El arte de recordar

Víctor Fowler
16/9/2019

“… ¡ay del que no tiene un recuerdo de desinterés con que calentarse en el invierno, la dichosa memoria de una hora pura de servicio humano, de amistad o de libertad, de cariño o de justicia, de compasión o de limosna!”.

José Martí, En casa

 

“Vengan bien las loanzas cuando ellas enarcan actitudes y brechas. Pues ya entre nosotros al hacerse la historia más habitable y cercana, preferencias por nombres o hechos cobran decisiones de símbolos”.

José Lezama Lima, Coordenadas habaneras, 57.

 

“Mis compañeros, además, no están ni olvidados ni muertos: viven hoy más que nunca y sus matadores han de ver aterrorizados cómo surge de sus cadáveres heroicos el espectro victorioso de sus ideas”.

Fidel Castro, La historia me absolverá.

Foto: La Demajagua
 

En la cita de Martí, el acto de recordar constituye manifestación y prueba de la condición humana, ventana abierta sobre la verdad interior de la persona. Sus palabras hay que entenderlas tanto en su sentido recto como en el metafórico, como avisos poéticos de toda la sequedad de alma que se apoderaría de quien no guarde memoria de desinterés, servicio humano, amistad, libertad, cariño, justicia, compasión o limosna. Cuando se analizan las palabras no solo vemos que todas se oponen al egoísmo y al aislamiento, sino que implican acciones que solo pueden ser realizadas en compañía; además, se trata de acciones que no pueden ser hechas sin un gran amor a los demás y, en especial, a los que más padecen. La memoria mantiene vivo el momento de amor, de manera que regresar allí nos permite experimentar otra vez ese instante que recuerda lo que mejor podemos ser como individuos en sociedad.

La cita de Lezama, por su parte, se fundamenta en tres niveles: las loas (suerte de aspecto externo de la celebración), la historia “más habitable y cercana” (el proceso y esfuerzo de la construcción nacional, así como el modo en que los individuos lo interiorizan) y la elección de nombres o hechos merecedores de elogio (cosa que equivale a la voluntad de recordar). En la construcción lezamiana la Historia nacional es un proceso de manifestación de una identidad que experimenta la Nación como un intermedio entre una enorme casa común y un acompañamiento maternal; si esta casa de todos es un continuo, lo que el autor llama “actitudes y brechas” establece la diferencia de las conductas o acontecimientos trascendentes, aquellos que merecen ser resaltados y que entonces “cobran decisiones de símbolos”.

En el contexto del párrafo, cobrar decisión de símbolo explica que esa conducta es algo que se decide, un querer ser, un acto de la voluntad que viene siempre junto con cuotas de sacrificio; la calidad de símbolo, por su parte, hace que la existencia de un hecho o la actitud de una persona sean lo bastante poderosos como para identificar al pueblo entero o como para invitarlo a imitar el hecho o la actitud. El símbolo es, a la misma vez, un modo de concentrar en una figura o suceso los significados pasados, más una especie de convocatoria que nos llega desde el futuro; a través del símbolo rendimos homenaje a lo que sucedió y nos elevamos hacia donde nos esperan los sueños personales y ciudadanos que proyectamos: el futuro.

De ahí la radicalidad de la tercera de las citas, pronunciada por Fidel Castro en su autodefensa durante la celebración del juicio por el asalto al cuartel Moncada. ¿Cómo podían no estar olvidados los que —mediante la acción combinada de políticos, medios de prensa e instancias de la reproducción de cultura e ideas en la época— iban a ser olvidados? ¿Cómo podían no morir los que estaban muertos ya? ¿En qué lugar otro continúa viviendo el que según todo indicio físico murió? La voluntad de ser más fuerte que todas las fuerzas de un poder hostil e incluso que la más absoluta de las negaciones, la muerte, explica el lugar, el valor y el sentido de esta memoria en el proceso de construcción nacional. La existencia heroica genera vida dentro de la muerte y el acto de memoria, ese “viven hoy más que nunca”, termina de completar su sentido en la construcción de futuro con la que cierra la frase: “sus matadores han de ver…”. De este modo, la muerte es solo una pausa en la continuidad trascendente, que es el devenir de la historia nacional. Recordar es un gesto político, una decisión, un acto de la voluntad, una manifestación del “querer ser.” Recordar nos identifica, nos define, permite saber lo que ha sido nuestro pasado y expresa el tipo de persona y sociedad que desearíamos para el futuro.

