El barco que no va a la deriva

Vasily M. P.
10/6/2019

El estreno de Próspero, poder y venganza, de la Compañía Teatro Primero, el pasado sábado 1ro. de junio en el Teatro Principal de Ciego de Ávila, no colmó todas mis expectativas porque la desatención de su ritmo hizo estragos en cada una de sus partes. Aunque no dejo de reconocer que la misma aún puede ser mejorable, y cada uno de sus defectos tienen solución viable en pos de su más perfecto acabado.

Puesta en escena de Próspero, poder y venganza, en el Teatro Principal de Ciego de Ávila. Fotos: Alejandro García
 

La compañía Teatro Primero está cumpliendo 30 años de fundada y este estreno viene a ser otro de los agasajos que ellos mismos se hacen.

No se trata solo de la cadencia con la que se dicen los parlamentos. Las distintas traslaciones que hagan los personajes en la escena, el empleo de los elementos dentro de la misma, y la creatividad a la hora de dotarlos de significados, es lo que hace que una dramatización cobre total interés, junto al contenido que se proyecte. En este sentido, Próspero, poder y venganza necesita más de ese talento de Oliver de Jesús para que no parezca un simple ejercicio teatral, que es lo que pareciera.

Próspero es un personaje retorcido, un brujo que ha sido desterrado de su lugar por su propio linaje, y quien trama la peor de las venganzas. Como hechicero es capaz de jugar con los elementos de la naturaleza, lo que Oliver aprovecha para inferirle la capacidad escénica de convertirse en la gruta donde vive, con su hija Miranda, y que es lugar para desenlazar la venganza. Hermosa solución escénica. ¿No se pudieron hacer cosas por el estilo, en otros momentos?

Debido a su ritmo denso, la obra avanza como si estuviera en una escalera plana, con peldaños dibujados en el suelo, y que no conducen a ninguna altura. Y esto es fatal para el feliz desenlace del clímax, ese momento casi obligado en donde se precipitan todas las acciones, y para el que han de trabajar juntos, actores, música, escena tras escena.

Los que estamos acostumbrados al quehacer de Teatro Primero, ya sabemos que a Oliver le gusta diferenciar bastante este momento del resto de la obra. Lo ha conseguido con un volumen mayor de la música, reforzamiento del movimiento corporal, exceso en los juegos escénicos y corporales, gritos, sonidos onomatopéyicos y, sobre todo, con la explosión del ritmo. Pero aquí la tempestad no es capaz de quebrar un solo mástil y el barco, por lo mismo, sigue su lento navegar.

Muchas veces las obras de este inquieto director han sido tildadas de demasiado “barrocas” y han merecido la acción de unos cuantos “tijeretazos” para que alcancen el vuelo necesario. Aquí, considero, la necesidad es de aportar, más que de cercenar. Y es que pareciera que la obra está planteada a la espera de momentos creativos por parte de sus integrantes.

Así merecen la atención, los primeros minutos, donde uno de los personajes hace una innecesaria introducción que bien se pudiera haber planteado desde el mismo audiovisual que se ve en pantalla. La puesta podría ganar en ritmo y, a su vez, en síntesis, al entrar de golpe a la historia en sí.

No niego que la versión que hace Oliver es una buena versión. Mantiene el espíritu shakesperiano, y actualiza su léxico sin perder la esencia de la original, donde la venganza es la protagonista.

Esta versión mantiene el espíritu shakesperiano y actualiza su léxico sin perder la esencia de la original.
 

De los actores, llama la atención la versatilidad de Jorge Sardinas en el personaje de Calibán. La voz estentórea, al estilo del teatro grotesco que prefiere Oliver, su capacidad de emplear el cuerpo en una forma plástica y muy movible, le confieren gracia y soltura. No así su otro personaje, el Príncipe, que, aunque no deja de tener sus aciertos, necesita más proyección escénica para que se convierta en la verdadera caricatura de su época que pretende ser.

El resto de los actores necesita replantearse aún más sus personajes, para que naveguen con mejor suerte. Trabajar más las voces para que no desvaríen, como en el caso de Ariel, interpretado por Leiter A. Vega, que por momentos pierde su caracterización y casi deja ver la voz propia de quien lo interpreta, y emplear más a fondo sus capacidades corporales.

Luis Giraldo Alfonso, en el rol de Próspero, lleva un mejor estudio de la caracterización de su protagónico, que, si bien es viejo y, al parecer, enfermo, debería tener una fortaleza tal, que se acerque más al hechicero que a un nonagenario desatendido. Este actor nos ha sorprendido, y con creces, en otros montajes, y con muchísimos personajes, pero le urge tiempo a solas con Próspero.

Del empleo del audiovisual, bien realizado y atractivo, que le confiere otra dimensión al montaje, me queda todavía la duda de su justificación. Aunque no es la primera vez que Oliver lo emplea, aquí pareciera no tener más propósito que el de darle la entrada a los distintos personajes cuando, de por sí, podría ser, él mismo, un personaje más. Quizás un narrador omnisciente, la memoria histórica del drama o el simple proyector donde se podrían explicar, a manera de flashback, las partes del drama no escenificadas.

Con la música me sucede todo lo contrario. Aunque no es original, la musicalización fue bien pensada y apoya la escena en su discurso dramático. Es impresionista y romántica en cuanto a su estética, y tiene hasta de New Age en algún momento; pero no ahoga los parlamentos, salvo en contados momentos, por imprecisiones más bien técnicas, y cumple su cometido.

No sucede así con el uso de las luces. Su diseño aún no está bien pensado. Es muy posible que las condiciones técnicas del coliseo avileño no permitan hacer más.

Quizás, el tiempo que se tuvo para la culminación del montaje atentó contra la consabida creatividad de su director, pero la obra, al menos, tiene para seguir trabajándola y hacerla mucho mejor de lo que aparenta. La Compañía Teatro Primero es ese barco que no se deja arrastrar por ninguna tempestad.