos, lo respalda el empecinamiento con que la poesía sigue marcando rumbos de humanización en tantos espíritus inconformes. Con razón Robert Graves suscribió la consabida sentencia de que “si no hay dinero en la poesía, tampoco hay poesía en el dinero”.

El lúcido autor de Yo, Claudio, además amplió:

Admito que una vez utilicé esta frase para contestar a un hombre de negocios que me recomendaba amablemente escribir un best seller en vez de poemas que ningún mortal ordinario (se refería a sí mismo) podría comprender.

(…)

…un poeta amante de la libertad, puede aún escapar a alguna región en la que le es posible desechar la política, pensar, hacer y decir lo que le plazca e imprimir sus libros sin una autorización oficial.

(…)

Siempre habrá más dinero mañana que ayer, y siempre valdrá menos; la comida se volverá cada vez más insípida, los bienes cada día más accesibles, lo que significa que serán menos dignos de amarse. Todos los objetos hechos a mano que lo merezcan y sobrevivan serán puestos en museos[1].

Nadie vea en estas palabras un llamado a renunciar a la remuneración por nuestros versos. Lo que quiero es que escribamos como quien construye una casa, pensando más en el abrigo que en la bolsa, sin renunciar a nutrirla, no más que con lo necesario. Sé de sobra que es imposible sortear la vida sin que el dinero nos duela, pero en la poesía subyacen el alivio y la rehabilitación de lo que la transacción lastima.

Para fortuna de los poetas cubanos, la poesía sí se vende en nuestro atípico mercado, y se retribuye (no sé si con justicia). Pero más que eso nos regocija percibir en el cubano promedio una necesidad, a veces subconsciente, de los deleites que el poema (visual, escrito, sonoro, gestual) propicia. La prolija vida cultural de nuestros pueblos y ciudades confirma la existencia de esa demanda. Poco importan las agresiones del reguetón, de las insulsas propuestas light de algunos medios, porque en su consumo —echando a un lado las distorsiones que magnifican— también subyace un hambre de poesía por parte del receptor.

Pero no por reconocer lo positivo dejo de criticar la tendencia mercantilista que comienza a dolernos luego de que el dólar, con fuerza creciente y efectos devastadores, se alojara en nuestras vidas. Mis esperanzas están centradas en que un día no lejano podamos prescindir de su volátil naturaleza, de manera que nunca tengamos que asumir como actuales aquellos versos escritos por don Luis de Góngora hace más de 400 años: Todo se vende este día, / todo el dinero lo iguala; / la corte vende su gala, / la guerra su valentía; / hasta la sabiduría / vende la Universidad, / ¡verdad!

Notas:

[1] Robert Graves: “El dinero y la poesía”, en Nexos, 1 de abril de 1991, disponible en https://www.nexos.com.mx/?p=6150; fecha de consulta, 29 de octubre de 2018. El texto se publicó, por gestión de Jaime Aboites y gracias a la cortesía de Beryl Graves, viuda del poeta, algunos años después de la muerte de Graves.