El bloqueo/embargo como problema cultural

Víctor Fowler
25/11/2019

Cuando mis años de infancia había este chiste: “Un elefante cruza por encima de un hormiguero y, como es de suponer, ello implica la inmediata muerte de millones. En un primer momento las sobrevivientes se encuentran aterrorizadas y afligidas, sucede a ello un sentimiento de rabia compartida hasta que, finalmente, la rabia es transformada en deseo de venganza. A partir de aquí, las hormigas intercambian opiniones, planifican, conspiran, transmiten sus emociones a las recién nacidas, a los hormigueros vecinos; durante generaciones la venganza es el centro de cualquier conversación entre hormigas, es una obsesión, una meta colectiva. Todas, todas quieren lo mismo: destruir al elefante asesino. Vigilan y un día el enemigo aparece, los diminutos insectos corren, se encaraman encima del inmenso paquidermo, se distribuyen para tejer una suerte de collar alrededor del cuello de la bestia y entonces una de las hormigas grita con entusiasmo guerrero: ¡ahórquenlo!”.


Ilustración: Tomada de Granma

 

La razón de que esto sea una situación cargada de comicidad estriba en la diferencia de escala entre los contendientes. ¿Qué cantidad de presión sería necesario ejercer para conseguir asfixiar a un elefante? ¿Qué tipo de abrazo para que, aunque sea, se entere de que intentan estrangularlo? La imposibilidad o absurdo de la venganza es lo que hace risible la escena, una imagen o cuadro que no es posible siquiera “pensar”. Dicho de otro modo, una situación que invita a reír, pero que no es concebible pensar.

II

¿Cómo “pensar” millones de muertes por causa de enfermedad y hambre? ¿Qué hay que hacer con “lo humano” para, por ejemplo, negar a un paciente la medicina que lo puede salvar? ¿O el alimento que puede evitarle una enfermedad, o hay que separar la enfermedad de la muerte como si no tuvieran ninguna relación? ¿Qué tipo de desconexiones y distancias hay que establecer? ¿Qué monstruosidad es necesario poner en práctica y, de inmediato, olvidar o relativizar para poder seguir viviendo? Mientras más grande es el daño al otro, mientras más crece la cantidad de personas que padece, ¿qué tiene que dañar, contaminar o matar en su interior el que planifica la orden, la ejecuta o la vigila? Peor aún, ¿qué muere, sufre daño o es contaminado en aquel que se considera desconectado de la orden y su consecuencia?

Si en el chiste del comienzo lo cómico tiene su basamento en lo desmesurado de la asimetría, ¿cómo entender la asimetría cuando se trata de países?, ¿existe alguna posibilidad no risible de que, por ejemplo, la isla de Tonga, Fidji o Saint Kitts y Nevis pongan en práctica una política de “embargo/bloqueo” contra los Estados Unidos? Después de más de un centenar de años con una economía estructuralmente dependiente de la economía estadounidense, ¿podemos siquiera imaginar que Puerto Rico anuncie un “embargo/bloqueo” contra los Estados Unidos? ¿No habría que disponer, como condición previa, de un contexto de desbalance económico y militar, además de una maquinaria de producción de mensajes de un poder incalculable para que sea posible convertir lo nuevo en aceptable y lo aceptable en normal?

Como mismo los cubanos vamos caminando hacia un momento a partir del cual los habitantes todos del país habremos nacido dentro del embargo/bloqueo, ¿llegará ese punto en que la humanidad entera habrá nacido dentro del bloqueo también? Al mismo tiempo que esto, y en su reverso, ¿qué significa para un ciudadano estadounidense común vivir en un país que aplica, como herramienta política, un embargo/bloqueo que dura ya varias generaciones?, ¿qué tipo de deformación silenciosa, larval, ha ocurrido en la mente de personas que —a la vez que son instruidas, desde niños y hasta siempre, acerca del orgullo que deben sentir por ser el país con el poder económico, militar, mediático y de industria cultural más grande de la historia humana— también son enseñadas a aceptar que nacieron “embargando/bloqueando” a un país descabelladamente más débil y pequeño, y que eso es correcto? ¿Qué hay que romper en la razón, la imaginación y la realidad misma?

