Silvia Pérez Cruz es como la pluma del ave, es como ese poema de Mauricio Rosencof que anoche nos cantó.

Es esa pluma delicada, llena de energía y esencia que llega desde lejos para recordarnos cuán vivas siguen estando nuestras propias alas, aunque los tiempos se empeñen en ponernos a andar casi a ras del suelo, bajo el peso absurdamente desmedido de la supervivencia.

“Silvia nos hace cantar sintonizando emociones y raíces, sabiendo de los poderes sanadores del canto compartido”.

Nos trae sonoridades de su tierra y del mundo, canciones de su creación, poemas musicalizados y nos devuelve tantas canciones que nacieron aquí en Cuba y que —hablando de alas—, han sobrevolado el mundo.

Las trae de regreso como quien cuidó amorosamente una bandada de palomas que llegaron hasta ella desde otra región.

“Nos trae sonoridades de su tierra y del mundo, canciones de su creación, poemas musicalizados…”

Las ha alimentado con su voz increíble y su pasión sin afeites… Canciones de Marta Valdés, José Antonio Méndez, Oscar Hernández, María Teresa Vera, Sindo Garay y Silvio, quien la escucha atentamente desde el público.

Son versiones que traen el doble color del respeto a la obra y la libertad de cantarlas en su personal lenguaje.

Y si contáramos de principio a fin sobre el viaje de un concierto de casi tres horas que fluye como un río y que nos envuelve con emoción creciente, digamos que comienza con la bienvenida que nos damos mutuamente: nosotros desde la ilusión colectiva y ella desde el escenario de un país que siente más como un hogar que como estación de una intensa gira internacional.

Su guitarra es de una transparente elocuencia, su voz está llena de paisajes íntimos y se adueña del aire en el patio del Museo de Bellas Artes, como si saludara a cada persona del público mirándole a los ojos. Nos cuenta historias conmovedoras con las palabras justas.

“Silvia Pérez Cruz hace mucho tiempo es parte esta isla”.

Después invita a excelentes músicos, coterráneos suyos muy enlazados a Cuba: Juan Pastor en el contrabajo y Alfred Artigas en la guitarra; y luego convoca a entrañables y también excelentes artistas nuestros: Roly Berrío en la voz y guitarra, Katherine Herrero en la flauta, Marbis Manzanet en los coros, y junto a ellos nos regala esa comunión musical en la que se funde y festeja la vida.

Silvia nos hace cantar sintonizando emociones y raíces, sabiendo de los poderes sanadores del canto compartido y sabiendo sobre todo en estos instantes el bien que nos hace.

Y como si fueran pocos los motivos de gratitud, Silvia se vuelve la hermosa causa del encuentro, de la palabra cercana y del abrazo postergado hace tiempo, que por fin le damos a tanta gente querida, bajo el cielo nocturno recortado por el contorno del patio de Bellas Artes.

“Su guitarra es de una transparente elocuencia, su voz está llena de paisajes íntimos”.

Con este concierto que coincide con significativas fechas familiares ella celebra de manera muy especial la luminosa existencia de su padre Cástor Pérez, el hombre desbordado de sensibilidad que ya queremos sin haberlo conocido, solamente de escucharla contar esos pasajes de su vida en el mismo ir y venir de las habaneras…

El viajero que fue recopilando canciones a lo largo de veinte años… El padre que bordó un camino de melodías sobre el mar entre una península y una isla y se lo dejó como herencia para que ella siguiera regresando a nosotros.

Silvia Pérez Cruz hace mucho tiempo es parte esta isla.

“¿Volverá? Nunca se va: vuela y permanece, como vuela y permanece todo lo soñado”

Y como todo lo soñado es luz que nos pertenece.

Tomado del perfil de Facebook de la autora