El artista se renueva (I)

Lisbet Penín Matos, Rubén Padrón Garriga
16/10/2018

Hacer reír y pensar resulta tarea difícil, pero más difícil aún es compartir el trabajo creativo con una gestión institucional que permita expandir esa propia labor a diferentes espacios. Es el caso de Kike Quiñones, quien, además de desempeñarse como humorista, presentador y actor, dirige el Centro Promotor del Humor desde 2011.

El espacio La Sabatina, iniciativa del historiador Ernesto Limia que cada sábado a las 2:00 p.m. nos convoca al Centro Cultural Fresa y Chocolate para develar los vínculos, a veces poco visibles, entre historia, arte, ciencia, deporte, humor… fue la motivación para conversar con este artista y gestor institucional que aboga por un humor inteligente, capaz de llegar a todos los públicos para pensarnos como sociedad.


Fotos: Internet

 

Licenciado en Educación en la especialidad Lengua y Literatura Inglesa, Quiñones dio sus primeros pasos como humorista en los predios de la Universidad de Pinar del Río, dentro del movimiento de artistas aficionados de la FEU y, actualmente, se reencuentra con la academia, pues prepara su tesis de maestría en el ISA.

En su intervención en La Sabatina, el creador de personajes de gran popularidad analizó las tendencias que han marcado el humor en Cuba a lo largo de la historia, desde “Los negros catedráticos”, allá por el siglo XIX, pasando por la famosa tríada del “Negrito-Gallego-Mulata”, hasta los espectáculos más contemporáneos. Fue una buena ocasión para intercambiar con él en un ambiente de cómplice intimidad, acercarnos a su historia y polemizar sobre un tema tan abarcador y complejo como el humor:

¿Qué encontró en el humor? ¿Por qué dedicarse a él por completo?

El humor tiene una magia muy especial en la comunicación con la gente, con su mundo referencial; es el resultado de un proceso que va desde la creación hasta el impacto, el feedback con el público. También tiene la posibilidad de renovarse contantemente, te obliga a buscar, explorar, estudiar y, por supuesto, ser muy observador. Eso fue lo que me atrajo.

En Cuba tenemos una manera peculiar de representar el humor. Todavía mantenemos una tradición vernacular que implica crear personajes. No solo es hacer chistes, como alguien “simpático”, sino una búsqueda que va mucho más allá. Se trata de construir un personaje a partir de una situación, jugar con él desde el punto de vista escénico y valerse de esos resortes. Como a mí me gusta representar personajes, lo mismo humorísticos que dramáticos, es una manera de sentirme realizado como actor, a pesar de no tener una formación académica.

¿Qué beneficios le ha traído el humor?

Me ha enseñado a conocer mejor a las personas, desentrañar cómo piensa la gente más popular, aquellas personas lejanas del mundo académico, pero que hacen posible la existencia de una nación; hombres y mujeres que nutren con sus actitudes y maneras de asumir la vida diferentes puntos de vista de los creadores.

También me ha acercado mucho a la universalidad de la cultura, porque el humor está presente en todas las expresiones artísticas y culturales de un país, y en Cuba también: desde el folclor campesino, pasando por la tradición afrocubana y, por supuesto, por las expresiones más populares, hasta lo más “elevado”, desde el punto de vista de elaboración. Considero que esa variante es algo especial que tiene el humor y no la poseen otras artes.

¿Cómo se define Kike Quiñones como humorista? ¿Qué tiene de especial?

Tal vez mi mayor virtud dentro de la creación humorística sea la constante búsqueda. Yo no paro de trabajar, investigar y tratar de renovar mi manera de expresar el humor. En mis espectáculos siempre encuentras música; antes lo hacía con backgrounds, ya hoy tengo un grupo musical que me acompaña con siete músicos, un formato que perfectamente pudiera ser el de Alexander Abreu y Havana D’ Primera, porque tengo metales, baterías, las congas, piano, bajo, etcétera.