III

La pregunta esta vez no es ¿cuáles son las consecuencias del embargo/bloqueo?, sino una cadena de inquietudes: ¿qué nos “hace” su existencia?, ¿qué realidad nos ofrece o entrega?, ¿cuáles cosas ocurren (y pudieran suceder) en ese mundo donde el embargo/bloqueo existe?, ¿qué cantidad de poder es imprescindible para poder “embargar/bloquear”?, ¿qué tipo de relación previa necesitan haber tenido dos países para que uno decida “embargar/bloquear” al otro?, ¿a partir de qué límite tiene sentido un “embargo/bloqueo?, ¿quién saca estas matemáticas, sobre qué base?, ¿decide tan solo un Presidente o detrás hay un abanico de consejeros, gente con formación científica, que maneja datos, expertos de todo tipo?

Gente que solo saca cuentas, que hace cálculos: el embargo/bloqueo como asunto de flujos, gráficos, tablas.

Una amiga, hace años, estuvo en una oficina de la OFAC (Office of Foreign Assets Control) para entregar alguna información reglamentaria a propósito de su viaje a Cuba con un grupo de estudiantes. En aquella ocasión, como parte de la conversación con los funcionarios que la recibieron, se refirió ella al “sufrimiento del pueblo cubano” a consecuencia del embargo/bloqueo; la respuesta, que según me dijo le causó escalofríos, fue: “No nos interesa el sufrimiento del pueblo cubano”.

El folleto titulado Economic Sanctions, Agencies Face Competing Priorities in Enforcing the U.S. Embargo on Cuba , publicado por el Departamento General de Contraloría del gobierno de Estados Unidos en noviembre de 2007, dice lo siguiente en su página 11: “El embargo contra Cuba es el más completo conjunto de sanciones impuesto por Estados Unidos a cualquier país[1], incluidos los demás países designados por el gobierno estadounidense como promotores del terrorismo”. (United States Government Accountability Office (GAO-08-80 Cuba Embargo), p. 11). ¿Qué decir hoy, cuando ya fue activado el capítulo III de la Ley Helms-Burton que, en términos de propiedad, propone regresar el país entero a la posición, divisiones y control en que se encontraba el 31 de diciembre de 1958?

IV

En el conjunto de los siete mil millones de seres que integramos la humanidad, los diez millones de cubanos que viven en la Isla somos un número pequeño, apenas el 0.00143 % del total. Lo que me gusta de la cifra es que nos enfrenta a nuestro tamaño relativo, nuestro lugar mínimo en el orden de las cosas. Podríamos desaparecer todos (por ejemplo, debido a un tsunami), la Tierra seguiría girando e incluso habría poblaciones enormes que ni siquiera se enterarían y continuarían creando y poblando el planeta; de hecho, hasta se ha especulado con la probabilidad de una ola gigante que afecte al Caribe alguna vez y, por consiguiente, a nuestra isla.

Esto significa que somos mucho menos importantes que aquella realidad hacia la cual el embargo/bloqueo empuja a la humanidad, menos importantes que el tipo de realidad de violencia y venganza de Estado que intenta imponer en el entramado de las relaciones entre países y, sobre todo, en las conciencias. Es aquí, en este espacio de la producción simbólica, donde se produce la aceptación y reproducción de la idea embargo/bloqueo como tal, o su rechazo y desarticulación discursiva, en este territorio de batalla, donde práctica y concepto aparecen como un problema cultural. Y es aquí donde tiene lugar ese extraño choque de fuerzas según el cual nuestra misma pequeñez estadística, lo inmenso del tejido que en contra de cualquier desarrollo normal de Cuba extiende el embargo/bloqueo, el deseo de asfixia que anima estos gestos, buscan ser precedidos por un trabajo de devaluación, erosión, negación de cualquier índice de vida medianamente “normal” en la Isla.

