El artista se renueva (II)

Lisbet Penín Matos, Rubén Padrón Garriga
30/10/2018

En la primera parte de este trabajo titulado El artista se renueva (I) explorábamos la trayectoria artística de Kike Quiñones. La experiencia acumulada, así como la superación profesional, le posibilitan a este humorista y promotor no solo abordar sagazmente en sus espectáculos varias aristas de nuestra sociedad, sino, además, conceptualizar y problematizar las tendencias y retos que marcan la producción simbólica relacionada con el humor en Cuba. Ahora nos acercamos a sus criterios sobre estos fenómenos.

Comentó que muchos de ustedes no tienen formación académica, ¿cuáles serían las principales diferencias entre un humorista y un actor de cine o teatro que hace comedia?

No existe diferencia en la preparación de personajes o en la interacción con una situación. Lo que cambia es la situación, la manera de asumir diferentes reacciones, pero la preparación es exactamente igual. Hay que estudiarse el guion, analizar el personaje en su contexto, los antecedentes, hacia dónde va, cómo reaccionará en una u otra circunstancias, o sea, hay que crear una sicología del personaje, y eso vale tanto para uno dramático, como para uno humorístico.

Los actores que hacen comedia tienen esa misma preparación. Ah, no todos tienen el aderezo especial para representar un personaje humorístico, que es la “vis cómica”. Hay quienes no pueden interpretar personajes dramáticos porque nunca nadie les va a creer, como también hay actores que no pueden interpretar personajes humorísticos porque no funcionan.


Hay que estudiarse el guion y analizar el personaje en su contexto. Foto: Internet

 

Uno de los pilares para lograr un humor de calidad es la superación de los humoristas, ¿cómo incentivarla?

Desde el mismo inicio del Centro se crearon estrategias de desarrollo que iban, por ejemplo, a los cursos de verano que se hacían en el ISA, en los cuales nuestra generación recibió enseñanzas de los mejores profesores: Corina Mestre, Osvaldo Doimeadiós, Francisco López Sacha y otros, o sea, personas a quienes respetábamos muchísimo y, de pronto, un estudiante del ISA no tiene esa posibilidad.

Este nuevo contexto nos obliga a puntualizar. Por ejemplo: ¿qué parte del humor te interesa trabajar? Y sobre la base de las dificultades que van teniendo esas personas, vamos trabajando en función de su desarrollo, de que se curtan en los problemas que puedan surgir y vayan perfeccionando el trabajo. El humor te obliga a renovar, y en esa propia renovación van incluidas las recomendaciones, el seguimiento. Tenemos una junta artística que constantemente está exigiendo esa superación y da seguimiento a los proyectos que representamos.

Comentó que no siempre lo más popular es lo mejor, e indiscutiblemente el humor es un producto de alta demanda en centros estatales y no estatales, ¿cómo valora el humor que se hace en estos espacios?

Desgraciadamente en Cuba el cabaré se perdió. Aquí tenemos lugares donde se presenta gente, centros nocturnos, como les dicen ahora, pero el cabaré, donde había un empaque, un glamur, un trabajo escénico interesante, hoy no existe. Salvo Tropicana y algún otro, no podemos hablar de un desarrollo del cabaré.

A los centros nocturnos no asiste el público que le interesa fundamentalmente a los creadores escénicos. Va otro tipo de público, que es el que tiene un poder adquisitivo que le permite pagar un cover de 5 cuc y luego consumir dentro de ese lugar, y además ver un espectáculo de humor en el que alguien se para a hacer chistes, con cortinas musicales para alargar un poco más el tiempo. Entonces hay quienes han impuesto como un estereotipo de que voy a actuar, y después que hago un chiste viene una cortina musical para que la gente dé palmaditas, y ahí no hay concepto artístico alguno. Eso sin contar con que esos lugares no disponen de las condiciones mínimas, dígase iluminación, sonido, espacio, y el “espectáculo” se convierte en alguien parado, como decimos en buen cubano, “disparando”; en muchos casos disparando disparates y la gente reaccionando.

Hay centros en que los decisores, dígase los gerentes, exigen: “aquí tienes que irte por esta vertiente”, o sea, ellos haciendo valoraciones de cómo debe actuar el artista. Eso es inaudito, porque tampoco hay dirección artística real. No hay nadie que sugiera: “tú tienes este recurso que te puede funcionar mejor”; ese estudio que lleva el tratamiento escénico no existe, por lo cual no creo que se haga arte en los centros nocturnos, por lo menos en materia de humor. Nadie me puede decir que es lo mismo el público que está sentado en ese lugar que el que está en el teatro.  

