El arte de develar en las letras los sucesos ocultos de la América Latina

María Carla Gárciga
18/2/2016
Foto: Abel Carmenate
 

Con solo 19 años, Fernando Butazzoni partió de Uruguay hacia el exilio, luego de varios arrestos por integrarse a la lucha política contra el gobierno de Jorge Pacheco Areco. Comenzaría así un itinerario por diferentes países de América Latina, experiencias múltiples que, sin duda, fueron sembrando en él las semillas del escritor que es hoy. Su obra es testigo de la inquietud constante que lo ha atravesado siempre, esa de indagar en el pasado lejano y reciente de Nuestra América desde un enfoque cuestionador. En sus historias noveladas, descubre no pocos secretos ocultos y destruye mitos enraizados por décadas, exponiendo, sin reservas, esas venas abiertas que tanto estremecieron también a su compatriota y colega Eduardo Galeano.

En esta edición de la Feria Internacional del Libro dedicada a la República Oriental del Uruguay, el autor de Príncipe de la muerte (Editorial Arte y Literatura, 2013) y Las cenizas del Cóndor (Casa de las Américas, 2015) acude como una de las figuras invitadas a una tierra que no le es desconocida, una tierra que lo acogió hace más de 30 años y le mostró un universo cultural infinito. Ahora regresa para presentar Las cenizas…, novela reconocida con el Premio Honorífico José María Arguedas; para dialogar sobre las novelas históricas, el binomio libros y mercado, y la historia política uruguaya, pero también, para reencontrar viejos amigos y retornar a la que fue su Casa.

“El exilio ha sido una bisagra en mi vida”
Según confiesa el intelectual uruguayo, una parte importante de su formación emocional y cultural está fuertemente marcada por la vida de exiliado: “Esas experiencias tan traumáticas te cambian para siempre, a algunos para bien y a otros para mal, pero inevitablemente te cambian. Recuerdo siempre las estancias, la gente que me ayudó, las angustias, y creo que todo eso se va depositando en una memoria afectiva que termina siendo una especie de esqueleto emocional a partir del cual uno opera. De ahí que mi escritura, por lo menos desde el punto de vista psicológico, esté muy marcada por el exilio, que ha sido una bisagra en mi vida”.

La experiencia en Chile durante el gobierno de Allende lo puso frente a otros muchos exiliados de distintos países latinoamericanos: brasileños, bolivianos, argentinos, uruguayos… Pero era evidente el deterioro que experimentaba la situación política del país y las exiguas posibilidades del presidente para seguir con su proyecto adelante. Así, el joven Butazzoni llegó a Cuba en 1973, donde vivió durante siete años. Aquí estudió en la Universidad de Oriente, fue profesor de Enseñanza Secundaria y escribió programas de radio. En 1979, a los 25 años, obtuvo el Premio Literario Casa de las Américas con su libro de cuentos Los días de nuestra sangre. Fue este el inicio de un camino sin retorno por la narrativa, el impulso que necesitaba para asegurarse de que, con dedicación y empeño, podía convertirse en escritor.

 "Empecé a escribir cuentos, pero no tenía con quién compartirlos, no sabía si era literatura o no".“Cuando gané el premio, vivía exiliado en una provincia que, siempre digo en broma, estaba más cerca de Haití que de La Habana; era un exilio dentro del exilio. Empecé a escribir cuentos, pero no tenía con quién compartirlos, no sabía si era literatura o no. Los mandé al premio y el hecho de ganarlo fue una confirmación de que podía ser escritor si me lo proponía y trabajaba mucho. Buena parte de mi formación intelectual se la debo a mi estancia en Cuba y a ese reconocimiento, pues creo que debo haber sido de los premiados más jóvenes”.   

Poco después, el escritor uruguayo marchó a Nicaragua, donde formó parte del Frente Sandinista de Liberación Nacional en la lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza. Allí se enroló en varias batallas y en la toma de ciudades y pueblos. Al finalizar la guerra, escribió su poemario De la noche y la fiesta, mención en el Premio Internacional de Poesía Rubén Darío. Sin embargo, la etapa de combate en la revolución nicaragüense no es un hecho que lo enorgullezca demasiado:

“Fue una experiencia muy dura; la guerra siempre te deja cicatrices de las cuales no vale la pena hablar. Mi único gran orgullo fue que los sandinistas, cuando triunfaron, dijeron que eran un gobierno provisorio, que iban a llamar a elecciones y el pueblo iba a decidir quién gobernaría Nicaragua, y cumplieron. Organizaron al país y llamaron a elecciones. A veces las ganaron y a veces las perdieron, pero esa capacidad de no atornillarse a los sillones de mando es un gran aporte a la democracia auténtica en América Latina”.

