Eduardo Lalo: “La escritura es una forma de estar en el mundo”

Liliana Molina Carbonell
28/1/2016

Ser corredor de fondo es lo primero que el escritor Eduardo Lalo dice haber hecho bien en la vida. Luego encontró en la literatura una manera de “estar en el mundo”. Pero antes de convertirse en un lector visceral y empezar a contar sus propias historias, el narrador boricua —Premio Rómulo Gallegos 2013 por la novela Simone— solía desafiar las distancias kilométricas de un entrenamiento riguroso, casi sobre humano, siempre al límite.

Foto: Tomada de La Ventana

“La literatura tiene algo de eso… A veces se trabaja en un proyecto durante años para poderlo concluir. De cierta forma, creo que un lector y un escritor son, también, corredores de fondo”, asegura el autor puertorriqueño, quien viajó recientemente a Cuba para integrar el jurado de la 57 edición del Premio Literario Casa de las Américas, en la categoría de Cuento.

El peruano César Vallejo y los argentinos Ernesto Sábato y Julio Cortázar, definieron el principio de su relación con el universo literario. Le enseñaron, según reconoce, un camino posible a seguir. O lo que en este caso es lo mismo: el sustrato de una vocación que parece haber nacido de su temprano y fortuito conocimiento de la pérdida y lo inconcluso.

“Siendo adolescente, formé parte del equipo de campo traviesa de la escuela donde estudiaba. Era algo que me entusiasmaba muchísimo, incluso existía cierta posibilidad de llegar a ser, si no un gran deportista, al menos un atleta con resultados satisfactorios. Corría bastante bien y estuve varios años haciéndolo. Sin embargo, hubo un momento en que cada vez que participaba en una carrera, me empezaba a faltar el aire en los últimos 200 metros y perdía varias posiciones.

“Para mí fue muy dramático. Tenía unas membranas atrofiadas que se inflamaban con el esfuerzo y apenas me permitían respirar. Correr se volvió  prácticamente imposible. Entonces empecé a leer, lo mismo un tratado de economía, que una novela: cualquier cosa que me cayera en las manos y pudiera conseguir. Un escritor —señala—es casi siempre, en primer lugar, un súper lector.

Ahora sigo leyendo de todo, principalmente poesía, filosofía y ensayos, pero también releo mucho. Llega el momento en que vuelvo a ciertos textos que leí hace años y me doy la oportunidad de reencontrar, quizá desde un acercamiento distinto.

“Ahora sigo leyendo de todo, principalmente poesía, filosofía y ensayos, pero también releo mucho. Llega el momento en que vuelvo a ciertos textos que leí hace años y me doy la oportunidad de reencontrar, quizá desde un acercamiento distinto. En uno también influye lo que no quiere ser y en esos inicios había muchas cosas que no me gustaban. Afortunadamente, creo que descubrí, por así decirlo, esa tradición literaria de gente que escribe de verdad y tiene un compromiso auténtico con la literatura”.

En el cuento no hay espacio para fallar

Como jurado del Premio Casa, Eduardo Lalo ha debido leer en tiempo récord más de una treintena de libros que compiten en la categoría de Cuento. Este año el certamen literario recibió 221 volúmenes en ese apartado y el proceso de evaluación, según uno puede deducir, parece casi tan intenso como esas carreras de fondo en las que él se vio retado alguna vez.

“Uno teme perder obras de mucho valor —advierte— porque la realidad es que resulta prácticamente imposible, en un período de tan pocos días, leer esa cantidad de materiales. Las autoridades de Casa de las Américas lo que hicieron fue repartir entre los cinco jurados un número equitativo de manuscritos, pero aún así son muchísimos”.

La presencia de valores literarios de una forma manifiesta, novedosa e intensa constituye, para el narrador boricua, el criterio más importante a tener en cuenta en el análisis de estas obras. Si bien reconoce que es vital acercarse con rigor a cualquier género, asegura que, en el caso específico del cuento, “no hay espacio para fallar. Cada palabra tiene que agarrar al lector desde el inicio. No se puede perder tiempo”.

De los textos que ha podido leer, destaca la existencia de propuestas interesantes, aunque, como es de esperar, “en los concursos literarios hay de todo”, afirma refiriéndose a la calidad de las obras presentadas.