¿Cómo articular calidad estética con producto comercial? ¿Cómo llegar a ese punto medio para lograr un espectáculo con cierta distinción para el público?

Eso es complejo, pero no imposible, porque la mayoría de los creadores nuestros hacen ese trabajo, y lo logran. Es difícil porque, en la relación con los medios, a lo mejor alguien decide, por ejemplo, que en Cubavisión, el canal que más se ve, no se debe poner un espectáculo nuestro o no promocionar sus funciones en el Karl Marx, lo cual, comercialmente, daría resultados y te permitiría intencionar un tratamiento desde el punto de vista artístico.

Pero hay públicos para todo. Mucha gente se ha creído que el que va al centro nocturno es todo el público cubano, y eso es un error. Y el público sabe. Muchas veces he visto un espectáculo en un centro nocturno en el que la gente se ríe mucho y cuando salen me comentan: “estaba bueno, pero, oye, como dice malas palabras” o “estaba bueno, pero se mete con las personas”. Al final el cerebro límbico advierte que no hay empatía. “Me reí, pero si fuera de otra manera me reía más, o saldría más complacido”. Claro, ese análisis no lo va a hacer alguien que no tenga relación artística con lo que está sucediendo. Yo no le puedo pedir al que cobra en la taquilla que se identifique con esa manera de pensar.

Ya que el país se está renovando en todos los sentidos, empezando por la Constitución, debería pensarse en poner decisores capaces de establecer los límites y cómo trabajar eso de mano con la institución.

Un punto de referencia en ese sentido era El Cocodrilo, y lo voy a citar porque es el que nos duele al Centro Promotor del Humor. El Humor Club Cocodrilo, que ahora le cambiaron el nombre por Ritmo Club Cocodrilo, fue creado por el Centro Promotor del Humor. Allí los primeros dependientes que tuvo ese lugar, pasaron un casting dirigido por la Junta Artística del Centro, y se hizo una selección de las personas que podían trabajar en función de un centro nocturno que iba a brindar ese producto humorístico y que, de alguna manera, tenían que interactuar con el público.

El espectáculo que se ponía, sin ser el del teatro, estaba curado, tenía un tratamiento escénico para un público que va a disfrutar de un show elaborado, a las once y media de la noche hasta la una de la mañana.

Eso se fue degenerando hasta el punto de que ya nosotros no tenemos jurisdicción sobre lo que se decide en la programación del Cocodrilo, y no tiene nada que ver con lo que nosotros proponíamos desde el principio. Algo que funcionaba bien, vino alguien y dijo “vamos a cambiarle el nombre, a quitarle los cocodrilos de afuera, a cambiar la estética…”. Y eso no es a lo que nosotros aspiramos que sean los centros nocturnos.

Es una relación compleja, en la que los artistas, además, que tienen que sobrevivir, como se dice en buen cubano, y no tienen otra alternativa, terminan entrando por la canalita y se empiezan a hacer presentaciones que atentan contra la visión general que debe tener ese público, y después se piensa que eso es el humor.

¿Cómo valora la influencia que ejercen sobre el público cubano los programas o shows extranjeros que aparecen en los canales alternativos?

Los canales alternativos y el uso de Internet nos prueban que, por regla general, el público cubano tiene cierto nivel. No recibo el paquete, pero sí sé que en un tiempo pusieron el Club de la comedia español, y la gente lo seguía, al igual que otras series españolas humorísticas. Esa percepción nos dice que carecemos de esas propuestas en nuestra televisión. La gente busca en las series extranjeras lo que no tiene aquí. Si nosotros brindáramos una oferta cubana elaborada, pensada en función del público, este no iría al paquete, o lo vería, pero preferiría lo que nosotros ofertamos. No tenemos una parrilla televisiva interesante, atractiva, cautivadora.

El seguimiento de este tipo de producto nos da la medida del nivel que tiene la gente, porque son series con cierta elaboración, pensadas en función de todo tipo de público. Con respecto al gusto por programas que vienen de Miami, tiene que ver, en mi opinión, con la relación que establece la audiencia porque conoce al actor, y no pasa por la calidad.

En una ocasión fui con una amiga argentina al Cocodrilo, y una señora que vendía flores, cuando me identificó, me abrazó, me dio un beso y me dijo: “qué bueno que estás aquí, hacía rato que no te veía”. Entonces mira a la argentina y le aclara: “él es un artista cubano, nosotros lo queremos mucho, porque un artista es algo muy nuestro”. Fue lo que le nació, y esa expresión es el reconocimiento de lo que las personas sienten por sus artistas. Entonces, si usted tiene a sus artistas en su parrilla televisiva, los va a seguir porque son suyos, representan su cotidianidad, su contexto.