"Fue muy importante para mí, con 27 años, tener la oportunidad de intercambiar con Cortázar, Gelman, Benedetti, Galeano… todos me enseñaron a pensar y eso tuvo un peso en mi desarrollo cultural posterior”.

Luego regresó a Cuba y trabajó durante dos años en Casa de las Américas, vivencia que califica como una gran beca cultural que le otorgó una visión muy enriquecedora de la cultura y la vida literaria. “Allí conocí a varios escritores y artistas latinoamericanos, pero también a muchos cubanos, de los cuales tengo amigos que perduran hasta hoy. Algunos ya murieron, como Raúl Hernández Novás, un extraordinario poeta, y otros viven, como Roberto Fernández Retamar, Arturo Arango, Leonardo Padura, Senel Paz. Fue muy importante para mí, con 27 años, tener la oportunidad de intercambiar con Cortázar, Gelman, Benedetti, Galeano… todos me enseñaron a pensar y eso tuvo un peso en mi desarrollo cultural posterior”.

“Si algo ha marcado mi obra es la investigación histórica documentada”
Los lectores cubanos tienen el privilegio de apreciar dos de las historias noveladas más relevantes de la obra de Butazzoni: Príncipe de la muerte, que se desarrolla a mediados del siglo XIX y está basada en el personaje de Montenegro; y Las cenizas del Cóndor, recreación de un testimonio personal lleno de misterios y acertijos en el contexto de las dictaduras latinoamericanas.

La primera se adentra en la vida de una figura polémica de la historia del continente sobre el cual, según confiesa el propio Butazzoni, solo existen cinco o seis datos historiográficos documentados. La inspiración nació de la idea de que el protagonista encarnaba un prototipo que podía ser fácilmente ubicado a finales del siglo XX, época en la que también se contrataban personajes siniestros para cometer crímenes políticos.

“El libro fue una especie de versión en pasado de cosas que nos habían ocurrido en el presente. Creo que la polémica se genera a partir de cuestionar a los grandes héroes de la historia latinoamericana. Por ejemplo, a Sarmiento, que era un tipo muy complicado y mucho más siniestro que Montenegro, la historiografía oficial lo tiene como una especie de santo de la libertad y la democracia. Contar algunas de las cosas que pensaba Sarmiento sirvió para desnudar un poco ese mito y colocarlo más en un plano político real de lo que pensaba un hombre a mediados del siglo XIX. Si algo ha marcado mi obra es la investigación histórica documentada, con muchos informes y datos que me sirven para construir una atmósfera creíble”.

"Si algo ha marcado mi obra es la investigación histórica documentada, con muchos informes y datos que me sirven para construir una atmósfera creíble”.Además, la presente edición de la Feria se prestigia con la publicación de su volumen Las cenizas del Cóndor, galardonado también con el premio Bartolomé Hidalgo que confiere la Cámara Uruguaya del Libro a la mejor novela del año. Todo comenzó cuando, en medio de un programa de radio en el que trabajaba, se le acercó un chico y le espetó: “Creo que soy hijo de desaparecidos”. Fue el inicio de una larga y profunda investigación para descubrir la verdad tras esa realidad aparente. Así, se le presentó al narrador un extenso panorama de lo que había pasado en América Latina en los años 70 del siglo pasado.  

“Muchas de las cosas que se sabían no eran como se decían y otras no se conocían. Traté de organizar todo eso en un libro que, en realidad, es un híbrido entre el reportaje, la novela y la crónica, yo diría que es una especie de gigantesca fotografía de un momento determinado de la historia latinoamericana. Las cenizas del Cóndor constituye la depuración final de un cierto estilo de trabajo que reafirma un principio expresado muy bien por Tomás Eloy Martínez: existen ficciones verdaderas, es decir, ficciones que son la única posibilidad de entender los hechos que pasaron en la realidad. Muchas veces, en América Latina, la realidad ha servido para esconder la verdad, y en este caso, lo que narro en la novela es absolutamente cierto.  