Es un trabajo que integra varias expresiones: bailo, hago monólogos, caracterizo personajes masculinos y femeninos con diferentes psicologías. No todos salen como yo quisiera, pero trato de cubrir a partir de esos recursos mis expectativas y de alguna manera he ido fomentando un público que me sigue, al que le gusta mi manera de expresar el humor.

¿Cómo valora el desarrollo del humor en Cuba a lo largo de la historia? ¿Cuáles son sus rasgos más distintivos? ¿Qué tiene de especial el humor cubano?

Dentro de las artes escénicas, el teatro, gracias al humor, es una de las expresiones más coherentes en su desarrollo. Como manera de expresar, de hacer, la comedia se ha valido mucho de los contextos en que se mueve.

Por ejemplo, si hablamos de la época colonial, tenemos que el Bufo Cubano, sobre todo en el siglo XIX, alcanza un nivel muy relevante a partir de un trabajo, en mi opinión, muy profundo, que a veces se tilda de epidérmico o superficial, pero lleva implícito un pensamiento que se nutre precisamente de los grandes creadores de la nación, Varela y Martí entre ellos. No se manifiesta de forma explícita, porque entonces no sería arte, sino un panfleto. Sin embargo, subyacentemente, manejan un grupo de resortes gracias a los cuales dentro de la lectura o de la representación se pueden desentrañar visos de denuncia, formas de decir de manera solapada, con un tratamiento muy metafórico, las condiciones en que se movía la sociedad. El humor en esa época lo hace con mucho acierto. En el Bufo se ve cómo vivían los cubanos, cuáles eran las principales maneras de expresarse, incluso el lenguaje, cómo se vestían, qué comían, rasgos de la cultura reflejados de una manera muy especial.


 

Luego, durante la República, aparece el vernáculo en los años 20, que también va abriendo el camino para mostrar aristas negativas de la sociedad, y lo hace a manera de crónica, porque eran obras que se creaban al día. Resultaba un ejercicio muy rico, no solo desde el punto de vista del guion, sino actoral, pues casi no tenían tiempo de aprenderse los guiones y debían improvisar mucho a partir de situaciones que se iban planteando.

Después del triunfo de la Revolución, a pesar de que el vernáculo –como expresión del negrito, la mulata, el gallego– tiende a desaparecer, la representación vernacular dentro del humor se mantiene incólume. Ha habido, incluso luego de la creación del Centro Promotor del Humor, en el año 1994, una visión in crescendo, de, como diría un amigo mío, ser arena y no aceite dentro del desarrollo social o del contexto sociopolítico: ir mostrando esos lunares de la sociedad, y los creadores han encontrado la manera de sortear los obstáculos que van poniendo los propios contextos, para decir, para denunciar de alguna manera aquello con lo que se está en desacuerdo.

Esa es, precisamente, la función del humor y, a lo largo de la historia, ha sido muy consecuente, sobre todo el humor escénico.

En el cine también se ve. Hay clásicos: la obra de Tomás Gutiérrez Alea, de Juan Carlos Tabío, de Juan Padrón, y han surgido además muchos jóvenes que, desde el punto de vista audiovisual, han ido tratando todas estas maneras de ejercer una denuncia sobre los males que nos aquejan. El humor tiene el aditivo de que es capaz de mostrarnos lo que la cotidianidad nos esconde. La vida va tan rápido que muchas veces les pasamos por el lado a los fenómenos y no los vemos; entonces el humor se encarga de decir “espérate, no pases, mira para acá”, y te los muestra.

¿Cuáles mencionaría como ejemplos más sobresalientes del humor en Cuba?

Siguiendo la lógica de los contextos, en la colonia defiendo a ultranza Los Negros Catedráticos, única saga del Bufo cubano del siglo XIX, creada por Francisco Fernández Vilarós, quien fue además el creador de Los Bufos Habaneros y muestra de una manera muy interesante cómo se movían los hilos de la sociedad en aquellos años. Los Negros Catedráticos se estrena en mayo de 1868, cinco meses antes del comienzo de las guerras por la independencia, y en ese contexto hay que analizar cómo se podían expresar los males sociales a través del humor, el arte, el teatro. No podía ser de una manera abierta, descarnada, había que trabajarlo de forma solapada y que tuviera un impacto, que fuera creíble.

