El arte de José Manuel Fors

Carina Pino Santos
20/1/2017

El otorgamiento del Premio Nacional de Artes Plásticas 2016 al artista cubano José Manuel Fors se realizó en el teatro del Museo Nacional de Bellas Artes, totalmente lleno en esta ocasión.


Foto: Gonzalo Vidal

Quizá su nombre no le sea conocido a muchos. Y es que no es frecuente hallar promociones sobre él en los medios, ni se le encuentra en reuniones sociales o festivas del entorno artístico. Es un hombre discreto y apenas se le conoce como una figura pública. Sin embargo, al ser honrado con el máximo galardón que se le da en la Isla a un artista visual vivo y residente en el país, su trayectoria profesional emerge y debe darse a conocer por su excelencia. De ahí que sea necesario precisar los relevantes reconocimientos que ha obtenido a lo largo de más de 30 años de quehacer creativo.

José Manuel Fors ha sido merecedor de la Distinción por la Cultura Nacional del Ministerio de Cultura (1999) y del Diploma al Mérito Artístico que otorga el Instituto Superior de Arte (2001); obtuvo la Medalla de Oro del 49 Salón Internacional de Fotografía de Japón (1989) y ostenta como categoría docente especial la de ser Profesor Consultante en el Instituto Superior de Arte (2001). Asimismo, sus obras se hallan en prestigiosas colecciones de arte en museos de los Estados Unidos, también en Venezuela, Nicaragua y, por supuesto, Cuba.

Luego de dialogar con él, resulta fácil describirle. Fors es un creador laborioso, inxiliado en su hogar, donde su prioridad máxima es concentrarse en la creación artística. “Tengo guardado el televisor en un closet, sin antena”, me dijo con naturalidad hace unos días en entrevista reciente que le realicé en el Estudio de 7 y 60, en Miramar. Pudiera pensarse que alguien así está distante de la dinámica contemporánea del arte. Sin embargo, nada más alejado de su vida artística y del papel que ha desempeñado en el curso del arte cubano de finales del siglo XX e inicios del XXI.


Foto: Gonzalo Vidal

Fors fue uno de los iniciadores de la vanguardia de fines del siglo XX en Cuba, integrante del llamado Nuevo Arte Cubano. Pintura fresca (1978), una primera exposición de esa vanguardia que cambió las coordenadas de las artes visuales, se realizó en su casa, antes que las exhibiciones Volumen Uno (1981), Sano y sabroso y Trece artistas jóvenes, en ese mismo año, muestras que la historia del arte cubano confirma como estratégicas en esa ruptura vanguardista.

De ese periodo innovador para el arte cubano es Hojarasca (1983), una de las obras cuya versión de 1991 se exhibe como ejemplo de esta importante etapa en la sala de arte contemporáneo que abarca el periodo de 1979 a 1996 en el Museo Nacional de Bellas Artes, en el edificio de Arte Cubano.

Es preciso señalar cómo la formación docente ha tenido una incidencia en su profesionalismo y en la meticulosidad que se observa en sus piezas. Estudió en la Academia de San Alejandro (1972-1976), y luego en el Instituto de Museología (1986).

Su arte toma del land art, del arte povera o arte pobre, del conceptualismo, del minimal; trabaja tanto la instalación como el cuadro bidimensional. Asume la fotografía como punto de partida y elemento para realizar instalaciones, y a la vez toma imágenes instalativas y conforma cuadros con estas. Emplea formas que van desde la figuración hasta un concepto de abstracción artística, que está ahora más presente que nunca en su obra; ello hace difícil designar su creación solo como figurativa o abstracta. Este amplio abanico de medios, morfologías, tendencias y técnicas que Fors evidencia, ha incitado a la prestigiosa curadora Corina Matamoros a definir que “es arriesgado precisar su trabajo dentro de un campo artístico”.

Es necesario subrayar que, aunque se le califica como fotógrafo, José Manuel Fors se niega rotundamente a ser reconocido solo como tal. “Uso la fotografía como un pintor emplea un pincel”, me precisó en la entrevista que le realizara en su estudio de Miramar.