Foto: @Radiocamaguey
 

Hace algo así como un mes, pasé a saludar a un amigo en su nueva oficina. La mesa estaba cubierta de papeles, pasaba de uno a otro haciendo marcas, los ordenaba en sucesión precisa, reunía fechas para su propuesta de “plan de actividades” para el año próximo. Lecturas de poemas, coloquios, jornadas de homenaje a uno u otro autor, presentaciones de libros, la presencia en un programa de televisión, paneles, mesas de discusión y otras cien formas eran distribuidas a lo largo de meses y semanas. Fue mirándolo a él que pensé que valía la pena escribir sobre la enorme responsabilidad cultural, social y política que en sus manos tienen los diseñadores de programas culturales, los promotores culturales, así como todos aquellos que, a este respecto, ejercen funciones de dirección y control.

Recordar, tal como enseña la cita de Martí, es abrirnos hacia los demás, es buscarlos, es compartir el amor hacia los momentos de grandeza y belleza que señalan lo más elevado de la especie humana. Cuando una de estas fechas nos es propuesta, explicada, llenada de contenido y vida desde algún medio de comunicación, no solo nos es entregado un fragmento de pasado para que podamos reproducirlo con la imaginación (sea esto la acción de un revolucionario, la escritura de un poema o la consecución de un extraordinario récord deportivo), sino que somos invitados a identificarnos aún más con el país y su cultura, además de que se nos pide que mantengamos vivo ese momento y lo prolonguemos en el tiempo. Recordar es una expansión de la identidad y manera de expresar orgullo.

Al mismo tiempo que lo anterior, el acto de reconocimiento implica humildad y un amor que desborda cualquier estrecho límite chovinista, de manera que recordar es también un momento de diálogo con el mundo; de entre la enorme masa de acontecimientos que hacen el devenir humano rescatamos figuras y acontecimientos del arte, la literatura, el deporte, la ciencia, la política, las luchas sociales y revolucionarias. De nuestro país y del mundo, como parte de una propuesta de diálogo cultural tan duradero como la especie humana misma. ¿Qué recordar, celebrar, homenajear, discutir? ¿De qué manera hacerlo? ¿Qué no debe ser olvidado? ¿Qué tendría que ser distinguido, como una suerte de imperativo de supervivencia para el país y su cultura? ¿Con qué otros países vamos a dialogar cuando hacemos un acto de memoria? Estas son, entre otras muchas, algunas de las preguntas que se hacen promotores y diseñadores de programas culturales, maestros, comunicadores sociales, directivos y políticos.

Hace años, Armando Hart, entonces ministro de Cultura, decía esta frase que sonaba como una extraña construcción lingüística a la vez que era portadora de una exacta sabiduría: “los problemas de la cultura necesitan de una solución cultural”. Solo con una enorme cultura es posible elegir, seleccionar, proponer qué debe ser recordado y las formas en las cuales hacerlo. Hablamos de un escenario de transmisión de ideas a través de un proceso que establece complejas dialécticas entre el pasado y el futuro, lo extraordinario y lo común, el sacrificio y el futuro, la vida y la muerte, el país y el mundo. Solo sintiendo el peso de la responsabilidad social, cultural y política que tales encargos demandan es posible enfrentarlos. Solo leyendo más cada día, debatiendo, aumentando nuestros conocimientos sobre arte, literatura, historia, política, economía y, en general, cultura vamos a poder convertir la celebración en algo más que una tarea a cumplir.

 Obra de Tomás Rodríguez Zayas (Tomy). Foto: Cubadebate
 

Recordar es una expresión de delicadeza, elegancia y firmeza. Una muestra de la capacidad del respeto y la capacidad de amor de que somos capaces. Un ejemplo de la profundidad y amplitud de nuestro conocimiento sobre el mundo. Una expresión de todo lo que nunca vamos a olvidar y de todo cuanto queremos emular y alcanzar, del tipo de ejemplos que proponemos a las generaciones más jóvenes del país para que sigan. Es, en fin, una puerta abierta al futuro y un arte.