Hay muchos otros ejemplos, pero de la primera mitad del siglo XX pongo el de La Isla de las Cotorras, que aparece también en la película La Bella del Alhambra. De una manera metafórica, los creadores llevan sus diferentes miradas al contexto sociopolítico en el que viven. Hay otras muestras, pero siempre pongo esa como representativa.

Ya en el contexto revolucionario, Reír es cosa muy seria recrea el vernáculo cubano a la vieja usanza, pero en nuevas circunstancias. Se recontextualizan los personajes –incluso su psicología–, que logran traer un grupo de problemas y enumerarlos. Hace como un viaje alrededor de la sociedad mostrando diferentes problemas medulares que la cotidianidad nos va escondiendo, y por eso lo pongo como ejemplo, por sus aciertos.

¿Cómo valora la relación medios de comunicación-humor en el actual contexto?

Esa relación está siendo desaprovechada. Para ponerte un caso, en la televisión hay un trato no adecuado y que no se ajusta realmente al desarrollo actual del humor cubano en cuanto a creadores, en cuanto a impacto social.

Ya no el tema de la relación humor-crítica. Creo que no existe un ejercicio responsable de la crítica alrededor del humor. Cuando se lee algo es para anunciar que hay o hubo un espectáculo, pero no hay un análisis crítico, renovador, que aporte al desarrollo de los propios creadores, porque la mayoría no tenemos formación académica como artistas, sino que nos hemos ido curtiendo en la escena. Solo se habla de generalidades y no se desmonta un espectáculo. Esa relación no la tenemos hoy en Cuba, ni en el audiovisual, ni en la prensa plana, es nulo. Ello atenta contra el desarrollo de esta manera de hacer arte, pero también contra los referentes con que el público pudiera contar acerca de lo que es una verdadera expresión del humor cubano contemporáneo.

Muchas veces los espectadores no tienen referente real sobre lo que es un hecho artístico y de pronto creen que están viendo algo muy bueno, y no lo es; o piensan que algo que es muy popular es lo bueno, y no siempre resulta así. Esto no suele pasar, por ejemplo, con la música, la plástica u otras manifestaciones. Ese ejercicio renovador, constante, aportativo, que sirva al artista para repensar su trabajo y le dé al público los referentes que necesita, no lo tenemos en la relación entre medios de comunicación y creadores del Centro Promotor del Humor, o del humor en sentido general, porque el Centro no es la única empresa que representa humoristas.

Entonces, ¿qué retos tiene el Centro Promotor del Humor para lograr esa articulación?

Nosotros estamos en una bronca constante y tratando de atraer a los medios y a los investigadores. Todos los años hacemos el evento “Piensas ya en el humor”, un espacio de reflexión, de análisis, de investigaciones; llevamos en los últimos tiempos ocho años consecutivos y ya tenemos un público cautivo y un grupo de investigadores que se preparan de un año para otro. La gente dice que no es tan fácil venir a presentar un trabajo porque el nivel académico ha ido creciendo, pero, por ejemplo, ahí no tenemos presencia de los críticos, de los periodistas, de quienes pudieran valerse de esas herramientas para el ejercicio de la crítica.

También estamos yendo a las universidades. Impartimos conferencias y mantenemos relación con asignaturas o carreras afines al arte, para estimular a esos jóvenes que salen de las universidades a investigar alrededor del humor y ejercer la crítica en los medios. Estamos además diseñando una estrategia, que pudiera verse como una utopía, para tener nuestro propio espacio en la televisión, que es lo que más se consume, para mostrar cuáles son los referentes que nos interesa defender dentro de la creación humorística y que le aporten al público en sentido general.