"Muchas veces, en América Latina, la realidad ha servido para esconder la verdad, y en este caso, lo que narro en la novela es absolutamente cierto".  “Fue un gran desafío convencer a los protagonistas directos, principales y secundarios, de que me contaran la historia, sobre todo de episodios que fueron muy polémicos y dolorosos. Persuadir a Aurora Sánchez, la protagonista de la novela, de que me relatara su vida, y a un agente del servicio secreto soviético de la época, de que confesara algunos entretelones del trabajo de ellos en América Latina, me resultó muy difícil. Todos los testigos vivos se guardaban una parte de la verdad o contaban las cosas de manera general. También fue muy complejo investigar en medio de una enorme cantidad de documentos que habían sido muy manoseados y alterados durante la época en que ocurrieron los hechos, pero yo quería que todo fuera absolutamente preciso, pues lo que le ha faltado a la historiografía latinoamericana de esa época es justamente eso, la precisión. Me llevó mucho trabajo y años de espera, hasta encontrar el dato final, totalmente confirmado”.

“El cine me ha ayudado a pensar la escritura con menos urgencia”
Junto a su labor de escritor y periodista, Butazzoni ha desarrollado una exitosa carrera como guionista de cine que le ha valido no pocos reconocimientos. Al séptimo arte se vinculó desde 1986, a partir de un proyecto con su novela El tigre y la nieve, que nunca se concretó. Aun así, quedó fascinado y continuó escribiendo guiones de filmes, como Un lugar lejano (2009), basado en su novela del mismo nombre; Des-autorizados (2010) y Esclavo de Dios (2013). En estos momentos, se encuentra trabajando en una adaptación de Las cenizas del Cóndor que será coproducida por España, Argentina y Uruguay.

“El cine me ha llevado a perfeccionar algunos aspectos que en la escritura literaria no se atienden con tanta insistencia por parte del autor, como la creación de atmósferas claras, la edición de secuencias de una acción determinada y la construcción de personajes sobre bases sólidas que pueden no ser mostradas al lector o espectador, pero que deben estar fuertemente armadas. En el cine no hay manera de construir una escena entre dos o tres personajes sin que no se sepa claramente qué función cumple cada uno y cómo es. Puede haber un personaje que aparezca en una sola escena y el público lo va a vivir como verdadero si todos esos elementos están integrados en la composición del actor que representa el papel.

 "El cine me ha ayudado a pensar la escritura con menos urgencia".“También me ha servido para pulir la paciencia, porque desde que inicias tu participación en un proyecto y se termina estrenando la película pasan tres, cuatro o cinco años. El cine me ha ayudado a pensar la escritura con menos urgencia. Publicar para mí ya no es una prioridad demasiado importante; me divierto mucho más escribiendo que promoviendo mis libros, y creo que es un aporte de esa mirada a largo plazo que me ha dado el cine”.

“Las futuras generaciones deberán construir alternativas políticas realistas y factibles”
Quien ha sido estudioso y testigo de no pocos sucesos relevantes del continente, percibe hoy a América Latina en una situación mucho más favorable y avanzada desde el punto de vista de las libertades y la institucionalidad política que hace 10 o 20 años. “Hay una serie de procesos políticos que han tenido idas y venidas, algunos con mayor fortuna que otros. Los jóvenes de hoy están en condiciones muchísimo mejores que las que tuvimos nosotros para pensar y construir el socialismo del siglo XXI, para luchar por una sociedad más democrática, justa, con mejor distribución de las riquezas, mayor libertad e integración con el resto del mundo. Las futuras generaciones deberán construir alternativas políticas realistas y factibles, con herramientas que nosotros no poseíamos.

 "Las futuras generaciones deberán construir alternativas políticas realistas y factibles, con herramientas que nosotros no poseíamos".“La visión general que tengo es positiva, si bien hay dos o tres problemas gravísimos en el continente. Uno de ellos es la corrupción, un fenómeno que nos ha comprometido seriamente a todos y debe extirparse como sea. También es importante vincular de manera creativa y adecuada la justicia social con las libertades concretas individuales de ir, venir, pensar, expresarse, opinar, protestar; eso tiene que aprenderse. Si algo le pasó a la Unión Soviética fue su incapacidad de articular estos dos elementos, y esa es una de las claves de porqué fracasó el socialismo en esa parte del mundo. Había una concepción verticalista que no se compadecía de los sueños y utopías de la gente común y corriente. Con eso debemos tener una mirada muy atenta y ser autocríticos, porque la izquierda en América Latina no ha sido lo suficientemente autocrítica como para desnudarse y volver a buscar la ropa necesaria para vestirse de nuevo. Por lo tanto, hay trabajo todavía para muchas décadas”.