La fabricación de un otro (en este caso, nosotros) como una entidad negada y negativa —ese espacio en el cual todo “está mal”, la economía, la sociedad, la salud, la educación, la cultura, la sociabilidad, las ciudades, el campo, la tierra, los mares, la lluvia, etc.— funciona como el pavimento introductorio a la universalización acrítica de la idea-concepto “embargo/bloqueo”. Ese trabajo de erosión, devaluación y negación está en cualquier espacio en el que se considera natural y aceptable que el elefante aplaste el hormiguero, a la vez que se cree risible no ya la descabellada respuesta de la hormiga, sino su mera condición de ente mínimo y su situación, su mala suerte.

En este paisaje, la verdadera victoria del poderoso no es la destrucción económica (a fin de cuentas, ¿qué importancia pudiera tener ese 0.014 % de la humanidad?), sino la aniquilación cultural; la consigna perversa es minimizar, relativizar, difuminar cualquier noción de excepcionalidad, no aceptar responsabilidad ni participación alguna en el estado de cosas que uno mismo provoca, fabricar un agujero, un vacío.  A tal punto la realidad de un embargo/bloqueo como el descrito es enferma y monstruosa que, siempre que funcionarios del gobierno cubano, en la instancia que sea, exponen datos que explican los impactos negativos del embargo/bloqueo sobre la salud, alimentación, vivienda y, en general, economía y vida social cubana, los funcionarios estadounidenses a quienes toque intervenir ponen en práctica una suerte de exención de responsabilidad según la cual el gobierno de los Estados Unidos nada tiene que ver con los problemas cubanos. Lo paradójico de esta exención de responsabilidad radica en que afirma, de manera implícita, que si Estados Unidos estuviese en una situación semejante los efectos del embargo/bloqueo contra el país tampoco tendrían relación alguna con la calidad de la vida de sus ciudadanos; lo terrible de esta estructura psicótica de pensamiento es que se basa en que la desmesura de poder de los Estados Unidos hace virtualmente irrealizable el embargo/bloqueo de país alguno en su contra. Dicho de otro modo, hay que fabricar un ego capaz de organizar daño sistemático y de mantenerse distante ante cualquier manifestación de empatía, hay que proponer la crueldad de Estado como una virtud. El horror de esto es que, para alcanzarlo, es imprescindible deformar los sistemas de valores, el sentido del humanismo, lo que se enseña en las escuelas, lo que transmiten los medios de comunicación, el sentido de los debates sociales, el sentido de la vida y de la muerte.

Es por todos estos motivos que la guerra debajo de la guerra, o antes que ella, es de orden cultural y entonces hay un punto donde todas las salidas pasan por optar entre moral e inmoral, humano o deshumanizante, bárbaro o civilizado. Ante una realidad semejante, la primera respuesta es cualquier opción que signifique vida: arte, cultura, ciencia, deporte, belleza, cariño, estabilidad, producción, cultivos, amor, limpieza, alimentos, cohesión, vivienda, proyectos, trabajo, esperanzas, independencia, sueños, soberanía y todo cuanto a la vocación de hecatombe concomitante al embargo/bloqueo comentado. Para nosotros, el país que resiste el embate, cualquier acto creativo, en el ámbito que sea, se opone al impulso hacia la destrucción, la autoanulación y la parálisis que el embargo/bloqueo persigue como uno de sus más deseados efectos. Cualquier acto de solidaridad hacia el interior del país y desde el país hacia el mundo. Cualquier manifestación de vida. Hacer, proponer, innovar, pensar, soñar, construir, influir y ser influido, intercambiar, desmontar, crear. Creación, solidaridad y cultura son modos de oponerse al ejercicio de ese “derecho bárbaro” acerca del cual, y hablando de los Estados Unidos de su época, escribió Martí en La conferencia monetaria de las repúblicas de América, artículo del año 1891: “Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: ‘esto será nuestro, porque lo necesitamos’”[2].

En un mundo sin semejante violencia, ¿qué podemos esperar de elefantes y hormigas?

¿Dialogarán?

Notas:
 
[1] El subrayado es del autor.
[2] La conferencia monetaria de las repúblicas de América. En: José Martí. Obras completas, Tomo 06. La Habana: Editorial de Ciencias Sociales, 1992. p. 160.