¿Qué retos se le plantean al humor para ayudar a pensarnos como sociedad?

El principal reto es ser un poco más profundos al elaborar el humor. Hay que investigar. No podemos irnos solo con el chiste reptil, ese que hizo en la cola de la papa el viejito que es muy simpático y va organizando la cola. Ese chiste requiere un tratamiento para que cuando el humorista se suba al escenario, tenga otro carácter, pase por el cerebro límbico, que es donde la gente crea empatía, y después llegue al neo córtex y se procese.

No se trata de que el público se lleve un librito para su casa, sino que nos mueva las neuronas, nos ponga a pensar, para que sea arte de verdad; si no, estamos haciendo un ejercicio vacío. Y el arte no puede ser vacío; el arte es para disfrutar, para contemplar, y que te estimule, no a reflexionar con la profundidad de un académico, pero sí a activar las neuronas, y que después, en otro contexto, digas: “me recuerda tal cosa”. El arte ayuda a descubrir nuevos fenómenos, a regenerar, a crear. Ese es el verdadero humor al que se refieren los académicos cuando dicen que es lo cómico dignificado, o es lo sublime en lo cómico. Si lo cómico es lo pedestre, lo que tenemos a diario, el humor es eso mismo, pero en otro nivel, en otra escala.


El arte no puede ser vacío; el arte es para disfrutar, para contemplar, y que te estimule. Foto: La Demajagua

Eso lo necesitan hacer los creadores para contribuir a pensarnos mejor, a transformar el entorno a partir de ese propio pensamiento. No es dar recetas, no es buscar soluciones, es ayudar a pensar, estimular.

En el encuentro de la Sabatina de Fresa y Chocolate compartió una frase de Luis Muñiz que hacía referencia a que mientras más dogmática es una sociedad, menos sentido del humor hay en ella. ¿Aplica esta idea para la cubana, teniendo en cuenta que, de manera general, nuestra sociedad es jocosa, dicharachera?

Apelando a la memoria, esa frase dice: “el humor es transgresión porque nos obliga a crear una realidad distinta de las cosas. Por eso la Iglesia y los políticos le temen tanto al humor, cuanto más dogmática es una sociedad, menos sentido del humor hay en ella”. Yo pienso que nosotros no somos una sociedad dogmática, para nada. De hecho, el nivel de subsistencia del cubano, de sobrevivir a toda adversidad, desde que llegaron los españoles, pasando por el esclavismo, luego la República, hasta arribar al triunfo de la Revolución y hasta hoy, tiene al humor como uno de los aderezos especiales, uno de nuestros asideros fundamentales como seres humanos.

El humor nos ha permitido sortear mucho y asumir los retos y desafíos que constantemente tenemos como sociedad. El humor ha sido un látigo con cascabeles en la punta para quienes intentan establecer dogmas a la hora, incluso, de generar el pensamiento. Eso de que el cubano las inventa en el aire ha condicionado que muchas problemáticas no se solucionen porque logramos evadirlas y buscar otro camino. Pero también nos ha ayudado a avanzar como sociedad, en el pensamiento social, en las relaciones interpersonales.

¿Cómo contribuir a una Cuba más feliz? 

Yo creo que siendo francos, honestos desde el punto de vista de la creación, sin hacer concesiones artísticas, sin perder el sentido de la verdad. El humorista tiene que ser inteligente, creativo, pero tiene que ser sincero, y la sinceridad implica no renunciar a tu visión de los fenómenos porque eso es lo que aporta, lo que genera pensamiento, criterios encontrados que contribuyan a mover las ideas para buscar mejorías.

¿Qué es para Kike Quiñones sentir Cuba desde el humor?  

Es expresarte. Es ser libre. No temer plantear un fenómeno desde la creación, con inteligencia, sagacidad, con visión transformadora, con el deseo de aportar al desarrollo social y al desarrollo espiritual de la gente, de sanar y crear puentes desde el punto de vista humano y espiritual entre las personas. Eso es muy importante para sentir Cuba, porque somos parte de un proceso complejo, de esta mezcla de cosas que nos hace no parecernos a nadie

Muchas veces uno dice “no voy a hablar de esto”. No, no, no. Usted plantéese algo, de verdad, y póngalo en escena, sírvalo para que la gente lo consuma y que después sea capaz de mover ideas, de intercambiar, para que al final el saldo sea positivo, porque siempre que intercambiemos va a ser mejor que si nos quedamos con eso por dentro.