“He visto libros de escritores que evidentemente están comenzando; todavía necesitan más trabajo, encontrar un estilo, una voz. Además, lo que estamos evaluando en esta categoría son libros de cuentos, y es fundamental que tengan cierta unidad. No es que todos aborden la misma temática o se desarrollen en el mismo ambiente, pero es importante que al menos se vea una sucesión orgánica de cuentos. Eso no lo he hallado en muchos de los manuscritos. Sin embargo, hay otros en los que sí está presente y pienso que también, como cuentos separados, son los mejores.

“De igual  modo, he percibido en algunos de los volúmenes una tendencia a hacer relatos muy breves que se acumulan. A veces hay decenas en un solo libro. Y creo que varios de ellos fallan, en parte, porque no existe la suficiente tensión dramática o el suficiente desarrollo de los personajes”.

Según plantea, la lectura de estos manuscritos representa una valiosa oportunidad para conocer los senderos por los que transita el cuento en Latinoamérica, un género “importantísimo” que, en su opinión, ha perdido relevancia durante las últimas décadas.

Factores comerciales y editoriales asociados con “la preponderancia que ha adquirido la novela” constituyen, de acuerdo con el autor de En el Burger King de la Calle San Francisco (1986) y La inutilidad (2004), una de las causas fundamentales que hoy atenta contra el devenir de la cuentística en la región.

Al cuento le ha ocurrido —en menor medida— lo mismo que a la poesía, que ha sido relegada.

“Al cuento le ha ocurrido —en menor medida— lo mismo que a la poesía, que ha sido relegada. Sin dudas, para un escritor es más difícil publicar en una editorial un libro de cuentos que una novela. Además, desde hace tiempo —aunque hoy me parece más evidente— se asume que el cuentista es un pichón de novelista, alguien que después de practicar con el cuento va a transitar hacia la escritura “de verdad”, y eso resulta totalmente falso. Creo que más bien se trata del aliento que tiene el escritor, en qué genero se siente cómodo y qué intenta explorar”.

La respuesta a esta última pregunta y las interrogantes relacionadas con las pulsiones vitales de su obra, son cuestionamientos que el también editor, ensayista y artista visual intenta responderse en cada uno de sus textos. “Eso es lo que uno trata de contestar a lo largo de toda la vida”, dice.

Aun así, reconoce la existencia de motivaciones que considera “muy banales para ser escritor” y que nada tienen que ver con su modo de asumir los procesos creativos.

“Principalmente después del boom, en los años 60 y comienzos de los 70, se generó la posibilidad de vivir de la literatura, incluso hacerse famoso mediante ella. No tengo nada en contra de eso, pero no es lo que me interesa. Prefiero otra tradición que se acerca a la literatura como un problema, como un modo de pensamiento. Para mí, la práctica de la escritura es una forma de estar en el mundo, un instrumento para relacionarme con él”.

De afectos, (re)encuentros y otras circunstancias

La invitación a participar como jurado del Premio Casa no solo le ha permitido a Eduardo Lalo formar parte de uno de los certámenes literarios más importantes de la región, sino también regresar a Cuba, su país natal, después de 54 años.

“Nací aquí, pero es lógico decir que no soy cubano. Como he afirmado más de una vez, uno es del lugar de sus afectos, y mis afectos, mi mundo literario, mi familia y amigos están en Puerto Rico, sobre todo en San Juan, que es la ciudad donde he vivido siempre. Por razones muy diversas, nunca había regresado a Cuba, así que estar aquí de nuevo me entusiasma muchísimo”.

Aunque esta Isla no forma parte de su memoria afectiva, en ocasiones le resulta inevitable responder alguna pregunta relacionada con su nacimiento en Cuba. En estos casos, prefiere compartir un recuerdo que le fue legado:

“Cuando mi padre vivía en La Habana, iba a una librería que —según contaba— estaba cerca del Ministerio de Hacienda. Muchas veces se encontró ahí, sentado a una mesa, fumando, a un señor grueso con el que habló en varias oportunidades, sin saber nunca que era José Lezama Lima. No sé si traiciono ese recuerdo paterno, pero lo cierto es que prefiero la agilidad de Virgilio Piñera, sus cuentos, su teatro, su poesía”.

Además de “la enorme riqueza literaria de este país, fundamental en el contexto latinoamericano”, afirma que hay otras muchas cosas que llaman su atención, sobre todo por lo que tienen en común las dos islas. “Aunque también por aquello en lo que difieren”, agrega enseguida. “Tengo curiosidad por visitar sitios, explorar distintos lugares de La Habana, ir a sus librerías…En Cienfuegos me fui con un compañero del jurado a recorrer la ciudad y fue muy interesante. Ojalá este sea el primero de otros viajes”.