En su imprescindible ensayo El 71 Jorge Fornet analiza con cuidadosa pupila la saga de acontecimientos derivados del que conocimos como Caso Padilla. Los desmarques derivados del sparring, algunos definitivos –como el de Vargas Llosa– otros temporales, definieron el más llevado y traído desencuentro entre la Revolución Cubana, obligada a radicalizar sus procederes, y algunos sectores de la intelectualidad de izquierda mundial. Estos últimos, evidentemente, no alcanzaron a entender que la dinámica revolucionaria necesitaba un replanteo en algunos de los enfoques culturales con que venía operando.

Portada del libro El 71: Anatomía de una crisis. Imagen: Tomada de Cubadebate

Sobre los hechos que antecedieron y sucedieron al caso se ha debatido mucho; se acuñó la etiqueta de Quinquenio Gris y, aún existen discursos desfasados con los cuales algunos, que ni parte tuvieron en el diferendo, pretenden cobrar cuentas de extinta data, solo azuzados por el ánimo de sacar réditos perpetuos acudiendo a la devaluación de un proceso político que, sin estar exento de errores, resulta, por su alcance y capacidad renovadora —coincido con Helmo Hernández—, uno de los más ricos y complejos fenómenos culturales que ha emprendido nuestra nación.

No me cebo en anacronismos, pues por lejano que le parezca a alguien este tema, las provocaciones más recientes en el terreno de la cultura guardan familiaridad con esos hechos de hace medio siglo. Salvando una infinidad de matices, el superobjetivo de los críticos de ambos momentos se resume en su empeño por desacreditar el contenido humanista de la Revolución Cubana, empezando por la cultura, todo al amparo de conceptos tan escurridizos y sesgadamente asumidos como: derechos humanos, democracia, libertad de expresión, ecumenismo dialógico. Ni aquellos comprendieron ni estos comprenden que a una revolución como la cubana no le sirven a plenitud, en la medida en que están cortadas, esas doradas túnicas, y que por eso se concentra en buscar los mismos beneficios activándolos desde un estado que insiste en discurrir a la luz de una perspectiva de equidad e inclusión total. El Estado, como regulador y garante, ha demostrado su capacidad para hacerlos valer; el mercado y sus tentáculos hegemónicos acaban convirtiéndolos en entelequias.

“…Salvando una infinidad de matices, el superobjetivo de los críticos de ambos momentos se resume en su empeño por desacreditar el contenido humanista de la Revolución Cubana, empezando por la cultura…”. Foto: Tomada de Cubaperiodistas

Apuntemos entonces algunos elementos diferenciadores: si bien los análisis de Fornet nos devuelven a la memoria las tensiones que el fenómeno generó, existe una zona del período que no ha recibido aún una mirada de similar profundidad; me refiero a la que abarcaría el modo en que tales acontecimientos influyeron o no, dentro de Cuba, en los territorios no capitalinos.

En otras ocasiones he escrito que la falta de un movimiento intelectual en provincias, nucleado en torno a liderazgos e instituciones fuertes, no propiciaba la expansión de aquel amargo debate más allá de los límites habaneros. Sus pautas instrumentales, en lo tocante a lo que se esperaba de la creación, sí marcaron algunas cotas de interés en nuestras dinámicas. Las tesis del I Congreso de Educación y Cultura —corolario del citado Caso— recetaron como ineludibles en la construcción del socialismo ciertas rutas temáticas y estilísticas que dejaban poco espacio a la experimentación, mientras daban la espalda a una tradición que difería mucho de aquel referente europeo oriental en cuyo seno político nos integrábamos. En lo tocante a esos equívocos lineamientos, sí existió una coincidencia nacional, aunque los principiantes que éramos no las sentíamos como imposición, consecuencia de que nuestras apropiaciones e interpretaciones del contexto cultural aún se correspondían con el estatus de aficionados.

Si atendemos a que en provincias la mayoría de los proyectos para la atención y promoción de la literatura eran espacios fundacionales, de corta ejecutoria, el período resultó productivo en tanto propició la socialización de aspectos de naturaleza técnica y conceptual, a través de los talleres literarios, eventos e incipientes publicaciones que constituyeron el embrión donde cobró vida lo que, apenas dos décadas después, con todo rigor conceptual, se estableció como un movimiento capaz de asimilar y expandir hasta niveles cuantitativos y cualitativos inéditos el panteón literario de la nación.

Seamos conscientes —con la perspectiva de hoy y a bordo de la memoria— de que editoriales como Matanzas, Vigía, La Luz, Holguín, Capiro, Sed de Belleza o Ácana, centros irradiadores de un inclusivo e integral repertorio de acciones socioculturales, ofertan iguales, y en ocasiones mejores realizaciones que muchas de las que tienen su sede en la capital. Los espacios reflexivos y de otros intercambios activados en el aún corto espacio histórico de cinco décadas también dan testimonio sobre la cosecha de inteligencia derivada de las generosas políticas culturales y educativas fomentadas a través de principios y acciones que nunca han dejado de repensarse.

Acudí a estas ideas, aunque algunos pudieran considerarlas traídas por los pelos, porque tengo la certeza de que constituyen un poderoso argumento para rebatir los desafueros con que en estos días algunos “críticos” aspiran a desacreditar la institucionalidad con la aspiración de que ese derrumbe arrase también con el sistema político. Hacer mucho más visible la riqueza cultural y profundidad reflexiva de los procesos literarios desarrollados en la mayoría de las provincias cubanas, porta una magnitud y una profundidad muy difícil de revertir con mentiras.

“…El micrófono envenenado de las redes sociales, con todo y sus poderes, no es capaz de apagar el coro de voces que en la cotidianeidad, y en la geografía total, y hasta en los medios donde la verdad es perfil, se incorpora a los debates como inteligencia colectiva…”. Foto: Cubaperiodistas

Hoy vivimos en un país muy diferente al de hace medio siglo. Los intelectuales del mal llamado interior entramos a fondo en los debates y ponemos algunos puntos sobre las íes. Los congresos de la Uneac, la AHS, la UPEC, la UNHIC no discurren irrigados por el elemento de intolerancia defensiva y sospecha que pudo haber animado al de Educación y Cultura en 1971. El micrófono envenenado de las redes sociales, con todo y sus poderes, no es capaz de apagar el coro de voces que en la cotidianeidad, y en la geografía total, y hasta en los medios donde la verdad es perfil, se incorpora a los debates como inteligencia colectiva, lo mismo en Santiago de Cuba, que en Jatibonico, Santa Clara, Sancti Spíritus, Pinar del Río, Artemisa o cualquier otro espacio de nuestra fertilizada atmósfera cultural.

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