“Hojarasca” Foto: Internet

En su trabajo la memoria no delinea una reflexión puramente teórica, ni tampoco implica una cita nostálgica al pasado; más bien se sitúa en un punto equidistante, donde se equilibran ambas miradas. Toda su práctica es atravesada por una introspección espiritual que sedimenta en aspectos autobiográficos, familiares, así como en referencias poéticas, literarias, científicas, entre otras.

A la vez, es visible su intención por intelectualizar ese imaginario visual, es decir, dotarlo de una perspectiva racional; sus composiciones parecen ser expresión de un mundo que ahí afuera puede resultar caótico, pero que en estas se ordena a semejanza del discurso analítico de un arqueólogo. De ahí el empleo de elementos que se reiteran en muchas piezas, ya sea en los materiales usados una y otra vez, en el recorte similar en estructura, forma o tamaño de fotos (por ejemplo, en negativos de 35 milímetros impresos por contactos de 1.5 cm), en el uso de ciertos objetos encontrados o en las armazones que de ellos quedan.

Todo se integra en un ritmo y composición armoniosa que dota a su estética de una peculiaridad personal: aquella que nos habla del tiempo una y otra vez, del pasado y el presente; así como de la historia doméstica, íntima y familiar, o la que hace referencia a la naturaleza, algo que distingue su obra de otros artistas contemporáneos. Los títulos que da a sus series, conjuntos de obras o exposiciones, delatan ese espíritu. Es algo que puede observarse desde Acumulaciones (1983), El paso del tiempo, proyectos naturalezas conjuradas (1995), Los Retratos (1997, VI Bienal de La Habana), Los Objetos Fotográficos (2003 y 2010), y más recientemente en Fragmentos (2011), tema que se extiende en diversas aristas hasta hoy.

La naturaleza no es en Fors un paisaje ajeno al hombre. Hay siempre un detalle que delata, de forma indirecta, su presencia, ya sea una huella suya en la tierra, el accionar de la propia manipulación del artista en los objetos y fotografías, o en el elemento hallado que capta con su cámara, y que luego es superpuesto, manipulado y trastocado.


“Objetos” Foto: Internet

José Manuel Fors también emplea el decollage. En la última obra que vi en su Estudio de 7 y 60, experimenta y conforma una obra matérica con desgarramientos de papel que caen en hiladas continuas.

El concepto del tiempo es uno de los aspectos que considero más sugestivos y transversales en su obra toda. No como la flecha unidireccional que solemos percibir en la vida diaria. Tampoco en su circularidad. Más bien se trata de la sensibilidad de un geólogo o astrofísico que devela las capas superpuestas del tiempo, concepción impregnada en sus piezas de un manifiesto lirismo, ya sea en los colores apagados; en los objetos antiguos o desusados que algún día quedaron relegados en algún lugar y que son refuncionalizados; en el empleo de postales o cartas anudadas, de libros y cuadernos viejos que alguien desechó o aquellos que los libreros descartan; y en los elementos naturales y artificiales que ata con hilos, sogas o cuerdas.

En esa dirección aún se encuentra su labor, si se recuerda el título de su última pieza vista en Cuba en La Cabaña, durante la XII Bienal de La Habana en 2015, nombrada El peso leve de todo lo creado.

Del mismo modo, José Manuel Fors suele inspirarse en la literatura. Títulos de poemas, o versos de los poetas Eliseo Diego y Dulce María Loynaz, son puntos de partida o nombran algunas de sus obras. A la vez, se ha sentido motivado por alguna frase de escritores como Hemingway o Bradbury.

Siempre la composición es diseñada con prolijidad y armonía. Sus piezas sugieren que han sido realizadas en una callada quietud. Y en efecto, Fors me ha confirmado que trabaja generalmente en silencio. Al final, y derivado de ello, sus obras destilan un delicado refinamiento que nunca llega a rozar lo cursi.

Resultaría infructuoso buscar un pasaje que sea indeleble en lo artístico, conceptual o estético a lo largo de estas tres décadas en la creación artística de José Manuel Fors. La dedicación, el esmero y la calidad, son  distintivos que dignifican el reconocimiento que le otorga hoy la cultura nacional.